sábado, 22 de febrero de 2025

CUANDO EL TIEMPO

 

CUANDO EL TIEMPO

GINÉS RECHE

EL BARDO. COLECCIÓN DE POESÍA. 2024

 


La nueva entrega poética de Ginés Reche, Cuando el tiempo, viene enmarcada por un prólogo de Francisco Domene, un contraprólogo o epílogo de Antonio Carvajal y una postdata de Antonio García Soler, tres amigos del autor, profesores de literatura los tres y magníficos poetas. Componen el poemario cuarenta y cuatro poemas, supongo número que en la iconografía de Ginés tiene cierta significación, previo el poema programático del inicio, Sin concesión. La división de los mismos se articula según el ternario: 1) Cuando el tiempo, con quince poemas; 2) Cuando el amor, con catorce poemas; 3) Cuando la vida, con quince poemas. Estas simetrías de estructura aluden al verso del inicio que, como un lema o mantram, sirve de dedicatoria y guía:

 

A los que son en mí: tiempo, amor y vida.

 

Poema de un solo verso que, en cuanto a su fondo, como señala Antonio García Soler, recuerda las tres heridas de Miguel Hernández, y, en cuanto a su forma, es un endecasílabo contracadente, propio de los poetas intuitivos, como recuerda Antonio Carvajal. Añadiría yo, centrándome en el primer hemistiquio, la plena consciencia que tiene el autor de que tanto el tiempo, como el amor, como la vida, son en él, realidad plena que los engloba, pues es él y solo él (aun con el peligro de la redundancia) quien registra en el suceder del tiempo la vida, y, en esa vida que se sucede porque es tiempo, el amor, y, por último, en el amor, la plenitud de la vida a la que el tiempo conduce: tiempo en el tiempo, tiempo de vida, tiempo de amor sin concesión.

 

El tiempo

que estrenamos tú y yo

es nuestra vida más que confirmada.

El amor, sin ninguna concesión.

 

  Pero tanto el tiempo, como la vida y el amor, si no estuvieran poblados serían realidades vacías, porque es un hecho que la vida, nuestra vida humana, solo tiene sentido si la traspasa el amor. Sí, es cierto que el poeta tiende a enamorarse del amor, pero, mientras que así ocurre, vive en una quimera, pues el amor, para que sea amor, hay que concretarlo en un ser al que sea ama, en este caso y siempre, en la amada, en una mujer concreta, carne de su carne y hueso de sus huesos, a cuyos brazos Ginés tiende indefectiblemente. Resulta curioso, en este sentido, como de forma machacona, insistente, más que recurrente, en los primeros poemas del libro ya aparecen esos brazos de la amada (el abrazo entre ellos donde se da la conjunción viva del amor) como el único seguro puerto o refugio. Son la casa segura, el nido donde invernar frente al otoño, la luz que aplaca la noche, el olvido ante la cotidiana y perentoria urgencia.

Sea:

 

Cuando el tiempo te nombra,

la vida tiene casa propia

en tus brazos;

frío, afuera.

 

O:

 

Viviré en tu estación otoño,

invernaré en tus brazos.

 

O:

 

Sobre tus brazos

nunca queda resquicio de la noche

como si fueras todo luz…

 

O:

 

Abres los brazos,

el tiempo nos proclama

olvidos sabios.

 

Las citas se podrían multiplicar. Hay que vivir con urgencia el amor, pues el tiempo en su transcurso lo transformará en las ascuas de una hoguera. La vida es breve, todo es breve, y pronto un vestido de domingo puede convertirse, tras el lapso de los días, en puros harapos: No hay razones/que puedan explicar/los harapos que viajan/de un corazón a un martes/de un viernes a un adiós (del poema La Brevedad), y al final llegará, casi sin sentirlo, la rúbrica del epitafio de la muerte.

Ahora bien, Ginés Reche es un poeta vitalista, luminoso, de soleado cielo, del sur, y si nombra esa posibilidad de la muerte en el mañana es para acentuar la vida y el amor en el ahora. El tiempo nos lleva, es cierto; pero no hay que perderlo mirando/debajo de las piedras, porque la vida, en continuo discurrir, sigue, y seguirá siempre con proyección de futuro:

 

No sé con qué epitafio

me despediré, pero en ti,

vientre de mi palabra,

la vida sigue.

 

Vientre de mi palabra para convocar a la amada y nombrarla, preciosa y sugerente metáfora con la que alude a la preñez del amor en la esperanza no defraudada de futuro, en su simplicidad y en su multivocidad, que nos llevaría lejos analizarla con detenimiento.

La vida, frente a la brevedad, sigue adelante; no se detiene. La percepción de tal choque (lo breve de lo vivido y la vida que no renuncia a vivirse) parece un oxímoron, y lo es. La contradicción entre el tiempo (decurso de eterno fluir) y la vida (sucesiva pero renovada a cada instante) se resuelve en la perennidad del amor, porque la vida perdura en el tiempo, que es tiempo de amor, y convoca la alegría de vivir. Precioso es el poema que inaugura la tercera estancia del poemario, Cuando la vida, un poema que se arroga de tintes clásicos (Amor al que te rindes, de tal modo comienza) y recuerda, con asumida filiación por parte del autor, al mejor poemario de amor del siglo XX en el sentir de muchos críticos, me refiero a La voz a ti debida de Pedro Salinas. Como no podía ser de otro modo, lo introduce una cita del maestro del 27: Qué alegría, vivir/sintiéndose vivido, y su título no es otro (no podría ser otro, acorde con la cita) sino Qué alegría, vivir.

 

Mil historias,

demasiados augurios, cien olvidos,

sólo una vida

para perdernos y encontrarnos.

 


 Un amor, concretado en el tú que da sentido al yo, e irradia y se difracta en el tiempo que lo contiene y termina por abarcar la totalidad de la experiencia vital de Ginés, hasta el punto de que el tiempo, su tiempo, deviene tiempo del amor. En primer lugar, amor que, como flecha de deseo, busca a la amada (el tú, la completud), y, encontrada, con ella sucede, en sus brazos, la plenitud total de la vida. Así queda expresado en el magnífico poema Alba:

 

Cuando el tiempo formula

su andanza de mañana,

hallo el día

 

en ti. La vida y tú,

tanto futuro.

 

Después, desde esa plenitud, el amor magnifica con su toque a familiares y amigos (y esto no solo lo deja traslucir de forma implícita sino que también lo explicita cuando, en la tercera parte del poemario sobre todo, el autor dedica sus poemas a seres queridos), trasluminando la cotidianeidad y la naturaleza misma: Tanta alegría fueron estas casas,/tanta vida/en tardes de placeta, dice en el comienzo del poema que dedica a sus abuelos.

Pero, insisto, para Ginés, en la pareja primigenia de enamorados que expresan los pronombres tú y yo, comienza y concluye el amor humano, lo demás acontece como un fruto. Por eso, la vida plena del amor no es sino la muerte perfecta, porque más allá de ese núcleo vivo del amor (el yo del poeta disuelto en el tú de la amada), no hay nada:

 

Porque vivir en ti

es mi muerte perfecta.

 

El amor en el tiempo, cuando es plenificado, abole el mismo tiempo y convoca la muerte, la ausencia del tiempo. El poeta, acercando vida y muerte, propone como única resolución de tal antítesis el amor: vivir en ti, y luego, nada más, la muerte perfecta.

Cuando el tiempo de Ginés Reche posee una gran unidad temática y una perfecta cohesión en sus poemas. Al igual que en poemarios anteriores, el autor se decanta por la utilización de la elipsis como figura retórica predominante, con lo cual consigue la involucración del lector en la materia del poemario; por otra parte, hace gala de un minimalismo expresivo y una economía de recursos, de tal forma que otorga a sus poemas, y en general a todo el poemario, una impronta de intimidad y confesión, propia de una conversación al amor de la lumbre.

 Cuando el tiempo ha sido finalista del IX Premio Internacional de Poesía José Zorrilla. Desde estas páginas animo a Ginés a prodigarse con más frecuencia de la que nos tiene acostumbrados.

 

                                               Por Jesús Cánovas Martínez

                                               Filósofo y poeta

                                               Ad astra per aspera

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