EL
CUCURUCHO ILUMINADO
Coincidiendo con el último black friday cerca de mi casa han
plantado un cucurucho de una altura aproximada de cinco plantas que encienden
al caer de la tarde. Está adornado de campanas, de círculos, de extraños y
pintorescos arabescos, y lo corona una especie de símbolo que más que una
estrella parece el emblema del centro comercial enfrente de cuya entrada
principal lo han situado. Por el día resulta adusto; por la noche queda bonito.
Se le iluminan las campanas y el susodicho símbolo, y el cucurucho da colorido.
A la gente parece que le gusta, pues casi no hay nadie que pase junto a él que no
se pare a contemplarlo. Como en su base hay unos arcos a modo de puertas con un
pequeñísimo pasillo que las comunica, la diversión consiste en pasar por debajo
del cucurucho. La gente disfruta adentrándose en él, y no sólo los niños sino
los adultos. Frente al cucurucho se extasían y he podido contemplar alguna
mirada arrobada. Son muchos los que sacan el móvil, el smartphone o qué se yo
—estas tecnologías— y le hacen una foto, otra foto y otra, desde diferentes
ángulos, calculando la perspectiva; los más atrevidos se hacen selfies dentro y
fuera del cucurucho.
Por razones que no vienen al caso contar no
he podido huir a la soledad de la playa como hago otros años, así que yo salgo
también a contemplar el cucurucho, su magia, su luz. Es la novedad de estas
Navidades.
Todos
los derechos reservados
Jesús
Cánovas Martínez©
Filósofo
y poeta.
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