EQUIPAJE
LIGERO
FRANCISCO
JAVIER ILLÁN VIVAS
ADIH.
POESÍA
Tengo para mí, y así lo he expresado en otras
ocasiones, que la palabra poética no se tasa por su cantidad o verborrea, sino
por su intensidad, por su exactitud, por la preñez de su significado y,
consiguientemente, por los ámbitos de sugerencias que abre; esta palabra alude
a significaciones entrevistas, nuevas, descubiertas en un decir que no dice
porque sencillamente sería imposible decir aquello que no se nombra, aunque se
muestra en la misma conmoción que produce, sea ésta intelectual o emocional.
Conozco un grupo selecto de poetas que
cultivan no el poema breve, sino el poema brevísimo, donde la elipsis campea como
figura retórica preeminente; por esta razón, al carácter eminentemente
evocativo de sus poemas, se les suma el aroma de la extraña emoción que en
ellos se dibuja y desdibuja, se vela y desvela de forma tan tenue como intensa.
En el extremo, sus poemas se parecen a un Kōan
zen, un problema irresoluble a la vez que acuciante, en el cual el lector se ve
involucrado e instado a conferirle sentido; así, por la elipsis al lector se le
hace partícipe de la indagación a que remiten y, en última instancia, a la
captación de la realidad —o trasfondo de realidad—, sutil y tránsfuga, que
elude la palabra con la que han sido escritos. Lo hizo Bashō, quizá el ejemplo
que todos tengamos en mente, desde un
tiempo y espacio cultural diferente al nuestro, cuando concretó la
maravilla del haiku. Pero hoy nuevos
poetas siguen transitando por el difícil equilibrio donde un breve trazo capta
el aroma perdido de unas rosas.
Entre los poetas que trazan poemas intensos
de sugerente aroma se encuentra Francisco Javier Illán Vivas; aparecen a lo
largo de sus libros, pero se revelan especialmente en este Equipaje ligero, todo él denso de pulsión o anhelo. ¿Ligero? Ligero
de palabras y juegos malabares superfluos, pues los poemas que lo componen
—desnudos, minimalistas— procuran ir directos a la esencialidad. ¿Equipaje? Sí,
pues invita al viaje, a un viaje ligero
de equipaje en el que el tiempo adquiere un sesgo de recuerdo y de
nostalgia, de premonición o presagio. Francisco Javier Illán se vuelve
adolescente y se enamora del amor, busca a la amada sin nombre, la amada como
sueño evanescente o de velada presencia; la busca con fiebre, casi con delirio,
porque sus manos alzadas asen un fantasma intangible que no termina de adquirir
forma, y transita, y pasa, y termina por disolverse. Tal fondo de esperanza
frustrada (Mi voz/ es un
lamento,/tristeza muda) se imbrica con el vuelo de la ligereza —ya lo
preludia la resonancia machadiana del título— y se muestra en unos poemas
ligeros que se suceden sin nombre, sin número, sin índice que los identifique,
solamente se suceden como palabra viva en
el tiempo, leves, procurando tan sólo un hilo de continuidad en la delgadez
de la consciencia, palabras que pasan, soplos que al final se obnubilan y
desvanecen al igual que se desvanece la amada perseguida:
Llamar,
y no
ser oído
no me
falta amor que dar
sino
corazón donde dejarlo.
Nihil
novum sub sole,
nos recuerda el autor en unas palabras que pone al inicio de su poemario.
Efectivamente es así; el sentimiento o la emoción son universales y el poeta
que los vivencia tan sólo puede indagar en la expresión de los mismos; ahora
bien, solamente se encuentra lo que previamente ha sido hallado, como hallado
fue por Goethe el lugar íntimo donde se aúnan poesía y música. Francisco Javier
es heredero de tal poética que podríamos calificar de musical. Ya la exploraba
en un poemario anterior, A mi manera,
en donde la música, acompañando los estados de ánimo del poeta, transitaba por
las diferentes estancias del poemario a modo de imprescindible sosias. Equipaje ligero, sin embargo, todo él se
volverá vuelo, pues la música formará textura con la palabra; de este modo, si
el poema breve es propenso a cargarse de musicalidad, los poemas de Equipaje ligero, por su ligereza, se
cargarán de una especial música. Dos audiciones, nos refiere Francisco Javier
Illán, distantes en el tiempo que marcan los calendarios aunque no en el tiempo
del sentido y la intensidad, constituyeron el detonante de su escritura, hasta
el punto de que, por tal circunstancia, se convierten en los mejores
indicadores del poemario: El Mensajero
de Valentín Silvéstrov y el Preludio nº
15 de Chopin. Son guías de lectura, a las que tendremos que añadir, según
la recomendación del autor, los Cantos
nocturnos del caminante de Schubert. ¿La música precede o antecede al
poemario? La música va con él, el poemario se resuelve en música; las palabras
sucesivas concatenan un poema con otro hasta dar la impresión de formar un mismo
acorde que, dependiendo del poema, eleva o abaja alguna nota:
Una
nota musical
pasos
alejándose
no mira
atrás,
sólo se
lleva
esa nota
musical.
Si nos
detenemos en el poema citado comprobaremos que hay en él una suerte de
asintaxis con la cual el autor deja abierto el horizonte de sentido. De igual
modo sucede con muchos de los poemas del libro. Pienso que son anacolutos
buscados para producir, por su ambigüedad, un impacto en la consciencia del
lector, abrirla a una preñez de significaciones, y, en última instancia,
producir en ella la misma conmoción que el poeta sintió al escribir el poema,
porque la palabra verdaderamente poética no puede dejar de producir una profunda
conmoción en aquel que tiene la suficiente capacidad —el alma ensanchada— para
recibirla. Vengamos a otro ejemplo:
La
puerta
es la
última
palpo
trémulo
buscando
el pomo
pero su
helor
no se
presenta.
La ausencia de comas o puntos incide en la
ambigüedad del poema. Podríamos invertir el orden de los versos y pensar que el
poeta se halla ante una última puerta y palpa para encontrar su pomo. Pero se
acumulan las preguntas: ¿debemos suponer que el poeta anda en la oscuridad?
Quizá sí, porque palpa trémulo. Y ese
palpar trémulo, ¿no es indicativo de
que se encuentra en un estado alterado de temor, terror o suprema angustia? Dicho lo cual, ¿qué estancias recorre el poeta?,
¿y dónde se halla esta última puerta, dentro o fuera de él? ¿Vivencia el poeta
una realidad infernal o, sin embargo, recorre un sueño del que no termina de
despertar? ¿Qué pretende, entrar o salir? Por otro lado, ¿el helor que no se presenta se encontrará detrás de la puerta o es el que le
produciría el tacto del pomo? ¿Por qué pretende abrirla? La puerta es símbolo
de límite, de frontera, pero ¿qué limita o separa realmente? En otro orden de
cosas, el helor puede remitir al
mismo estado emocional del poeta, ¿pero hará alusión también a alguna presencia
entrevista o soñada en cuanto ella misma es helor
y lo produce en su ánimo? Si el helor
remite a terror, o, por lo menos, a una inminencia no tranquilizadora, ¿acaso
no por eso el poeta no desea el encuentro con ella? Así podríamos multiplicar
las preguntas.
Encontraremos amor y encontraremos noche en
el poemario. Todo él camino y pasión, incidirá en anhelo de luz, en anhelo de
presencia de amor; pero la completud del amor, la revelación de la amada,
quedará diferida continuamente, soñada tan sólo, inaprensible, y, sin embargo,
no dejará de ser el impulso para el caminar del poeta en la noche, en su noche
urgente de amor. Sea:
Una luz
en el horizonte
tus ojos.
O también:
Tu voz,
fénix,
arde en
mí
redime
me
salva.
Posee el libro algo de testamentario, algo de
rúbrica al final de un documento o de la vida; que sea reflejo de una experiencia
vivida o soñada daría igual: el poeta termina por despertar y remite al mundo
de lo posible la presencia/ausencia
de amor que tanto le ha perturbado. Quedará constado el desvanecimiento de la
ilusión, las preguntas intensas y el aliento, tantas veces, de una esperanza en
escorzo, fugitiva, de múltiples aleteos: el élan
que lo animaba topará de bruces con los contornos de la realidad inapelable, y
el sueño, como la noche y la misma oscuridad, finalizarán. Francisco Javier
Illán en un casi último poema de Equipaje
ligero otorga una de las claves del poemario:
Fuiste
concebida en otro mundo,
y lo
que hoy veo
es un
pálido reflejo,
tan
sólo eso, un pálido reflejo.
Todos
los derechos reservados.
Jesús
Cánovas Martínez©
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