miércoles, 7 de octubre de 2020

NOTA DE JOSÉ LUIS MARTINEZ VALERO SOBRE "SOY DE TIERRA, TAMBIÉN DE CIELO, Y CANTO (ELEMENTAL TRATADO POÉTICO DE ORACIÓN)" DE JESÚS CÁNOVAS MARTÍNEZ

 NOTA DE JOSÉ LUIS MARTINEZ VALERO SOBRE "SOY DE TIERRA, TAMBIÉN DE CIELO, Y CANTO (ELEMENTAL TRATADO POÉTICO DE ORACIÓN)" DE JESÚS CÁNOVAS MARTÍNEZ



Querido Jesús, tu libro es raro y difícil, por lo que dices y por lo que se propone. Lo has publicado en el momento oportuno, ninguno lo es tanto como en estos días de confusión, donde el político es científico y el más ignorante presume de tener soluciones inmediatas. Me gusta el subtítulo, tratado elemental, no creo que pueda darse el superior, porque ese ya no será un tratado, sino una experiencia intransferible, aunque se escriba sobre ella.



La oración es calma y claridad, a veces angustia, pone las cosas en su sitio, para apartarlas, las deja justo donde corresponde, no es necesario que como aquellos que iban a los desiertos, las abandonemos. La lectura de tu libro me ha hecho plantearme ese hecho singular que llamamos oración.

¿Cómo orar? Esa voz personal, desprovista de toda solemnidad y prejuicio, donde nos encontramos desnudos,  que nace de nuestras raíces y que se resuelve en secreta conversación. La colocamos en palabras que son de todos, pero que,  ahora, se convierten en íntimas, como procedentes del corazón no de la boca.  

Palabras que han debido ser formuladas, casi en silencio, sólo murmullo, como hoja al viento, como perfume de romero en el monte. Qué difícil es decir callando.

Tenemos que recordar a Bécquer…A diario recurrimos a voces seguras, repetidas, cantos corales, pero la oración es personal, quizá debería decir que se producen desde la soledad, una soledad que no es abandono, sino que, como Job, tiene la certeza de que podrá ser escuchado. A veces es la angustia, la zozobra, a veces el éxtasis. El mar sería una buena imagen y, tú, la utilizas, vemos la espuma, el bucle de la ola y más abajo la quietud, que no siempre vemos. El mar es un misterio.

Cuando arrojamos una piedra a un pozo profundo, por un momento, mientras cae, es todo silencio, percibimos el silencio, ese espacio mudo que se parece al vuelo, un vuelo definitivo, destinado a caer, de pronto oímos el golpe seco y se rompe el encanto. Por fin, la piedra deja de ser pájaro y recobra su ser de tierra, descansa, se suma al montón, que los curiosos han ido depositando.

Imaginemos que, esa piedra, cuando sale de nuestra mano, es una palabra, a veces es una palabra, pero no esperamos el eco. En la oración el eco sería falso, nuestra palabra de un modo u otro, seguiría siendo la misma palabra. Hemos dicho que ésta que cae lo hace en silencio, la hemos lanzado en busca de no sabemos qué, quizá el fondo, lo profundo, pero sólo conocemos el golpe, a veces percibimos que este golpe es sobre el barro o sobre agua, aunque distinto, no nos importa, la palabra ha alcanzado su objetivo, advertimos la distancia. La piedra y la palabra son ahora expresión de esa distancia que hay entre el sujeto que emite y el supuesto receptor.

¿Y, si el pozo, estuviese hacia arriba? Ese pozo invertido, al que lanzamos la piedra, devuelve siempre la misma piedra, cae con más o menos fuerza, dependiendo de la fuerza de nuestro brazo. Esta piedra que podemos convertir en palabra, que es silencio, digo piedra, porque no hemos sabido formularla o porque no puede o no debe ser dicha, y que sólo puede ser silencio, que se aproxima más. Un no decir que dice más.

Pero, tú, has escrito un manual, una experiencia de ese silencio y necesitas traducirlo a palabras. El pozo, hacía arriba o hacia abajo, no responde o si lo hace es muy difícil de entender. Es el esfuerzo, el intento lo que aquí es fundamental. Nosotros somos el pozo.

Quiero decir que somos ese espacio en el que, gracias a la palabra y, naturalmente al silencio, se produce esa comunicación a la que llamamos oración. He elegido el pozo porque es riesgo, si no está señalado con facilidad podemos caer en él. Quiero decir que erraríamos el camino, es fácil equivocarse. Entonces el pozo se convierte en un lugar que nos aísla, el aislamiento puede darnos la seguridad de fortaleza. Podemos verlo a diario en el fundamentalismo: los otros no entienden, nosotros sí. Especie de egoísmo extremo, dogmático, que no ofrece duda alguna. Decía Juan Ramón: la duda no hay por qué curarla, la duda no es una enfermedad.

La oración nace de la duda.



Texto de José Luis Martínez Valero©


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