El artículo
que aquí traigo, Repaso a la situación,
dividido en dos partes de cara a su extensión quizá excesiva para la que
reclaman las entradas de un blog, se publicó en la revista, nombrada en otras
ocasiones, Lunas de papel, dirigida
por José Cantabella. En tal artículo me pongo las botas de siete leguas y
procuro una visión panorámica de la poesía producida en España durante las
últimas décadas, eso sí, desde cierto ángulo de comprensión: ¿Qué función
cumple la poesía, si es que cumple alguna, en el contexto social?
El artículo
salió a la luz hace unos años, antes de que sufriéramos esta crisis tan
devastadora que no sólo zarandea nuestros bolsillos sino también nuestras
conciencias. Algo ha mutado en el tiempo histórico, y a la velocidad del relámpago,
para volverlo más negro aun de lo que cabría esperar; sin embargo, las ideas
que en el artículo se vierten, incluso después de tan dramático giro de la
historia, las sigo asumiendo, y es más, aunque sé que para algunos podrían ser
chocantes, las considero válidas. Son ideas abiertas a la discusión
(indudablemente, al diálogo), y, por tanto, no definitivas. Siempre que alguien
me convenciera de lo contrario, estaría dispuesto a rectificarlas.
REPASO A LA SITUACIÓN (I)
1
Decía Nietzsche del hombre
que es animal fantástico y de tarde en tarde necesita conocer su origen;
análogamente, haciendo una transposición de lo antropológico a lo poético,
surge de vez en cuando una pregunta en la mente de los poetas. Es aquella sobre
el sentido de la misma poesía en el mundo. ¿Qué función desempeña ésta dentro
del contexto de los diferentes discursos o saberes?, y más aún, ¿qué función
social cumple, si es que cumple alguna?
Para situarnos en un
espacio que podamos identificar, España, y en un determinado momento (sin
entrar en disquisiciones de mayor calado histórico), comencemos por la década
de los cuarenta del siglo pasado. Así, esta pregunta acerca del lugar de lo poético tuvo una respuesta
específica en una serie de poetas de la primera generación de posguerra. Por
citar a dos de las voces más significativas, Blas de Otero y Gabriel Celaya,
herederos directos de cierta impronta machadiana, responden con un grito de
denuncia ante la realidad social. La función de la poesía consiste en contar lo
que ocurre, referir sin tapujos ese estado de alienación de grandes masas de
población, aherrojadas a la miseria, a la negación de su esencia y a la
deshumanización consecuente. Por eso, desde la angustia que les produce tal
situación, buscan el diálogo con otras consciencias, el hermanamiento solidario
con los oprimidos y desheredados, pues solo así, piensan, se puede evolucionar
hacia la consecución de un hombre nuevo que establezca las adecuadas relaciones
interpersonales en un mundo, a su vez, definitivamente liberado de cualquier
tipo de esclavitud. Como término la paz, la justicia, el rescate de la dignidad
humana y, haciendo una suerte de permutación para referirnos a Fukuyama, el final de la historia, o quizá el paraíso en la tierra, según alguna
tesis de corte clásico.
¿Ahora bien, después de la
realización utópica, qué cabría seguir esperando puesto que se ha tocado el fondo?, podríamos preguntarles.
No hay respuesta; están presos en la dinámica de la lucha. El poeta, responden
ellos, es hijo de su tiempo y su palabra discurre en el tiempo, por tanto, ante
una realidad tan infausta como la que viven, hay que dejar de lado cualesquiera
otro tipo de indagaciones o funcionalidades y centrar el esfuerzo poético en la
transformación de la realidad social, tarea que se lleva a cabo situándose al
lado de los marginados y mediante un compromiso de lucha para derribar las
estructuras anquilosadas de la alienación. A título de ejemplo, es conocido el
poema paradigmático de Gabriel Celaya en que opone la poesía pura de los neutrales a la poesía impura de los comprometidos. El poeta debe ser un ingeniero del verso, y con su palabra
debe llevar a cabo una acción transformadora del mundo, así que “la poesía es un arma cargada de futuro
expansivo”, en cuanto instrumento de la praxis social. Son los Cantos Íberos, de 1955, vértice, auge y
caída de la poesía social. Blas de Otero, sin entrar en otros matices, con un
gran desangelamiento poético se
decanta en el mismo sentido que su compañero de generación, con una poesía
impura, quebrada, de desarraigo y denuncia; su tema fundamental: España
(aquella España que le dolía a cierto pariente suyo). Ambos poetas, como es
sabido, se comprometieron ideológicamente con el Partido Comunista y vivieron
su militancia bajo la espada constante del riesgo, lo que les honra; la poesía,
en ellos, asume una coherencia sin fisuras con la vida y la heroicidad se
desprende de esta misma asunción ética.
En los poetas de los
cincuenta, ya hay algo que ha mudado. Al igual que los inmediatamente
anteriores, sienten que viven en un país de dicotomías: a la genérica de
burguesía/proletariado, se le adosan por concomitancias con el momento
histórico las de adictos al régimen/expatriados o perseguidos, beneficiarios
del sistema/marginados, garcilasianos/poetas sociales… Pero, por otro lado, en
ese binomio poético en el que interactúan emoción/inteligencia, deja de pesar
la emoción desmedida, el desarraigo o la visceralidad hasta el grito y la
violencia, para vascular hacia los guiños de la inteligencia que propicia la
ironía y el distanciamiento de una situación; la guerra se diluye como tema del
pasado y ahora se afilan las armas contra la misma burguesía beneficiaria del
sistema. Se ironiza sin apasionamientos, se juega con el coloquialismo, se
involucra al lector en el poema con un sistema de guiños del yo con el tú, con
el nosotros; se distorsiona, se parodia y, aunque también aflora la ternura por
los desprotegidos, no nos engañemos: son poetas burgueses con conciencia de
burgueses que arremeten contra los burgueses; el marginado, aunque despierta la
simpatía y conmiseración, ya no se siente tan próximo. Y las consecuencias se
desprenden de este posicionamiento, pues poesía y vida se desvinculan; de esta
forma, la ética, como efecto, quedará únicamente referida al poema. No va a
importar ahora tanto el poeta, quien alberga en sí mismo una mala conciencia
por haber accedido a ciertos privilegios, como su acto, el mismo poema, y por
derivación, el único objeto moral; algo que implícitamente conlleva la
claudicación ante una eticidad de vida. Gil de Biedma, con gran honradez y
sinceridad por su parte, increpa En el
nombre de hoy a sus compañeros de viaje:
…a vosotros pecadores
como yo, que me avergüenzo
de los palos que no me han dado,
señoritos de nacimiento
por mala conciencia escritores
de poesía social…
Significativa es la
anécdota de la denegación de ingreso en el Partido Comunista a Gil de Biedma
por homosexual, aunque quizá haya que pensar que había razones de mayor peso
para tal rechazo. Al leer a los poetas de este grupo, la sensación que se tiene
es de derrota, la constatación de que se ha perdido la posibilidad de mover algo. Y, curiosamente, a esta generación
se la siente como más triste que la inmediatamente anterior. En esta
constelación de temas e ideas, J. A. Goytisolo escribe Los celestiales (del poemario Salmos
al viento, de 1958), seguramente al abrigo de Celaya, y con sentido de
racionalidad evaluatoria, no reñida con la ironía y la tristeza, expresa su
distancia ante los garcilasianos (estilo, por ejemplo, José García Nieto),
quienes miran para otro lado y terminan hablando de Dios por no referirse a la
realidad social de su momento:
…asomaron los poetas, gente de orden,
por supuesto…
Señalo, sin embargo, y
antes de seguir con esta exposición, que a Dios también increpa Blas de Otero
con desmedida incontención… Pero volviendo a la realidad del 50, curioso es que
entre los veinticuatro poemas seleccionados por el mismo Goytisolo para la Antología personal, publicada en 1997
por Visor, no aparezcan Los celestiales.
Sí aparece, por el contrario, Palabras
para Julia, uno de esos poemas afortunados capaz de justificar por sí solo
a un poeta, del que entresaco una estrofa:
Por lo demás no hay elección
y este mundo tal como es
será tu patrimonio.
Por esa inercia o manía
del tiempo a no estarse quieto, surge en la década de los sesenta, una nueva
generación de poetas que se consolidará con la antología publicada por
Castellet, Nueve novísimos poetas
españoles, de 1970. La realidad social que viven estos poetas es algo
diferente a la de las generaciones anteriores. Cierto auge económico del que se
benefician los humildes corre parejo a una apertura del régimen, la dictablanda, preludio de la inminencia
del cambio político; es la España de los Planes de Desarrollo Económico que
adopta como referente a Europa. Los Novísimos
suponen una ruptura con la poesía social; la ley del péndulo reinvierte las tendencias.
Herederos de reverberaciones modernistas y simbolistas, impactados por el arte
pop y las nuevas tendencias musicales, cinéfilos empedernidos y con un gran
bagaje cultural, frente a la función de denuncia que le otorgaban a la poesía
las generaciones anteriores, buscan tan solo el preciosismo expresivo; la
sonoridad de la imagen por oposición al prosaísmo de los sociales. La estética
triunfa sobre la ética, y la inteligencia asume a la emoción. Por el camino se
han perdido algunas cosas: la ética, para los poetas del cuarenta, está en la
vida que se expresa en el poema; la ética, para los del cincuenta, está en el
poema pero no en la vida; el poema, para los del sesenta, es ajeno a la ética y
esta puede correr por cualquier derrotero de la vida; la expresión de la ética,
en conclusión, está en otros foros diferentes al poético. Así que pueden sonar
de nuevo las trompetas de Darío, el son de los clarines, los excesos verbales y
la aspiración a la belleza pura; la máscara transformista se erige sobre un
gran aparato imaginístico de sonoridad de fuegos y brillantez visual: el poema
es únicamente declaración de la estética:
Tiene el mar su mecánica como el amor
sus símbolos,
preciosísimo alejandrino de Pere
Gimferrer que da inicio al poema Oda a Venecia
ante el mar de los teatros, del libro emblemático de la nueva tendencia, Arde el mar, de 1966. No me sustraigo a
la tentación de transcribir otro inicio de poema del mismo poemario, Primera visión de marzo:
¡Transmutación!
El
mar, como un jilguero
vivió en las
enramadas. Sangre, dime…
En los años setenta, época
de la transición, tenemos, pues, tres generaciones poéticas que conviven y
entran en conflicto acerca de la función que debe asumir la poesía; y añadimos,
hay también una cuarta generación, que está formándose y se hará de notar en la
década siguiente: los poetas de la experiencia. A la vez que se reeditan libros
de los del cuarenta y se redescubre, vía Sudamérica, a los del veintisiete, se
incendian librerías en Madrid y Barcelona. Época de conflicto y expectativas:
Carrero vuela por los aires en el 73, muere Franco en el 75, Alberti desembarca
en Barajas desde su cuartel de Italia en el 77,
Vicente Aleixandre recibe el Nobel ese mismo año y, luego de pasear
Santiago Carrillo con peluquín por La Castellana , se legaliza el Partido Comunista. Los
poetas otrora clandestinos salen a la calle; hay como un fervor… Recitales
multitudinarios, Raimon, Serrat, Paco Ibáñez, cantautores al asalto y poetas
musicados… Algo cambia o se mueve. Se estrena La Constitución.
(continuará)
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Jesús Cánovas Martínez©
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