VERSOS ENVENENADOS
FRANCISCO JAVIER ILLÁN VIVAS
M.A.R. EDITOR
(Finalista del VII Premio Wilkie Collins de
Novela Negra)
La pluma de Francisco Javier Illán Vivas es
versátil y sorprendente. A ella se debe una trilogía de corte épico, con la
cual, aunque con anterioridad ya había publicado algunos artículos y poemas,
propiamente se inicia en literatura, La
cólera de Nébulos, que agrupa las novelas La Maldición, La oscuridad
infernal y El Rey de las Efigies.
A partir de ese momento sus publicaciones se suceden en catarata. Aparece el
libro de cuentos La Isla y otros relatos
a la vez que una serie de poemarios —de los cuales he tenido el honor de
reseñar, A mi manera y Equipaje ligero— junto a diversos artículos de crítica
literaria que puntualmente van quedando registrados en el blog Acantilados de papel.
La última entrega de tan prolífica pluma la
constituye Versos envenenados,
finalista del VII Premio Wilkie Collins de Novela Negra, una novela de corte
policial, aunque no al uso, pues va más allá, como el mismo autor indica, de
los cánones del género. Policial, porque su trama se organiza alrededor de una
serie de asesinatos y de la figura del inspector Isco Vivas; no al uso, porque
la trama policial pronto deja paso a otro tipo de tramas: las del amor y la
pasión.
“Estás
equivocado, Isco Vivas. Muy equivocado. Cometes un enorme error. Sé que ver la
muerte de un hombre me produce un orgasmo de placer, no lo oculto, pero no he
matado a nadie.”
Esta es la confesión que hace Carmen al
terminar una cena, digamos que de despedida, al Inspector Isco Vivas;
inmediatamente será detenida por asesinato. Confieso mi ignorancia, y entre los
múltiples morbos sexuales, no sé cuál es este, ni cómo identificarlo o
nominarlo; aunque, la verdad, tampoco importa demasiado, porque los personajes
que transitan por la novela son fundamentalmente amorales, por lo menos en lo
que a sexo se refiere. Sea como fuere, el caso es que ante un hombre agonizante
y presto a morir, Carmen se excita y siente la necesidad de masturbarse o hacer
el amor con él, algo que pivotará en su contra y dará lugar a una serie de
equívocos inevitables; curiosamente su amiga Marta, con quien mantiene una
relación de amor-odio, también participará de tal perversidad.
Carmen y Marta son mujeres potentes, y entre
ellas construirán, tal vez inconscientemente, un espacio donde, a modo de una
pelota en un frontón, rebotarán los hombres. Carmen es informal, flexible y
vegana, pronta a huir o desvanecerse, mujer en tránsito; Marta es rígida,
formal, permanente y rotunda; a ambas les gusta la poesía con desorbitada
pasión; ambas poseen el don de la belleza; ambas son mujeres fatales,
depredadoras de hombres. Son las dos caras de la moneda que en última
instancia, en el imaginario del autor, muestran el eterno femenino. Sin
embargo, una de las dos es una asesina; quizá las dos… ¿O quién sabe?
Los hombres que circulan de la una a la otra,
y que van a morir, se asemejan a peleles. Al corazón de ellas llegan por los
versos, pero, por los versos, y con los versos, encontrarán la muerte. Carlos
Pujante, un trepa sin escrúpulos dominado por su madre que utiliza a las
mujeres para ascender en la empresa; Juan Valdeolivas, el vigilante de
seguridad —único personaje de la novela que propiamente se mueve por amor y
altruismo— quien se sabe condenado a morir prematuramente debido a una
enfermedad neurovegetativa, y, el propio inspector de policía, Isco Vivas,
quien sucumbe a los encantos de ambas mujeres de modo fatal; en la penumbra
quedan otros hombres, Andrés Zapata y Antonio García. Todos ellos morirán. ¿Por
qué?
La novela comienza con una Obertura
—Obertura, porque está dotada de estructura sinfónica— que es casi un final. El
inspector de policía Isco Vivas se dispone a redactar el informe con que dará
resolución al caso que le ha ocupado últimamente. Sabe quién es el asesino, sin
lugar a la duda. A partir de este inicio el autor irá reconstruyendo los
acontecimientos que comenzaron en unas fechas cercanas a la masacre yihadista
en Madrid del 11 de marzo de 2004, y se han sucedido hasta ahí.
Con un ritmo ágil, entrecortado, al ir dando
el autor una información sesgada, dejará que el lector intervenga en la trama —esta
eventualidad hay que verla como un hallazgo— y reconstruirá episodios que,
aunque no se narran, quedan sugeridos. Enseguida la novela atrapará a este
lector, quizá desprevenido, y se verá impelido de forma compulsiva a leerla de
una tacada.
En medio, la poesía, los versos tantas veces
envenenados, como eje conductor. Versos de Neruda, de Bécquer, de Zorrilla, de
Gabriela Mistral, pero sobre todo, y con una significación especial, de Luis
Alberto de Cuenca, junto a canciones de Elvis Presley y King Crimson, o de Los Panchos, con toda su carga de melancolía
y sugerencias. Y la Región de Murcia, la ciudad, con sus calles y sus plazas,
sus restaurantes, sus bares, como otras poblaciones, sean San Pedro del Pinatar
o Molina de Segura, que sirven de telón de fondo, imprescindible marco donde
sucede la acción.
Versos
envenenados
es una novela dura, y algunas de sus páginas, más que fuertes, son bestiales:
llegan a una crudeza tremenda al desvelar las psiques de los personajes, sus miedos
y terrores, sus ambiciones y desmedidas pasiones. El amor aquí parece un juego
de crueldad.
El lector se sentirá muchas veces despistado,
pues el hilo de la narración se le tiende a la vez que se le hurta. A veces
aparece la crítica social, muchas la ironía. La frivolidad de algunas de sus
páginas raya el vodevil; otras, el encanto de la literatura pulp; el desenfado y la seriedad
conviven. Así reflexiona Isco Vivas cuando en el velatorio de Carlos Pujante
conoce a Carmen y decide que ha de ser suya:
“Es
cierto que tengo relaciones con Marta, pero también con Sonia. Marta hace las
funciones de esposa. Sonia de amante.”
A continuación, la perplejidad y la duda:
“Muchas
veces he pensado romper con Marta y casarme con Sonia. Pero tengo miedo de que
el lugar dejado por esta sea ocupado por otra. ¿Convierto a Marta en mi amante
y a Sonia en mi esposa? Leí en un libro que cuando un hombre se casaba con su
amante, creaba una vacante laboral. Por tanto, era de temer que si me casaba
con Sonia pusiese un anuncio en Anunciorama para encontrar una nueva amante que suplantase a la que se convertía
en mi esposa.”
No hay
que ser muy sagaz para descubrir que en estos Versos envenenados hay una traducción simbólica de trasuntos
personales del autor. El nombre del protagonista es una contracción o aféresis
de su propio nombre, por lo que de manera pretendida lo convierte en alter de sí mismo. El imaginario del autor se desboca en la misma
efusión de los personajes de su novela, cuyos nombres, de forma velada y no tan
velada, inevitablemente remiten a personas de su entorno. Reflexiones sobre la
poesía, su función; intereses propios que se entremezclan con los del
inspector. Se entrevé el conocimiento de la criminología, el arte con los
venenos, la pasión por la lectura y la escritura, los enredos a que muchas
veces somete el amor. Son muchos escritores —poetas ante todo— de la Región de
Murcia los que se citan, cribados todos ellos por el tamiz de una mirada
benévola. Y también aparece el homenaje a Robert E. Howard; no es de extrañar,
por tanto, que la sombra de Conan El
Bárbaro, el cimerio, asome con sed de sangre.
Seguro que la pluma de Francisco Javier Illán
Vivas, a quien tengo clasificado como un guerrero hiperbóreo, en un futuro no
demasiado lejano volverá a hacernos disfrutar de buena literatura. A la espera
quedamos con estos Versos envenenados.
Jesús
Cánovas Martínez©
Todos
los derechos reservados.
Ad astra per aspera.
No hay comentarios:
Publicar un comentario