miércoles, 5 de mayo de 2021

MÁS ALLÁ DEL TIEMPO

 

MÁS ALLÁ DEL TIEMPO

MAGDALENA CÁNOVAS MARTÍNEZ

Prólogo de José Manuel Vidal Ortuño

DIEGO MARÍN EDITOR, MURCIA, 2021

 


Una tenue nostalgia de amortiguado dolor recorre este poemario, Más allá del tiempo, de Magdalena Cánovas, mi hermana. Si no la conociera ni tampoco supiera a lo que alude el poemario, pasaría por él sintiendo la tristeza y el dolor que desprende; pero conozco el hecho, los hechos, y no puedo sino involucrarme  entre sus sentimientos palpitantes que van desde la tristeza hasta la esperanza, pues Antonio Campuzano, su marido, cuya muerte canta, fue para mí un hermano mayor.

La ausencia de un ser querido deja una herida que no se curará jamás; por lo menos, no se curará mientras dure nuestro paso por esta vida biológica. Aun así, para un creyente, tal y como el título del poemario apunta, más allá del tiempo se sitúa la eternidad; por lo que, paralelamente, más allá del dolor se sitúa la esperanza y el gozo del reencuentro, porque el tiempo, remedando a San Agustín, es tan solo un paréntesis dentro de la eternidad de Dios. Ahora bien, transitamos por el tiempo, y el tiempo nos ofrece los acontecimientos como sucesivos: la muerte siempre precede a la resurrección, y la pasión y el dolor se aúnan con la muerte. Esa es nuestra vivencia.

A nuestro pesar, por lo que de desgarradura tiene, la muerte se convierte en necesaria, ya que solo quien ha muerto puede llegar a vivir en un sentido pleno. Si nuestra vida aquí, acechada por el decurso de lo temporal, no puede ser sino disminuida, la muerte a esa vida disminuida y acechada se convierte en paso o puerta estrecha hacia la resurrección y la verdadera Vida. Mientras que tal tránsito no suceda, nuestros sentimientos serán ambiguos y pivotaremos entre el dolor de lo que nos desgarra y el gozo de lo que anhelamos. Tal disyuntiva, fuerte, tensionada, es la que nos propone Magdalena en este poemario cargado de profundos sentimientos y reflexiones, entre los que se traslucen múltiples resonancias tanto filosóficas como teológicas.

En el poema que lleva por título Un suspiro en la eternidad, dice la autora:

 

Y se va la vida, se va a otro destino,

no somos dueños de ella,

nos pertenece solo un suspiro del tiempo.

¿Qué es un suspiro en la eternidad?

 

Y tras constatar la fugacidad de la vida, un soplo que pronto se desvanece (la resonancia bíblica es patente), Magdalena concluye:

 

¿Tiene sentido la vida?

Solo lo tiene si Dios está detrás de ella.

Espero que termine mi suspiro

para volver contigo para siempre.

 

Más allá del tiempo comienza con unos poemas que son como lágrimas y dan un toque de Silencio, una expectación ante lo que la autora quiere comunicar y le espera al lector: una fuerte contraposición entre el Tú ausente del esposo, y, paradójicamente, pleno, y el Yo presente de la poeta, y, paradójicamente, vacío. El Tú y el Yo, separados por el tiempo, resolverán el conflicto de su separación tan solo en la eternidad que aguarda, en Dios.

Pero veamos, para la resolución de la antítesis propuesta, cuál es el itinerario que nos propone Magdalena Cánovas. Por definición no puede haber dialéctica posible entre el tiempo, ese punto incesante en su discurrir, y la eternidad, el instante que no deviene. La dialéctica solo atañe al tiempo, y el tiempo es el molde que conforma la vida cotidiana, río sin retorno por la que discurre esta hacia el océano de la inmensidad, donde cesa cualquier devenir. La eternidad, sin embargo, no la podemos comprender. Nos podemos hacer una idea de ella con conceptos que siempre resultan deficientes o con imágenes o metáforas que aluden a un más allá que las trasciende, porque a nuestra experiencia solo le llega el flujo de lo temporal; aun así, velada por las brumas de un espejo, la eternidad aguarda tal Blancura nívea, inmarcesible, al final de cualquier dialéctica con la que podamos acercar su comprensión. En el poema El mundo de arriba, dice la autora:

 

Subiré de las sombras

a la luz cegadora,

acostumbrando estoy

a la verdad mi vista.

Es difícil contemplar

desde esta oscuridad,

las auténticas formas;

si se velan mis ojos

estarás esperándome

arriba, en la salida,

y me abrazarás de luz,

solícito y amoroso,

hasta que pueda abrirlos

y mirarte a los ojos.

 

¿Cómo alcanzar lo eterno desde nuestra vida dolorida y carente? Allí donde la razón cesa, aparece el Amor. Sí, el Amor, la emoción más pura. La razón nos hace ver espejismos como los reflejos de un espejo o nos catapulta hacia ese pozo desconsolado de la soledad, pero el Amor vuela, tiende puentes, y lo que en un principio parecía imposible, lo convierte en factible: la comunión de dos seres cuyo amor rompe las cadenas del tiempo.

El poema Puente de Amor refleja esta idea. Así comienza:

 

Cruzaré el abismo infranqueable

por el puente de amor que construimos,

ninguno de los males de este mundo

jamás socavará sus ataduras.

 

El Amor destruye cualquier dialéctica de aproximación y se constituye en la vía más recta hacia lo eterno (ya lo adelantaba Platón). La dialéctica alude a lo terráqueo; el Amor a lo celeste, a la blancura en la cual se disuelve cualquier contraste o matiz porque contiene todos los contrastes y matices. Si la muerte aparentemente separa a dos seres que se aman, es por este Amor verdadero, único puente entre la vida y la muerte, que se puede superar cualquier abismo infranqueable. Si el tiempo lo podemos simbolizar por una recta que siempre avanza, acercando el futuro al pasado, para el amor podemos utilizar el símbolo del círculo, figura perfecta donde comulgan principio y final, y, en este sentido, figura de lo eterno. Un círculo ardiente de inmarcesible blancura, un Amor Puro al que llegan todos los puentes que ha tendido el Amor, y todo lo contiene y en él vive, alfa y omega:

 

Y tú, en lo más alto:

Espíritu divino,

Ser celeste, esencial,

conteniendo en tu mente

sublime las sustancias.

Acto puro omnímodo,

Voluntad y Energía,

Palabra, creación

del espacio, del tiempo

y todo lo que encierran.

 


 

Magdalena Cánovas enfrenta de bruces la ausencia de un ser querido, Antonio Campuzano, su esposo, al que evocará y tendrá presente a lo largo de los poemas que componen Más allá del tiempo. Son poemas en los que testimonia su amor incondicional y, como flechas heridas por ese amor, traspasarán el tiempo y el espacio. Volarán allende la condición biológica a la dimensión de la paz, a la dimensión del verdadero amor incólume, revestidos de la esperanza casi grácil que proporciona una fe arraigada.

Porque la muerte no existe, es tan solo un extraño espejismo que separa los cuerpos físicos pero no las almas que verdaderamente han comulgado en el amor. Por eso, Magdalena se desnuda en y con las palabras para ser veraz, y con cuidadoso tino entreteje la nostalgia y la esperanza con las que alumbra sus poemas. Como si fueran dulce cauterio, en el decir de los clásicos, los convierte en fuego vivo, brasas o ascuas, con los que arrancar el sufrimiento y transmutar la ausencia dolorosa en tenue presencia indemne, constante, cierta.

 

 

                                   Jesús Cánovas Martínez@

                                               Filósofo y poeta.