POETA EN LA COCINA
PEDRO JAVIER MARTÍNEZ
Hipocampo editorial, para aquellos que les
interese este tipo de sucesos, tuvo una trayectoria muy corta; tan corta, tan
corta que solo vinieron a salir tres libros de sus primorosos e iluminados
fogones. Aconteció tal aventura justo en el vértice del cambio de milenio; con
el renuevo de un ciclo, se renovaba también la vieja ilusión de Pedro Javier
Martínez de comandar un sello editorial que, desde las costas de Águilas,
traspusiera las ficticias fronteras de las demarcaciones administrativas y aun
llegara a otras costas allende los océanos, como las del nuevo continente.
Fueron momentos cargados de nobles aspiraciones, y yo asistí, como confidente y
amigo, a aquel empeño. Las dificultades en la mar embravecida de editoriales y
distribuidoras, sin embargo, fueron muchas; a la falta de medios técnicos se
sumaba la falta de capital con la que afrontar las más que múltiples exigencias
monetarias, y, bien sabido es que el mercado no perdona. Aun así, la luz se hizo,
aunque breve, y fue de esta manera: En primer lugar apareció Poeta en la Cocina, bajo la rúbrica del
director de la editorial; en segundo, Fanal
de la Aventura, del servidor que esto escribe, y, en tercer lugar, Del haiku y sus orillas, de un colectivo
de poetas de la Región de Murcia que se adentraba en la experimentación de esta
interesante y original estrofa. Los tres libros salieron de los fogones de Hipocampo
editorial bien horneados, impecables, crujientes y sabrosos a la boca. Afortunadamente
los caminos de internet son ubicuos, y ciertas páginas alojadas en la memoria
del hiperespacio pueden avivar los recuerdos; a quien quiera saber acerca de
este avatar, le recomiendo el siguiente enlace:http://perso.wanadoo.es/hipocampoed/
Vengo ahora a Poeta en la cocina; en otra ocasión lo
haré acerca de otro de aquellos libros publicados: Del haiku y sus orillas.
El genio creador de Pedro Javier Martínez,
como cualquier modo de pensar que pueda llamarse propiamente creatividad, es
fluido y divergente, múltiple y tremendamente centrífugo, por lo que tiene
difícil acomodo en un solo registro o temática. Uno de sus libros más curioso,
insólito, personal, y, aun diría, hasta genial, es Poeta en la cocina, en el cual, con sorprendente gracia y acendrada
maestría se adentra en los entresijos del arte culinario y nos propone una
serie de recetarios de cocina en clave poética. Con unas palabras preliminares
el poeta nos advierte sobre su gestación. Confiesa que acababa de terminar un
poemario, Rastreando tus huellas,
donde vertía sus sentires espirituales,
cuando se percató, ahíto o inflamado del alimento espiritual, que el cuerpo
clamaba por sus fueros y reclamaba un poco de atención. Las necesidades del soma, por esas leyes pendulares que
tanto condicionan nuestros estados de ánimo, seguían a las del pneuma. Así fue como vinieron a aparecer
los poemas que componen Poeta en la
cocina, con el recuerdo de las recetas de los platos confeccionados por su
madre (que iluminaron mi niñez y primera
juventud), a los que se suman pronto las de su esposa Josefita y las de los
amigos. Tiene este libro, pues, un especial calor, y sabor, a infancia, a vida
familiar, a calidez de amistad, y a ese tiempo de inocencia y albura que
convocaba (como bien señala Manuel Rodríguez de Vera en su excelente prólogo) a
los pequeños dioses, lares o penates, entorno a las cocinas, las que, quizá como
un arquetipo de nuestros fondos inconscientes, vienen a ser algo así como las
cellas de los antiguos templos.
Por lo dicho, no es Poeta en la cocina propiamente, aunque festeja la mesa, un libro de
poesía festiva; es un libro que decanta una especial sabiduría de vida. No se
internará por inextricables vericuetos donde la razón encomie juicios de valor
o imperativos, hipotéticos o categóricos, ni propondrá máximas sentenciosas a
lo Confucio para enseñarnos los secretos del buen vivir; hará algo más directo,
más simple y, por consiguiente, más sabio: incidirá en uno de los pequeños
placeres, componente de la felicidad. Porque la felicidad a la que pueden
aspirar la mayoría de los humanos, salvo aquellos tocados por un sello especial
de lo alto, es la pequeña, esa tan condicionada por las menudencias de la cotidianeidad,
aquella escrita con letras minúsculas pero que, aun así, pueden expandir en más
o en menos su punto. Somos nosotros los artífices de nuestro estar en el mundo,
y ese estar puede ser hasta cierto grado agradable o placentero si así nos lo
proponemos; por eso las personas deben aprender a vivir.
¿Y en qué consiste el buen vivir? La
respuesta a tan interesante pregunta se llevaría unas cuantas páginas; en
cualquier caso, para vivir bien, no se trata tanto de propiciar grandes alharacas,
como de abrazar la sencillez. El sabio, por lo general, recoge esta tarea
pedagógica casi como una necesidad, y con el mismo ejemplo de su vivir muestra
que esa vida buena es posible. Pedro Javier lleva a cabo tal tarea en Poeta en la cocina. Un sano sentir
epicúreo, en la consideración genuina del término, antes de que fuera
tergiversado por irreverentes epígonos o contumaces detractores, se desprende
de la obra y la traspasa toda. La felicidad somete los pequeños placeres a
cálculo; la buena medida de los ingredientes, el buen cocimiento de las mezclas
entre los pulcros fogones, lleva al disfrute del yantar, a la fruición del
sabor. Y es así; esto es cuestión de arte. La cocina no es un tema tan banal
como a primera vista pudiera parecer.
Las delicias de la mesa suelen congregar a
los amigos. Pedro Javier tiene el cortés detalle de dedicar cada una de sus
hacendosas y pormenorizadas recetas a un determinado amigo. Se convierte así el
libro en ameno y familiar, como queda dicho, y en prolegómeno no de francachelas
sino de los ágapes que seguidamente convoca, por eso sus secciones ordenan el
itinerario del opíparo banquete: Ensaladas, Salsas, Entrantes, Platos Fuertes,
Arroces y Postres (Frutas y Repostería); sin olvidar Las Tres Gracias de la
mesa (el Aceite, la Sal y el Pan) o Las Tres Glorias de las Ensaladas (El
Tomate, la Lechuga y la Cebolla), y las endechas que les son pertinentes, ni, por
supuesto, Los Vinos que han de regar tan sublime yantar, o su colofón final,
donde la charla amiga se remansa junto al Café, la Copa y el Puro. Para no
echar nada en el olvido, al final de la obra aparece un apéndice donde se
detallan los ingredientes necesarios para preparar el plato que previamente se
ha especificado en clave poética.
La forma que ha elegido Pedro Javier para
exponernos su jovial y entretenido recetario es una estrofa clásica de
acrisolada raigambre: el soneto. Las recetas vienen encuadradas en sonetos
perfectos, o en series de sonetos que se hilan unos con otros, muchas veces con
estrambote. No encontraremos faltas a la perfección formal de los mismos; pero
si la forma del poemario es perfecta, el fondo al que alude (la receta o la
fluvial parénesis del plato e ingredientes) se constituye, sencillamente, en bello
y brillante. El resultado, una vez más, como en otras obras del autor, da la
sensación de sabia y arquitectural trabazón. Hombre del sur, poeta herido por
la luz y el sol, Pedro Javier enjoya sus versos y los dora con la sazón del
oxímoron, la fuerza del pleonasmo, la luminosidad de la imagen o el esplendor
de la metáfora, restallantes. Vengo a proponer unos ejemplos.
Del soneto dedicado a la sal:
Nívea
escarcha por el sol cuajada,
arcoíris
del mar, reconvertido
en
apretado grano y sometido
a
blancuras y luces de alborada.
Acerca del tomate:
Porta
vetas de un verde caprichoso
en su
bruñida piel. Y la enramada
trasmina
su fragancia, abandonada
a un
tibio sol de invierno bondadoso.
Veamos qué nos dice de la lechuga:
Destiñe
sus enaguas lentamente
hasta
lograr un blanco refulgente
en su
mórbida carne, el hortelano,
inviolada
de luz y sol en fuga.
Y de la cebolla:
Desde
su humilde cuna es una estrella
que
nació para el gozo y el desmoche.
Ahora, dejemos de lado los ingredientes de
las ensaladas, y vengamos a la parte dedicada a Las Frutas, donde Pedro Javier
despliega de una manera muy especial sus poemas, engalanados de intensa luz.
En referencia a la naranja y el limón nos
dirá:
Los
dos, hijos del sol y la ventura:
Grandioso
parto de la calentura
que le
trasciende al Sur en el costado.
De la sandía:
Verde
por fuera, verde y reluciente
como un
joyel redondo y bien labrado
en el
que guarda, en néctar clausurado,
su roja
carne, mórbida y turgente.
Así aborda el melón:
Melón
amigo y siempre abandonado
al
placer de la boca y su codicia,
acechando
cuchillos tu costado
para
ofrendar tu carne a la delicia.
Una descripción del plátano:
Asemeja
un pene en erección,
una
luna amarilla en su menguante,
un
bumerang certero y arrogante,
un
arco, presto al tiro, en contención.
Y del melocotón:
Dorado
cascabel de terciopelo,
corazón
luminoso y sonrosado,
venturoso
sagrario perfumado
con
delicias de aurora y caramelo.
Ahora, de la uva:
Burbujas
de oro y sol, encarceladas
en
joyeles radiantes, gestaciones
propiciando
gozosas libaciones
de las
golosas bocas alampadas.
Basten estos pocos ejemplos como muestreo de
que nos hallamos ante una obra de luminosa belleza, donde el genio creativo no
riñe con la cocina y su arte. Poeta en la
cocina es un libro para disfrutar y aprender; para disfrutar con la gracia
de una poesía ágil y verbosa, y para aprender no solo los trucos y secretos del
arte culinario sino también los secretos de otro arte: el de la vida.
Para terminar esta breve nota sobre Poeta en la cocina traigo a colación una
receta de los entrantes que lleva por título Las tostadas maravillosas de mi amigo Jesús. Yo no sé si Pedro Javier
al dedicarme este tan humilde poema-receta estaría pensando en mi época de
estudiante o en alguna temporada mía pasada de Rodríguez, el caso es que lo
introduce a modo de confesión y explica que estos
conocimientos son saberes/ de mis
años bohemios. ¡Ay, Pedro, qué apresuradas las comidas cuando estamos
solos! Luego de unos cuartetos consejeros, viene propiamente, en los tercetos,
la concisa y amigable receta:
Corta
del noble pan las rebanadas
y
déjalas dorarse junto al fuego.
Frótalas
con un ajo y ponles, luego,
el
aceite y la sal a las torradas.
Si tus
hábitos son de sibarita
de
pimentón, con tilde, acredita.
Todos
los derechos reservados.
Jesús
Cánovas Martínez©
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