OFICIOS
DESAPARECIDOS. AMA DE CRÍA.
AMPARO GONZÁLEZ
TOMÁS
EDITORIAL SOLDESOL
Son
ocho relatos los que componen este libro, Oficios
desaparecidos. Ama de cría, del que Amparo González hace entrega, los
cuales como hilo conductor tienen la recreación de oficios desaparecidos, tal y
como su título indica. Como estos oficios hoy no existen, tampoco existen las
gentes que vivieron de ellos, por lo que los relatos se remontan a un pasado,
sea este el de nuestros abuelos o el de los abuelos de nuestros abuelos; así el
toque costumbrista se adhiere a ellos y es esencial a los mismos. El lector del
libro, por consiguiente, debe prepararse para entrar en el tiempo remoto que
recrean en cuanto a la forma de vida de sus protagonistas, a ese pasado de
tradiciones hoy caducas que constreñía sus vidas y que, porque hoy son un mero
eco o no existen, pueden chocar bastante a un urbanita de nuestros días; sin
embargo, a este no le chocaran las emociones y anhelos que recorren a estos
personajes, pues son universales y atienden a todo ser humano de cualquier
época y en cualquier circunstancia.
Lo
primero que cabe resaltar, por lo menos a mí me lo ha parecido, es la
preponderancia que adquiere la mujer (la femineidad como categoría queda
resaltada al máximo), tan arrumbada a papeles secundarios en un pasado
desgraciadamente no tan lejano, como si Amparo González quisiera hacer una
reivindicación allende el tiempo de su dignidad, de su valía y, en definitiva,
de su capacidad de integrar una familia, aun sirviendo de sostén económico,
posibilitando la pervivencia y cohesión de sus miembros. Una mirada femenina, analítica,
tremendamente observadora, a la que no escapan los detalles por nimios que
estos sean y difícilmente se le podrían ocultar las emociones del alma, recorre
las páginas del libro y otorga a los relatos el punto de vista necesario para
crear una atmósfera propia.
Ama de cría, quizá por ser uno de los relatos más significativos,
encabeza la serie. Amparo González nos relata un drama (y bien es verdad que
los ocho relatos adquieren tintes dramáticos). Hay cosas que no se eligen y
acontecen como un fatum del que no
podemos escapar y nos condicionará durante toda la vida. Tal ocurre con la
protagonista del relato, cuya precaria vida estará traspasada por la muerte y
el desamor; la felicidad que desea quedará diferida por la esperanza, pero la
esperanza quedará sometida a duras pruebas. Tras un parto, que debemos suponer
difícil, muere su hermana gemela y al poco su madre. Su madre era la segunda
esposa de José, el padre, quien la tomó en nupcias una vez muerta la primera
mujer, hermana de la misma. (Y no debe extrañarnos que esto ocurriera, pues
dicha práctica se solía estilar en aquella época por varios motivos: porque ya se conocía a la familia, porque
se le tenía cariño de tanto entrar en la casa, porque estaba bien visto si la
hermana no tenía novio y, sobre todo —no fue el caso del padre de la
protagonista— si se tenían hijos pequeños;
de esta forma todo quedaba en familia.) Tras la pérdida, José, hombre de mirada de pájaro atento, dejó de
mirar y perdió el interés por vivir; aun así, busca un ama de cría que
amamante a su hija superviviente. Encontrar una nodriza para los hijos era
señal de bonanza económica de la familia; pero esta tenía que cumplir una serie
de requisitos, los cuales reproduzco aquí para mostrar el detallismo de la
autora:
Que su edad oscilara entre los
diecinueve y veinticinco años, que estuviera amamantando a su hijo, pero que
este no contase con más de dos o tres meses de edad. También que poseyera un
buen informe médico; estar vacunada y tener una salud rebosante. Se valoraba en
exceso que no tuviera ninguna enfermedad en la piel. Otro documento importante,
que redactaba el cura del pueblo, era el de «buena conducta» y una moral intachable, con ir a misa era suficiente.
En
fin, aquello se parecía al ajuste para comprar una vaca. Pero volviendo al
relato, y como refiere la autora “toda
existencia personal descansa en un secreto”. Quizá sea así. El caso es que
Luciana, la nodriza, parece que lo tiene. José, que pronto se da a la bebida,
no lo sospecha, a pesar de un cuadro premonitorio y horriblemente realista que
contempla en casa de la futura ama de cría; tampoco le alertan sus ojos
pequeños y crueles. (Es sabido que el mal existe y con frecuencia anida en las
personas; dejo que el lector descubra este pormenor por sí mismo.) Al borde de
la muerte, la protagonista tiene la suerte de ser rescatada de esta ama. Se
quedará huérfana de padre y deambulará de casa en casa; un muchacho que con
timidez la ronda, su primer y gran amor, morirá prematuramente. E, incluso, en
una de estas casas de acogida, la del Hierbas, abuelo político y naturista para
más señas, en la que recibe un verdadero afecto, sufrirá un fiasco. El Hierbas
solo tenía un vicio: era un jugador empedernido, y las cuatro herencias típicas de la época que le dejaron sus
padres, el susodicho las pierde en el juego:
Un arca con un ajuar completo bordado
que era el de mi madre; una pequeña finca en Los Molinos, situada en un buen
lugar; la tercera parte de una gran casa familiar, y un cofrecito con joyas de
la familia.
¡Vaya
con el Hierbas! La ironía no falta en la escritura de Amparo González, muchas
veces soterrada, pero otras tantas explícita. La protagonista, de la que se
hurta el nombre, al paso de los años, muy entrada en la madurez, se casa con un
hombre que la ama. No es su primer amor, por lo que duda en tomar tal decisión,
pero bastante áspera había sido su vida para renunciar a la felicidad que le
rondaba. El relato, sin embargo, no acaba aquí, porque todavía queda algo por
resolver: el misterio de su ama de cría. El azar o los remordimientos llevan a
una “austera vieja” a desvelar dicho
misterio. La protagonista necesita comprender las raíces del mal, tal vez
disculpar. Tras el encuentro con la vieja, confiesa:
Muchas preguntas surgieron de regreso a
casa. Pero decidí meterlas en el baúl de las “extrañezas de la vida” para
conseguir olvidar a una madre desgraciadamente inolvidable.
Y
ahí termina el relato, sin colorín
colorado, con un final abierto para que el lector pueda imaginarlo.
Con
una prosa clara, pero intuitiva; con un análisis pormenorizado, pero liviano en
la lectura, Amparo González pasa revista a una serie de heroínas que se podrían
elevar a la categoría de arquetipo. Son mujeres luchadoras que se rebelan ante
su condición generalmente de pobreza, y no solo pecunaria. Este es el caso de
la cigarrera, de la cual curiosamente, al igual que la protagonista del primer
relato, tampoco se nos dice el nombre (¿qué pretende la autora con tal ardid?).
A los dieciséis años huye de su casa para no volver más. Está harta del maltrato que su padre da a su
madre, y en la capital del Reino, con tan humilde empleo como el de cigarrera
logrará salir adelante e, incluso, enviar dinero a su familia. Pronto observa
que un muchacho la ronda y conocerá el amor. Sin embargo, el mal golpea, y
golpea siempre de forma necia y absurda,
por lo que tales presagios de dicha se truncaran por no ceder a los
deseos de un cliente; para colmo descubrirá que su príncipe azul era un príncipe envenenado, pues comienza a
repetir los malos hábitos de su padre… No obstante, a pesar de estos
descalabros, la vida sigue y tal vez le sonría en un futuro no demasiado lejano.
Hay
una bondad natural en estas mujeres, inocencia en el más genuino sentido del
término, que difícilmente se pervierte aun con los reveses sufridos. Cándida,
la lavandera, al intimar con Viana, la mujer que le da trabajo, descubre que
puede haber otro tipo de amor diferente al que ella y su marido se profesan.
¿Cómo es posible que después de cincuenta años de matrimonio un esposo ejemplar
deje a su mujer por una sirvienta? Podría ser por el tedio que suman los años
sobre los años. En cualquier caso, ¿se podría otorgar el perdón a esta
infidelidad? Dejo de lado estas preguntas y vengo a considerar el caso de la
azacana o aguadora, Catalina, quien, con un padre desaparecido en la guerra y
pronto huérfana de madre, pasa a la tutela de la abuela con su hermano Gabriel.
Los dos hermanos tendrán que ganarse la vida de aguadores, duro trabajo mal
pagado que les lleva a recorrer infinitas leguas al día por caminos llenos de
peligros para vivir con un poco de dignidad. Fue una suerte que Catalina no
hubiera heredado el labio leporino que caracterizaba a las mujeres de la
familia, por lo que Juan de Dios, el hijo de un hacendado bien situado,
fascinado por su belleza, pronto se enamora. Casa Catalina con Juan de Dios y
Gabriel se va a vivir con ellos, pero el mal, soterrado, oculto, está ahí: Juan
de Dios guarda un secreto, tal vez demasiado pesado para sus hombros.
Y,
bueno, dejo de contar mis impresiones sobre Oficios
desaparecidos porque el lector tiene derecho a descubrirlas por sí mismo;
pero sí diré que una vieja silla de enea nos rebelará los secretos
inconfesables de un pederasta y que Amparo González homenajea a Hemingway en un
relato cargado de lirismo y ternura, y que se adentra en el alma turbulenta de
un capador de animales y, por último, que denuncia la fatalidad de la guerra,
el daño irreparable que produce en las familias que no tienen el suficiente
dinero para evitar que sus hijos sorteen.
Todos
los derechos reservados.
Jesús Cánovas Martínez©
Filósofo
y poeta.
Ad astra per aspera.
Unos relatos q aunque duros, los he leido con cariño, pues me han transportado a la epoca de cuando era pequeña y mi abuela q también fue nodriza, me contaba su historia, su vida.
ResponderEliminarLeer este libro ha sido telestransportarme al pasado y volver a ver y a escuchar a mi abuela ;y allí nos veia a las dos, sentadas alrededor de la mesa de camilla con el brasero en invierno o sentadas en la calle, tomando "el fresco" en verano;ella hablandome d su pasado y yo escuchando entre atenta y sirprendida de todas aquellas cosas q a mí, me parecian tan subrealistas pero q ella habia vivido tan intensamente q las recordaba como si le hubiesen pasado ayer.
En muchas partes del libro he sentido q era mi abuela, la protagonista de la historia.
Gracias Amparo por esas historias; para mi, ha sido yn re- encuentro con una d las personas mas importantes en mi vida.