CASA MUERTA
Yo soy aquella la casa lejana
y aquel hombre triste que la habita…
Carlos
Edmundo de Ory
La tarde cae oblicua
y se apoya sin alma contra el muro.
Se fatiga la luz sobre las piedras.
Los escombros. Las tapias. Los
relumbros
del sol en los cristales, hechos
trizas.
Cascotes y cemento
se apilan. Zumban moscas. Tejas
rotas.
Vuelan vencidos pájaros de tarde
y gritan. Flota el polvo.
Hasta la puerta me he llegado, lento
hueco que se abre a su vacío y
tiembla,
umbral sonoro.
Voces
hubo.
Palpo
no más amor que el necesario
ni más tristeza que la justa:
al espacio que ofrece una mirada
la música de antaño convoca la
memoria.
No fui feliz.
Se amortigua la tarde
y penetro más hondo, más adentro.
Grandes boquetes en la sombra arañan.
Palidece la luz, avanzo solo.
Estoy solo. Sin sombra. Solo. Solo.
Cuando gimen y crujen las maderas
acumulo tristeza y trastos viejos;
medroso el pensamiento atisba en los
rincones,
propone sus enigmas en la estancia.
Estoy solo en la sombra de esta casa;
terror de niño que descubre impávido
unas pintadas: falos y vulvas al
carbón,
tiza negra por las paredes, símbolos
que convoca la soledad, el tedio,
para pedir siquiera un gesto de
ternura.
¿Acaso no es así?
El corazón, a veces, se ilumina.
Unas latas, los restos de una hoguera,
vidrios rotos.
¿Qué
queda de la infancia?
Del libro “Otra vez la luz, palomas”
Todos los derechos reservados.
Jesús Cánovas Martínez©
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