CITA AL ANOCHECER
PASCUAL GARCÍA
Personalmente, los libros
que me hacen reflexionar son los que me gustan. Esto sucede con Cita al anochecer de Pascual García, un
poemario traspasado por la muerte y la reflexión suscitada por la misma. Lo
introducen unos versos de Antonio Gamoneda en los que, a modo de leitmotiv, con
dos preguntas se expresa el desaliento que el hombre siente ante ese frío tajo repentino
de la parca. Un primer poema, protocolario y sin título, compendia la trama que
a continuación se desarrollará: Al
anochecer nos citamos/vestidos como para ir de fiesta… Esta cita es en
soledad, caídas las sombras, arrebatada por el miedo, con esa muerte futura que
llegará, seguro, como verdad irreductible y única. Mas no es el tiempo del amor
aún, y la cita, de momento, puede esperar, señala el poeta; aunque cierto es e
ineludible el fatal encuentro con la muerte agazapada, que presiente y sabe extraña
celebración erótica, sensualidad consumada, último acto que depara y consume el
amor: Y sé que buscará/en lo oscuro mi
boca/y besará mis labios…
Una experiencia personal,
una singular cita de Pascual García en los páramos sombríos, parece ser el
detonante del poemario, aquello que lo informa y se constituye en el núcleo
bajo el cual queda construido. Aflora esta experiencia en determinados poemas,
sobre todo en los del final, en los cuales se hace nítida: una Quinta Planta de hospital y compañeros
de viaje; unos, que transitan en sentido inverso al del poeta y se hunden cada
vez más en la sombras que preludian las riberas de la Estigia; otros, que
emergen de la penumbra hacia los días de
sol y cielos azules. En medio de una batalla librada en la
semiinconsciencia, la dulzura de la esposa que vela junto a la cama del enfermo
y la pericia de hombres de fuego que no
arderán nunca, a modo de ángeles salvíficos, son los aliados con los que el
poeta cuenta en tan difícil trance. Hay, sin embargo, fantasmas que deambulan y
voces de las que ya no se librará, aun vencedor de la batalla; vendrá después
el regreso al alba, el nuevo tacto con las cosas cotidianas, un reencuentro
confuso con la casa, los libros, el jazminero, el butacón de las lecturas, y,
finalmente, la esposa-madre, amiga, se transluminará en mujer sagrada. Ahora bien, tras la atroz experiencia y el
conocimiento que procura (la dicha es
esto que sucede/ mientras tanto), ya no quedará lugar para el temor sino
coraje ante la vieja anfitriona que siempre lo esperará para hospedarlo (No podría temerte aunque quisiera.) El
valor junto a una imperturbabilidad añadida son los dones otorgados para los
que han visto el rostro de la parca y, aun así, lo han conjurado, de momento.
Difícil es para el lector
avezado saber si los poemas que aluden a la fatal cita en el anochecer son los
primeros en el orden de la composición, aunque, salvando tal por menor, sí parece
que suponen el telos al que apunta el
poemario en su conjunto y en torno a él lo hacen gravitar. Parece como si el
impulso poético se retrotrayera para catapultarse luego hacia un origen; por
eso, en los poemas iniciales asistimos a una suerte de reflexiones y
confidencias con las que el poeta, ahora con ojos sorprendidos de niño, incide
en la estupefacción y el misterio que le produce el descubrimiento de la
realidad de la muerte. El niño la siente o, mejor, la presiente, de forma vaga
y mítica. La umbría de un bosque misterioso y pálidos paisajes de niebla rodean
un pueblo no muy grande. Añosos robles y pinos, lentiscos, romeros, y toda
suerte de vegetación y matorral enmarañado ciegan los caminos que conducen a
ese pueblo en donde el niño vive ajeno a la densidad del misterio que lo
circunda. Se insiste en el frío, sea otoño o invierno, en los días cortos de
noviembre o diciembre, y el tiempo es un tiempo pasado, ya ido. La metáfora es
perfecta; el pueblo de turbada luz de atardecer es asediado por las sombras y
el enigma. La muerte se constituye así en El
misterio nuevo, y son unos pies enormes, gélidos, cincelados por las rocas; unos pies rotundos, poderosos, vastos,
que han dejado definitivamente de caminar, los que descubren al niño el muerto,
y, por el muerto, la patencia de la muerte. A partir de ese momento el niño
asistirá impotente al adiós postrero de los héroes de su infancia, de aquellos
hombres broncos como el acero, colosos del monte, gigantes del hacha/montados en las mulas de la tarde, o de los
ídolos que derrumban su pequeña vanidad ante la nada, y, por supuesto, de sus
seres queridos (Murió mi abuelo y morirá
mi padre). La muerte vaga, difusa, apenas nombrada, presentida en un inicio
como un vasto territorio de leyendas,
gana espacios de forma imperceptible, adquiere nitidez y terminará por impactar
con rotundidad la sensibilidad del niño.
De las múltiples
sugerencias para la reflexión que el poemario propone, me interesa, sobre todo,
señalar dos, y la manera que tiene el poeta de abordarlas. La primera
plantearía el dilema de si la muerte es una cesación o un tránsito; la segunda,
íntimamente ligada a la anterior, y consecuencia de la misma, haría referencia
a la cosmovisión del poeta.
¿Hay vida más allá de la
vida? Para Pascual García, por lo menos, tal como lo deja traslucir en este
poemario, no. Su peculiar experiencia no le ofrece un argumento decisivo con el
que pueda aceptar una pervivencia de su ser más allá de la frontera de la
muerte. Con tintes oníricos y surrealistas, relata en Aniversario su anhilación en las tinieblas y su posterior regreso
del sueño y del vacío. En el siguiente poema, Resurrección, las imágenes dan paso al concepto, y expone un orden
de creencias telúricas, para concluir: Si
regresamos, ya será de noche/y será tarde y no recordaremos/siquiera quienes
fuimos. Los que hemos pasado por un quirófano sabemos del dulce vino de
olvido que nos invade y nos hunde en un sueño sin sueños en donde nada sentimos
y no hay lugar para la memoria. Valga, pues, la analogía. La muerte, para
Pascual García, es el sueño del cual no se regresa. El hombre es un ser elegido, desde su mismo
nacimiento, para la fatal cita al anochecer, a raíz de la cual se perderá su
memoria y no habrá retorno (Creo en la
tierra donde dormirá/la vida para siempre.) Nadie puede hacer nada para
impedirlo, y esa cita llegará, de seguro.
¿Qué impacto produce la
muerte en la totalidad del cosmos? Ninguno; la vida está entretejida de muerte.
Un hombre muere y no pasa nada; el dolor es algo meramente subjetivo. La
cesación de un ser no supone ningún cambio o mudanza en el gran engranaje del
universo; se seguirán sucediendo los días y el viento hará titilar las hojas de
los álamos o los olmos. El poeta siente estupor ante este hecho, y
magistralmente lo retrata en algunos poemas del libro, como Sólo será ella, en el inicio, o La última hoja, al final, cerrando de
esta manera una circularidad. Pero me interesa el poema que lleva por título Noticia. El padre de una amiga acaba de
morir y esta se lo comunica al poeta; este queda estupefacto al percatarse del
contraste que ofrece la impasibilidad del cosmos frente al dolor humano, y se
confiesa: pensé/que el mundo seguía su
curso inalterable/y que la muerte no cambia apenas/nada. Esta percepción
estremecida le lleva a Pascual García al desarrollo, y diría que hasta a la
tematización, ya patente en otras de sus entregas poéticas, de una especie de
misticismo telúrico, de sagrado panteísmo, con el que expresa un amor
exacerbado a la tierra casi de forma idolátrica, pues la tierra sola es aquello
que perdura cuando se pierde la memoria.
Los poemas de Cita al anochecer están construidos con un estilo directo, en el
que la palabra se serena, clara y diáfana, y la emoción se esconde detrás de
una expresión que Pascual pretende demasiado imperturbable, me parece. Unas
ilustraciones de Francisca Fe Montoya, su esposa, lo enmarcan a modo de
círculo, de sellada esfera.
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Jesús
Cánovas Martínez©
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