LA CHARCA DE LA GRANJA DE LAURITA
MAGDALENA CÁNOVAS
CON ILUSTRACIONES DE AMELIA ALBEROLA
EDITORIAL TRES FRONTERAS (Col. Cuentos en la nube)
Queridos
amigos, tengo para mí que escribir para niños es un don, porque cuando
escribimos para ellos nos hacemos nosotros niños también, y al recuperar ese
niño interior —que no es otro sino nuestro padre—, recuperamos con él la
inocencia y la belleza del mundo, lo prístino y radiante. Nada es imposible
entonces, no existen los límites que constriñen nuestras vidas de adultos, pues nuestra imaginación vuela y
conforma una maravilla donde todo es
nuevo y, por descontado, verdadero.
Magdalena
Cánovas, mi hermana, se ha hecho niña de repente y ha escrito este bello
poemario: La charca de la granja de
Laurita, que junto a otros dos todavía por aparecer conforman una simpática
trilogía donde el amor y la ternura estallan en el gozo. Con su lectura me he vuelto niño durante unos
instantes y he experimentado cómo entraba en mis pulmones ese hálito de ternura
e inocencia que portan sus poemas. Queden registradas aquí unas cuantas
impresiones:
http://www.diegomarin.net/shop/es/las-artes/1005005-la-charca-de-la-granja-de-laurita-9788475646893.html
Se es un niño a los ocho, diez o doce años, pero lo
cierto es que la edad no es condición privativa para mantenerse en dicho
estado. La ternura que habita a Platero, por ejemplo, la peluda y grandota
mascota que inmortalizó Juan Ramón Jiménez, llega tanto al niño como al adulto.
Y el adulto llora con el niño y se enternece, y esto es porque el niño vive en
el adulto, y juega, y sonríe, y descubre el mundo como el niño que nunca ha
dejado de ser.
Magdalena
Cánovas en La charca de la granja,
nos acerca la ternura, esa ternura, universal y básica, que habita el corazón
de todo ser humano. Unos animalitos viven en feliz armonía en el pequeño mundo
de la charca. Aunque allí vive Pedrito, un mosquito/pequeñito
y cabezón, o una mantis religiosa que se arrodilla y te abraza, o está Tecla, la araña de jardín que tejía y tejía/encajes de hilo fino/a los que
el suave rocío/lentejuelas añadía, propiamente no hay riñas entre ellos, no
hay disputas, pues cada cual cumple con la función a la que la naturaleza lo ha
predestinado.
Así la
Charca cobra vida de repente. Conforme nos vamos adentrando por sus vericuetos,
vamos viendo cómo la vida se agita en ella y cómo los múltiples animalitos que
pululan en su derredor despliegan su sencilla belleza. El cisne, su majestad y esplendor; las fochas, su humildad menuda;
los patos, su celeste vuelo en punta de flecha. Poco a poco se nos descubre un
fascinante mundo, un ecosistema vivo, en movimiento.
Descubriremos
que la Charca tiene una pequeña dueña, Laurita, y que en ella viven una
multiplicidad de animalitos de diferentes especies. Hay aves, anfibios,
reptiles, moluscos, graciosos gusanitos, insectos y hasta un gato, Tontón, el
muy glotón. La circundan juncos y cañas, nogales, robles viejos, y más allá una
pradera llena de flores.
Los
animalitos son nombrados por la autora con suma gracilidad. En el humedal oscuro,/de pronto surge/una
nube de estrellas/entre los juncos, dice de las luciérnagas. Es curioso
constatar cómo la mayoría de ellos tienen un nombre que los identifica y define.
Tula, se llama la tortuga mora; la lombriz, Encarnita; la rana, Mariana, y el
más pequeño de sus hermanos, el renacuajo Miguel. Bienvenido es el gorrión, y
el grillo tiene por nombre Paquito, aunque lo llaman Pepito. Entre todos ellos
mantendrán complejas relaciones de amistad y armonía. Y aun así, en la Charca
también cabrá la sorpresa. Será cuando el gusanito Tito, tras hacerse un
trajecito en una ramita, renazca en forma de mariposa.
La lectura
de La charca de la granja hará
disfrutar a los niños y a los adultos que siguen siendo niños. A su indudable
valor didáctico se le añade la gracia de unos poemas sencillos, mas no por eso
carentes de emoción y especial fuerza visual, que se coronan y complementan con
unas bellas ilustraciones realizadas de la mano de Amelia Alberola.
Todos los derechos reservados
Jesús Cánovas Martínez©
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