LA BÚSQUEDA
JOSEFA VICTORIA
ALBENTOSA LLOFRÍU
EDICIÓN DE AUTOR
Conozco a Josefita prácticamente desde el
momento en que fui destinado como profesor de Filosofía al IES Rey Carlos III de Águilas allá por el año 1987, pero no sabía
yo que con el tiempo aquella incipiente amistad se haría más estrecha al
coincidir en muchos intereses y aficiones comunes, la gran mayoría relacionados
con la cultura en general y con la literatura en particular. No me voy a
detener en la calurosa y más que agradable acogida que me dispensó la familia,
así como en las aventuras y guerras literarias (esas batallas casi a bastonazos
que he librado junto a Pedro Javier, su esposo) contra energúmenos de toda
índole que, tantas veces enmascarados de afabilidad pretendían rentabilizar cualquier
acción que se llevara a cabo a favor de sus intereses particulares, y es que el
mal y, como consecuencia, el malvado, como señala Josefita en La
Búsqueda, tiene la tendencia de enmascararse de Bien. Los palos en las
ruedas fueron múltiples y también todo tipo de habladurías añadidas, pero, a
pesar de ello no pudieron impedir la creación del Ateneo Aguileño de las Artes y las Letras con la subsiguiente
validación y puesta en marcha de los numerosos proyectos culturales que
salieron adelante gracias a esta plataforma, de los que solo nombraré, por su
proyección en la Región y fuera de ella, los Encuentros con la Poesía en Águilas en sus sucesivas ediciones, que
convocaron poetas nacidos o relacionados con Águilas con otros del contexto
Regional y Nacional y convirtieron nuestro querido pueblo marinero en panacea
de la poesía durante unos cuantos años. Águilas se lo merecía, se merecía
continuar con su tradición cultural y allí estuvimos nosotros poniendo nuestro
granito de arena, favoreciendo cualesquiera manifestaciones culturales.
La Búsqueda no es el primer libro de Josefita (o, más bien, cabría
decir Josefa Victoria Albentosa Llofríu)
que ve la luz pública, pero sí su primera novela. Previamente aparecieron Los
cuentos de Josefita con una gran aceptación por parte de público y
lectores. Son cuentos en sentido tradicional que siguen la estructura de
planteamiento, nudo y desenlace, con la particularidad de que todos ellos hacen
referencia a situaciones de la vida cotidiana, incluso a la biografía de la
autora, escritos con una gran agudeza,
con una mirada que ve los trasfondos de los acontecimientos y cala hondamente
en la psicología de los personajes; como nota interesante, en el final de
todos ellos la autora trata de resolver un problema de índole moral.
Sencillamente son relatos deliciosos que harán un gran bien a quien se asome a
ellos por la aquilatada sabiduría de vida de que hacen gala.
Centrémonos en La Búsqueda, la novela con
la que nos regala Josefita y hoy presentamos (y dicho sea de paso, la autora me
hace un gran honor al elegirme entre los posibles para tal cometido). El mismo
título, La Búsqueda, es una incitación para las preguntas y las fotos
que ilustran la portada dan una pista para su resolución. Sin embargo, antes de
entrar a pormenorizar algunos detalles, diré que en esta novela, Josefita no
pierde el referente de la cotidianeidad tal y como ocurría en los cuentos, aunque diría mejor, de su cotidianeidad, pues en el libro nos va a referir la vida
(novelada, por supuesto) de dos de sus ancestros: de Manuel y de su hijo
Alfonso Llofríu; respectivamente, bisabuelo y abuelo maternos. Son los dos
hombres que aparecen en la portada, y fueron personas eminentes. El primero, el
bisabuelo, Manuel, destacó en el campo de la Química y, el segundo, el abuelo,
Alfonso, en la aplicación práctica de los conocimientos recibidos de su padre
al mundo empresarial de la jabonería y perfumería.
Siempre he sospechado que las modas en el
vestir no son el mero capricho de algún modisto o similar, sino que de alguna
manera expresan la mentalidad o el espíritu de una época (y cambian porque ese
espíritu previamente ha cambiado), así que detengámonos en los retratos de la
portada para mejor desentrañar las páginas que le siguen. Ahí vemos a estos dos
hombres con atuendos diferentes. El de la derecha, según tenemos el libro entre
nuestras manos, Manuel, con chaquetón y pajarita, y la cara adornada con un
bigote inglés, estilo victoriano, junto a unas barbas partidas, ochocentistas,
muy típicas de la segunda mitad de siglo XIX. El de la izquierda, su hijo
Alfonso, cambia el estilo, y se aprecia el cambio de época, el salto al siglo
XX. No lleva pajarita sino corbata y tampoco chaquetón, sino chaqueta sobre la
inmaculada camisa blanca; su cara está rasurada y el labio superior queda
adornado por un clásico bigote chevron.
Cuando Josefita hace el retrato de Manuel,
dice lo siguiente:
Aunque
no mediría más de 1,80 centímetros de estatura, sus ademanes refinados y su
distinguida apostura, unidos a unos increíbles ojos verdes de inteligente
mirada y unas largas barbas al estilo ochocentista frente al despejado y oscuro
cabello, representaban las características principales de Manuel.
La impresión que dan los dos hombres es la de
una gran firmeza de carácter. En ambos se aprecia una mirada inteligente e
incisiva, la frente es despejada y firme el mentón, con un ligero hoyuelo en el
centro; tras ellos, y enmarcándolos, hay una pantalla con fórmulas matemáticas
y químicas debida al genio de Alejandro
Martínez Albentosa, uno de los hijos de Josefita, a quien se debe la
portada y maquetación de la novela. Dicho esto, si damos la vuelta al libro y
contemplamos la contraportada, nos encontramos con la fábrica de jabones que
Alfonso Llofríu montó en Buenos Aires y, como dato curioso, si aguzamos la
vista, veremos en el centro de la misma a una niña. Es Victoria, una de las
tres hijas de Alfonso y tía de Josefita.
Pero hemos dejado sin responder la pregunta
que hacíamos: ¿por qué el título de La Búsqueda cuando podía haber sido otro
diferente? No creo contradecir las opiniones de Josefita si digo que el ser humano tiene algo de prometeico que
le hace no estar satisfecho con nada, que porta en su interior un fuego que lo
abrasa por el que busca la inteligencia de las cosas y por el que aspira a la
eternidad. Este fuego es sublime y
peligroso a la vez, es un don que lo incita a una constante búsqueda: a la
búsqueda de su esencia, de lo que realmente es, esto es, a la búsqueda de
aquello que lo asemeja a Dios. El protohombre, la pareja Adán-Eva, fue
expulsado del Paraíso, pero aun así sus descendientes insistentemente buscan su
retorno al mismo, a veces por caminos demasiado tortuosos como quizá puedan ser
los de la Química… ¿Qué importante descubrimiento ha hecho Manuel Llofríu
trabajando en la soledad de su laboratorio? ¿En qué fórmula se condensa el
culmen de sus investigaciones, muy en consonancia con esta actitud prometeica
de la que hablamos? Es algo que excede
al mero conocimiento químico e involucra tanto al cuerpo biológico como al
espiritual y en manos que no fueran las adecuadas tendría un gran poder de
destrucción.
El tema, desde luego, da de sí y a la par que
nos sumerge en interesantes cuestiones teológicas y filosóficas, me hace pensar
en aquellos investigadores solitarios del siglo XIX, encerrados en sus
laboratorios, buscando los secretos de la vida. ¿A qué descubrimientos no
llegarían y qué nos trasmitieron de aquello a lo que llegaron? ¿Lo fue todo? Es
el caso de Manuel, prototipo de aquel hombre de ciencia, de ese investigador
solitario que muchas veces mantenía en secreto algunos de sus descubrimientos
o, a lo sumo, hacía partícipes de ellos a un pequeño grupo de “iniciados” (llamémoslos así), y, en el
caso que refiere la novela a aquellos que estaban agrupados en una sociedad
secreta cuyo nombre “Los nuevos
alquimistas” ya nos revela los propósitos que perseguían. Pero yo no voy a
revelar más de lo que debo, lógicamente, porque sería un mal presentador si
hiciera de espolier. Tal
eventualidad, por consiguiente, la dejo para que la descubra el lector, aunque
sí diré que esta, la búsqueda de nuestra propia esencia, es el eje principal
sobre el cual se vertebra la novela.
La
Búsqueda,
con estos prenotandos, se sitúa en la plataforma de salida, y Josefita le da el
primer impulso, en un alarde de buena literatura, de esta manera:
Los
finos visillos del ventanal de la estancia parecían palomas blancas a punto de
levantar el vuelo, empujados por la leve brisa que se colaba por uno de los
ventanales entreabierto del salón.
Está a punto de romperse un jarrón e
inculparán al pequeño Alfonset de su rotura; nos situamos en Elche, en la
propiedad de los Llofríu. Del matrimonio de Manuel con Antonia Coquillat han
nacido dos varones; el primero Gumersindo que estudiará Farmacia y llevará una
vida relativamente despreocupada y sin relieve y, con cinco años de diferencia,
el menor, Alfonso, un poco rabo de
lagartija, travieso, inquieto, valiente, con una enorme curiosidad por aprender
y una gran admiración por su padre. Por eso el ama le cuenta historias de
su progenitor con las que lo entretiene. De este modo, utilizando esta técnica
narrativa, Josefita descubre al lector las personalidades de sus dos ancestros.
Nos enteramos de las peripecias de Manuel, su bisabuelo, cuando hizo el viaje
que le cambiaría la vida, parte de él, en diligencias de caballos de postas, y,
otra parte, en el recién estrenado ferrocarril, cuyas líneas se tendían a gran
velocidad por toda Europa. Manuel con su primo Mario Coquillat hizo casi un viaje épico, pues fue a
estudiar Química Orgánica y Taxidermia, ya que en España no había Universidad
que ofreciera estos estudios, a la Universidad alemana de Bonn con el profesor
Klaus Wiscutterman, uno de los más eminentes químicos de la época.
Manuel
estudia Química en un momento crucial, ya que se está produciendo un revolucionario
cambio de paradigma en dicha disciplina. Está naciendo la Química Orgánica y
molecular
que sintetiza sustancias orgánicas en cuya composición se encuentran las
moléculas del carbono y del hidrógeno, en contraposición a las concepciones que
sostenían que se necesitaba una “fuerza vital” para producir dichas sustancias.
La Universidad de Bonn es el centro
donde prominentes químicos asisten ese cambio, en la que, aparte del
mencionado Klaus Wiscutterman, por
la época en que Manuel estudia imparte sus clases ni más ni menos que August Kekulé, descubridor de la
molécula del benzeno y uno de los padres de esta disciplina. También cabría
decir que gran parte de los primeros premios Nobel de Química recayeron en
compañeros de Manuel.
Tras sus estudios, Manuel vuelve a España, y
a la par que sigue sus investigaciones químicas y la aplicación de estas al
mundo de la jabonería y perfumería (por las que más tarde será galardonado,
dicho sea de paso, con una medalla de oro impuesta por el ministro del momento
al mejor fabricante perfumista del siglo XIX), intenta rentabilizarlas con el
proyecto de una fábrica de jabones, primero en Madrid, y más tarde en Sevilla. Son peripecias agridulces, pues la
fábrica de jabones de Sevilla se la lleva la gran riada del año 1882.
Josefita describe este luctuoso episodio, aun siendo grave, con una gracia
especial cuando Manuel cuenta este incidente a su hijo Alfonso:
La
fábrica de jabones, como otras muchas industrias, fue anegada por las aguas;
pero en el caso nuestro, con la mala suerte de que arrasó con todos los perfumes
y colorantes que teníamos almacenados. El penetrante perfume se expandió en el
ambiente manteniéndose durante varios días y los sevillanos comentaban que, a
pesar de las desgracias tan grandes ocurridas durante la riada, nunca en la
vida iba a oler Sevilla de aquella manera tan maravillosa. También el Guadalquivir
llevaba en sus aguas, como si de un arco iris se tratase, mezclas de los
colores vivos arrastrados: añiles, rojos, amarillos, todos ellos en una extraña
mescolanza. Fue un espectáculo difícilmente repetible. Muchas personas se
quedaban atónitas viendo pasar aquel rebosante río multicolor.
A esta
desgracia que acaba con muchas esperanzas de Manuel, se suman otras como el
acoso que sufre por colegas envidiosos o la ruptura pacífica de su matrimonio
y, por descontado, la quiebra de sus finanzas en la turbulenta e incierta
España que le tocó vivir. Y es que esa España del siglo XIX dejaba mucho que
desear en cuanto a estabilidad política se refiere. Este es un siglo convulso
en que abundan las Revoluciones y acontecimientos sociales. Tras la guerra de
la Independencia y la sublevación de las colonias de ultramar, se suceden
hechos tan importantes como las guerras carlistas, la coronación y el
subsiguiente derrocamiento de la reina Isabel II debido a la Gloriosa del 68,
la instauración de la I República, las guerras cantonales y la de Cuba, para
llegar en 1875 la Restauración borbónica con Alfonso XII y la instauración de
la alternancia en el parlamento entre liberales, liderados por Sagasta, y
conservadores, liderados por Cánovas, que sigue dejando sin solución los
problemas sociales. Este es un siglo donde se agitan grandes inquietudes y
chocan múltiples intereses, un siglo de agitación en las calles y la
Universidad.
Para evitar la ruina del padre, con diecisiete años Alfonso se embarca para
Argentina, la tierra prometida de aquella época, y lo hace en la cubierta de un
barco ya que no tenía dinero suficiente para pagar un camarote. Llegado al puerto de La Plata, no tiene callos en las manos para emplearse de
estibador. Pero no voy a contar los pormenores de esta interesante novela, por
lo que solo daré pinceladas sobre la misma. Al cabo de un año, Alfonso regresa
a España para asistir al padre, pero tras
la repentina muerte de Manuel, de forma misteriosa, tal que podría pensarse en un
asesinato operado con artes oscuras, retomará y pondrá en solfa los negocios
familiares. Buscando el mejor lugar que pueda afrontar una precaria
economía, monta una fábrica de jabones en la localidad cacereña de Navalmoral
de la Mata; para ello habilitará una antigua iglesia desacralizada recorrida
por los fantasmas.
Como en España las cosas no le van del todo
bien, Alfonso Llofríu volverá a Argentina, donde armará una floreciente empresa
de jabones y perfumes que exportará a diversos destinos en Europa. Sus viajes
de Argentina a España, y viceversa, serán frecuentes, hasta que decide, una vez
muerta su primera mujer, Magdalena (una aguileña, dicho sea de paso), y
sufridos una serie de descalabros familiares como el óbito de su hija Carmen,
al igual que Magdalena por la tisis, o la prohibición taxativa de ver a su
único nieto, casarse en segundas nupcias con la prima hermana de Magdalena, su
cuñada Victoria. A instancias de esta última decidirá regresar a España y, aun
cansado y bastante abatido, seguirá haciendo lo que sabe hacer: montará una fábrica
de jabonería. Esta vez en Águilas, la pequeña patria de Magdalena y Victoria,
concretamente en El Rubial.
Un buen día, Alfonso se siente mal. Una
punzada en el pecho le avisa de que algo no va bien. Entonces se le aparece su
ángel de la guardia a quien, siguiendo el ejemplo de su padre Manuel, reza todas
las noches y al que ha sentido como un amigo protector a lo largo de toda su
vida:
—¡Alfonso,
despierta! ¡Alfonso, tranquilo; todo irá bien! ¡Despierta! Alfonso, soy tu
ángel de la guarda, al que te has encomendado toda tu vida.
Alfonso
abrió sus ojos a la luz, lanzó un largo y sonoro suspiro y se derrumbó sobre la
mesa, abandonando su paso por este caprichoso e inestable mundo.
Y ahí termina la novela, no sin recordar la
autora que “mientras estamos en la tierra
los ojos se mantienen cerrados y se abren cuando la abandonamos”.
Para concluir quiero resaltar algo ya
mencionado. En La Búsqueda aparecen dos prototipos de hombre: Manuel, el intelectual y erudito, el
investigador, y, Alfonso, el hombre de acción, el emprendedor, el ejecutor, y,
diría, el batallador. El resto de la constelación de personajes que irán
apareciendo en la trama gravitarán entorno a las biografías de estas dos
personalidades, con sus luces y sus sombras, sus afectos y desafectos. La
Búsqueda se convierte, de esta manera, en el tributo y sentido homenaje
que la nieta y bisnieta de ambos personajes, Josefita, les rinde transcurridos
los años. Pero hay algo más, al hilo la
autora mostrará un trasfondo, a veces sugestivo, a veces inquietante, del poder
de la ciencia, en este caso, del poder de la química como heredera de la
alquimia medieval y de la búsqueda que esta hacía de la piedra filosofal, que
no era otra cosa sino la trasformación del hombre externo, sacudido por los
diversos avatares y circunstancias, en hombre verdadero, hombre esencial,
incólume, trasformación que operaban los misterios menores a que se sometían
los iniciados.
Por otro lado, si nos fijamos ahora no en el
fondo sino en la forma, la novela roza el realismo, pero no se ciñe
exclusivamente a él, puesto que da un salto
al realismo mágico y airea el trasfondo de intrigas y fuerzas ocultas que hay
detrás de una realidad meramente aparente. Es una novela dinámica, de lectura
agradable con una gran musicalidad y cadencia en las frases, un ritmo de las
palabras en descripciones diamantinas que Josefita sabe conjugar con unos
diálogos reveladores. La técnica que utiliza la autora para darle rapidez y
agilidad a la lectura es la de salpicar la narración con numerosos flasch-back; con esto consigue, aparte
de la agilización de la lectura, involucrar de forma velada al lector en la
construcción de la propia narración.
Pertrechémonos para la lectura de La Búsqueda, puesto que las calles de
Madrid, o de cualquier ciudad donde nos encontremos, quizá Murcia o Águilas,
parafraseando a Josefita, a ciertas horas de la noche, húmedas y neblinosas,
con el suelo empedrado y resbaladizo por el relente y el chasquido permanente
de los caballos tirando penosamente de los carruajes, parecen una sinfonía
bulliciosa.
Jesús Cánovas
Martínez©
Filósofo y poeta
Ad astra per aspera.