miércoles, 20 de noviembre de 2024

LA RABIETA DE WENDY

LA RABIETA DE WENDY

MARIÁNGELES IBERNÓN VALERO

PRÓLOGO DE MANUEL MADRID

LA FEA BURGUESÍA

 


 

Enfrentar la lectura de un poemario es fascinante y difícil, y se hace más fascinante y difícil cuando se intenta una interpretación del mismo. A veces el universo simbólico que nos presenta su autor es demasiado personal y la elipsis que encubre los acontecimientos que desencadenaron los poemas es tan rotunda que resulta difícil, ya no hacerse una idea de lo que el poeta nos ha querido trasmitir, sino atinar siquiera en los círculos externos de la diana que pretendemos. Sin referencias que faciliten la hermeneusis, difícil es adentrarse por territorios inexplorados; aun así, si eso ocurriera, ¡bendita poesía!, porque aumentaría su carga de misterio, de fascinación, y el deseo de comprender e interiorizar los poemas. Cierto que sin indagar causas o proyecciones el poema es válido en sí mismo, pero también es cierto que si queremos transparenciar el alma de su autor nos hace falta algún hilo conductor que, a modo de hilo de Ariadna, nos permita llegar, a través del laberinto en que nos vemos sumidos, al centro de esa alma; quizá también necesitemos algún asidero que nos sirva de anclaje ya que, si no es de este modo, podríamos fácilmente perdernos. Aun así, incluso si nos perdiéramos en el océano de las polivalencias, nuestra lectura sería válida siempre y cuando hayamos conectado con la emoción que late en el fondo de las palabras con que el autor nos regala.

En La Rabieta de Wendy, su autora, Mariángeles Ibernón Valero, ha tenido a bien otorgarnos una serie de pistas para nuestras indagaciones, aunque, poeta con pudor, para no mancillar su desnudez, la puerta la ha dejado tan solo entreabierta. Me refiero a la puerta que da acceso a su corazón. Intentemos franquearla.

El título del poemario en sí mismo es muy significativo. Wendy refunfuña, se apesadumbra y enfada. ¿De qué o quién? Indudablemente de Peter. ¿Por qué? Porque Peter le ha hecho una faena o no ha estado a la altura de sus expectativas; Peter se desfasa, Peter se queda atrás, Peter retrocede en la perspectiva de su mirada. Así, el poemario tiene dos partes claramente definidas: 1) Cartas a Peter, desde las sombras; 2) Good bye, Peter. Ahí te quedas con Campanilla en el País de Nunca Jamás. La Rabieta de Wendy adopta, por tanto, el cariz de una reprobación. Un reprobación que la autora extiende, en un primer momento, tanto a Peter, y a todo lo que significa Peter, como a sí misma, ya que ella no queda al margen de los pequeños dardos que inflaman los poemas (en medio de los cuales, hay que decirlo, planea una ironía más o menos encubierta); en un segundo momento, esa reprobación se generaliza cuando el azul, el azul verdadero, sigue mostrando la pervivencia del amor. Constatada la pervivencia del amor, cualquier reconvención pierde su fuerza. Solo queda la alegría de vivir y la nueva anchura del horizonte que se muestra espacioso.

Dicho lo anterior, se puede decir algo más sobre La rabieta de Wendy, mucho más. La desazón proviene del desencanto, y, el desencanto, de las expectativas defraudadas. Si Wendy se enfada es porque Peter, aquejado de inmovilismo emocional, no ha despertado del sueño de la infancia, esto es, del sueño de la inocencia y de la falsa felicidad que le es pareja, de la ilusión. Tal estado de cosas se parece a un círculo infernal. Un amor enquistado termina no siendo amor y convoca las sombras. ¿Qué sombras? Las sombras de la soledad y la tristeza.



 

Querido Peter:

 

Sabes que nunca me gustó

la soledad…,

 

así comienza el poemario. Hay una inicial toma de consciencia (ya se sabe que para cambiar una situación primero hay que hacerla consciente), y enseguida la autora nos adentra por los mares de la noche y la tristeza:

 

Mi eco ya no es voz

en los mares habitados por piratas.

 

Cuando se derrumba un mundo aparece la noche, esa noche por la que caminará Mariángeles, entre las sombras que son las ruinas del desencanto. Y se adentrará con presteza en esa noche, metáfora de la soledad y de la oscura tristeza que siempre se adjunta a la soledad, y caminará, mujer fuerte, sin arredrarse, esperanzada, hacia la luz del alba:

 

La noche es inmensa,

no tiene apenas luz;

aunque, frágil, camino

por las sombras.

No me reconozco,

tendré que esperar

de nuevo al alba.

 

Mariángeles rompe con un estado de cosas circular, con toda seguridad agobiante, que la oprimía, ya que algo ha cambiado en ella, y, al cambiar algo en ella, también ha cambiado algo en el mundo, sean las personas y afectos, de tal forma que la profundidad de su mirada sobre el mundo se ahonda y se hace más cierta: la máscara de la ilusión al ser suprimida deja paso a lo real. Por eso, en última instancia, tal y como yo lo percibo, este poemario, La Rabieta de Wendy, atiende a un ritual de paso. Paso no exento de sufrimiento, ya que a la autora se vienen abajo sus antiguos ídolos y se derrumban sus viejas preconcepciones, casi con seguridad un antiguo amor. Y eso duele. Sin embargo, tras el sufrimiento, late esperanzado el nuevo albor que preludia la posible mañana del verdadero amor.

 

Que tú y yo quisimos ser uno.

De eso no existe duda.

 

Después del pasaje, el renacimiento, la plena conscienciación del ser (como dirían los ingleses, la aprehensión del self) y la libertad del despertar:

 

Mi pensamiento se me cae a pedazos,

cuando pienso en la Wendy de ayer.

Ahora, la soledad me viste de azul,

azul libre de los océanos

y rojo de cereza madura.

 

Poemas de renacimiento llenan la segunda parte del poemario, Mariángeles de forma fenomenal, mágica y secreta, ha trasmutado el amor con minúsculas en un amor con mayúsculas. La herida cura; queda la cicatriz, pero el nuevo horizonte se presenta impoluto.

 

Imagino las cosas que se irán conmigo,

las que fueron reales y las que no.

Me atrevo a todo, aun sabiendo

que la vida tiene dientes que muerden,

pero también manos que dan amor.

 

 

                                   Jesús Cánovas Martínez©

                                   Filósofo y poeta.

                                              Ad astra per aspera.