EL
ANCIANETE Y LAS NINFAS: ESTAMPA DE NAVIDAD
Sonríe. Un ancianete, descapotado por arriba
y al que le blanquean los restos, sonríe. No se le ven los ojos por pequeños
(la foto está corrida, mal encuadrada y distorsionada), pero debe de sonreír.
Seguro. Su diminuta boca, ligeramente entreabierta, esboza una media sonrisa:
le pende de forma flácida el labio inferior, ostensiblemente más grueso que el
superior, mientras que éste último se le retrotrae hacia dentro, pues el
individuo en cuestión es algo mameta.
Aunque propiamente no se ve el asiento sobre
el que descansan sus posaderas (lo oculta un revolijo de piernas), el anciano
se halla sentado. Lo rodean cuatro ninfas que parece lo agasajan como si fuera
el único macho del mundo; en su pierna derecha se sienta de lado una morena; en su
izquierda, una rubia en minifalda, espatarrada, casi a caballito. La morena
extiende uno de sus brazos y con sus dedos roza la falda de la rubia; la
rubia, a su vez, lleva una de sus manos hacia la genitalidad del anciano, gesto
que debe ser muy placentero para ambos a lo que se colige. A la espalda del
trío, de pie, se hallan otras dos ninfas, rubias las dos, una a cada lado, con
ojos brillantes como de intenso jolgorio, y sonrientes.
La escena que he descrito de forma somera, desde luego, aparte de ridícula,
resulta patética. Pasando un rato,
lleva por leyenda. ¿Es un primer premio de fotografía o una foto descalificada
de concurso? ¿Es una estrafalaria felicitación navideña o más bien se trata de
una instantánea captada en un pub de carretera? ¿Remite su interpretación a la
simbólica freudiana o simplemente muestra los estragos que hace la edad y lo ridículas
que pueden llegar a ser las personas cuando no se percatan de que se les paró
el reloj hace tiempo?
En
los preámbulos de estas Navidades al abrir el whatsapp me he encontrado con eso. Soy consciente de que, deformado por la filosofía, tiendo a
marear la perdiz en exceso, pero no he podido evitar hacerme las preguntas
anteriores y otras que omito. También es verdad que al estar metido en un grupo
en el que tiran a dar a todo lo que se menea, no debería haberme sorprendido
por encontrar adefesio de tamaño calibre. En fin, que me quité las gafas para
acercar los ojos a aquello, verlo mejor y desentrañar su significado, y…
¡Sorpresa! ¡Aquellas caras borrosas me eran conocidas! ¡Mi vista me había
engañado y producido un espejismo! Las ninfas, en realidad, no eran tales ninfas
sino señoras entradas en años y de honestidad intachable, a las que conocía de
mis trasiegos por el trabajo, y el anciano, el anciano… no era otro que un
antiguo conocido, muy simpático y entregado a gracietas superlativas, a quien por delicadeza y por no
ofender (no es mi estilo) llamaré con el eufemismo de El Consabido Cagarrutio. ¡No era el whatsapp de mis queridos Chavos
el que había abierto: era otro! Mi
falta de atención sumada a mi miopía —¡en cuántos problemas me habré metido por
culpa de este defecto físico!— había producido aquel error, ¡collons!
He guardado la foto en el disco duro de mi
ordenador para sacarla a la luz y alegrarme en los momentos de tedio. Prometo
no enseñarla a desaprensivos sino sólo a personas dignas y de moralidad a prueba de bombas que sepan ponderarla justamente. Estos esperpentos se han de quitar
del alcance de quienes no saben valorarlos, y no por salvaguardar el pudor de
quien no lo tiene, que ya sería un motivo más que justificable, sino por una
razón aún mayor: para preservar el buen gusto.
Todos
los derechos reservados.
Jesús
Cánovas Martínez©
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