ALMENDRICOS-GUADIX.
¡UNIDOS POR FERROCARRIL!
AVISO
IMPORTANTE: El texto que sigue a continuación lo escribí de una tacada en el
otoño de 1989, y con él pretendía dar cuenta de la marcha realizada a través de
la vía férrea que comunicaba las localidades de Almendricos con Guadix,
clausurada hacía poco por una nefasta decisión política. A los que realizamos
tal marcha nos movía, ciertamente, la protesta explícita por el cierre de la
línea y la consecuente reivindicación de su apertura. Dicho lo cual, al
escribirlo, no pude dejar de darle un sesgo subjetivo y poner de relieve
sentimientos que me transportaban a mi infancia. Manifestando que, sin faltar a
la verdad de los hechos, lo he retocado infiriéndole pequeñas modificaciones
para darlo a los caminos ubicuos de Internet, me hago responsable de las
opiniones que en él se vierten. Sin embargo, y a lo que vengo, no puedo asumir
responsabilidad alguna acerca de las diversas instrumentalizaciones del mismo
que, ajenas a mi voluntad, se hayan hecho o se pudieran hacer en aras de
ideologías que escapan —y escapaban— al momento y a las motivaciones iniciales
por las que fue escrito, las que ni acepto ni comparto.
PRÓLOGO
El 1 de
enero de 1985, el por aquel entonces ministro socialista de Transporte, Turismo
y Comunicaciones, Enrique Barón, tuvo la ocurrencia de clausurar el ramal
ferroviario que comunicaba la localidad de Almendricos (Murcia) con la de
Guadix (Granada). Se conocía como El “Ferrocarril del Almanzora” o La “Línea
Ferroviaria del Almanzora”, ya que la mayor parte de su recorrido discurría por
la cuenca de lo que en remotos tiempos fue un caudaloso río del mismo nombre;
hoy, desgraciadamente, debido a la pertinaz endemia de agua propia del sureste
de España, en algunos trechos, ancha rambla. La línea se hallaba en mal estado
y había tramos en los que los trenes de la época —entre ellos los de lujo, el
TER o el Talgo, que alcanzaban la velocidad de 120 km. por hora, máxima
permitida en la red ferroviaria—, sólo podían circular con la tremebunda
ventolera de 30 Km. por hora. Una distancia de 161 Km., con las sucesivas
paradas en las localidades de la cuenca del Almanzora, podía eternizarse de
este modo. Quizá razones no faltaban para tal decisión, pero si ponderamos que
aquel cierre supuso de hecho la incomunicación ferroviaria entre Levante y
Andalucía —a partir de ese momento cualquier viajero que, por ejemplo, quisiera
ir de Murcia a Granada, tenía que subir hasta Alcázar de San Juan (Ciudad Real)
y transbordar desde allí a un nuevo tren para llegar a destino—, tendremos
motivos más que suficientes para meditar al respecto. Pues es un hecho que por
aquella época a algunos probos políticos se les llenaba la boca con el famoso “Corredor Mediterráneo”, proyecto
necesario no sólo en lo que atañía al transporte de pasajeros, sino también a
la salida de mercancías y productos agrícolas de la emergente Almería.
Curiosamente hoy en día, pasados muchos años y habiendo llovido demasiado poco
en las localidades del Sur, se sigue hablando del mismo Corredor, pero el
Corredor, por lo menos en lo que atañe a su vertiente ferroviaria, sigue sin
existir.
161
Kilómetros... Hacía tres años antes del cierre que se habían electrificado los
pasos a niveles. Hubiera bastado quizá una módica inversión para reformar la
vía y no privar de esta manera de un servicio tan necesario para el desarrollo
de la zona, y más que de la zona, del país. Los que no somos políticos
entendemos poco de ciertas decisiones, pero lo cierto es que medidas como la
referente ayudaban a la configuración de los Reinos de Taifa en los que pronto
se configuró esta maltratada nación a la que llamamos España.
Soy
hijo de ferroviario, nieto de ferroviario y biznieto de ferroviario, y, hoy en
día, mi hermano perpetúa la tradición de la familia. Si digo esto es para
resaltar que mi interés por el ferrocarril es incuestionable. En mis retinas de
niño tengo grabada la figura de mi padre como un dios de carbón y fuego subido
a la máquina; viajé en vagones cuyos asientos eran de tablas —aquellos tercera
de la época— y me peleé muchas veces con mi hermano por coger el asiento de la
ventanilla; en los túneles me entró carbonilla en los ojos y tengo el recuerdo
de viajes casi épicos que, en realidad, cubrían distancias muy cortas. Viajaba
la familia con innumerables bártulos, a los que se les adosaba por necesidad
una vieja mimbrera, atada con renegrida correa, lugar donde tomaba plaza
Rasputín, nuestro gato. Era otro modo de vida, otro techo a conseguir, otras
aspiraciones... El mundo estaba configurado de forma diferente.
El padre del servidor arriba, en la máquina. |
El ferrocarril
condicionaba un modo de vida, una forma de estar en el mundo —por lo menos,
como yo lo viví en mi infancia y primera juventud—, y las familias que vivían
de él asumían una ética y estética concretas. Ser ferroviario, vivir al borde
de una línea, imprimía carácter. En épocas de penuria no pocas veces salían las
mujeres con cubos de cinc o capazos de esparto a pedir carbón a los maquinistas
—eso lo han visto mis ojos—, y no pocas veces aquellos lejanos trenes tirados
por máquinas de vapor servían de medio a las pequeñas economías domésticas para
realizar los necesarios trueques del estraperlo.
De las
cosas que he realizado de las cuales no me arrepiento —me arrepiento más bien de aquellas otras muchas que no he realizado—, una de ellas fue la marcha a pie por la
antigua línea ferroviaria de Almendricos a Guadix. Fue una marcha para protestar contra el cierre de la línea y reivindicar su
apertura en la que nos involucramos tres locos —Lorenzo López, profesor de
Dibujo, Pedro Díaz, guardabarreras, más tarde maestro de escuela, más tarde
revisor y mucho más tarde abogado, y el servidor, profesor de Filosofía—, y
digo locos porque la hazaña terminó con un brindis al sol; sólo años después de realizada comenzaron a moverse en las poblaciones de la zona ciertas
plataformas a favor de su reapertura.
Contactamos,
en primer lugar, con Miguel Losilla —mucho le debe Águilas a este hombre, pues
gracias a él el ramal de Lorca a Águilas, pese a los que lo pretendían, no llegó a cerrarse—, por aquellas fechas presidente de la Asociación Cultural de Amigos del
Ferrocarril “El Labradorcico” de
Águilas, con el fin de solucionar problemas de logística y darle a la aventura
el sesgo que pretendíamos. Losilla se volcó en el proyecto facilitándonos todo
lo que estaba de su mano. La idea original consistía en dejarnos caer con una
zorrilla desde Guadix hasta Almendricos, hasta Águilas incluso, aprovechando el
desnivel. No pudo ser. Unas lluvias torrenciales caídas a principios de
septiembre de aquel año de 1989 produjeron destrozos de consideración en la
vía: se cayeron puentes y pontetas, quedaron retorcidos y desplazados los
armazones de las vías, y varios de sus tramos fueron encenagados por el lodo y
las tierras láguenas. Así que cambiamos el plan e hicimos el recorrido a pie,
pero a la inversa.
La
aventura levantó pasiones en las poblaciones por las que pasamos, y a más de un
viejo ferroviario le llevó a convocar recuerdos y añoranzas. Poco después de
acabarla, Losilla nos pidió un pequeño relato de la misma. Salió como apéndice del libro conmemorativo “Memorias de la
línea férrea “Lorca a Baza” y “Almendricos a Águilas” (años 1960-1990)” de J.
García López. Francisco Ocón, compañero de trabajo oriundo de Guadix, nos pidió
permiso para su publicación en “Wadi-as”,
una revista accitana que cubría noticias de la comarca. Gustosos accedimos, lo
mismo que accedimos a entrevistas de radio, a sucesivas menciones en los
periódicos y a posteriores conferencias.
Los
tres reivindicativos aventureros proyectamos realizar un pequeño libro —y, en
consecuencia, nos distribuimos el trabajo—, donde quedaría ampliado el relato y
se le añadirían croquis y fotografías, así como los diversos testimonios de las
diferentes personas con las que pudimos hablar durante aquella marcha. Tal
libro sigue en proyecto.
Miguel Losilla |
En la
estación de Águilas hay un pequeño museo del ferrocarril auspiciado por la
Asociación del “Labradorcico”. Quien
lo visite encontrará suficiente información gráfica de la aventura. Aquí dejo
un par de referencias acerca de dicho Museo: Teléfono: 667 501 488 / Fax: 968 411 068; E-mail: labradorcico@terra.es.
Y sin
más dilación ahí va el relato prometido:
(continuará...)
Todos
los derechos reservados
Jesús
Cánovas Martínez©
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