LOS ARCANOS MAYORES DEL TAROT
VALENTIN TOMBERG
Cuando la editorial Herder
en 1972 (edición en español, 1987) publicó Los
arcanos mayores del Tarot, todavía no se había revelado su autoría, por lo
que, con una Presentación de Robert
Spaemann y una Introducción de Hans
Urs von Balthasar, la obra apareció como anónima. Más tarde el gran público
conoció a su autor: Valentin Tomberg.
Personaje curioso este
Valentin Tomberg. Si los acontecimientos externos de cada biografía de algún
modo son índice de lo que sucede en el interior de una persona, no cabe duda de
que Tomberg fue una figura crística. De hecho parece que su gran aspiración fue
construir una Cristosofía; en un primer momento, siguiendo los jalones dejados
por Rudolf Steiner, en un segundo, a raíz de su conversión al catolicismo, incorporando
el acervo del hermetismo cristiano.
Valentin Tomberg nació en
San Petersburgo el 27 de febrero de 1900 en una familia burguesa y recibió una
educación esmerada. Sus inquietudes espirituales, a la sazón de los 15 años, le
llevaron al contacto de Rosacruces y teósofos de diversa índole; a los 17 leyó La ciencia oculta de Rudolf Steiner y
quedó hondamente impresionado. Delineó, pues, su camino espiritual según los
pasos del sendero antroposófico.
Lo que, en principio,
parecía un futuro prometedor para el joven Valentin, quedó truncado por la
revolución rusa. Muerto el padre, el hermano desaparecido, presenció el
fusilamiento de su madre por los soviets. Se exilió a Tallinn (Estonia), donde
para sobrevivir tuvo que realizar los más diversos trabajos, los que
simultaneaba con sus estudios antroposóficos. Espíritu libre, pronto chocó con
las jerarquías de la Sociedad Antroposófica; se suceden así una serie de afectos
y desafectos con los antropósofos, propios de un thriller esotérico. Rompe con
los antropósofos de Estonia, rompe con los antropósofos alemanes, y ya en 1938,
viviendo en Rotterdam, rompe con la rama Antroposófica de Holanda. Quiero
pensar que a los celos que suscitaba su vigorosa personalidad se sumaron sus
opiniones sobre Hitler, en quien veía uno de los siete grados de revelación del
anticristo, figura satánica por mediación de la cual operaban los poderes
ocultos. Si la sinceridad sigue a la clarividencia, no es de extrañar que se
convoquen los poderes de las sombras para silenciar a cualesquiera osados
delatores. Tal ocurrió con Steiner, tal ocurrió con Tomberg.
En 1943 hizo un intento de
entrar en la Iglesia Ortodoxa, pero fue rechazado por mantener ideas de corte
esotérico. Es en 1945, dada la espalda a su anterior fase vital, que se
convierte al catolicismo, aunque sin perder su libertad de espíritu. Muchos de
sus antiguos correligionarios lo tildaran de traidor. Tomberg, el traidor. La calumnia y la difamación lo perseguirán
hasta la tumba. Su muerte acontece el 24 de febrero de 1973, en Mallorca,
durante un período de descanso, antes había terminado dos trabajos
fundamentales: Pacto del Corazón y Meditaciones sobre los Arcanos Mayores del
Tarot.
Hace algún tiempo tuve la
suerte de asistir durante tres años consecutivos a un seminario sobre Los arcanos mayores del Tarot (todavía
no se nos había revelado su autor) bajo la dirección de Emilio Saura. Los
primeros jueves de cada mes nos reuníamos para realizar nuestra propia
meditación. A la exposición de Emilio seguía un diálogo entre los componentes
de aquel peculiar grupo que pretendía una mayor profundización en el
significado de las XXII láminas de estos arcanos, de sus símbolos y de las
resonancias y analogías suscitadas entre los mismos; así fue que fuimos
devorando con mayor o menor fortuna, según la disposición de cada cual, las 709
páginas que, en mi edición, componen el libro.
¿Qué aportan Los arcanos mayores del Tarot? Calor, cercanía,
humildad. Querido amigo desconocido,
invariablemente es la fórmula con la que el autor comienza la meditación sobre
cada lámina. Querido amigo, hay en
esta expresión ternura, intimidad convocada, disposición para la confidencia,
propias para la transmisión de un secreto; desconocido,
pues el autor pretende dejar un legado a voces, esparcir la simiente de una
enseñanza por el camino. Es curioso, el autor hace sus confidencias a un
desconocido con la confianza de que no será defraudado. Un desconocido habla a
otro desconocido en tono cordial y franco (no podía ser de otra forma) sobre
los secretos de la Sabiduría. Una seguridad íntima, una certeza interior, le
llevan al autor a presentarse así, en pura desnudez intelectual, sin ambages que
lastren la comunicabilidad, de tú a tú. De este modo las meditaciones sobre las
láminas del Tarot son confesiones de ultratumba purificadas por el paso por la
muerte.
Se sitúa Tomberg bajo la
perspectiva del hermetismo cristiano. El hermetismo cristiano no es otra cosa
que el culmen de la vigorosa tradición esotérica occidental, y supone, al
pronto, dos prenotandos: 1) Hay un Maestro de todo maestro, y es Cristo; 2) De
forma derivada, el texto bíblico, sobre todo los Evangelios, son una suerte de
ejercicios espirituales capaces de transformar a quienes los realizan
diligentemente. Con respecto al primer prenotando hay que decir que es el mismo
Cristo quien se define como el Camino,
la Verdad y la Vida. Por esta razón solo hay un esoterismo posible: el
conocimiento de Cristo, medio y meta de toda indagación espiritual. Obviar tal
eventualidad supone caer en el ocultismo de más triste acepción. El segundo
prenotando enfatiza la convicción de que la única puerta de acceso al
conocimiento de Dios, el hombre y la naturaleza en profundidad son las
Escrituras. No basta con leer y releer el texto, lo que puede llevar a un
conocimiento intelectual o abstracto del mismo, válido ciertamente, pero
mutilado y disminuido. Se trata de penetrar el texto con una admiración
creciente (como, por ejemplo, hace el cabalista), pues no es el Dios de la
letra el que se trata de conocer, sino el Dios
vivo, creador de un universo de jerarquías
vivas.
Así, pues, la meta de los
ejercicios espirituales es la profundidad. Ahora bien, el simbolismo es la
lengua de la profundidad, pues solo los símbolos son capaces de reavivar las
capas profundas del alma; de ahí la importancia que adquieren los arcanos
mayores del Tarot, útiles catalizadores de trasformación. “Son auténticos
símbolos —dice Tomberg, nada más comenzar la meditación sobre la primera
lámina, El Mago—, es decir,
operaciones mágicas, mentales, psíquicas y morales que evocan nuevos conceptos,
ideas, aspiraciones y sentimientos.” Para que den su fruto se han de meditar en
el recogimiento y la soledad propios del discipulado
de la noche, aquel que siguen los herméticos. De esta forma, el vínculo común
que une a los herméticos no es otro sino los ejercicios espirituales y las
experiencias que implican, la profundidad a que conllevan. ¿En qué consiste
dicha profundidad? Indudablemente, en un acopio de conciencia, en una ruptura
de nivel, en una mayor comprensión del misterio de Dios que se corresponde con
una elevación del ser.
Se podría decir que la
filosofía hermética es una especie de unidad holística, por cuanto la
experiencia vivida (o vívida) se aúna al conocimiento de la mística, la gnosis,
la alquimia y la magia sagrada. El hermético, por tanto, es aquel ser que experimenta
y vive en sí mismo el ser, el saber y el poder; es decir, quien reúne en sí
mismo la hondura de la mística, la sabiduría directa de la gnosis y el poder
realizador de la magia. En este sentido su ideal es básicamente alquímico, lo
que significa que cuanto más se transforma, más verdaderamente humano se
vuelve, pues “más se manifiesta lo divino subyacente a la naturaleza humana en
él, o, lo que es lo mismo, la imagen y semejanza de Dios”. El hermetismo, pues,
transforma al hombre, le ayuda a convertirse en lo que verdaderamente es según
su esencia o naturaleza; ello implica un proceso de “sublimación” por el que lo
vil o lo bajo queda crucificado. Pero por esta crucifixión, como dice san
Pablo, puede emerger el hombre nuevo. Este nuevo hombre es el ser libre por antonomasia;
aquel que, vivificado por Dios, ha sido también rehumanizado, y, por
rehumanizado, llevado a la realización en sí de la imagen y semejanza divinas,
las que portaba de manera, escondida y vulnerada, en su interior.
El hermético sabe que la
realización de su más alta posibilidad es un don de Dios, pero también sabe que
no por eso debe eludir el propio trabajo. Así, pues, se hace necesario un
proceso de iniciación para alcanzar tan alta meta, que no consiste en otra cosa
diferente al saber saber. Precisa
Tomberg: “El iniciado es el que sabe preguntar,
buscar la respuesta y emplear los
medios aptos para llegar hasta ahí”. Ahora bien, esta triple sabiduría de saber
preguntar, buscar y actuar, solamente los ejercicios espirituales la enseñan;
por ellos, pues, el iniciado aprende el sentido práctico (y en filosofía
hermética no hay otro sentido que el práctico) y la infalible eficacia del arcano de los tres esfuerzos reunidos,
que constituyen la base de todo ejercicio espiritual y de todo arcano: Pedid, buscad y llamad, tal como expresa
San Lucas (11, 9): “Pedid y recibiréis, buscad y encontraréis, llamad y os
abrirán”. Así, pues, ¿qué enseña la filosofía hermética? Enseña cómo preguntar, buscar y llamar para llegar a
la experiencia mística, las luces gnósticas y el efecto mágico de lo que se
pretende saber de Dios.
Por consiguiente, el
iniciado o hermético ha de desarrollar, en primer lugar, una aptitud: la
aptitud para saber saber. Esta
aptitud, a su vez, implica el desarrollo de dos sentidos: el de síntesis y el de iniciación. Por el sentido de síntesis el hermético sabe propiciar
no solo una síntesis entre mística, gnosis y magia, sino también una resolución
de antinomias, en principio, irresolubles, y en última instancia, la resolución
más importante de todas: la del punto blanco de arriba, cegadora luz que tan
solo contiene luz, con la del punto negro de abajo, la oscuridad del
subconsciente. No otra cosa propone la Tabula
Smaragdina: “Verum sine mendacio,
certum et verissimum: Quod est inferius est sicut quod est superius, et quod
est superius est sicut quod est inferius, ad perpetranda miracula rei unius.”
Cuando el hermético consigue la neutralización de cualquier binario o la
solución de las antinomias, entonces se dice que ha realizado el don del negro perfecto; es decir,
supera la conciencia egoica, en cuanto la trasciende hacia una mayor luz, por
el hallazgo de una síntesis suprema, la que como verdad anida entre las dos
oscuridades, la de arriba y la de abajo. Pero lo realmente interesante es que
el esfuerzo por realizar la síntesis, lleva hacia el sentido de la iniciación, que es el de la profundidad; el cual, como
fin práctico tiene la realización del hombre
de autoridad (del hombre-padre), y como fin espiritual, como ya ha quedado
dicho, se orienta hacia el Dios vivo y la vivificación que proviene de Él.
Para terminar esta breve
nota de presentación de Los Arcanos
Mayores del Tarot y siguiendo con la aclaración de cuestiones que podríamos
considerar preliminares entorno a la indagación espiritual, quiero resaltar que
el iniciado o hermético no solo debe de desarrollar una aptitud, en los dos sentidos expuestos, sino que parejamente ha de
desarrollar una actitud. Esta actitud
es la de El Ermitaño, tal como lo
expresan los símbolos de la IX lámina. Valentin Tomberg trae al respecto una
cita de Éliphas Lévi: “El iniciado es quien posee la lámpara de Trismegisto, el
manto de Apolonio y el báculo de los patriarcas.” Traduzcámoslo: Por la
lámpara, el iniciado posee el don de hacer brotar la luz de las tinieblas; por
el manto, crea una segunda piel con la que se aísla de la mundaneidad, esto es,
del sordo y opaco discurrir de humores, prejuicios y anhelos colectivos; por el
bastón, posee un sentido realista que le lleva a tactar la realidad, no con
uno, sino con tres pies, por lo que avanza con una experiencia inmediata de lo
vivido sin intervenciones ajenas a él mismo. Por todo lo cual, podemos decir
que el iniciado o hermético es el hombre prudente por antonomasia; difícilmente
tomara postura o partido por algo, difícilmente levantará la voz en la asamblea
pública. Al igual que los contemplativos, aunque sus obras y su meta son
esencialmente prácticas, incluso a pesar de su índole espiritual, se retirará
del mundo para llevar una vida disciplinada y austera, en la que tomen
relevancia la oración, el oficio divino y el estudio.
Alguna vez se ha hecho
mención a las tensiones que hay en el seno de la iglesia, que aparecen en su
mismo nacimiento, y no obstante se resuelven de manera musical y estética; Von
Balthasar, sin ir más lejos, habla de la sinfonía de la fe. En la
horizontalidad, la iglesia judaizante de Santiago, conservadora, valedora de
las obras, pugna con la iglesia abierta a la gentilidad de Pablo, integradora,
la que hace hincapié en la fe. Pero en la verticalidad se sitúa la iglesia de
Juan confrontando a la de Pedro. La iglesia de Pedro tiene el poder y las
llaves; la iglesia de Juan, el apóstol que en la última cena reposó su cabeza
junto al corazón de Jesús y quedó abrasado por su Amor, posee el perfume y el
fuego.
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Jesús
Cánovas Martínez©
Buena entrada, sí señor.
ResponderEliminarGracias, mi querido amigo anónimo.
EliminarMuchas gracias por el dato del nombre del "anónimo" autor de tan maravilloso libro.
ResponderEliminarUn placer.
Eliminarexcelente artículo, gracias!
ResponderEliminarGracias a ti, Valentina.
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