Fue un perfecto inútil. Hombre
contemplativo y poco dado a la acción, en los negocios poco hizo a derechas,
por lo que terminó dilapidando la inmensa fortuna que de su padre había
heredado. Los acreedores lo persiguieron con insania, los amigos lo dejaron, y,
con el fin de que no le metieran en prisión, tuvo que refugiarse, casi al final de su vida,
en una casa de jesuitas. Si alguien me preguntara por un prototipo de poeta,
sin lugar a dudas lo elegiría a él. Porque se entregó a la poesía en cuerpo y
alma: Fue poeta y mecenas de poetas, y aunque los críticos lo han tildado de
poeta menor, compuso un manojo de sonetos bellísimos que a mi entender se
encuentran entre los mejores de la producción del barroco. La escuela herreriana en él llega a su apogeo.
Yo lo imagino como un hombre fundamentalmente bueno. Aquí dejo un modesto homenaje
a su figura:
JUAN DE
ARGUIJO, HOMENAJE
I
La fortuna
con esmero amasada por el padre
útil sólo es
de trabajo,
pues
gallarda la figura, sutil el ingenio,
el tráfago
mercantil elude, las gradas de Sevilla.
Los
complicados asuntos financieros
no son para
el que suspende sus labios de las musas
y opone al
mercar ladino
el
afortunado don de la palabra, su tersa indiferencia,
y más le
tienta el certamen de las rosas, el lance literario.
Como Llavero
Mayor de la Alhóndiga
–por
ganancia evento en suma que le vale
para el
futuro copiosos enemigos–,
con
estrépito fracasa.
Que la
versátil fortuna rueda y es mudable
común es de
acuerdo, tópico y harto evidente:
no son
eternos los hombres ni los cargos,
la fama y el
dinero al punto allegado
se desploman
la ladera abajo.
Pero aún el
padre vive,
las tierras
de ultramar siguen siendo ricas,
luctuosos
dividendos se ingresan y el oro llueve a latigazos.
Ni le
importa ni le tienta la política
–que
distiende la sonrisa solapada
en el
discreto adosado como amigo–,
tampoco el
poder, la vana sombra efímera que el aire avienta,
y del amor
los senderos
custodia la
amable doña Sebastiana
dulces en su
corazón:
son
mitológicas damas las que Don Juan corteja,
el tierno
verso cargado
de
equilibrio excelso y bello, de armonía.
Otra fortuna
él persigue, que decanta sin reservas:
“la de poetas y músicos y decidores”.
Para la
fiesta ataviado y la galanura,
muerto el
padre, en la casa recibe la tertulia;
se le antoja
poco el gasto excesivo
y gasta de
lo que tiene aún más,
los
sancionadores ojos que pondrían freno a tal dislate
ya no
existen, leve tierra los acoge.
Cómicos Don
Juan contrata, festejos organiza
–Sevilla de
gala ciertamente se ha vestido–,
y en los
poéticos certámenes miembro indispensable
se lanza a
una carrera donde el peculio recibido
peligrosamente
merma y decrece: dilapida y gasta,
y aun socorre
jesuíticas empresas
a la caridad
en orden para con el débil, el enfermo, el desvalido.
A este
despilfarro vano coto con el consejo
intentan
poner algunos, que la bondad a veces
tiene
premio; vano asunto:
vacilante en
un mar duro, embravecido,
abatido cae
al fin por hambrientos lobos.
II
Le vemos en
la Profesa Casa
como huésped
no molesto de la Compañía,
donde medita
y pasea por el patio ameno.
Opaco
estorbo del mundo no suponen los bienes,
ni el
tumulto arrebatado le molesta
al son bueno
de las aguas que cantan dulcemente,
entre setos
de verdura, a la sombra del magnolio;
la codicia
le es aún más ajena,
ajeno él al
ordinario enredo de los apuntes y las cuentas,
a ceniza
reducida tal espina,
la lujuria y
el oro, el miedo y el odio mismo.
Los caros
amigos le han dejado solo
en esta hora
al parecer donde el silencio pesa
y se
agradece el amigo brazo, una charla amiga,
un gesto
circunstancial o siquiera
el tan
preciado moral apoyo; no importa.
Ante la paz
en el claustro que se respira,
de los
antiguos al lado tan sonoros vates,
no hay
precio alguno ni quita al sesgo de la balanza
unos gramos
que enriquezcan o lastimen tal dispendio.
Su alma
sosiega y enaltece
de su
corazón adentro el templo ardido,
y son Ícaros
o Dafnes, Apolos,
Orfeos,
Didos o Venus,
los que
transitan en suave calma
por la hoja
en blanco, que en breve apunte anota
con su grave
mano, templa y cumple poema.
Interior de
su morada
ilumina
llama viva:
de sí mismo
adentro busca para hallar afuera
lo que en
gracia y don convierte.
Don Juan,
señor Veinticuatro de Sevilla,
pule el
soneto, tañe la vihuela.
Del libro Transluminaciones y presencias.
Jesús
Cánovas Martínez©
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