JINETES DE
LO IMPURO
PEDRO JAVIER
MARTÍNEZ
No pocas veces los libros
evocan figuras geométricas: triángulos, rectángulos, círculos, cuadrados... Jinetes
de lo Impuro de Pedro Javier Martínez nos propone la cuadratura de
un círculo. Posee una estructura formal que podríamos denominar cuadrada, pues lo integran cuatro
segmentos de dieciséis poemas cada uno; pero, a su vez, es un libro circular, y así, de manera
intencional, el poeta hace coincidir el primero con el último de sus versos. El
conjunto de tal construcción da la sensación de armonía pensada, de trabazón
arquitectural sabiamente construida.
Jinetes de lo Impuro es un libro nocturno, dionisiaco y
ambivalente; lo pueblan una serie de terrores capaces de desencadenar las
pesadillas más atroces. Son los jinetes del Apocalipsis: El Hambre, la Guerra,
la Peste, la Muerte. Pedro Javier Martínez, el poeta, reinterpretará estos
terrores desde su particular experiencia, la que generaliza y convierte en
experiencia de todo ser humano, para otorgarles las nuevas significaciones que
adquieren en nuestro mundo actual abocado a la prisa y al asfalto. Mutan en la
psicología del hombre de nuestros días, y sin perder su carga de fatalidad y
desconsuelo, preludian la devastación de su esperanza, adelantan su carencia de
un horizonte de sentido, su duda y su inane zozobra. Un páramo de desolación
habita entonces su psique: allí donde desaparecen las creencias, allí donde ha
quebrado el sentido, allí donde el orden se disuelve en una entropía creciente,
aparece la atrocidad del vacío, el nihilismo. Vanidad de vanidades, todo es vanidad, cantaba Qohélet. La Discordia
gana al Amor, Thánatos toma el relevo de Eros, lo que crispa aún más
la pesadilla y la lleva a un colmo. Hoy como ayer, el hombre siente su
impotencia, se sabe inerme ante lo imponderable, ante lo fatal que lo rebasa, contra
lo que nada puede; por eso eleva un grito. Este es un grito distorsionado,
cacofónico, de supremo desconsuelo, que el poeta, aun así, lo endulza con la
maestría de un verbo de proterva ternura, de distante ironía.
Convertir en materia poética estos antiguos pero tan
nuevos terrores, constituye un reto. Supone, para empezar, un ejercicio de
valentía. Bucear por los océanos de negrura, destapar la caja de los horrores,
introducirse en el pozo de las serpientes, es sabido que tiene un sentido
iniciático; pero no existe iniciación sin riesgo, sin peligro añadido, sin la
posibilidad de un fracaso a asumir. Pedro Javier Martínez acepta este terrible
reto y comienza una partida de ajedrez con la muerte y sus heraldos. Afronta
desde su finitud, desde la mirada de un hombre concreto, el misterio de lo
imponderable. Lucha contra sus fantasmas que no son otros sino los espantos de
la humanidad en crisis. Y así, sistemáticamente, le advienen y asolan los
jinetes que rompen los sellos del desconsuelo y vierten el contenido del cáliz
que portan:
El jinete del caballo blanco vierte el cáliz de la
duda y la desesperanza.
El jinete del caballo rojo vierte el cáliz de la
violencia y la guerra.
El jinete del caballo negro vierte el cáliz de la
decrepitud y la vejez.
El jinete del caballo amarillo vierte el cáliz de la
suprema angustia: el de la muerte.
Cuatro terrores que cabalgan la noche y pueblan las
pesadillas. El poeta, como Gary Cooper
ante el peligro, los afronta con su palabra poética. Así surge la pregunta,
y la pregunta expresa la duda, y de la duda surgen flechas lanzadas al insomne
aire donde todo fluctúa, donde todo es móvil, donde es imposible cualquier
retorno; contraposiciones, roturas, luchas, desequilibrios, un mar en pugna que
aboca al hastío; la vejez asola y amenaza, y todo ello converge para señalar,
al galope de un paseo por los páramos umbríos, el sinsentido de la vida y la
muerte.
Como recurso estilístico, Pedro Javier difracta su yo
y habla consigo mismo; aparece así un tú ante el espejo, y comienza un
ejercicio de desnudez, esto es, de sinceridad. El poeta se desviste; sabe muy
bien que frente a su miedo ha de oponer la verdad, único hilo de Ariadna capaz
de revelar una salida al laberinto de la duda. No hay mayor engaño que el
engaño ante uno mismo, pretender que se sabe o se conoce cuando no se sabe ni
se conoce, pretender que se es cuando no se es, pretender haberse liberado de
las cadenas del miedo cuando son esas mismas cadenas del miedo las que lo
atenazan:
En total desnudez, el alma intuye
la inminencia de un viaje sin retorno
hacia esa dimensión donde la llama
es asunción de luces y energía.
Ahora bien, ese tú que aparece frente al
espejo, tantas veces velado pero cierto, que recorre todo el poemario, con el
que habla el poeta y a quien increpa, no solo es figura de un alter,
sino que adquiere un valor genérico con el que se afronta a cada uno de los
lectores de la obra; estos se ven así involucrados en esa fuerte partida de
ajedrez contra el terror. Sin embargo, algunas veces, ese tú aludido
viene escrito con mayúsculas y se convierte en el Tú de Dios. Me gusta
especialmente este Pedro Javier que prescinde del recurso retórico, en exceso
tan traído y llevado últimamente por algunos poetas, con el que se apela e
increpa a los dioses, para dirigirse
directamente a Dios. No existen en Jinetes
de lo impuro devaneos con un neopaganismo mal entendido y, por consiguiente,
falso, sino que en él se invoca a lo Supremo, al Abismo que invoca al abismo,
en el mejor de los sentidos de nuestra tradición poética y religiosa.
Muestra el poeta dos instancias que, a modo de apoyos,
conjuntamente a esa sinceridad mencionada, le ayudan a vencer estos terroríficos
jinetes. Son dos aliados con figura de niños. Me refiero a la ironía y a la ternura.
El niño es inocente y su mirada expresa pureza; por eso, en esa mirada, y solo
en ella, es en donde despierta la esperanza: consecuencia o concomitancia de la
misma será la ternura. La ternura es amor, empatía, condescendencia; la ternura
nos hace vibrar con el todo excluidos de la culpa, excluidos del desengaño,
nuevos y renovados en una mirada limpia, la del niño, donde radica la
esperanza. Hay, pues, que salvar al niño, ya que el niño es quien nos salva:
Si
hay algo que conmueve mis raíces
es la orfandad de un niño
y su desasosiego, ya lo sabes.
Ese es mi no a la guerra más profundo.
La ironía, sin embargo, coadyuva
a la salvación, pues crea un vacío ante el vacío; aísla de los fantasmas, ya
que al objetivarlos y reírse de ellos sin contemplaciones, con denodado
descaro, los desenmascara y les hurta su fuerza; los reduce a esa nada que son.
Desde la niñez reivindicada y conforme a esa alianza
entre ironía y ternura para luchar contra la muerte, aparece en el poemario un
alegato a la frónesis, la vieja virtud aristotélica. De este modo, Jinetes de lo impuro denota un carácter
didáctico (rasgo, por otra parte muy propio de la poesía de Pedro Javier) como
intento de enseñarnos a vivir, un maestrazgo ante la vida que condensa la
experiencia del poeta, la resume y la transmite. Pedro Javier reivindica una sabiduría
moral, un saber vivir que se adapta a las diferentes circunstancias y momentos,
un saber ponderar el dónde, el cómo, el cuándo, el porqué, pues la felicidad se
muestra como un cálculo, un equilibrio entre posibilidades que implica la
justeza del medio, la ponderada áurea mediocritas. Esta postura enlaza
con la lucidez serena del senequismo, tan española si pensamos en nuestros
clásicos del siglo de Oro:
No
aprendí a ser feliz,
pero dispongo
de una aleve sonrisa multiusos.
Jinetes de
lo impuro es un poemario de mesilla de noche, un libro apto como soporte de
meditación; un libro para cogerlo entre las manos tras la fatiga del día y
leerlo y releerlo con mirada atenta, pues nos descubrirá claves para entender
el complejísimo y, tantas veces, angustioso tiempo que nos ha tocado vivir. Antes
de que los intereses editoriales entraran en escena, fue ganador del Premio de
Poesía ciudad de Torrevieja cuando ese Premio era efectivamente el Premio de
Poesía ciudad de Torrevieja. Un aval. Queden aquí estas breves pinceladas sobre
la constelación de ideas y motivos que lo pueblan y cese, por tanto, mi
discurso. A conciencia he dejado muchos flecos sueltos, sugerencias de sentido
e intencionalidades por descubrir, pero esa tarea ya corre de parte del lector.
Solo me queda invitar a su lectura, una lectura pausada, comprometida,
inteligente, pues entre sus entresijos y recovecos se desvela, luminosa, una
sabiduría de vida aquilatada por los años.
Todos
los derechos reservados.
Jesús
Cánovas Martínez©
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