miércoles, 10 de febrero de 2016

LOS OCULTOS CAMINOS DE AMALEC

LOS OCULTOS CAMINOS DE AMALEC
Instituto Qumram




La sociedad muta vertiginosamente, pero lo que no mutan son las fuerzas ocultas que mueven ciertas intenciones y operan desde la noche de los tiempos. Por eso un libro publicado a mediados de la década de los ochenta del siglo pasado sigue hoy tan actual, y seguirá siéndolo.
Amalec, que en hebreo significa “pueblo que degüella”, es el pueblo que lleva el nombre de un nieto de Esaú. Esaú fue el hermano de Jacob que vendió su primogenitura por un plato de lentejas; hombre no temeroso de Dios y brusco, con una banda, de la que era cabecilla, se dedicaba a asaltar viandantes por los caminos. El nieto, por la ley de la entropía, multiplicó las fechorías del abuelo, pero parece que todos los golpes de su maldad los concentró en el pueblo de Israel. Así cuando éste, cansado y agotado, marchó de Egipto en busca de la Tierra Prometida, Amalec le salió al encuentro en el desierto. Con astucia, como si fueran sus hermanos, los amalecitas incitaban a los israelitas a que salieran de “la nube gloriosa” que los protegía; cuando éstos abandonaban su protección, los amalecitas los mataban. Se valían para ello del engaño, de la mentira, de la brujería.
Amalec es el símbolo de un antiguo enemigo del Dios de Israel que se levantó contra el Trono de Jehová (Éxodo 17), esto es, no es otro que Satanás. Amalec intenta estrechar y ahogar lo que resta de mejor y más valioso en Occidente en un esfuerzo desesperado por liquidar la civilización judeo-cristiana; en este intento teje redes, multiformes, proteicas, con las que muestra esa enemistad, sean éstas la aberración que supuso el nazismo, o sean las actuales sectas, pseudoreligiones y técnicas que provienen de un “cierto Oriente”. El mal muta en la forma, pero sigue siendo el mal, y lo más propio de él, su signo, es que utiliza el disfraz. Ya René Guenón, entre otros lugares de su obra, advertía en Símbolos fundamentales de la ciencia sagrada de la anomalía que traspasa el Occidente actual: Nos encontramos con una civilización que su gran desarrollo material se acompaña de una regresión espiritual, no compensada en absoluto. Por esta razón Occidente es especialmente proclive a la invasión de modos de pensamiento orientales que apresuran su descomposición espiritual. La caída de la religión en Occidente (hablamos del judeo-cristianismo), sea por la decadencia de la religiosidad, o sea (lo que resulta más grave) por su perversión, contribuye a este estado de cosas. La decadencia supone un debilitamiento y una reducción de su influencia en el mundo (ocurre, por ejemplo, por la descenso del número de fieles); la perversión es la inversión radical de la intención y sentido de la religión. La decadencia implica una pérdida de poder; la perversión, un abuso de poder.
Así las cosas, son muchos los hombres y mujeres que, en el intento de darle sentido a sus vidas, exploran los caminos extravagantes de las pseudoreligiones, ya que éstas les ofrecen una ilusión de espiritualidad; sin embargo, esta “espiritualidad” no es más que una trágica parodia de la verdadera espiritualidad, pues en ella se descubre, a poco que se escarbe, la huella de Satán, el mico de Dios, el espíritu de negación y de mentira.

¿Cuál es el verdadero peligro y la real intención de toda esta invasión satánica? ¿Deseos de dominio o de destrucción? ¿Por qué y para qué? ¿Dónde se desarrolla esta guerra oculta y entre qué fuerzas se combate?
El equipo que escribe Los caminos ocultos de Amalec se propone desenmascarar estas falsas espiritualidades cuya procedencia hay que situarla en Oriente. Las pseudoreligiones orientales, por un lado, tratan de minimizar la trascendencia del hombre, hecho a imagen y semejanza de Dios; por otro, promueven la salvación únicamente en sentido individual, sin pensar por un momento en una salvación general, ya que esto último implicaría la pérdida del disfrute, aquí y ahora, de los “poderes” que sólo el esfuerzo individual consigue y que otorga la supremacía de la materia sobre el espíritu.
Da la impresión de que a Occidente se le ha tirado una gran red formada por una serie de movimientos, diferentes en apariencia, pero con extrañas coincidencias que los conectan de forma sugestiva. Haciendo un rastreo de estos movimientos durante los últimos cien años encontramos, entre otros, el “Cuarto Camino” de Gurdjieff, el teosofismo o el Grupo Thule (vinculado al nazismo) y, más recientemente, las sectas hindúes que introducen, entre otras cosas, meditaciones, drogas, levitaciones o prácticas yoga.
Los autores del libro hacen notar que aunque Gurdjieff rehusó siempre citar los nombres del grupo de “Buscadores de la Verdad” que lo acompañó por los monasterios de Asia, al menos uno de estos compañeros se conoce: Karl Haushofer, quien más tarde, en 1923 fundaría una sociedad secreta de inspiración tibetana llamada Thule, a la que pertenecieron los principales líderes nazis. Como curiosidad: Un año antes de esta fecha, en 1922, tras los intentos fallidos de hacerlo en Berlín y Londres, Gurdjieff se estableció en el Château de Prieuré en Fontainebleau, cerca de París, donde reabrió el Instituto para el Desarrollo Armónico del Hombre; en este mismo orden de “coincidencias”, es de resaltar que sería el mismo Gurdjieff quien habría aconsejado a Haushofer elegir la svástica invertida —símbolo importado del Tíbet— como emblema de la citada sociedad.
Para Gurdjieff el hombre es una máquina sin alma, nace y muere sin sentido alguno. De esta forma, decía:

La suprema ilusión de los hombres es su convicción de que pueden hacer, y su primera pregunta cuando se dirigen a mí, concierne siempre a lo que tendrían que hacer. Pero, a decir verdad, nadie hace nada y nadie puede hacer nada. Es lo primero que hay que comprender. Todo sucede. El hombre es una máquina. Todo lo que él hace, es el resultado de influencias exteriores. De sí mismo, el hombre no puede producir un solo pensamiento, una sola acción. Para hacer, hay que ser.


En consecuencia, a sus discípulos, bajo su guía y siguiendo un determinado trabajo, les prometía el despertar a una consciencia objetiva. Pero en realidad los consideraba meras “cobayas” que, sometidos a sus poderes hipnóticos, utilizaba para fines no declarados. Así lo exponen varios de sus discípulos disidentes como Frances Rudolph, joven intelectual americana, Young, psiquiatra inglés, Fritz Peters, a quien Gurdjieff había designado a su servicio personal, o Paul Serant, otro de sus discípulos más distinguidos. El mismo Ouspensky, quien introdujo al maestro en Occidente y fue uno de los principales valedores del “sistema”, terminó por romper con Gurdjieff al que vino a considerar un “falsificador”. Gurdjieff nunca declaró sus móviles y los verdaderos fines que perseguía, y su enseñanza adquirió aspectos terribles; sus métodos resultaban brutales y él mismo denotaba una falta completa de amor, de compasión. Eran famosas sus orgías y comilonas, en medio de las cuales, soltando alguna que otra sonora carcajada, solía brindar por todas las categorías de idiotas que lo seguían, o decía a alguno de sus invitados: “¡Brindo por usted, absoluta mierda!”. En el mismo orden de cosas, de los cuarenta hijos naturales que tuvo, decía que no valía la pena contarlos. En fin, según estos testimonios, parece que no estamos ante un maestro amoroso y compresivo, un “buen pastor” capaz de sacrificarse por sus ovejas, sino ante todo lo contrario. Young estaba convencido de que los métodos que empleaba el “maestro” podían dar resultados, pero éstos nunca lo serían en el sentido del Bien, sino en el de la adquisición de “los poderes”, es decir, estarían puestos al servicio de finalidades diabólicas. En una ocasión relató Gurdjieff a Ouspensky el siguiente cuento:

Un mago muy rico tenía muchos corderos, pero era sumamente avaro. No quería contratar pastores ni levantar un cerco alrededor del campo de pastoreo. Por eso, los corderos iban a menudo al bosque, caían en precipicios, y sobre todo se escapaban, pues sabían que el mago quería su carne y sus huesos, y eso no les gustaba. Por fin el mago encontró remedio. Hipnotizó a sus corderos y primero les sugirió que eran inmortales y no se les haría ningún mal aunque se los degollara, que al contrario, eso era muy bueno para ellos y hasta agradable; en segundo lugar los convenció de que el mago era un “buen maestro” que amaba tanto a su rebaño que estaba dispuesto a hacer por él cualquier cosa. Y en tercer lugar les sugirió que si les acaecía algún mal, no sería ese mismo día, y por consiguiente no tenían por qué pensar en ello. Además, se les sugirió a los corderos que no eran de ningún modo corderos. A unos se les dijo que eran leones; a otros, que eran águilas; a otros, que eran hombres, y a otros, por fin, que eran magos. Después de esto se terminaron sus preocupaciones y disgustos con los corderos. No se escaparon nunca más, sino que esperaron pacientemente el momento en que el mago exigiría su piel y sus huesos.


La inversión queda servida. Y la carcajada. Algunos discípulos disidentes llegaron a pensar que “ciertas autoridades ocultas” habían designado al “maestro” para un trabajo, desde una determinada posición, cuyo fin no era otro que la desintegración de Occidente.
Desenmascaran los autores de Los ocultos caminos de Amalec a H. P. Blavatsky —cuya biografía es digna de un culebrón televisivo— y a la Sociedad Teosófica fundada por ella junto con el coronel Olcott, a quien conoció en el estado Vermont (U.S.A.) en una sesión de espiritismo. El “teosofismo” de la Blavatsky, contenido en el libro La doctrina secreta escrito al dictado de “maestros invisibles”, fue una consciente suplantación de la verdadera teosofía —doctrinas religiosas, místicas y esotéricas de base cristina—. Según Guenón, a cuya autoridad se remiten los autores, la doctrina impartida por la Sociedad no fue sino “invenciones occidentales expresadas en un lenguaje mechado de palabras hindúes mal traducidas y peor comprendidas.” La falsificación de doctrinas, pues, fue doble: por un lado, tergiversaron lo que sería un hinduismo, llamémoslo, correcto; por otro, tal mixtificación les sirvió para atacar al pueblo judío y su religión, y por derivación, al cristianismo.
Los objetivos de la Sociedad Thule también quedan puestos al descubierto. Es en esta sociedad donde se transmiten las ideas delirantes de la pseudomística nazi que tenían el denominador común de oponerse a las concepciones físicas, antropológicas y religiosas de lo que ellos denominaban el “judeo-marxismo”, esto es, de oponerse a la cosmovisión occidental. “Se nos lanzan anatemas como si fuéramos enemigos del espíritu —decía Hitler—. Pues bien, sí, lo somos.” Algo parecido había dicho Gurdjieff con anterioridad: “Mi camino es el desarrollo de las posibilidades ocultas del hombre. Es un camino contra la naturaleza y contra Dios.”

La concepción antropológica del nazismo conecta con la de Gurdjieff. Pocos hombres existen realmente. El hombre corriente en su estado natural no es más que una larva y el Dios de los cristianos no es más que un pastor de larvas. Para los nazis, por tanto, se trataría de remedar la creación divina procurando una mutación biológica cuyo resultado sería la aparición del superhombre. En este sentido, Hermann Rauschning, jefe del gobierno de Danzing, en su obra Hitler me dijo, expone los delirios del Führer en relación a este “hombre nuevo”: De pie, en medio de la habitación, tambaleándose y mirando a su alrededor con aire extraviado, gritaba: “¡Es él, es él! ¡Ha venido aquí!”. Y Hitler gemía, pálido, bañado en sudor y pronunciaba números y palabras sin sentido.
Los disparates de la locura nazi son puestos de manifiesto, una locura que se podría considerar irrisoria sino hubiera dejado una estela de millones de muertos tras de sí. Con una lógica de la perversidad los nazis pensaron que la eliminación física del pueblo judío conllevaría la eliminación de su religión,  de su moral, de su visión del mudo y abriría la puerta a los dioses paganos, a los “superiores desconocidos”. Pero había algo más: Destruyendo a los hombres, destruirían la fuerza de Dios; por eso después de Stalingrado es cuando propiamente comienza el holocausto como una necesidad desesperada por exterminar hasta el último testigo de la Ley de la Torá y participante del pacto de la Alianza, pues ésta era su única esperanza de ganar una guerra que, considerada en su aspecto esotérico, es decir, profundo, enfrentaba al Dios de Israel con Amalec —en su aspecto exotérico enfrentaba el fascismo contra la democracia, una concepción liberal de la sociedad contra otra totalitaria—; lucha que, por otra parte, marca cada generación hasta el final de los tiempos. La Segunda Guerra Mundial —declaran los autores— fue una guerra espiritual y la inmensa mayoría de los que participaron en ella ignoraban tanto la profundidad del Mal vencido como la altura del Bien triunfante.
Estrechos lazos unieron al Tíbet y a la India con el nazismo, en un pretendido origen ario común. Pero recientemente, por “extraña coincidencia”, el auge del consumo de drogas en Occidente ha surgido al mismo tiempo que el interés por las prácticas del yoga. Señalan los autores que el objetivo aparente de este consumo de drogas unido a estas prácticas es llegar a una rápida espiritualización. Pero la verdad es otra, pues este consumo ha tenido tanto consecuencias visibles como invisibles. Las consecuencias visibles son la alienación y evasión de la responsabilidad, y el debilitamiento psíquico de los adeptos; las invisibles, las constituyen las falsas experiencias religiosas sin cambios posteriores en la personalidad o el modo de vivir. Es curioso que en Oriente existan tantos “hombres santos” que llevan una existencia depravada, donde la práctica del bien coincide con la del mal de forma indistinta. Por otro lado, el yoga, señalan los autores, se ha extendido por Occidente casi como una caricatura o, por lo menos, con dicho disfraz. Aparecen por cada barrio de las ciudades europeas y americanas numerosos “diplomados” que dan clases de yoga, pero diseñadas especialmente como gimnasia para gordos y gente hastiada; más curioso aún sería la aparición de un “yoga cristiano” que enseña a unirse a Dios en las posturas adecuadas.

La Meditación Trascendental es para los autores del libro un ejemplo de trampa sutil, por cuanto viene disfrazada de inofensiva y beneficiosa. No voy a entrar de lleno en tema tan interesante, simplemente me limito a exponer la tesis de los autores al respecto. Mantienen que la Meditación Trascendental es un sistema de Comunicación Masivo Telepático, aunque en dicha técnica el término “comunicación” adquiere un sentido diferente al corriente, ya que no se trata sólo de la transmisión de un mensaje entre transmisor y receptor —a través de ciertos canales— sino que también consiste en un proceso de captación, influencia, manipulación y control del receptor por el transmisor.
Termino esta larga reseña con algunas reflexiones finales de los autores de Los ocultos caminos de Amalec:

Comenzamos a encontrar coincidencias significativas. Por el momento, ¿qué tienen en común todas las doctrinas o técnicas con las cuales cierto Oriente nos ha invadido? En primer término, la tentativa de preparar las mentes para introducir en ellas determinadas ideas; en segundo lugar, una influencia, que aun cuando aparente conducir hacia un estado de liberación y beatitud, produce, en último término, estados destructivos. ¿Cuál es la pretensión real y secreta de ese Oriente Satánico? No hay más remedio sino comenzar a creer en la existencia y actualidad de la lucha psicológica; no ya solamente con fines de propaganda política, sino con otros más profundos y definitivos, a saber, cuáles serán las fuerzas, si las de la luz o las tinieblas, que decidirán si los mil años por venir llegarán para dicha del hombre o su destrucción.

Y añaden:

Ninguna duda nos asiste sobre el triunfo del Bien, pero ¿a costa de qué y de cuánto?... Esta guerra de Gog y Magog parece pertenecer a la leyenda y los fantasmas, pero hace mucho tiempo que se ha desencadenado.


Los ocultos caminos de Amalec es un libro que no deja indiferente. Su lectura le será muy provechosa a los auténticos buscadores de la verdad, por cuanto les servirá para desbrozar el bosque de maleza. En referencia a aquellos que creen que todo lo saben, en primer lugar, les hago saber que ellos también van a morir, y en segundo, les sugiero que mejor sería que no lo leyeran, pues, vacíos de todo lo que propiamente se puede llamar conocimiento, parece que lo único que les va quedando en las alforjas es tan sólo la mala leche.


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                                               Jesús Cánovas Martínez© 


sábado, 6 de febrero de 2016

LAS LEYES DEL AZAR

LAS LEYES DEL AZAR



Las leyes del azar son inescrutables y de hierro, que diría Borges. Soy de los que piensan que los acontecimientos, las circunstancias, el orden de lo que sucede posee un significado que normalmente se vela a una percepción ordinaria. Suceden cosas y cabe desentrañar la interdependencia que mantienen entre ellas, por qué ocurren, qué nos quieren decir, cómo nos afectan. Digo esto porque últimamente ha sucedido algo que me ha cogido por sorpresa. Cuando escribo estas líneas sé que Urano, el planeta de lo inesperado, en conjunción con mi Ascendente, mantiene una cuadratura con un stellium en Capricornio —Luna, Mercurio, Venus, Plutón— en donde se sitúa mi Medio Cielo; por otro lado, Júpiter forma una conjunción con mi Júpiter natal a la vez que un trígono con el citado stellium. Estas posiciones planetarias, desde luego, son lo suficientemente interesantes como para esperar que suceda algo repentino, ambivalente, no ordinario, con extrañas significaciones. Y de verdad, puedo consignar, que ha sucedido algo así.
Son ya varias las personas que me han abordado con mayor o menor interés, puedo decir que con agrado incluso, y me han espetado:
—¡Qué callado te lo tenías!
—¿Cómo? ¿Qué tenía callado?
Ante mi manifiesta sorpresa, mi interlocutor no ha tenido piedad y me ha soltado a bocajarro:
—La novela que acabas de publicar.
—¿Cómo?, ¿que yo acabo de publicar una novela?
Y, a continuación, mi interlocutor, ante lo que habrá creído falsa modestia o simplemente estupidez por mi parte, o quién sabe, ha pasado a darme pelos y señales de la novela que yo acabo de publicar.
—Vamos a ver… Vamos a ver… —le he dicho— Es cierto que tengo una novelita en la lanzadera, próxima a ser publicada. Hace dos días he corregido las galeradas, pero me sorprende que haya salido a la luz pública y no me hayan dicho nada. Por otro lado, como dices, es cierto que lo tenía bien callado, hasta el punto que muy pocos, y de confianza absoluta, lo sabían; por eso me sorprende que todo el mundo se haya enterado antes que yo de su publicación… Contigo son ya varios… Te repito que no puede ser, porque hace sólo dos días que he corregido las galeradas… No puede ser, sencillamente —he terminado por decirle.
Mi interlocutor no se ha dado por vencido y ha seguido esgrimiendo razones, ante lo que pudiera pensar fuera una falta de cortesía o un quede absurdo por mi parte, por decir algo. Y ha pasado a explicarme el título, la editorial en la que ha salido y la cercana fecha de su presentación.
Al cabo de mis muchos años esperaba con ilusión la salida de mi primera novela; la noticia que recibo, hasta cierto punto, me ha trastornado. ¿Seré yo quien no se entera? ¿Qué partes ocultas de mi ser actúan al margen de mi consciencia?
—Ese título que dices, no es el título de mi novela, y la editorial tampoco es la misma. ¿No te habrás confundido?
—No, no y no. Su autor es Jesús Cánovas.
—Coincidencias extrañas hay… ¿No pudiera ser otro que se llamara como yo, quizá?
—Debe ser eso… debe ser eso…
He indagado al respecto y, efectivamente, un homónimo mío, un tal Jesús Cánovas, natural de Ricote, dedicado a la enseñanza y diez años más joven que yo —omitiremos las respectivas edades—, acaba de publicar su opera prima, una novela que lleva por título El día que conocí a Woody Allen, en la editorial la Fea Burguesía de Molina de Segura (Murcia). Bueno, si esta persona de la que hasta ahora desconocía su existencia, lleva mí mismo nombre y apellido —ignoro cuál será su segundo; el mío es Martínez, por lo que las posibilidades de coincidencia resultan altas en extremo— y siente la misma pasión que yo siento por la literatura, sólo me cabe felicitarlo y augurarle el éxito que merece al vestirse de luces y salir al albero literario. Y si me lo permite, también me gustaría susurrarle al oído: “Deja bien alto nuestro nombre, así, cuando nos confundan, sean los demás confundidos por no saber si somos el mismo o el otro.”
Hace años tuve la oportunidad de conocer a otro homónimo mío. Aquél llevaba tanto mi nombre como mis dos apellidos como rótulo de su identidad y era de Totana, el pueblo de España, y del mundo, donde más Cánovas hay. Unos cuantos años mayor que yo —no sé si seguirá vivo—, poseía un pequeño negocio en el centro de la capital de las calabazas, cerca de la iglesia de Santiago el Mayor. Me pareció una excelentísima persona, y con él y el curica Luis, de Águilas, realicé una inefable excursión, casi peregrinación, a la rambla de La Charrara, por detrás de la sierra de Ricote, donde vivía una monja anacoreta. Dadas las peculiaridades que adquirió aquel viaje, cualquier día y en el momento que me desprenda de ciertos apegos, hablaré sobre el particular; ahora no me encuentro con disposición de ánimo, de veras.



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                                               Jesús Cánovas Martínez©