martes, 5 de marzo de 2024

LA BÚSQUEDA

 

LA BÚSQUEDA

JOSEFA VICTORIA ALBENTOSA LLOFRÍU

EDICIÓN DE AUTOR

 




Conozco a Josefita prácticamente desde el momento en que fui destinado como profesor de Filosofía al IES Rey Carlos III de Águilas allá por el año 1987, pero no sabía yo que con el tiempo aquella incipiente amistad se haría más estrecha al coincidir en muchos intereses y aficiones comunes, la gran mayoría relacionados con la cultura en general y con la literatura en particular. No me voy a detener en la calurosa y más que agradable acogida que me dispensó la familia, así como en las aventuras y guerras literarias (esas batallas casi a bastonazos que he librado junto a Pedro Javier, su esposo) contra energúmenos de toda índole que, tantas veces enmascarados de afabilidad pretendían rentabilizar cualquier acción que se llevara a cabo a favor de sus intereses particulares, y es que el mal y, como consecuencia, el malvado, como señala Josefita en La Búsqueda, tiene la tendencia de enmascararse de Bien. Los palos en las ruedas fueron múltiples y también todo tipo de habladurías añadidas, pero, a pesar de ello no pudieron impedir la creación del Ateneo Aguileño de las Artes y las Letras con la subsiguiente validación y puesta en marcha de los numerosos proyectos culturales que salieron adelante gracias a esta plataforma, de los que solo nombraré, por su proyección en la Región y fuera de ella, los Encuentros con la Poesía en Águilas en sus sucesivas ediciones, que convocaron poetas nacidos o relacionados con Águilas con otros del contexto Regional y Nacional y convirtieron nuestro querido pueblo marinero en panacea de la poesía durante unos cuantos años. Águilas se lo merecía, se merecía continuar con su tradición cultural y allí estuvimos nosotros poniendo nuestro granito de arena, favoreciendo cualesquiera manifestaciones culturales.

 

La Búsqueda no es el primer libro de Josefita (o, más bien, cabría decir Josefa Victoria Albentosa Llofríu) que ve la luz pública, pero sí su primera novela. Previamente aparecieron Los cuentos de Josefita con una gran aceptación por parte de público y lectores. Son cuentos en sentido tradicional que siguen la estructura de planteamiento, nudo y desenlace, con la particularidad de que todos ellos hacen referencia a situaciones de la vida cotidiana, incluso a la biografía de la autora, escritos con una gran agudeza, con una mirada que ve los trasfondos de los acontecimientos y cala hondamente en la psicología de los personajes; como nota interesante, en el final de todos ellos la autora trata de resolver un problema de índole moral. Sencillamente son relatos deliciosos que harán un gran bien a quien se asome a ellos por la aquilatada sabiduría de vida de que hacen gala.

 

Centrémonos en La Búsqueda, la novela con la que nos regala Josefita y hoy presentamos (y dicho sea de paso, la autora me hace un gran honor al elegirme entre los posibles para tal cometido). El mismo título, La Búsqueda, es una incitación para las preguntas y las fotos que ilustran la portada dan una pista para su resolución. Sin embargo, antes de entrar a pormenorizar algunos detalles, diré que en esta novela, Josefita no pierde el referente de la cotidianeidad tal y como ocurría en los cuentos, aunque diría mejor, de su cotidianeidad, pues en el libro nos va a referir la vida (novelada, por supuesto) de dos de sus ancestros: de Manuel y de su hijo Alfonso Llofríu; respectivamente, bisabuelo y abuelo maternos. Son los dos hombres que aparecen en la portada, y fueron personas eminentes. El primero, el bisabuelo, Manuel, destacó en el campo de la Química y, el segundo, el abuelo, Alfonso, en la aplicación práctica de los conocimientos recibidos de su padre al mundo empresarial de la jabonería y perfumería.

 


Siempre he sospechado que las modas en el vestir no son el mero capricho de algún modisto o similar, sino que de alguna manera expresan la mentalidad o el espíritu de una época (y cambian porque ese espíritu previamente ha cambiado), así que detengámonos en los retratos de la portada para mejor desentrañar las páginas que le siguen. Ahí vemos a estos dos hombres con atuendos diferentes. El de la derecha, según tenemos el libro entre nuestras manos, Manuel, con chaquetón y pajarita, y la cara adornada con un bigote inglés, estilo victoriano, junto a unas barbas partidas, ochocentistas, muy típicas de la segunda mitad de siglo XIX. El de la izquierda, su hijo Alfonso, cambia el estilo, y se aprecia el cambio de época, el salto al siglo XX. No lleva pajarita sino corbata y tampoco chaquetón, sino chaqueta sobre la inmaculada camisa blanca; su cara está rasurada y el labio superior queda adornado por un clásico bigote chevron.

 

Cuando Josefita hace el retrato de Manuel, dice lo siguiente:

 

Aunque no mediría más de 1,80 centímetros de estatura, sus ademanes refinados y su distinguida apostura, unidos a unos increíbles ojos verdes de inteligente mirada y unas largas barbas al estilo ochocentista frente al despejado y oscuro cabello, representaban las características principales de Manuel.

 

La impresión que dan los dos hombres es la de una gran firmeza de carácter. En ambos se aprecia una mirada inteligente e incisiva, la frente es despejada y firme el mentón, con un ligero hoyuelo en el centro; tras ellos, y enmarcándolos, hay una pantalla con fórmulas matemáticas y químicas debida al genio de Alejandro Martínez Albentosa, uno de los hijos de Josefita, a quien se debe la portada y maquetación de la novela. Dicho esto, si damos la vuelta al libro y contemplamos la contraportada, nos encontramos con la fábrica de jabones que Alfonso Llofríu montó en Buenos Aires y, como dato curioso, si aguzamos la vista, veremos en el centro de la misma a una niña. Es Victoria, una de las tres hijas de Alfonso y tía de Josefita.

 


Pero hemos dejado sin responder la pregunta que hacíamos: ¿por qué el título de La Búsqueda cuando podía haber sido otro diferente? No creo contradecir las opiniones de Josefita si digo que el ser humano tiene algo de prometeico que le hace no estar satisfecho con nada, que porta en su interior un fuego que lo abrasa por el que busca la inteligencia de las cosas y por el que aspira a la eternidad. Este fuego es sublime y peligroso a la vez, es un don que lo incita a una constante búsqueda: a la búsqueda de su esencia, de lo que realmente es, esto es, a la búsqueda de aquello que lo asemeja a Dios. El protohombre, la pareja Adán-Eva, fue expulsado del Paraíso, pero aun así sus descendientes insistentemente buscan su retorno al mismo, a veces por caminos demasiado tortuosos como quizá puedan ser los de la Química… ¿Qué importante descubrimiento ha hecho Manuel Llofríu trabajando en la soledad de su laboratorio? ¿En qué fórmula se condensa el culmen de sus investigaciones, muy en consonancia con esta actitud prometeica de la que hablamos? Es algo que excede al mero conocimiento químico e involucra tanto al cuerpo biológico como al espiritual y en manos que no fueran las adecuadas tendría un gran poder de destrucción.

 

El tema, desde luego, da de sí y a la par que nos sumerge en interesantes cuestiones teológicas y filosóficas, me hace pensar en aquellos investigadores solitarios del siglo XIX, encerrados en sus laboratorios, buscando los secretos de la vida. ¿A qué descubrimientos no llegarían y qué nos trasmitieron de aquello a lo que llegaron? ¿Lo fue todo? Es el caso de Manuel, prototipo de aquel hombre de ciencia, de ese investigador solitario que muchas veces mantenía en secreto algunos de sus descubrimientos o, a lo sumo, hacía partícipes de ellos a un pequeño grupo de “iniciados” (llamémoslos así), y, en el caso que refiere la novela a aquellos que estaban agrupados en una sociedad secreta cuyo nombre “Los nuevos alquimistas” ya nos revela los propósitos que perseguían. Pero yo no voy a revelar más de lo que debo, lógicamente, porque sería un mal presentador si hiciera de espolier. Tal eventualidad, por consiguiente, la dejo para que la descubra el lector, aunque sí diré que esta, la búsqueda de nuestra propia esencia, es el eje principal sobre el cual se vertebra la novela.

 


La Búsqueda, con estos prenotandos, se sitúa en la plataforma de salida, y Josefita le da el primer impulso, en un alarde de buena literatura, de esta manera:

 

Los finos visillos del ventanal de la estancia parecían palomas blancas a punto de levantar el vuelo, empujados por la leve brisa que se colaba por uno de los ventanales entreabierto del salón.

 

Está a punto de romperse un jarrón e inculparán al pequeño Alfonset de su rotura; nos situamos en Elche, en la propiedad de los Llofríu. Del matrimonio de Manuel con Antonia Coquillat han nacido dos varones; el primero Gumersindo que estudiará Farmacia y llevará una vida relativamente despreocupada y sin relieve y, con cinco años de diferencia, el menor, Alfonso, un poco rabo de lagartija, travieso, inquieto, valiente, con una enorme curiosidad por aprender y una gran admiración por su padre. Por eso el ama le cuenta historias de su progenitor con las que lo entretiene. De este modo, utilizando esta técnica narrativa, Josefita descubre al lector las personalidades de sus dos ancestros. Nos enteramos de las peripecias de Manuel, su bisabuelo, cuando hizo el viaje que le cambiaría la vida, parte de él, en diligencias de caballos de postas, y, otra parte, en el recién estrenado ferrocarril, cuyas líneas se tendían a gran velocidad por toda Europa. Manuel con su primo Mario Coquillat hizo casi un viaje épico, pues fue a estudiar Química Orgánica y Taxidermia, ya que en España no había Universidad que ofreciera estos estudios, a la Universidad alemana de Bonn con el profesor Klaus Wiscutterman, uno de los más eminentes químicos de la época.

 

Manuel estudia Química en un momento crucial, ya que se está produciendo un revolucionario cambio de paradigma en dicha disciplina. Está naciendo la Química Orgánica y molecular que sintetiza sustancias orgánicas en cuya composición se encuentran las moléculas del carbono y del hidrógeno, en contraposición a las concepciones que sostenían que se necesitaba una “fuerza vital” para producir dichas sustancias. La Universidad de Bonn es el centro donde prominentes químicos asisten ese cambio, en la que, aparte del mencionado Klaus Wiscutterman, por la época en que Manuel estudia imparte sus clases ni más ni menos que August Kekulé, descubridor de la molécula del benzeno y uno de los padres de esta disciplina. También cabría decir que gran parte de los primeros premios Nobel de Química recayeron en compañeros de Manuel.

 


Tras sus estudios, Manuel vuelve a España, y a la par que sigue sus investigaciones químicas y la aplicación de estas al mundo de la jabonería y perfumería (por las que más tarde será galardonado, dicho sea de paso, con una medalla de oro impuesta por el ministro del momento al mejor fabricante perfumista del siglo XIX), intenta rentabilizarlas con el proyecto de una fábrica de jabones, primero en Madrid, y más tarde en Sevilla. Son peripecias agridulces, pues la fábrica de jabones de Sevilla se la lleva la gran riada del año 1882. Josefita describe este luctuoso episodio, aun siendo grave, con una gracia especial cuando Manuel cuenta este incidente a su hijo Alfonso:

 

La fábrica de jabones, como otras muchas industrias, fue anegada por las aguas; pero en el caso nuestro, con la mala suerte de que arrasó con todos los perfumes y colorantes que teníamos almacenados. El penetrante perfume se expandió en el ambiente manteniéndose durante varios días y los sevillanos comentaban que, a pesar de las desgracias tan grandes ocurridas durante la riada, nunca en la vida iba a oler Sevilla de aquella manera tan maravillosa. También el Guadalquivir llevaba en sus aguas, como si de un arco iris se tratase, mezclas de los colores vivos arrastrados: añiles, rojos, amarillos, todos ellos en una extraña mescolanza. Fue un espectáculo difícilmente repetible. Muchas personas se quedaban atónitas viendo pasar aquel rebosante río multicolor.

 

A esta desgracia que acaba con muchas esperanzas de Manuel, se suman otras como el acoso que sufre por colegas envidiosos o la ruptura pacífica de su matrimonio y, por descontado, la quiebra de sus finanzas en la turbulenta e incierta España que le tocó vivir. Y es que esa España del siglo XIX dejaba mucho que desear en cuanto a estabilidad política se refiere. Este es un siglo convulso en que abundan las Revoluciones y acontecimientos sociales. Tras la guerra de la Independencia y la sublevación de las colonias de ultramar, se suceden hechos tan importantes como las guerras carlistas, la coronación y el subsiguiente derrocamiento de la reina Isabel II debido a la Gloriosa del 68, la instauración de la I República, las guerras cantonales y la de Cuba, para llegar en 1875 la Restauración borbónica con Alfonso XII y la instauración de la alternancia en el parlamento entre liberales, liderados por Sagasta, y conservadores, liderados por Cánovas, que sigue dejando sin solución los problemas sociales. Este es un siglo donde se agitan grandes inquietudes y chocan múltiples intereses, un siglo de agitación en las calles y la Universidad.

 


Para evitar la ruina del padre, con diecisiete años Alfonso se embarca para Argentina, la tierra prometida de aquella época, y lo hace en la cubierta de un barco ya que no tenía dinero suficiente para pagar un camarote. Llegado al puerto de La Plata, no tiene callos en las manos para emplearse de estibador. Pero no voy a contar los pormenores de esta interesante novela, por lo que solo daré pinceladas sobre la misma. Al cabo de un año, Alfonso regresa a España para asistir al padre, pero tras la repentina muerte de Manuel, de forma misteriosa, tal que podría pensarse en un asesinato operado con artes oscuras, retomará y pondrá en solfa los negocios familiares. Buscando el mejor lugar que pueda afrontar una precaria economía, monta una fábrica de jabones en la localidad cacereña de Navalmoral de la Mata; para ello habilitará una antigua iglesia desacralizada recorrida por los fantasmas.

 

Como en España las cosas no le van del todo bien, Alfonso Llofríu volverá a Argentina, donde armará una floreciente empresa de jabones y perfumes que exportará a diversos destinos en Europa. Sus viajes de Argentina a España, y viceversa, serán frecuentes, hasta que decide, una vez muerta su primera mujer, Magdalena (una aguileña, dicho sea de paso), y sufridos una serie de descalabros familiares como el óbito de su hija Carmen, al igual que Magdalena por la tisis, o la prohibición taxativa de ver a su único nieto, casarse en segundas nupcias con la prima hermana de Magdalena, su cuñada Victoria. A instancias de esta última decidirá regresar a España y, aun cansado y bastante abatido, seguirá haciendo lo que sabe hacer: montará una fábrica de jabonería. Esta vez en Águilas, la pequeña patria de Magdalena y Victoria, concretamente en El Rubial.

 

Un buen día, Alfonso se siente mal. Una punzada en el pecho le avisa de que algo no va bien. Entonces se le aparece su ángel de la guardia a quien, siguiendo el ejemplo de su padre Manuel, reza todas las noches y al que ha sentido como un amigo protector a lo largo de toda su vida:

 

—¡Alfonso, despierta! ¡Alfonso, tranquilo; todo irá bien! ¡Despierta! Alfonso, soy tu ángel de la guarda, al que te has encomendado toda tu vida.

Alfonso abrió sus ojos a la luz, lanzó un largo y sonoro suspiro y se derrumbó sobre la mesa, abandonando su paso por este caprichoso e inestable mundo.

 

Y ahí termina la novela, no sin recordar la autora que “mientras estamos en la tierra los ojos se mantienen cerrados y se abren cuando la abandonamos”.

 


Para concluir quiero resaltar algo ya mencionado. En La Búsqueda aparecen dos prototipos de hombre: Manuel, el intelectual y erudito, el investigador, y, Alfonso, el hombre de acción, el emprendedor, el ejecutor, y, diría, el batallador. El resto de la constelación de personajes que irán apareciendo en la trama gravitarán entorno a las biografías de estas dos personalidades, con sus luces y sus sombras, sus afectos y desafectos. La Búsqueda se convierte, de esta manera, en el tributo y sentido homenaje que la nieta y bisnieta de ambos personajes, Josefita, les rinde transcurridos los años. Pero hay algo más, al hilo la autora mostrará un trasfondo, a veces sugestivo, a veces inquietante, del poder de la ciencia, en este caso, del poder de la química como heredera de la alquimia medieval y de la búsqueda que esta hacía de la piedra filosofal, que no era otra cosa sino la trasformación del hombre externo, sacudido por los diversos avatares y circunstancias, en hombre verdadero, hombre esencial, incólume, trasformación que operaban los misterios menores a que se sometían los iniciados.

 

Por otro lado, si nos fijamos ahora no en el fondo sino en la forma, la novela roza el realismo, pero no se ciñe exclusivamente a él, puesto que da un salto al realismo mágico y airea el trasfondo de intrigas y fuerzas ocultas que hay detrás de una realidad meramente aparente. Es una novela dinámica, de lectura agradable con una gran musicalidad y cadencia en las frases, un ritmo de las palabras en descripciones diamantinas que Josefita sabe conjugar con unos diálogos reveladores. La técnica que utiliza la autora para darle rapidez y agilidad a la lectura es la de salpicar la narración con numerosos flasch-back; con esto consigue, aparte de la agilización de la lectura, involucrar de forma velada al lector en la construcción de la propia narración.

 

Pertrechémonos para la lectura de La Búsqueda, puesto que las calles de Madrid, o de cualquier ciudad donde nos encontremos, quizá Murcia o Águilas, parafraseando a Josefita, a ciertas horas de la noche, húmedas y neblinosas, con el suelo empedrado y resbaladizo por el relente y el chasquido permanente de los caballos tirando penosamente de los carruajes, parecen una sinfonía bulliciosa.

 

                               Jesús Cánovas Martínez©

                               Filósofo y poeta

                               Ad astra per aspera.

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