PARA MIRIAM
La noche de San Juan, de una
manera u otra, siempre me ha traído regalos, dones. El mayor de todos ellos ha
sido mi hija, Miriam. Porque Miriam nació a veinte minutos de la medianoche
sideral, su vértice exacto, y esa noche fue benévola y dulce hasta el punto que
con un suave beso le dejó su marca: un lunar bajo la axila
izquierda. Miriam nació sana, robusta, tanto que, al tomarla, llenaba los
brazos.
Hay algo en nosotros que
perdura, y perdurara siempre, porque forma parte de nuestro ser más íntimo. No
ya el recuerdo, sino la vivencia de Miriam entre mis brazos hecha presente,
renueva mi apuesta por la humanidad, me reconcilia con mis semejantes, porque
al abrazarla a ella abrazo a cualquier niño pequeño, su inocencia, y por su
inocencia, la inocencia y bondad de todo hombre.
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