MI
ENCUENTRO CON EL DIABLO
Padre
Amorth
Ediciones
San Pablo
El 16 de septiembre del año en curso, a la
edad de 91 años, pasó a mejor gloria Gabriele Amorth, un soldado de primera
línea de las milicias de Cristo. Traer aquí la semblanza del conocido exorcista
de la diócesis de Roma sería redundante, por lo que me limito a realizar un
breve comentario sobre uno de sus últimos libros, Mi encuentro con el diablo, fruto de una entrevista concedida
(posiblemente la más larga de todas ellas) al padre Slawomir Sznurkowski.
El leitmotiv del libro, el cual se va
repitiendo a lo largo de sus páginas, parece ser el siguiente: La ausencia de Dios en nuestra sociedad la
llena el diablo, así, y de forma paralela, cuando decrece la influencia divina,
crece la influencia del diablo. No hay términos medios, pues: o Dios o el
diablo, y, según los signos, parece que el diablo gana la batalla en nuestro
mundo occidental, por lo menos aparentemente. Tal situación es la culminación
de un proceso que viene de atrás. Por un lado, al triunfo del laicismo que,
desde posturas racionalistas e ilustradas, sale de los ámbitos universitarios y
se extiende a grandes masas de población, se le suma el hiperanticlericalismo
propiciado por el comunismo; de este modo se desplaza a Dios y, en el mejor de
los casos, hace que la religión y la Iglesia sean vistas como antiguallas
capaces de frenar el progreso. Este ambiente de laicismo, auspiciado en gran
medida por los medios de comunicación de masas, se infiltra hasta tal modo en
la consciencia de los cristianos en general, y de los católicos en particular,
que los lleva a sentir miedo de confesar públicamente su fe; de aquí la
paradoja de que algunos católicos sean partidarios del aborto o la eutanasia y
caigan en falacias fácilmente desmontables, sea en cuanto al tema del divorcio
(El divorcio no es una obligación; si
estás en contra, no lo haces. Pero, ¿por qué estás en contra de mí que lo
quiero hacer? Por tanto, debes respetar mi libertad si yo deseo hacerlo, y tú
vives de todos modos según tú conciencia.), el aborto (Para nada es obligatorio el aborto. Si estás en contra, no lo haces.
Pero, ¿por qué has de prohibirme a mí hacerlo?) o la fundamentalidad de la
Iglesia (Yo creo en Dios, pero no creo en
la Iglesia). Pero hay más: a la falta de coraje del católico se añade el
mal ejemplo de ciertos eclesiásticos, algunos de ellos de una alta jerarquía,
hasta el punto de que, viene a convenir el padre Amorth, citando un viejo
proverbio budista, hace más ruido el
árbol que cae que el bosque que crece. Todo lo cual aboca a que en la
Europa actual, citando a san Juan Pablo II, impere una civilización de la muerte, y no una civilización del amor como
sería lo deseable. En definitiva, el olvido de Dios conlleva que Satanás y sus
acólitos ganen ámbitos mayores de influencia; si Dios se olvida, se ignoran sus
leyes, siendo así que aparecen las leyes del diablo seguidas por todos los
satanistas, que se pueden condensar en tres: 1) Haz todo lo que quieras, 2) Nadie
tiene derecho a mandarte nada, 3) Tú
eres el dios de ti mismo.
Los ángeles fueron creados espíritus puros,
inteligentísimos, esplendorosos, felices, pero sometidos a la prueba de la
soberbia algunos de ellos se rebelaron contra Dios de forma voluntaria y
plenamente conscientes de las consecuencias de su rebelión. Así pasaron a
convertirse en enemigos de Dios. Dios no creó nada que fuera malo, pero por la
soberbia del ángel apareció otro estado de vida alejado de Dios y contrario a
Dios: el infierno. Es el reino del odio, pues los ángeles rebeldes odian a Dios
y se odian también entre ellos; el temor y el sufrimiento se añaden a tal
estado y el signo que lo identifica es la blasfemia. Así, pues, Satanás y los
suyos, primero odian a Dios y, ese odio que sienten por Dios, después lo
extienden a sus criaturas, especialmente al hombre, al que no sólo odian sino
también envidian. El hombre, aun creado un poco inferior a los ángeles como
dice el Salmo 8, por la encarnación de Jesucristo, está llamado a la visión de
Dios. Esto justamente es lo que no toleran los demonios, por eso el hombre se
encontrará con un formidable enemigo que intentará por todos los medios
seducirlo para hacer fracasar el plan de Dios. Satanás es mentiroso y homicida
desde el principio, y ya en el mismo albor de la humanidad hizo caer a nuestros
primeros padres del Paraíso. Desde ese momento su influencia es multiplicativa
y el padre Amorth señala que no hay ámbito de la vida humana en el que no se
encuentre.
¿Cuál es la estrategia del diablo para
apartar al hombre de Dios? Es monótona, siempre utiliza el mismo sistema, copia
de su rebelión a la vez que de la tentación que sufrieron Adán y Eva. Primero
desautoriza a Dios: lo que Dios dice no es verdad; luego hace aparecer el mal
como bien e incita a la comisión del pecado. El hombre, como ser que ha sido
creado libre, podría rechazar la influencia del maligno, pero lo triste es
comprobar cuán fácilmente cae en la tentación. Es que el demonio susurra
débilmente al oído, imperceptiblemente seduce y, en el extremo, es capaz de
manifestarse como ángel de luz. Eso en un inicio; más tarde llegará el
desquiciamiento del límite humano, la bestialidad absoluta, la increíble
maldad. Cualquier cosa da igual, ¡qué diferencia hay entre matar una mosca o
matar al padre! Sin embargo, bajo ninguna circunstancia se puede justificar el
crimen; el aborto es un asesinato y una sexualidad libre que se pretende
exonerada de culpa es pecado. La ley de Dios está puesta para que se cumpla y es
benéfica para el ser humano; a la postre, la locura del mal no pude llevar sino a la destrucción, la falta
contra Dios cae sobre quien la propicia. En este sentido, recuerda el padre
Amorth que hoy en día, sometidos los hombres a la prueba de fidelidad a Dios,
se discierne claramente entre quien cree en Dios y es fiel a Dios y quien no
cree en Dios y no es fiel a Dios, y cómo las personas que se confiesan ateas
están más expuestas a las asechanzas del maligno.
La situación actual en Europa es de derrumbe
de la fe, y es terrible; aun así, volviendo al dicho budista antes citado:
¿sigue creciendo el bosque? Para el padre Amorth, sí: el bosque crece
silenciosamente y hay razones para la esperanza. Dios es más fuerte que el mal,
y con su fuerza, se puede detener el actual diluvio
del mal. Si la vieja Europa ha sido ganada por el laicismo y,
consiguientemente, en ella se detecta el crecimiento de la influencia del mal,
no ocurre así en las naciones de otros ámbitos geográficos; allí, gracias al
trabajo silencioso de muchos misioneros crece el número de cristianos, sea en
África o, incluso, en multitud de países árabes. Tanto es así que el padre
Amorth sostiene que el siglo XX es el siglo que más santos ha dado, amén de
mártires; santos y mártires que los medios de comunicación omiten publicitar
interesados en otro tipo de noticias. Por otra parte, si son muchos los que,
apoyándose en los árboles que caen, critican la Iglesia, sin embargo,
instituida ésta por Jesucristo, se apuntala y prosigue con su misión
evangelizadora. Señala el padre Amorth que a partir de Pablo VI se han sucedido
una serie de papas viajeros, auténticos catalizadores de grandes masas de
población. Si el mal abunda, por lo mismo habrá que concluir, parafraseando a
san Pablo, que sobreabunda la gracia.
¿De dónde venimos? De Jesucristo. ¿Hacia
dónde vamos, cuál es nuestro fin? Jesucristo. Así se expresa en el prólogo del
Evangelio de san Juan o en las Epístolas de san Pablo de Colosenses (1, 15-20)
o Tesalonicenses (II, 1, 6-12). En medio de tal principio y tal final se sitúa
la vida terrena, campo de la acción moral, donde se decide nuestro futuro en
función de la elección tomada. Porque nuestro destino es Dios, pero podría
frustrarse. Compete a nosotros mismos, por ser seres dotados de libertad, la
posibilidad de dicho desenlace. Aquí está el sentido de la vida humana. Una
persona que, aun llevando una existencia anodina, logré salvarse, ha coronado
su vida con éxito; una persona que, aun consiguiendo el favor mundano, se
condena, ha fracasado de forma estrepitosa.
En un mundo de increencia donde la ausencia
de Dios se suple con ídolos, la acción del diablo se intensifica. De manera
ordinaria, su acción se concreta en la tentación; de forma extraordinaria, en
la infestación, vejación o posesión. Estos últimos casos van en aumento debido
principalmente a la voluntad de la persona implicada o a la voluntad de otros.
Si la persona frecuenta por voluntad propia ciertos ambientes perniciosos
(sesiones de espiritismo, ingreso en sectas satánicas, consultas a magos y
hechiceros), está comprando boletos de una lotería en la que puede salir
altamente perjudicada; aun así, no siempre cabe imputar a la persona la causa
de su desgracia, hasta el punto de que una gran mayoría de casos de vejación o
posesión se deben a los maleficios propiciados por la voluntad de otros. Dedica
el padre Amorth una gran cantidad de páginas al tema del maleficio donde lo
analiza y da las pistas para neutralizarlo con una serie de ejemplos;
finalmente critica que el Nuevo Ritual de
Exorcismos (finalmente retirado) no contemple la posibilidad de exorcizar a
una persona en el caso de que lo sufra.
Otro tema interesante sería el de distinguir
la posesión de una enfermedad psíquica. Ya lo decía el padre Amorth en su
primer libro, Habla un exorcista,
(comentado en este blog:
y, según sus propias palabras, el abecé sobre el
tema de la posesión), un exorcismo de más o innecesario no hace daño a nadie,
por lo que en caso de duda se ha de aplicar a la persona sospechosa de posesión
diabólica. Es muy importante detectar convenientemente los síntomas, y una
primera utilidad del exorcismo es precisamente la de diagnóstico. Aun así, el
padre Amorth viene a convenir con un alegato a la humildad y prudencia, ya que
el mundo espiritual es muy rico a la vez que poco conocido tanto por los médicos
como por los sacerdotes. Cuando la persona sufre, las cosas en la vida
(afectos, economía, salud, ganas de vivir) comienzan a irle de mal en peor sin
una causa identificable; cuando le acometen ganas de suicidio y un hado funesto
se apropia de cuanto hace; cuando no hay mejoría si va a un especialista u otro,
a pesar de que toma los medicamentos que le prescriben; cuando en ella aparece
una aversión a todo símbolo religioso y se manifiesta una fuerza más allá de
las posibilidades humanas, habla lenguas desconocidas y conoce cosas ocultas,
son bastantes los puntos que lleva para que su mal lo motiven causas sobrenaturales.
El mal tiene un precio; Jesucristo, con su
muerte en la cruz, pagó de una vez por toda la humanidad; ahora bien, la
pasividad ante el mal que muchas veces muestra el cristiano hace que el magno
sacrificio de Jesucristo no surta un efecto salvífico total con el que se impediría que el reino del mal siga su avance. Invita el padre Amorth a los cristianos, retomando la recomendación
de san Juan Pablo II, a no tener miedo, y les propone, frente a un mundo que mira más a la economía que a
otras cosas, una triple reivindicación: 1) contra el ambiente
socio-cultural de ateísmo, la reivindicación de Dios; 2) contra la laxitud de
la vivencia religiosa, una revitalización en la práctica de los sacramentos y
un nuevo apostolado; 3) contra la inmoralidad, una denuncia y oposición
radical. No es un espíritu de cobardía el que anima al cristiano; en el mundo
se está dando una batalla y debe de saber de parte de quién está. A la
vigilancia ha de superponer la oración constante, y, por la fe en Jesucristo, ha
de procurar la derrota de Satanás y el triunfo de quien provee de todo bien y
todo Amor, esto es, de Dios.
Todos
los derechos reservados
Jesús
Cánovas Martínez@
No hay comentarios:
Publicar un comentario