sábado, 13 de julio de 2024

AL OTRO LADO DE LA PUERTA

AL OTRO LADO DE LA PUERTA

DAVID RUÍZ ZAMORA

EDITORIAL CÍRCULO ROJO

 


Tres jóvenes amigos (Juan, quien relata la historia y alter de David Ruíz, y el matrimonio formado por Toñi y Antonio), terminado el curso académico regresan a Villar de Puertollano, su pueblo natal, con la sana intención de reencontrarse con la familia y amigos y realizar todas las excursiones que les sea posible por los alrededores de la localidad, a las que se les añadirá el inseparable Coco, un pequeño pero alegre perrito de inclasificable raza.

Desde tiempo atrás los amigos han sentido fascinación por la Casa de la Sierra («Una mancha blanca en la inmensidad del monte verde. La posición que tiene frente al valle la hace misteriosa y muy hermosa a la vez. Posee un tapiado de obra, pintado de blanco, que la bordea por completo», así la describe el narrador), un lugar casi encantado que otrora, cuando la habitaban Carlos y Beatriz, amigos Paco y Emma, los padres de Juan, era especialmente ameno y bonancible. Sin embargo, aquel tiempo agradable pasó y tras veinticinco años de la desaparición de sus arrendatarios, se ha convertido en un lugar que las gentes evitan y sobre el que circulan las más variadas leyendas, algunas de ellas estremecedoras. Pero precisamente será esta atmósfera de lo misterioso y prohibido el acicate por el cual, a pesar de las recomendaciones de los padres de Juan, los amigos decidirán visitarla.

Hay que decir, para mejor comprensión del relato, que el dueño de la Casa de la Sierra es el señor Marcos, persona en apariencia de carácter afable, de buenas maneras y mejores acciones, residente en Madrid, quien, a pesar de esa benévola apariencia, le es imposible dejar de traslucir un fondo de vicio y maldad, algo que no escapa a los vecinos del Villar de Puertollano, los cuales lo tienen bautizado con el sobrenombre del Santurrón. Esta gente hipócrita solo engañan a quienes se dejan engañar y no quieren ver, por las razones que sean, la sombra de horror que proyectan los hijos del demonio.

Con estos pocos actores y un entorno feraz y encantador, David Ruíz construye un relato minucioso, con numerosos toques culinarios que muchas veces reavivarán las ganas de comer del lector, en el que desde su inicio hasta su sorpresivo final se sentirá el toque de lo inefable y misterioso, y la belleza salvaje y no hollada rondará hasta el final de la novela:

«Después de caminar entre cuarterones de olivos salimos a una encharcada explanada desde donde divisamos el angosto camino que cruzaba el arroyo, ambos situados en la ladera de la montaña. Un arroyo de aguas claras que partía el camino en dos. Desde ese punto, un repecho empinado y abrupto se alzaba serpenteando en dirección al monte espeso».



Después de la muerte y, con más razón, si esta es traumática, ¿hasta qué punto el espíritu o el alma de los que habitaron una propiedad puede quedar encerrado entre sus muros? ¿Hasta qué punto el amor humano puede perdurar más allá de la muerte? ¿Qué tipo de conexión se puede establecer entre los vivos y los muertos, cuando son estos últimos los que piden justicia o quieren trasmitir o desvelar un secreto? Son estas preguntas entre otras muchas las que irán asaltando al lector conforme avance por las páginas de la novela, porque los protagonistas se adentrarán por las estancias, de dorado y ajado esplendor, de la vieja Casa, y sentirán junto a ellos una presencia, no terrorífica sino benigna y protectora; una presencia que cada vez se hará más firme e ineludible y les guiará por los entramados del sótano hasta llevarles descubrir el secreto que se encuentra en una habitación cerrada, al otro lado de la puerta.

 

                                   Jesús Cánovas Martínez

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                                   Ad astra per aspera