ANCHE
SE AL BUIO
(AUN A OSCURAS). Edición bilingüe.
DIONISIA GARCÍA
Todo el mundo sabe, aun a oscuras, que el tiempo tiene algo de ficticio, porque si lo
pensamos detenidamente, los acontecimientos todos, por paradójico que nos
pudiera parecer en una primera consideración, están sucediendo en el mismo
momento. Para que nuestra consciencia ordinaria de vigilia los registre, los
identifique y comprenda, se hace necesario su desglose, su sucesión; sin embargo,
a poco que apliquemos nuestro análisis, comprobaremos que esta sucesión es
ilusoria. Hay graves rupturas, tremendos corrimientos, hiatos insalvables de un
acontecimiento a otro, y aunque parece que estos se siguen como perseguidos,
deberemos concluir que no es así. Todo está sucediendo en el mismo momento, y
el aparente paso nos recuerda que aquello que sucedió en un remoto pasado es
ahora cuando sucede, y que lo pasado y el mismo paso se nos hacen presentes de
forma vívida, núbiles en el instante en que se ofrecen.
Sale el caminante y va hacia algún sitio,
pongamos por ejemplo, y en su deambular por las calles de la ciudad contempla
el primer brote de la primavera en un árbol ofrecido, y sigue caminando, se
encuentra con un amigo y los dos hablan acerca de una próxima excursión que
proyectan para el fin de semana, y sigue caminando, luego entra en una tienda y
compra un artículo, sale y sigue caminando, mira el cielo, las calles, las
caras de las gentes, se fija en el tornasol de la luz sobre algún escaparate, como
un fogonazo le deslumbra y siente la gracia al pasar de unas muchachas, y sigue
caminando; otro encuentro, un compañero de trabajo con el que habla sobre un
tema, nada de particular, y sigue caminando, a veces siente tristeza, otras
alegría, y sigue caminando, sigue caminando y de repente se encuentra en las
afueras de la ciudad, por los caminos ignotos, frecuenta las veredas, ve pasar
amenos los regatos del agua, desfilan ante su vista las fochas entre los
cañares del río, y camina y camina...
He pasado
los montes y las huertas,
también
la tierra yerma y los gredales.
En ello
estoy y allano la fatiga.
Es un hecho constatado que el caminante no
camina solo: camina consigo mismo, esto es, camina con una multiplicidad de
voces y miradas que van con él, y en él, y por él toman cuerpo, sentido. Porque
el caminante camina con sus ideas, con sus emociones, con sus anhelos, con sus
esperanzas y desesperanzas, que son las ideas, las emociones, los anhelos, las
esperanzas y desesperanzas de toda la humanidad. Por eso, la paradoja: el
caminante solitario, no es un solitario. Lo acompañan multitud de gestos, de
palabras; lo acompañan los otros, los que fueron, los que son, y constantemente
hablan y le hablan: en él, dentro de él, por él. Los espejos constatan la
propia realidad de los espejos, tersos, y por sus imágenes discurren y destellan
los unos en los otros; especulan
callados y sonoros entre sus láminas; vuelven y se devuelven entre sí un eco,
resonante, como un envite, a modo de palabra perdida. El caminante dialoga
consigo mismo que es como dialogar con el mundo todo, porque el mundo todo en él
vive, y en él toma referencia y se concreta. Es así. El caminante pasa bajo la
luz que el sol dora; se sabe paso, mirada transitoria sobre el mundo, pero ese
mundo especular y fluctuante no podría ser tránsito si el caminante no lo
transitara, si a este no le afluyera a sus ojos. El caminante constata el
suceder de las horas y los días, que son como el suceder de las calles, las
plazas, los huertos, las tierras baldías o yermas o aquellas otras de frondosa
verdura. Y se llena el caminante de preguntas, tal vez de respuestas, de
respuestas solas, sin preguntas ya, porque estas últimas se han hecho
innecesarias.
¿Hacia dónde se dirige el caminante? Aun a oscuras sabe que se persigue a sí
mismo en pos de una meta diferida, y también sabe que todo lo que le ha
sucedido, aun en su continuidad, solo tiene la hilazón de su propia mirada. Entre
un acontecimiento y otro inmediatamente posterior constata un hiato portentoso,
porque excluida la apariencia, su mirada es discontinua: el cielo que ve el
caminante es un mismo cielo, aunque le recordaba otro; un mismo azul es el azul
remoto, acontecido en un ayer, mas ahora recuperado en el único presente. Y es
entonces que en su pecho le anida una punzada de extranjería. Su existencia,
durante ese tránsito incesante, es vicaria, y así la percibe; el camino, su
existir, solo existe en cuanto lo registra: caminante y camino son lo mismo,
pero no son lo mismo.
Dionisia García sabe del camino, y sabe, tal
vez como Kavafis, que el viaje no apunta a ninguna añorada Ítaca como fin, sino
al viaje mismo, el laberinto acontecido de los mares y las islas, los puertos
que se suceden, el resplandor de velas en lontananza, los interminables
eslabones de una cadena férrea de días y de años; calles y más calles de una
ciudad insomne, con niebla, oscura, y aun así, luminosa, porque el viajero no
camina sino desde sí mismo hacia sí mismo, desde su centro hasta su centro, y
este centro es inmóvil, pleno, permanencia en el Ser:
Luminosa
mañana. Nada teme al olvido.
Yo
celebro con ella la fiesta de las calles.
Poco
más tengo cierto en esta vida breve
que
comenzó otro día de hace ya muchos años.
Así comienza el primer poema de la obra, Mientras conmigo voy. La oscuridad que
nos presenta Dionisia, esa niebla de preguntas en la que ella anda, se nos
revela como una oscuridad luminosa de mañana, una celebración de la luz en su
propio acontecer. No hay tiniebla si esta no es radiante, y los tientos del
deambular de la poeta son los tientos de la misma luz que se busca a
sí misma:
Me
preguntas si creo, si busco otras verdades.
Aquí
estoy viendo el mundo. Camino sin respuestas,
a la
buena de Dios, que no es tan mala cosa.
Dios, el Dios que busca Dionisia, esto es, el
Dios que busca el caminante, es un Dios viajero. Está en la luz que ilumina el
mundo, no allende la luz ni al final del camino. Es el Dios que provee la dicha
de vivir, que es la del caminar. Es este un Dios que acompaña sin preguntas,
sin respuestas; está, simplemente está. Y camina con el caminante que lo busca aun a oscuras. Es esta la razón por la
cual el título del poemario podría ser engañoso para un lector poco atento; la
oscuridad es paradójica, diría que antinómica, porque a oscuras el caminante camina a
la buena de Dios, y esto no es poco, no
es mala cosa. La oscuridad se resuelve en presencia, en inmediatez que
oculta a Aquel mismo que acompaña a la poeta. Dios acompaña: está ahí en cada
gesto, en cada pliegue de la luz. Pero la luz no se atrapa, la luz no se abarca,
aquí la paradoja:
Porque
al final vences Tú, y aun a oscuras,
acompaña
tu ausencia.
¿Cómo puede acompañar la ausencia? Pues sí,
acompaña, porque esta ausencia no es una ausencia abstracta, una ausencia de no
ser, sino que es ausencia de Dios, que es como decir su Presencia, porque Dios
es el que abarca, y como tal, no puede ser abarcado. La percepción del
caminante que lo busca es de ausencia, pero cuanto más crece esa impresión, más
crece la presencia de Dios. Presencia y ausencia —ecos de san Juan de la Cruz—;
Deus absconditus y lejano, y, en
cuanto más lejano, más cercano: La luz del día lo certifica siempre ahí.
Dios arde en el día, pero los ojos quedan cegados para verlo, pues se
deslumbran por la propia luz que de Él irradia:
Dios
llega, no lo he visto,
y sé
que ardió el presente de sus ojos.
El
caminante registra en sus ojos aquello que acontece, el gesto fugaz de esa luz
de amanecida, las luces moradas del crepúsculo, el acontecer radiante del
mediodía, la opacidad bruta de los cuerpos, su falta de transparencia, y el
paso, aun a oscuras, en la niebla, el
transito siempre en fuga hacia ese antes que se convierte en después y termina
él también por desaparecer como impresión de la retina, pero no de la memoria.
Pasajeros
de un único trayecto,
buscando
en los espejos nuestra imagen perdida,
y
encontrada también,
porque
ya no es posible estar en las afueras.
Porque
la memoria fija, constata, recrea: pone un punto de permanencia allí donde la
fugacidad había impuesto su reinado. Cede
la niebla al transitar por ella. Sin embargo, la memoria no es de este
mundo, no del mundo de los sentidos, sino del otro, de aquel que trasciende a
los sentidos. Y por la memoria se recupera el pasado, lo que fue, por ella se
sabe que lo que ha sido es y permanece, no de alguna manera, sino fijado fuera
del tiempo, evadido de la temporalidad, esa que fue sombra que todo lo diluye.
…el
corazón se adentra y busca en el recuerdo,
porque ya
mi destino es volver la cabeza,
unir el
trazo cierto de una pasión andada,
saber
que nada llega si el mirar es sombrío.
En Anche
se al buio (Aun a oscuras) queda subrayado con especial fuerza el carácter
vicario de la existencia humana, la percepción que Dionisia García tiene del
mismo. Con un ahondamiento de su mirada la poeta lo siente, y así lo tematiza,
como símbolo o analogía pendiente de una resolución de sentido, cuyo carácter
fundamental no es sino su propia transitoriedad. El poemario revela de forma
sorprendente esta verdad: Lo que acontece, esos acontecimientos sucedidos inmediatamente por otros acontecimientos, no poseen nada en común, salvo el caminante y su
mirada, esa que los registra de forma más o menos intensa, de forma más o menos
oscura, como vividos o sucedidos. La metáfora, pues, está servida, y la
paradoja, y la resolución de esta paradoja. Un tiempo ficticio que se registra
en la mirada del caminante y pasa sin pasar, se resuelve cuando esta mirada se
eleva y con ella eleva la misma temporalidad hacia el instante que no pasa, que no
deviene. Hay niebla en este poemario; una niebla que se efunde, que envuelve,
que cobra fuerza, aliento, vida, y termina por desgarrar y disolver cualquier
tipo de preconcepción. La zozobra irá pareja a la búsqueda, a la confesión de
la nesciencia, y aun así el ímpetu llevará a la pregunta o a la respuesta pura
sin pregunta. La plenitud queda diferida, y no obstante se vivencia en el
instante como única posibilidad, pues es el solo instante lo que catapulta a lo
eterno.
¿Acaso un premio literario puede añadir o
quitar algo a un poemario? Pienso que no, no puede; en todo caso lo que sí
puede es añadir o quitar algo al propio jurado del premio, ya que es este el
que otorga o niega las mercedes. Por eso, a los que llevamos años en esto de la
poesía, no nos extraña que Anche se al
buio en su momento no ganara el Premio Nacional de Poesía. Da igual, ellos
se lo coman: justo por no haber ganado aquel premio el poemario resplandece por
sí mismo.
Todos
los derechos reservados
Jesús
Cánovas Martínez©
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