Lo patético confronta lo trágico con lo
risible, lo frívolo a que puede conducir la ingenuidad con lo tremendo de una
situación incontrolada. Difícil definirlo; difícil, al igual que la emoción que
suscita, de caracterizar, a pesar de ser algo que en estos últimos tiempos de
terror con tanta frecuencia nos golpea.
Se acerca a lo
siniestro, pero no es lo siniestro; roza con lo terrible, pero tampoco
podríamos identificarlo con lo terrible; incluye a lo melancólico y a lo
triste, pero no es exactamente lo melancólico o lo triste, porque lo patético
golpea con fuerza el ánimo y zarandea las últimas clavijas o goznes que todavía
nos separan de la locura. Y nos suscita risa, porque es profundamente cómico; es esta
una risa incontrolada, interna y secreta, vehemente, oscura, paradójica.
Un ejemplo de
patetismo (por no hacer alusión a ningún político) lo encuentro en Vida y Destino, esa novela de Vasili Grossman escrita con sangre. En
la pág. 696 de la edición que manejo (Galaxia Gutenberg) ocurre la siguiente escena:
La columna de
judíos, tras un recodo, atisba las puertas de un edificio rectangular de
paredes grises, sin ventanas. El pequeño David saca de su bolsillo la crisálida
que lleva en una cajita y la tira lejos, para que viva. En ese momento, y antes de que el hombre “que llevaba
el cuello levantado”, de repente aseste un puñetazo en plena cara de un SS, Grossman de manera genial embute una comicidad que hiela la sangre. Un personaje anónimo, del que no sabemos nada ni lo sabremos, pues pronto será tragado por la muerte, dice:
"Gente estupenda, estos alemanes”, como si
esperara que los guardias oyeran y apreciaran su lisonja.
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Jesús
Cánovas Martínez©
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