DE AMICITIA (parte 1ª)
1
Entre los pocos amigos que nos invitan a su casa se
encuentran Ana y Pepe. Ana es profesora como yo, aunque no ejerce en mi
instituto. Nos conocimos hace años en un encuentro de poesía en el que leímos
los dos y los dos tuvimos que soportar a cierto personaje afamado en ese
hábitat; las gracietas a trasmano del individuo en cuestión y los comentarios
soterrados que hicimos de las mismas fueron el detonante de nuestra amistad.
Pepe, su marido, es asesor fiscal y tiene por diversión acompañar a Ana en
recitales y actos de este tipo. Los veranos, cuando en el periodo vacacional
residimos en Cabo de Palos, nos vemos a menudo; ellos viven en el camino de Las
Barracas, en Los Belones. En invierno solemos reunirnos los fines de semana,
tomar algo juntos y pasear, pues a Blanca y a mí nos gusta dejar el tráfago de
Murcia y buscar el asueto en la tranquilidad del Cabo. Nuestra hija
adolescente, en esas fechas de invierno, no nos acompaña; tiene su peña de
amigos en Murcia y prefiere salir con ellos. Venimos solos y nos juntamos con
Ana y Pepe. Ellos también tienen una hija única, un poco mayor que la nuestra,
muy aplicada y muy guapa, que estudia Económicas; saca unas notas excelentes,
así que, cuando no sale con su novio formal, los fines de semana se los pasa
estudiando. Cuento lo precedente para dejar claro que nuestros amigos, al igual
que nosotros, están eximidos hasta cierto punto de las servidumbres de la
crianza. Por eso, libres de las ataduras de nuestras hijas podemos vernos y
hablar de nuestras cosas, salir a dar un paseo, ir a algún espectáculo o tomar
una copa. Hoy es el santo de Ana y la llamamos por teléfono para felicitarla.
—Ana, felicidades —dice Blanca.
Y luego hablan de sus cosas. Yo quería haberla
felicitado también. No he tenido brecha, y me siento algo marginado.
—Dile que de mi parte—susurro a la oreja de Blanca.
—¿Has oído, Ana? Y también felicidades de Jesús —se
encara con el auricular.
—Ana dice que gracias —me comunica Blanca ladeándose
un poco del aparato.
No hacía falta, estoy suficientemente cerca para
oírlo. Me despego a continuación de Blanca, las dejo que hablen a gusto y me
voy a mi despacho a pelear con unos folios en blanco. Como estoy de vacaciones
ando hecho un mandilón y rondo por la casa de un lado para otro.
No tengo ideas que escribir. A pesar del tiempo de que
dispongo me encuentro en sequía; no se me ocurre nada. Así que poco después me
dirijo a la cocina. Blanca navega entre un mar de cacerolas.
—¿Qué vas a hacer de comer?
—Cocido
—¡Bah!
—Si el señor quiere otra comida, hay cerca un
restaurante.
No insisto, y derivo la conversación hacia otros
derroteros más lúdicos.
—¿Qué dice Ana?
—Que nos invita esta noche a cenar. Ha invitado
también a Paco y Encarna. Vamos a cenar los tres matrimonios juntos.
—¿Paco y Encarna?
—Sí, tú los conoces; Encarna tiene una tienda de telas
en El Algar y Paco es su marido —explica Blanca—. Creo que los conoces, has
debido de verlos alguna vez —insiste.
—De Encarna te he oído hablar, y de Paco… —me quedo
pensativo unos momentos— ¿No fue aquél que el año pasado, cuando la mariconada
esa de la batalla de cartagineses y romanos, nos presentó Ana?
—El mismo.
—¡Ya!
Doy otro golpe de timón a la conversación. La derivo
hacia cuestiones urgentes.
—¿Le has preguntado por el vino que debemos llevar?
—No, pero luego la llamo.
—Dímelo cuando lo sepas, para que ponga en el
frigorífico blanco o tinto, o los dos.
(continuará...)
Todos
los derechos reservados.
Jesús
Cánovas Martínez©
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