CUANDO OIGO A ALGÚN POLÍTICO UTILIZAR LA
PALABRA “PUEBLO”, ME ENTRAN SUDORES FRÍOS.
Cuando oigo a algún político utilizar la
palabra “pueblo”, me entran sudores fríos, y si encima dice que lo representa,
sudo más, porque ¿qué es el pueblo? No hace falta adentrarse en profundidades
metafísicas para poner de relieve el mal uso que suele hacerse de esta palabra,
porque el pueblo es el gallináceo, el terruño en el cual hemos nacido y con el
que mantenemos lazos afectivos, darle otro contenido semántico es un exceso.
Demos un paseo por la historia reciente para
intentar aclarar esta cuestión. Vengamos al caso del nazismo. ¿Qué
significación tenía el “pueblo” para los nazis? Indudablemente era el pueblo
alemán, ¿pero quién pertenecía al pueblo alemán? No todas las personas que
hubieran nacido en Alemania y tuvieran dicha nacionalidad. Los judíos, de
entrada, no.
—Pero, oiga, yo soy alemán. Mis raíces
alemanas se pierden en la noche de la Edad Media, he luchado por Alemania en la
Primera Guerra Mundial, he sido condecorado con la Cruz de Hierro y con mi
trabajo he levantado al país de la miseria.
—De eso nada. No eres de los nuestros. Hemos
descubierto que tienes dos abuelos judíos, luego no perteneces al pueblo
alemán. Eres un mal híbrido.
Ya sabemos lo que ocurrió después: pérdida de
la ciudadanía, vejaciones, enajenación de bienes y solución final. Eso para los
judíos, pero para los discapacitados psíquicos, gitanos, homosexuales (curioso
que en un régimen donde había tantos, se les persiguiera), y disidentes
políticos, fueran socialdemócratas o comunistas, o simplemente mostraran
desacuerdo con el partido nazi, más de lo mismo. En fin, al Volk había que preservarle la pureza.
Vayamos ahora a la Rusia soviética. Parece
que aquí la semántica de la palabra “pueblo” no gira entorno a una raza, sino a
una idea política, a un partido; más aún, a determinada línea de un partido.
Cuando Stalin toma el poder queda claro: o con “papaíto” o contra “papaíto”.
Así son barridos los trotskistas por los estalinistas, como antes lo habían
sido los mencheviques por los bolcheviques. Y en la Gran Purga de los años 30
se elimina de forma sistemática como “enemigo del pueblo”, ya deportándolos a
los gulag, ya fusilándolos directamente, cualquier tipo de disidente
(imaginario o real) con el comunismo ortodoxo: socialistas, anarquistas,
pequeños propietarios (kulaks) y minorías étnicas, entre las que se encuentran,
cómo no, los judíos. Total, la represión estalinista se llevó por delante a 20
millones de rusos, y aunque éstos se decían rusos, por lo visto no lo eran. ¿Y
los que no eran rusos de verdad, puesto que pertenecían a otras nacionalidades,
pero el imperialismo soviético había puesto la bota sobre sus naciones?, ¿qué
ocurrió con ellos? Que se lo pregunten, por ejemplo, a los ucranianos. Sí, y
que les recuerden el holodomor, aquel
tipo de genocidio que consistía en matarlos de hambre.
Ha habido una tendencia sistemática, por
parte de los líderes de los totalitarismos, de utilizar la palabra “pueblo” con
la boca llena. Todo lo que han hecho (incluso cualquier tropelía que podamos
imaginar), lo han hecho a favor del pueblo, porque ellos han sido los
representantes legítimos del pueblo. Sin embargo, para ellos, el tan traído y
llevado “pueblo” siempre ha tenido un sentido excluyente, y, en consecuencia,
la palabra con la que lo han designado se ha vuelto abusiva en sus bocas; tanto
así que, sin que tal vez hayan tomado conciencia, la han vaciado de contenido.
Hoy día, cuando la utilizan ciertos
políticos, la palabra “pueblo” parece más vacía y retórica que nunca. Habrá que
recordar, por tanto, sin otro ánimo que restablecer el recto sentido de las
significaciones, que ese mesianismo trasnochado en el que se impostan algunos,
es propio de las repúblicas bananeras, de esas que conculcan los derechos
humanos y restringen las libertades. Por suerte tenemos otra palabra,
“ciudadanía”, que todavía no ha sido corrompida. ¿Quién es un ciudadano? Quien
está sometido ha determinado ordenamiento político-jurídico, esto es, aquél que
se constituye en sujeto de obligaciones y derechos en igualdad con otros
sujetos que pertenecen a una misma sociedad. De esta manera, el concepto de
“ciudadanía”, en contraste con el de “pueblo”, es inclusivo, acoge la variedad,
la diferencia, pues ciudadano lo puede ser cualquiera, independientemente de su
etnia, ideas políticas o religiosas, género, condición social, cosmovisión del
mundo, o de cualquier otra diferencia que podamos pensar.
Algunos políticos, a los que se les supone
instruidos (no hablo de aquellos a los que no se les supone, porque
necesitarían cierto reciclaje) ya que tienen tratos con el mundillo académico,
parece que olvidan, no sé si a conciencia, cosas que para ellos deberían estar
muy claras. Habrá que recordarles que deberían dejar de utilizar la palabra
“pueblo” y sustituirla por la de “ciudadanía”. Cuestión de elegancia, por no
mentar otras cuestiones.
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Jesús Cánovas Martínez©
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