LA
RABIETA DE WENDY
MARIÁNGELES
IBERNÓN VALERO
PRÓLOGO
DE MANUEL MADRID
LA
FEA BURGUESÍA
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Enfrentar la lectura de un poemario es
fascinante y difícil, y se hace más fascinante y difícil cuando se intenta una
interpretación del mismo. A veces el universo simbólico que nos presenta su
autor es demasiado personal y la elipsis que encubre los acontecimientos que
desencadenaron los poemas es tan rotunda que resulta difícil, ya no hacerse una
idea de lo que el poeta nos ha querido trasmitir, sino atinar siquiera en los
círculos externos de la diana que pretendemos. Sin referencias que faciliten la
hermeneusis, difícil es adentrarse por territorios inexplorados; aun así, si
eso ocurriera, ¡bendita poesía!, porque aumentaría su carga de misterio, de
fascinación, y el deseo de comprender e interiorizar los poemas. Cierto que sin
indagar causas o proyecciones el poema es válido en sí mismo, pero también es
cierto que si queremos transparenciar el alma de su autor nos hace falta algún
hilo conductor que, a modo de hilo de Ariadna, nos permita llegar, a través del
laberinto en que nos vemos sumidos, al centro de esa alma; quizá también
necesitemos algún asidero que nos sirva de anclaje ya que, si no es de este
modo, podríamos fácilmente perdernos. Aun así, incluso si nos perdiéramos en el
océano de las polivalencias, nuestra lectura sería válida siempre y cuando
hayamos conectado con la emoción que late en el fondo de las palabras con que
el autor nos regala.
En La
Rabieta de Wendy, su autora, Mariángeles Ibernón Valero, ha tenido a bien
otorgarnos una serie de pistas para nuestras indagaciones, aunque, poeta con
pudor, para no mancillar su desnudez, la puerta la ha dejado tan solo entreabierta.
Me refiero a la puerta que da acceso a su corazón. Intentemos franquearla.
El título del poemario en sí mismo es muy
significativo. Wendy refunfuña, se apesadumbra y enfada. ¿De qué o quién?
Indudablemente de Peter. ¿Por qué? Porque Peter le ha hecho una faena o no ha
estado a la altura de sus expectativas; Peter se desfasa, Peter se queda atrás,
Peter retrocede en la perspectiva de su mirada. Así, el poemario tiene dos
partes claramente definidas: 1) Cartas a
Peter, desde las sombras; 2) Good
bye, Peter. Ahí te quedas con Campanilla en el País de Nunca Jamás. La Rabieta de Wendy adopta, por tanto,
el cariz de una reprobación. Un reprobación que la autora extiende, en un primer
momento, tanto a Peter, y a todo lo que significa Peter, como a sí misma, ya
que ella no queda al margen de los pequeños dardos que inflaman los poemas (en medio
de los cuales, hay que decirlo, planea una ironía más o menos encubierta); en
un segundo momento, esa reprobación se generaliza cuando el azul, el azul
verdadero, sigue mostrando la pervivencia del amor. Constatada la pervivencia
del amor, cualquier reconvención pierde su fuerza. Solo queda la alegría de vivir y
la nueva anchura del horizonte que se muestra espacioso.
Dicho lo anterior, se puede decir algo más sobre
La rabieta de Wendy, mucho más. La desazón proviene del desencanto, y, el desencanto, de las expectativas
defraudadas. Si Wendy se enfada es porque Peter, aquejado de inmovilismo
emocional, no ha despertado del sueño de la infancia, esto es, del sueño de la
inocencia y de la falsa felicidad que le es pareja, de la ilusión. Tal estado
de cosas se parece a un círculo infernal. Un amor enquistado termina no siendo
amor y convoca las sombras. ¿Qué sombras? Las sombras de la soledad y la
tristeza.
Querido
Peter:
Sabes
que nunca me gustó
la
soledad…,
así comienza el poemario. Hay una inicial
toma de consciencia (ya se sabe que para cambiar una situación primero hay que
hacerla consciente), y enseguida la autora nos adentra por los mares de la
noche y la tristeza:
Mi eco
ya no es voz
en los
mares habitados por piratas.
Cuando se derrumba un mundo aparece la noche,
esa noche por la que caminará Mariángeles, entre las sombras que son las ruinas
del desencanto. Y se adentrará con presteza en esa noche, metáfora de la
soledad y de la oscura tristeza que siempre se adjunta a la soledad, y caminará,
mujer fuerte, sin arredrarse, esperanzada, hacia la luz del alba:
La
noche es inmensa,
no
tiene apenas luz;
aunque,
frágil, camino
por las
sombras.
No me
reconozco,
tendré
que esperar
de
nuevo al alba.
Mariángeles rompe con un estado de cosas
circular, con toda seguridad agobiante, que la oprimía, ya que algo ha cambiado
en ella, y, al cambiar algo en ella, también ha cambiado algo en el mundo, sean
las personas y afectos, de tal forma que la profundidad de su mirada sobre el
mundo se ahonda y se hace más cierta: la máscara de la ilusión al ser suprimida
deja paso a lo real. Por eso, en última instancia, tal y como yo lo percibo, este
poemario, La Rabieta de Wendy, atiende
a un ritual de paso. Paso no exento de sufrimiento, ya que a la autora se
vienen abajo sus antiguos ídolos y se derrumban sus viejas preconcepciones, casi con
seguridad un antiguo amor. Y eso duele. Sin embargo, tras el sufrimiento, late
esperanzado el nuevo albor que preludia la posible mañana del verdadero amor.
Que tú
y yo quisimos ser uno.
De eso
no existe duda.
Después del pasaje, el renacimiento, la plena
conscienciación del ser (como dirían los ingleses, la aprehensión del self) y la libertad del despertar:
Mi
pensamiento se me cae a pedazos,
cuando pienso
en la Wendy de ayer.
…
Ahora,
la soledad me viste de azul,
azul libre
de los océanos
y rojo
de cereza madura.
Poemas de renacimiento llenan la segunda
parte del poemario, Mariángeles de forma fenomenal, mágica y secreta, ha
trasmutado el amor con minúsculas en un amor con mayúsculas. La herida cura;
queda la cicatriz, pero el nuevo horizonte se presenta impoluto.
Imagino
las cosas que se irán conmigo,
las que
fueron reales y las que no.
Me
atrevo a todo, aun sabiendo
que la
vida tiene dientes que muerden,
pero también
manos que dan amor.
Jesús
Cánovas Martínez©
Filósofo
y poeta.
Ad astra per aspera.
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