AL OTRO LADO DE LA
PUERTA
DAVID RUÍZ ZAMORA
EDITORIAL CÍRCULO
ROJO
Tres jóvenes amigos (Juan, quien relata la
historia y alter de David Ruíz, y el matrimonio formado por Toñi y Antonio),
terminado el curso académico regresan a Villar de Puertollano, su pueblo natal,
con la sana intención de reencontrarse con la familia y amigos y realizar todas
las excursiones que les sea posible por los alrededores de la localidad, a las
que se les añadirá el inseparable Coco, un pequeño pero alegre perrito de
inclasificable raza.
Desde tiempo atrás los amigos han sentido
fascinación por la Casa de la Sierra («Una mancha blanca en la inmensidad del
monte verde. La posición que tiene frente al valle la hace misteriosa y muy
hermosa a la vez. Posee un tapiado de obra, pintado de blanco, que la bordea
por completo», así la describe el narrador), un lugar casi encantado que
otrora, cuando la habitaban Carlos y Beatriz, amigos Paco y Emma, los padres de
Juan, era especialmente ameno y bonancible. Sin embargo, aquel tiempo agradable
pasó y tras veinticinco años de la desaparición de sus arrendatarios, se ha
convertido en un lugar que las gentes evitan y sobre el que circulan las más
variadas leyendas, algunas de ellas estremecedoras. Pero precisamente será esta
atmósfera de lo misterioso y prohibido el acicate por el cual, a pesar de las
recomendaciones de los padres de Juan, los amigos decidirán visitarla.
Hay que decir, para mejor comprensión del
relato, que el dueño de la Casa de la Sierra es el señor Marcos, persona en
apariencia de carácter afable, de buenas maneras y mejores acciones, residente
en Madrid, quien, a pesar de esa benévola apariencia, le es imposible dejar de
traslucir un fondo de vicio y maldad, algo que no escapa a los vecinos del
Villar de Puertollano, los cuales lo tienen bautizado con el sobrenombre del
Santurrón. Esta gente hipócrita solo engañan a quienes se dejan engañar y no
quieren ver, por las razones que sean, la sombra de horror que proyectan los
hijos del demonio.
Con estos pocos actores y un entorno feraz y
encantador, David Ruíz construye un relato minucioso, con numerosos toques
culinarios que muchas veces reavivarán las ganas de comer del lector, en el que
desde su inicio hasta su sorpresivo final se sentirá el toque de lo inefable y misterioso,
y la belleza salvaje y no hollada rondará hasta el final de la novela:
«Después de caminar entre cuarterones de
olivos salimos a una encharcada explanada desde donde divisamos el angosto
camino que cruzaba el arroyo, ambos situados en la ladera de la montaña. Un
arroyo de aguas claras que partía el camino en dos. Desde ese punto, un repecho
empinado y abrupto se alzaba serpenteando en dirección al monte espeso».
Después de la muerte y, con más razón, si
esta es traumática, ¿hasta qué punto el espíritu o el alma de los que habitaron
una propiedad puede quedar encerrado entre sus muros? ¿Hasta qué punto el amor
humano puede perdurar más allá de la muerte? ¿Qué tipo de conexión se puede
establecer entre los vivos y los muertos, cuando son estos últimos los que
piden justicia o quieren trasmitir o desvelar un secreto? Son estas preguntas
entre otras muchas las que irán asaltando al lector conforme avance por las
páginas de la novela, porque los protagonistas se adentrarán por las estancias,
de dorado y ajado esplendor, de la vieja Casa, y sentirán junto a ellos una
presencia, no terrorífica sino benigna y protectora; una presencia que cada vez
se hará más firme e ineludible y les guiará por los entramados del sótano hasta
llevarles descubrir el secreto que se encuentra en una habitación cerrada, al otro lado de la puerta.
Jesús
Cánovas Martínez
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Ad astra per aspera
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