miércoles, 29 de marzo de 2017

ALHAMA, 5 DE JUNIO

Este poema tiene una dedicatoria explícita, a Emilio Saura y a su esposa, Ginesa López, y otra implícita: a sus grupos. Estos grupos son los hijos extensos de Emilio y Ginesa. Cuando escribí el poema, hace años, en el cual recojo la impresión de un momento muy especial, daba una serie de nombres: los de aquellos que en aquel día, en aquel momento, participaban de su atmósfera y magia. Después pensé que sería injusto nombrar a unos y no a otros, pues a lo largo del tiempo dilatado, habían sido pléyade los participantes en aquellas reuniones que invariablemente sucedían el primer jueves de cada mes, por lo que quité los nombres de unos para con ello nombrar a todos.





viernes, 3 de marzo de 2017

CASA MUERTA



CASA MUERTA

Yo soy aquella la casa lejana
y aquel hombre triste que la habita…

                   Carlos Edmundo de Ory



La tarde cae oblicua
y se apoya sin alma contra el muro.
Se fatiga la luz sobre las piedras.
Los escombros. Las tapias. Los relumbros
del sol en los cristales, hechos trizas.
Cascotes y cemento
se apilan. Zumban moscas. Tejas rotas. 
Vuelan vencidos pájaros de tarde
y gritan. Flota el polvo.

Hasta la puerta me he llegado, lento
hueco que se abre a su vacío y tiembla,
umbral sonoro.
                            Voces hubo.
                                                           Palpo
no más amor que el necesario
ni más tristeza que la justa:
al espacio que ofrece una mirada
la música de antaño convoca la memoria.
No fui feliz.

Se amortigua la tarde
y penetro más hondo, más adentro.

Grandes boquetes en la sombra arañan.

Palidece la luz, avanzo solo.
Estoy solo. Sin sombra. Solo. Solo.

Cuando gimen y crujen las maderas
acumulo tristeza y trastos viejos;
medroso el pensamiento atisba en los rincones,
propone sus enigmas en la estancia.

Estoy solo en la sombra de esta casa;
terror de niño que descubre impávido
unas pintadas: falos y vulvas al carbón,
tiza negra por las paredes, símbolos
que convoca la soledad, el tedio,
para pedir siquiera un gesto de ternura.
¿Acaso no es así?
El corazón, a veces, se ilumina.
Unas latas, los restos de una hoguera,
vidrios rotos.
                                               ¿Qué queda de la infancia?



Del libro “Otra vez la luz, palomas
Todos los derechos reservados.

Jesús Cánovas Martínez©