ALMENDRICOS
- GUADIX
¡UNIDOS
POR FERROCARRIL!
AVISO
IMPORTANTE: El texto que sigue a continuación lo escribí de una tacada en el
otoño de 1989, y con él pretendía dar cuenta de la marcha realizada a través de
la vía férrea que comunicaba las localidades de Almendricos con Guadix,
clausurada hacía poco por una nefasta decisión política. A los que realizamos
tal marcha nos movía, ciertamente, la protesta explícita por el cierre de la
línea y la consecuente reivindicación de su apertura. Dicho lo cual, al
escribirlo, no pude dejar de darle un sesgo subjetivo y poner de relieve
sentimientos que me transportaban a mi infancia. Manifestando que, sin faltar a
la verdad de los hechos, lo he retocado infiriéndole pequeñas modificaciones
para darlo a los caminos ubicuos de Internet, me hago responsable de las
opiniones que en él se vierten. Sin embargo, y a lo que vengo, no puedo asumir
responsabilidad alguna acerca de las diversas instrumentalizaciones del mismo
que, ajenas a mi voluntad, se hayan hecho o se pudieran hacer en aras de ideologías
que escapan —y escapaban— al momento y a las motivaciones iniciales por las que
fue escrito, las que ni acepto ni comparto.
TRAMO
PRIMERO
Tres aficionados a las
marchas, amigos de subir y bajar montañas, de otear el infinito desde sus
cumbres; amigos de hollar quebradas e indagar entre las ramblas a la zaga de las
sombras; aficionados a las sendas y a los vericuetos imposibles y solitarios,
gente de orden pero que el placer lo encontraba al perderse en la vastedad de
la inmaculada naturaleza, en su solitaria grandeza, hacía tiempo que llevábamos
en mente recorrer a pie la línea férrea abandonada Almendricos-Guadix. No
solamente la necesidad de deporte nos impelía a realizar tal marcha, sino,
sobre todo, una vieja añoranza que teníamos clavada como pequeña espina, y no
era otra, como así nos confesamos mutuamente, sino nuestro amor al ferrocarril
y la necesidad de protesta ante el desmantelamiento que estaban sufriendo las
líneas férreas.
Cuando
no había progreso ni tecnología, de niños, viajábamos en trenes con máquinas de
vapor, pero en aquel momento, cuando tanto se hablaba de progreso,
comunicaciones, cambios, mejoras, etc., en una zona donde vivían decenas de miles
de habitantes, se les privaba de una arteria de enlace básica entre Levante y
Andalucía.
Decidimos
unir, cuatro años después de su clausura, ese cordón umbilical, de un modo
simbólico, con el sueño de que un día nosotros mismos lo hiciéramos en un tren
de los tiempos actuales, merecido para unos ciudadanos con un digno nivel de
vida.
Nos
movía la consideración de que al ferrocarril no solamente se le puede ver como
algo romántico del pasado, sino también como el medio de transporte, en
general, de más proyección de futuro.
Y
como tal debía ser disfrutado por el número más extenso posible de ciudadanos:
Era algo que cada vez más solicitaba la sociedad, y se debía asumir.
En
tal sentido, pensábamos, los que en sus manos tenían el poder de las decisiones,
en vez de hacer vituperios a derechas o izquierdas deberían defender lo bueno y
discriminar lo malo. Y si del ferrocarril se trataba no deberían confundir
deficiencias administrativas con elementos esenciales del medio de transporte,
en sí mismo.
Por
eso, preparados para la marcha, a lo largo de todo el recorrido pretendíamos
indagar las diversas opiniones de los afectados sobre las repercusiones socio-económicas
que en su día creó el cierre de este eje de comunicación, quizá propiciado por
el abandono del servicio de la más mínima calidad que los tiempos actuales
requieren. También pretendíamos comprobar si las gentes de los pueblos por
donde pasaba la línea se habían olvidado de que durante casi cien años habían
visto pasar el tren por su paisaje, cuando era la más alta expresión de
progreso y de mejora en las comunicaciones, y de la que ahora se hallaban
privados. Y esto a pesar de ser éste un medio de transporte totalmente vigente
y con extraordinaria proyección de futuro, dadas sus condiciones de seguridad,
confort, rapidez y respeto del entorno ecológico.
Estación de Zurgena, 1977. Eran otros tiempos |
Trataríamos,
de un modo u otro, que las gentes nos contaran sus historias de viva voz. A
esta intención añadíamos la de comprobar en qué quedaban las instalaciones de
la línea, dada la desgraciada barbarie de algunos grupos de personas, con su
falta de respeto a unas instalaciones que en su día dieron su servicio a los
pueblos de la zona y entrañaban un patrimonio cultural.
Ideado
el proyecto, nos pusimos manos a la obra. Contactamos con la Asociación
Cultural de Amigos del Ferrocarril “El
Labradorcico”, y les expusimos nuestras inquietudes. El proyecto fue
acogido con verdadero entusiasmo y nos brindaron toda la ayuda posible que en
sus manos estaba.
Un
19 de septiembre de 1989 —que ya es historia de nuestras pequeñas historias—,
apertrechados de mochilas, palos, gorras, cámaras fotográficas, blocs de notas,
zapatillas cómodas, magnetofón... y, por supuesto, muchísima ilusión, nos
pusimos en marcha...
La
estación de Almendricos está desolada. No hay campanilla, no hay reloj que
marque el tiempo de llegada y salida de los trenes. Apedreamientos certeros en
las ventanas han esparcido cristales por el suelo, y las palomas, como
irrisorios símbolos, ayudan a esta erosión del abandono con la diminuta pero
eficaz exoneración blanquecina de su cloaca.
A
esta inerme desolación se le suma la desolación de un viejo, vestido de pana,
de riguroso negro, con sombrero y cayado, que entabla una conversación con
nosotros. El viejo, añoso, surcado en la cara por profundas arrugas, deja
traslucir en sus ojos, hundidos y azules, una extraña nostalgia. Está sentado
en un banco; sus manos, membranosas, han sido curtidas por el viento y la
tierra y las mueve con lentitud al hablar. Recuerda el hombre cuando vino de
Argentina. Él era un niño. La familia desembarcó en Cádiz y, debido a la brevedad
acostumbrada con que se realizan en este país los trámites administrativos, la
estancia en la ciudad portuaria se alargó durante varios días, unos cuantos más
de los previstos. Eso no importaba; traía la familia una ilusión en sus
alforjas: la de reencontrar a España. Se lo traían todo: Los muebles, las ropas
y hasta el gato. El viejo recuerda con especial cariño un gramófono que terminó
por perderse en la mudanza. Y nos cuenta el viaje en ferrocarril que hizo de
Cádiz hasta Almendricos. Los ojos del viejo brillan, destellan una extraña
viveza, se iluminan. Recuerda el pasado y parece que se transporta, que se va,
que se esfuma y pierde en ese otro tiempo, el vivido y auténtico. De Cádiz a
Sevilla; de Sevilla a Granada; de Granada a Almendricos, y todo este viaje en
un tren interminable, de los antiguos, de los de locomotora de vapor y largo
silbido en la noche. Es una fiesta oírlo hablar.
—Y,
vosotros, nenes, ¿a dónde vais?
—Vamos
a Guadix.
No
contiene el asombro y exclama:
—¡Pero
ya no pasan trenes!
—Lo sabemos. Por eso vamos
a ir andando hasta allá para reivindicar la apertura de la línea.
Nos
mira el viejo de soslayo y de reojo.
—¡Pero
Guadix queda muy lejos!
Entonces,
para convencerle de la veracidad de nuestras intenciones, y de que éstas no nos
las moverá nadie, sacamos la pancarta…
(continuará...)
El servidor junto con Pedro Díaz desplegando la pancarta. |
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Jesús
Cánovas Martínez©
Pedro
Díaz Martínez©
Lorenzo
López Asensio©
(continuará...)
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