Se supone que uno de los objetivos prioritarios del
proceso de enseñanza es el de formar ciudadanos responsables de sus actos,
con criterio autónomo, capaces de decidir desde sí mismos, pues la
responsabilidad ante la propia acción no solo es el mejor signo de madurez, sino que también,
parejamente, lleva consigo la conquista de la libertad, o, lo que es lo
mismo, la realización del individuo como persona. Pues mire usted que no.
Leo los objetivos que pretende la Ley Orgánica para la
Mejora de la Calidad Educativa (LOMCE), y me encuentro los siguientes:
- Reducir la tasa de abandono educativo temprano y mejorar la tasa de población que alcanza ESO.
- Fomentar la empleabilidad.
- Mejorar el nivel de conocimientos en materias prioritarias.
- Señalizar el logro de los objetivos de cada etapa.
- Incrementar la autonomía de los centros docentes.
- Intensificar el uso de las Tecnologías de la Información y la Comunicación.
- Mejorar el aprendizaje de las lenguas extranjeras.
Esto suena a cantinela LOGSE, pero con el toque del neoliberalismo y cierto perfume surrealista. La guinda, una vez más. ¿Dónde se especifica que se pretende una formación integral del ser humano? Se habla (o ciertos políticos hablan) con la boca llena de las correcciones educativas que implica la nueva ley y se resaltan los trazos gruesos, quizá demasiado gruesos, de sus bondades implícitas, pero para mí que este palabrerío no atañe a lo fundamental. El político que sirve a su señor y el periodista mal informado o que come del pesebre desfiguran la realidad. Menos letra gruesa y formal, y más letra menuda y real. Por tanto, ni pros ni contras acerca de la nueva ley; hablemos, por el contrario, de lo políticamente incorrecto.
A parte del dineral que cuesta, ¿en qué mejora la calidad de la enseñanza la introducción de una pizarra digital? ¿Por qué un profesor de un centro privado o concertado tiene que tener mejor competencia que uno de un centro público? ¿Por haber aprobado unas oposiciones o por cualquier otra razón que se me escapa? ¿Qué sentido tiene fragmentar las ofertas educativas según el centro? ¿Se fomenta de esta forma el principio de igualdad de oportunidades? ¿O es que acaso los ríos cambian de nombre y curso dependiendo de las Comunidades Autónomas? Se habla de adaptar las materias que se cursan y sus currículos a las exigencias del mercado laboral, ¿pero acaso un empleo digno no es la consecuencia de una correcta formación? ¿No se están confundiendo los principios con las consecuencias e invirtiendo su orden? Y mientras tanto, ¿en dónde queda la disciplina que debe reinar en las aulas? Es un tema ingrato este de la disciplina; por eso, o no se aborda como es debido, o se prefiere culpabilizar, cómo no, al profesor. Pero pregunto a los ideólogos de las leyes educativas, ¿cómo se puede impartir conocimientos a cuarenta alumnos interrumpiendo continuamente la clase para decirle a mengano o perengano que haga el favor de callarse? Y si multiplicamos hasta cuatrocientos los alumnos que el profesor debe atender durante el año académico, ¿cómo podemos seguir hablando de calidad de la enseñanza? ¿Será porque, por fin, se ha conseguido personalizar la atención? Al alumno reincidente en faltas graves se le amonesta, se le ponen partes, se le somete a un sumario proceso y, al final de un escabroso y largo papeleo, se le expulsa durante seis días. ¿No nos dan ganas de reír? Por otro lado, a ver, ¿qué faltas graves son estas? Pues pecadillos de juventud: faltarle el respeto al profesor, insultarlo, llamarlo hijo de su madre, amenazarlo de muerte, etcétera; o, en su caso, amedrentar a los compañeros, destruir las instalaciones del centro, robar, traficar con drogas y menudencias por el estilo. Caso aparte, lo que empieza a cundir como la pólvora en las enseñanzas de adultos (no les faltaba el aliento ni los ánimos insuflados en su etapa de alevines), es la suplantación de personalidad en los exámenes. Siento vergüenza ajena y se me enrojece el rostro cuando a una persona mayor de edad se la pilla in fraganti dando gatillazo. Ese individuo irá a ejercer su derecho a voto en unas elecciones no excesivamente lejanas y yo me echaré a temblar.
Esta es la realidad, tan cruda. A la vuelta de unos años seguiremos hablando de estos pormenores... y de los que están en camino.
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Jesús
Cánovas Martínez©
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