MÁS
ALLÁ DEL TIEMPO
MAGDALENA
CÁNOVAS MARTÍNEZ
Prólogo de José Manuel Vidal Ortuño
DIEGO
MARÍN EDITOR, MURCIA, 2021
Una tenue nostalgia de amortiguado dolor
recorre este poemario, Más allá del
tiempo, de Magdalena Cánovas, mi hermana. Si no la conociera ni tampoco
supiera a lo que alude el poemario, pasaría por él sintiendo la tristeza y el dolor
que desprende; pero conozco el hecho, los hechos, y no puedo sino
involucrarme entre sus sentimientos
palpitantes que van desde la tristeza hasta la esperanza, pues Antonio
Campuzano, su marido, cuya muerte canta, fue para mí un hermano mayor.
La ausencia de un ser querido deja una herida
que no se curará jamás; por lo menos, no se curará mientras dure nuestro paso
por esta vida biológica. Aun así, para un creyente, tal y como el título del
poemario apunta, más allá del tiempo se sitúa la eternidad; por lo que,
paralelamente, más allá del dolor se sitúa la esperanza y el gozo del
reencuentro, porque el tiempo, remedando a San Agustín, es tan solo un
paréntesis dentro de la eternidad de Dios. Ahora bien, transitamos por el
tiempo, y el tiempo nos ofrece los acontecimientos como sucesivos: la muerte
siempre precede a la resurrección, y la pasión y el dolor se aúnan con la
muerte. Esa es nuestra vivencia.
A nuestro pesar, por lo que de desgarradura tiene,
la muerte se convierte en necesaria, ya que solo quien ha muerto puede llegar a
vivir en un sentido pleno. Si nuestra vida aquí, acechada por el decurso de lo
temporal, no puede ser sino disminuida, la muerte a esa vida disminuida y
acechada se convierte en paso o puerta estrecha hacia la resurrección y la
verdadera Vida. Mientras que tal tránsito no suceda, nuestros sentimientos
serán ambiguos y pivotaremos entre el dolor de lo que nos desgarra y el gozo de
lo que anhelamos. Tal disyuntiva, fuerte, tensionada, es la que nos propone
Magdalena en este poemario cargado de profundos sentimientos y reflexiones,
entre los que se traslucen múltiples resonancias tanto filosóficas como
teológicas.
En el poema que lleva por título Un suspiro en la eternidad, dice la
autora:
Y se va
la vida, se va a otro destino,
no somos
dueños de ella,
nos pertenece
solo un suspiro del tiempo.
¿Qué es
un suspiro en la eternidad?
Y tras constatar la fugacidad de la vida, un
soplo que pronto se desvanece (la resonancia bíblica es patente), Magdalena
concluye:
¿Tiene
sentido la vida?
Solo lo
tiene si Dios está detrás de ella.
Espero
que termine mi suspiro
para volver
contigo para siempre.
Más
allá del tiempo
comienza con unos poemas que son como lágrimas y dan un toque de Silencio, una expectación ante lo que la
autora quiere comunicar y le espera al lector: una fuerte contraposición entre
el Tú ausente del esposo, y, paradójicamente, pleno, y el Yo presente de la
poeta, y, paradójicamente, vacío. El Tú y el Yo, separados por el tiempo,
resolverán el conflicto de su separación tan solo en la eternidad que aguarda,
en Dios.
Pero veamos, para la resolución de la
antítesis propuesta, cuál es el itinerario que nos propone Magdalena Cánovas.
Por definición no puede haber dialéctica posible entre el tiempo, ese punto
incesante en su discurrir, y la eternidad, el instante que no deviene. La
dialéctica solo atañe al tiempo, y el tiempo es el molde que conforma la vida
cotidiana, río sin retorno por la que discurre esta hacia el océano de la
inmensidad, donde cesa cualquier devenir. La eternidad, sin embargo, no la
podemos comprender. Nos podemos hacer una idea de ella con conceptos que
siempre resultan deficientes o con imágenes o metáforas que aluden a un más
allá que las trasciende, porque a nuestra experiencia solo le llega el flujo de
lo temporal; aun así, velada por las brumas de un espejo, la eternidad aguarda
tal Blancura nívea, inmarcesible, al
final de cualquier dialéctica con la que podamos acercar su comprensión. En el
poema El mundo de arriba, dice la
autora:
Subiré
de las sombras
a la
luz cegadora,
acostumbrando
estoy
a la
verdad mi vista.
Es
difícil contemplar
desde esta
oscuridad,
las auténticas
formas;
si se
velan mis ojos
estarás
esperándome
arriba,
en la salida,
y me
abrazarás de luz,
solícito
y amoroso,
hasta que
pueda abrirlos
y mirarte
a los ojos.
¿Cómo alcanzar lo eterno desde nuestra vida
dolorida y carente? Allí donde la razón cesa, aparece el Amor. Sí, el Amor, la
emoción más pura. La razón nos hace ver espejismos como los reflejos de un
espejo o nos catapulta hacia ese pozo desconsolado de la soledad, pero el Amor
vuela, tiende puentes, y lo que en un principio parecía imposible, lo convierte
en factible: la comunión de dos seres cuyo amor rompe las cadenas del tiempo.
El poema Puente
de Amor refleja esta idea. Así comienza:
Cruzaré
el abismo infranqueable
por el
puente de amor que construimos,
ninguno
de los males de este mundo
jamás socavará
sus ataduras.
El Amor destruye cualquier dialéctica de
aproximación y se constituye en la vía más recta hacia lo eterno (ya lo
adelantaba Platón). La dialéctica alude a lo terráqueo; el Amor a lo celeste, a
la blancura en la cual se disuelve cualquier contraste o matiz porque contiene
todos los contrastes y matices. Si la muerte aparentemente separa a dos seres
que se aman, es por este Amor verdadero, único puente entre la vida y la
muerte, que se puede superar cualquier abismo infranqueable. Si el tiempo lo
podemos simbolizar por una recta que siempre avanza, acercando el futuro al
pasado, para el amor podemos utilizar el símbolo del círculo, figura perfecta
donde comulgan principio y final, y, en este sentido, figura de lo eterno. Un
círculo ardiente de inmarcesible blancura, un Amor Puro al que llegan todos los puentes que ha tendido el Amor, y
todo lo contiene y en él vive, alfa y omega:
Y tú,
en lo más alto:
Espíritu
divino,
Ser
celeste, esencial,
conteniendo
en tu mente
sublime
las sustancias.
Acto
puro omnímodo,
Voluntad
y Energía,
Palabra,
creación
del espacio,
del tiempo
y todo
lo que encierran.
Magdalena Cánovas enfrenta de bruces la
ausencia de un ser querido, Antonio Campuzano, su esposo, al que evocará y
tendrá presente a lo largo de los poemas que componen Más allá del tiempo. Son poemas en los que testimonia su amor
incondicional y, como flechas heridas por ese amor, traspasarán el tiempo y el
espacio. Volarán allende la condición biológica a la dimensión de la paz, a la
dimensión del verdadero amor incólume, revestidos de la esperanza casi grácil
que proporciona una fe arraigada.
Porque la muerte no existe, es tan solo un
extraño espejismo que separa los cuerpos físicos pero no las almas que
verdaderamente han comulgado en el amor. Por eso, Magdalena se desnuda en y con
las palabras para ser veraz, y con cuidadoso tino entreteje la nostalgia y la
esperanza con las que alumbra sus poemas. Como si fueran dulce cauterio, en el
decir de los clásicos, los convierte en fuego vivo, brasas o ascuas, con los
que arrancar el sufrimiento y transmutar la ausencia dolorosa en tenue
presencia indemne, constante, cierta.
Jesús
Cánovas Martínez@
Filósofo
y poeta.
Jesús, cuando leí el poemario de Magdalena, me maravilló el amor que rezuman sus poesías. Me sentí empequeñecida porque no me considero capaz de escribir algo tan bello para expresar mi amor por un ser querido. Yo también conocí a Antonio y viví muchos momentos de su matrimonio. Es una suerte que hayan podido disfrutar de ese amor que sobrepasa la muerte de uno de ellos.
ResponderEliminarTu crítica es igual de bella que los poemas. Enhorabuena a los dos.
Gracias, Conchita, por la parte que me toca. Bien dices que Antonio era una persona excelente, bueno, familiar, amigo de los amigos y, sobre todo, enamorado de su esposa. allí donde esté, que será un buen sitio, se alegrará del recuerdo que tenemos de él y, de algún modo, velará por nosotros, especialmente de Magdalena, demasiado desvalida desde que él cruzó hacia la otra orilla.
EliminarUn comentario precioso, de amor, de unión, de cariño da la unión entre hermanos, para ese libro tan lleno de amor, de nostalgia, en el que la esperanza llevará a la unión eterna de tu hermana y su marido. Es un libro y un comentario tuyo, que entendemos perfectamente, aquellas personas que hemos perdido a algún ser querido.
ResponderEliminarMuchas gracias, Laly,
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