Qué mejor día que un 23 de abril, fecha de nacimiento del genio literario, para recordar aquel poema. Es el humilde homenaje que yo puedo hacer a su figura. Hace alusión, como indica su título, a un episodio de esa segunda parte. La crítica social de la época se añade, despiadada e irónica, mas humana, como humano era Cervantes, con espléndida prosa.
QUIJOTE LLEGA AL PALACIO DE LOS DUQUES
I
Llegaron
ese par de tontos, Quijote y Sancho, su escudero
ramplón
y prosaico
—aunque
fiel a la promesa
de
una isla llamada Barataria—,
al
palacio de los duques, al suntuoso palacio
de
los duques donde se festeja el sarao licencioso
cada
noche,
sea
o no vigilia Pascual.
Ya
se sabe: vivimos en un mundo excesivamente serio
al
que le falta la risa, le falta
el
poder terapéutico de la risa.
(Ríete
de tu tristeza: cierto sentido de las proporciones
alcanzarás,
tan necesario.)
Mas
esto, la cantinela y el aviso, lo sabe muy bien el duque
—estudió
en las universidades de Salamanca y Oxford—,
lo sabe la duquesa y hasta lo sabe
la
corte de depredadores fáciles
que
anidan a sus expensas.
Les
falta la risa. Les falta la risa.
II
Pronto
las bromas se suceden
y
se repiten con descaro.
Sufren
los dos, caballero y escudero,
retóricas
de pleonasmos y metonimias.
Si
la simultaneidad se desarrolla en el tiempo,
algo
tenue hay que escapa a las leyes del azar
y
que se elige.
Ellos escogieron la prueba ridícula,
el
ridículo espectáculo bochornoso:
el
caballo Clavileño, para arrebatar el cielo,
los
gatos lloviendo del tejado, en amorosa aventura,
y
por último, el portentoso viaje de Sancho
a
la isla llamada Barataria
y
su gobierno, colmo de su anhelo.
Tinieblas
espesas cubren su razón
pero
Quijote ensaya la sabia conseja: los asuntos mundanos
no
escapan a la férula de quien,
vencido
de la realidad del mundo,
al
fin correcto intenciones enmienda.
Buena
copa exuberante
la
Sabiduría precisa.
Mas en
compañía de duques
los
capítulos se dilatan tediosos,
la
monótona retahíla insulsa,
y
tenemos la impresión de haber entrado en otro tiempo
extraño
al tiempo de la vida.
Agotadas
las retóricas figuras queda la otra,
la
del caballero, la figura triste como un garabato,
la
triste figura del caballero, como un garabato,
una
sombra apenas que se desliza
por
los álamos serenos de la noche.
III
No
compensa comer en tallada mesa
cuando
la que se añora es otra mesa,
otro
el festín que se desea.
Aquí
está Quijote, rodeado: a un lado,
el
inocente bufón de Sancho; al otro,
la
malicia del duque irreverente
y
el resabio, por si fuera poco, intransigente
del
sobrio eclesiástico,
“destos que gobiernan las casas de los príncipes”.
El eximio
Cide
Hamate Benengeli
en
el capítulo veintiocho de la segunda parte explica
para
aquél que sus oídos tiende:
“cuando el valiente huye,
la superchería está descubierta”.
Mas no huye Quijote;
nunca.
Próceres
de este mundo con frecuencia olvidan
que
de lo alto suspendida está la marioneta,
como
sartal las perlas todas enhebradas,
por
lo que es feliz el rey
cuando
muere a manos de su torre.
Si
donde abunda la carroña
buscador
de la verdad se oculta,
lector
suave y desocupado aprecia
la
discreción del tranquilo amigo.
Al
despertar del sabio
no
sorprende lo inaudito:
que
las montañas fueran otra vez montañas
y
los ríos de nuevo ríos.
IV
Orillado
en la tarde silenciosa
su
espíritu es cálido en la brisa,
y
su aliento inmóvil y sereno,
pues
Dulcinea nutre de su pecho.
Arriba, altos juegos de las nubes.
Del libro “Transluminaciones y Presencias”
Todos los derechos reservados.
Jesús Cánovas Martínez©
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