martes, 1 de septiembre de 2020

TREINTA CASTAÑUELAS PARA LONDRES

 

TREINTA CASTAÑUELAS PARA LONDRES

(La verdadera historia del bailarín Félix García y los Ballets Russes de Diághilev)

ANTONIO HERNÁNDEZ MORENO

Edición de autor. Murcia, 2019

Disponible en Amazon

 
















El pasado 27 de agosto tuve el honor de presentar en el Hotel Puerto Juan Montiel de Águilas el libro de Antonio Hernández Moreno Treinta castañuelas para Londres (La verdadera historia del bailarín Félix García y los Ballets Russes de Diaghilev), ante un público compuesto no solo por familiares y amigos del autor, sino, sobre todo, por amantes y curiosos del hecho musical que, dadas las restricciones impuestas por el COVID, podríamos considerar numeroso. El acto fue introducido por un improvisado toque de castañuelas en memoria de Félix García a cargo del bailarín José María Tomás, Chechu. Como colofón, tras la presentación del libro, siguió un concierto de música española llevado a cabo por un selecto elenco de músicos, cantantes y bailarines que han acompañado a Antonio Hernández Moreno a lo largo de los sucesivos conciertos homenajes a Félix García durante los últimos años.

Junto a Antonio Hernández Moreno, en la mesa estuvimos, Loida, hija del autor y traductora del libro al inglés, y el que esto escribe. Reproduzco a continuación parte de lo que se dijo sobre Treinta castañuelas para Londres:









 

El título del libro lo extrae el autor de una carta de Sergei Diaghilev, empresario fundador de los Ballets Rusos, a Manuel de Falla, poco antes del estreno del ballet El sombrero de tres picos en el Teatro Alhambra de Londres el 22 de julio de 1919, en que le pide lleve treinta pares de castañuelas con las que armar a los bailarines que van a participar en el estreno. Entre estos bailarines se encuentra Félix García, quien iba a representar el papel de Molinero y que, como asesor, ayudó en la coreografía y confección de determinadas danzas (con toda seguridad las jotas finales), pero que, sin causas que lo avalen o expliquen convenientemente, fue desplazado de su papel principal por otro bailarín, Leonid Massine, favorito de Diaghilev, para desempeñar dicho cometido. Tal affaire resultó crucial en la vida de Félix García. Encorajinado por el desplante, plausiblemente culmen del mobbing desencadenado en su contra, joven y temperamental como era, sufrió un episodio psicótico que tuvo unas gravísimas consecuencias. Antonio Hernández Moreno relata magistralmente hasta el detalle, con una gran fuerza expresiva, este acontecimiento dramático; en un país ajeno, desconocedor del idioma y, consiguientemente, con grandes dificultades para hacerse entender, Félix García será detenido por la policía de Charing Cross, e ingresado finalmente en el Horton Lane Hospital, psiquiátrico del condado de Epsom. Sin nadie que se haga cargo de él (los padres fallecieron prematuramente al poco de que viajara a Londres; los responsables de los Ballets Russes se desentendieron), Félix García es sepultado en vida en dicho hospital; a la sazón tiene dieciséis años de edad, y allí pasará los veintidós años restantes de su corta vida. Morirá el 18 de marzo de 1941 a la edad de 37 años, y será enterrado cinco días después en el Long Grove Cemetery de Epsom donde todavía yacen sus restos. Las pocas referencias que hay de él en los libros de historia de la música pasan deprisa sobre su figura, y apenas lo designan como Félix el Loco; sin embargo, el dramático percance que sufrió, su ingreso en el psiquiátrico y su muerte prematura, olvidado y solo, suponen el gran crespón negro en el estreno de El sombrero de tres picos.

Treinta castañuelas para Londres tiene como objetivo principal vindicar la figura de Félix García, encontrar su verdadero nombre (Félix García era el artístico), ponerle un rostro, darle una identidad; en definitiva, reconstruir su biografía y reconocerle su participación, y el consiguiente mérito, en el montaje coreográfico de El sombrero de tres picos. Esta puesta en valor del bailarín le ha llevado a Antonio Hernández Moreno la friolera de veinte años de ardua investigación, desde que tuvo noticia de su existencia hasta la publicación del libro. En el prólogo, el autor reconoce las dificultades de su tarea cuando expresa: “he tenido que recorrer muchos kilómetros y buscar en muchos archivos y bibliotecas, la mayor parte del tiempo sin obtener resultado alguno. La tarea no ha sido fácil. Era como buscar información de algo que no había existido u ocurrido, o como si su paso por la vida hubiese sido fugaz y fortuito”.

Aun así, con tantas dificultades, pero con un empeño tozudo, el libro ha cuajado y reconstruye de forma veraz la biografía de Félix García y la época en que esta se desarrolló, sin dejar de lado el trasfondo de bambalinas de los Ballets Russes de Diaghilev; para ello, el autor ha sacado informaciones de la prensa del momento, documentos (la mayoría inéditos) y testimonios de los personajes (compañeros de Félix) que conocieron al bailarín y con quien trabajaron.



La estructura de Treinta castañuelas para Londres es la de una novela policiaca. El primer capítulo se desarrolla en el contexto de la visita a Inglaterra, en enero de 1940, de un joven hombre de negocios español (alter del autor). Sus anfitriones deciden llevarlo a un concierto harto curioso en el Woodcote Park de Epsom, pues la mayoría de los asistentes son internos de los cercanos hospitales psiquiátricos. En medio de la algarabía que levantan ciertas piezas en los internos, el joven reconoce una voz que habla español; su curiosidad se dispara e intenta entablar conversación con dicho sujeto. Tal recurso literario, le permite a Antonio Hernández Moreno, al igual que la despertada atención del joven viajero imaginario, espolear la del lector. De esta forma, fortuita o anecdótica, comienza la trama de los hechos que sucederán a continuación (reales la mayoría, aunque con la adosada carga literaria), a la vez que quedarán plasmadas las indagaciones con anterioridad llevadas a cabo. El penúltimo capítulo cierra un círculo; en él volveremos a encontrar al joven empresario hablando con el responsable del psiquiátrico (Mr. Drew) acerca de Félix García. Y un año después de su primera visita, los datos que le faltaban para hacerse una idea de la totalidad de la vida (y de la muerte) del bailarín le quedan suministrados. El siguiente capítulo, y último, es un digno colofón de la obra, y refiere unas plausibles reflexiones de Maurice Ravel en su retiro de Ciboure (País Vasco francés a la vera de la mar) acerca de los hechos previamente narrados.

Entre el primer y penúltimo capítulo se cierra un círculo de indagaciones; en medio de los mismos se sucederán una serie de capítulos que son como teselas vivas de un mosaico, y digo teselas vivas porque, aunque adquieren su pleno sentido en el conjunto, cada uno de ellos desarrolla una temática autónoma, escindible del resto. A tal fin, Antonio Hernández Moreno ha suprimido el orden cronológico de los acontecimientos, sustituyéndolo por otro que podríamos considerar sentimental o moral que atiende más bien a la lógica de los personajes que hablan o interactúan. Para el lector, este orden, en un inicio, le resultará arcano o desconocido, pero conforme vaya avanzando en la lectura irá comprobando la fina arquitectura de tal ensamblaje. Interesante, en este estado de cosas, resulta resaltar el hecho de que cada capítulo va precedido de una entradilla que lo contextúa debidamente. Son necesarias para que el lector no se pierda: explican o proponen quién es el personaje histórico que habla, casi siempre en primera persona, y en referencia a qué. Al hilo, el decurso del relato se va enriqueciendo y ganando complejidad.




El empleo de esta técnica narrativa le permite al autor cargar la obra de perspectivas subjetivas según los diversos personajes que hablan o interactúan, de tal modo que Treinta castañuelas para Londres se convierte en una obra eminentemente poliédrica; y añado que con tal recurso no solo se resaltan las anécdotas o acontecimientos reales, sino que se dinamiza el texto, e incluso se consigue que el lector participe de forma activa en su conformación. En la obra se imbrican la psicología de los personajes con los hechos, la indagación histórica con la creación literaria y, en último término, lo imaginario con lo real. Esto dicho, vengo a precisar que el elemento imaginario en ningún momento sustituye al real, pues no lo contradice; lo complementa más bien de modo verosímil o fehaciente y ayuda a la coherencia del relato. Consecuentemente, en la obra cabe hablar de elemento imaginario, pero no ficticio; porque la realidad imaginada no se superpone o desplaza a la realidad de los hechos (valga la redundancia), sino que simplemente la complementa.

Estructura poliédrica, diferentes puntos de vista, controvertidas historias que se desarrollan bajo el paraguas de Diaghilev, quien protege o defenestra… Treinta castañuelas para Londres es un libro de investigación, es un relato novelado, es historia de la música, pero no es propiamente un ensayo, ni un novela, ni mera historiografía, ni aún menos musicología; es todo eso y algo más, posee un plus, y casi me atrevería a decir, por el mestizaje que alumbran los cruces de discursos y perspectivas mencionados, que inaugura un nuevo género literario. Antonio Hernández Moreno lo advierte cuando en el prólogo refiere:

“Lo más difícil ha sido la mejor manera de contar la historia… Por lo que siempre opté por un tratamiento novelado de los datos obtenidos por mi trabajo de campo y el uso infalible de la intuición musical que tanto recomendaba Pau Casals”.



Treinta castañuelas para Londres vindica la figura de un bailarín, Félix García, pero supone un retrato de época: el momento en que las vanguardias irrumpen en el arte, y de manera especial en el que inspiran Euterpe y Terpsícore. Músicos tan significativos como Falla, Ravel o Stravinsky; pintores como Picasso; bailarines como Nijinsky, Massine, Lydia Sokolova… se dan cita entre sus páginas. Y, entre una pléyade de personajes, no falta Alfonso XIII, el inductor de la composición de El sombrero de tres picos, adaptación para ballet de la obra de Pedro Antonio de Alarcón. En agradecimiento por la mediación que Alfonso XIII hace para liberar a Nijinsky de un campo de concentración durante la Primera Guerra Mundial, Diaghilev recoge el encargo de componer un ballet eminentemente español pero representado por rusos… Y ya lo sabemos: como asesor de los bailes españoles y, a la vez, participante de la obra, contratará a Félix García.

La danza se añade a la música por pura connaturalidad, y a la danza y a la música, se adjunta la pintura como imprescindible telón de fondo. La música la puso Falla, la coreografía Félix García (finalmente reconocido tras la investigación llevada a cabo por Antonio Hernández Moreno), y la pintura, decorados y trajes, ni más ni menos que Picasso. El sombrero de tres picos irrumpe con fuerza en el contexto musical de las vanguardias, y quedará en la historia como una de las grandes obras de la música de todos los tiempos, por primera vez representada por los Ballets Russes de Diaghilev.

Resalto, por último, en estas breves pinceladas sobre el libro, que el autor ha añadido unos Anexos al final donde aporta una serie de documentos y material gráfico con los que sustenta su investigación.



Agradezco enormemente a Antonio Hernández Moreno que me haya elegido para presentar su libro, Treinta castañuelas para Londres, por el honor que me ha hecho y por el aprendizaje que ha supuesto para mí de cosas que desconocía. Al considerar estas historias cruzadas que sucedieron en un pretérito, pero más aún al pensar en los personajes tantas veces anónimos que las protagonizaron, casi sin quererlo el corazón se me encoje un poco en el pecho. Imagino la troupe de los Ballets Russes dando tumbos por Europa y América, de un país a otro, de teatro en teatro, viajando en los vagones de tercera de los trenes de la época, o en carromatos de mala muerte, o en las bodegas de los barcos, deteniéndose lo justo en los hoteles o pensiones de las ciudades a que arriban, tantas veces en condiciones insalubres, asediados quizá por alguna plaga que otra de piojos. Llevan vidas trashumantes, arrastradas, bohemias en extremo; y ellos mismos poseen una dudosa catadura moral: amancebamientos de quita y pon, sexualidad exacerbada fuera de cualquier norma, rencillas, luchas despiadadas por conseguir un papel, acosos, traiciones… No sé por qué me viene a la cabeza El viaje a ninguna parte, la película de Fernando Fernán Gómez basada en su novela homónima, donde unos cómicos transitan de pueblo en pueblo por los páramos manchegos con la farándula a cuestas. Siento una gran tristeza a la vez que una admiración profunda por estos personajes anónimos de las troupes. Llevaron vidas miserables y trabajaron por una recompensa efímera, pasaron por la existencia de forma tan fugaz como un soplo que lleva el viento, nadie los recuerda; pero fueron capaces de elevar el espíritu, por encima de la materialidad y de cualquier miseria, a un nivel salvaje de deslumbrante belleza.

 

                                      Jesús Cánovas Martínez©

                                      Filósofo y poeta.

                                      Ad astra per aspera.