CUANDO
EL TIEMPO
GINÉS
RECHE
EL
BARDO. COLECCIÓN DE POESÍA. 2024
La nueva entrega poética de Ginés Reche, Cuando el tiempo, viene enmarcada por un
prólogo de Francisco Domene, un contraprólogo o epílogo de Antonio Carvajal y
una postdata de Antonio García Soler, tres amigos del autor, profesores de
literatura los tres y magníficos poetas. Componen el poemario cuarenta y cuatro
poemas, supongo número que en la iconografía de Ginés tiene cierta significación,
previo el poema programático del inicio, Sin
concesión. La división de los mismos se articula según el ternario: 1) Cuando el tiempo, con quince poemas; 2) Cuando el amor, con catorce poemas; 3) Cuando la vida, con quince poemas. Estas
simetrías de estructura aluden al verso del inicio que, como un lema o mantram, sirve de dedicatoria y guía:
A
los que son en mí: tiempo, amor y vida.
Poema de un solo verso que, en cuanto a su
fondo, como señala Antonio García Soler, recuerda las tres heridas de Miguel
Hernández, y, en cuanto a su forma, es un endecasílabo contracadente, propio de
los poetas intuitivos, como recuerda Antonio Carvajal. Añadiría yo, centrándome
en el primer hemistiquio, la plena consciencia que tiene el autor de que tanto
el tiempo, como el amor, como la vida, son en él, realidad plena que los
engloba, pues es él y solo él (aun con el peligro de la redundancia) quien
registra en el suceder del tiempo la vida, y, en esa vida que se sucede porque
es tiempo, el amor, y, por último, en el amor, la plenitud de la vida a la que el
tiempo conduce: tiempo en el tiempo, tiempo de vida, tiempo de amor sin concesión.
El
tiempo
que
estrenamos tú y yo
es
nuestra vida más que confirmada.
El
amor, sin ninguna concesión.
Pero
tanto el tiempo, como la vida y el amor, si no estuvieran poblados serían
realidades vacías, porque es un hecho que la vida, nuestra vida humana, solo
tiene sentido si la traspasa el amor. Sí, es cierto que el poeta tiende a
enamorarse del amor, pero, mientras que así ocurre, vive en una quimera, pues
el amor, para que sea amor, hay que concretarlo en un ser al que sea ama, en
este caso y siempre, en la amada, en una mujer concreta, carne de su carne y
hueso de sus huesos, a cuyos brazos Ginés tiende indefectiblemente. Resulta
curioso, en este sentido, como de forma machacona, insistente, más que
recurrente, en los primeros poemas del libro ya aparecen esos brazos de la
amada (el abrazo entre ellos donde se da la conjunción viva del amor) como el
único seguro puerto o refugio. Son la casa segura, el nido donde invernar
frente al otoño, la luz que aplaca la noche, el olvido ante la cotidiana y
perentoria urgencia.
Sea:
Cuando
el tiempo te nombra,
la
vida tiene casa propia
en
tus brazos;
frío, afuera.
O:
Viviré en tu estación otoño,
invernaré en tus brazos.
O:
Sobre tus brazos
nunca queda resquicio de la noche
como si fueras todo luz…
O:
Abres los brazos,
el tiempo nos proclama
olvidos sabios.
Las citas se podrían multiplicar. Hay que
vivir con urgencia el amor, pues el tiempo en su transcurso lo transformará en
las ascuas de una hoguera. La vida es breve, todo es breve, y pronto un vestido de domingo puede convertirse,
tras el lapso de los días, en puros harapos: No hay razones/que puedan explicar/los harapos que viajan/de un corazón
a un martes/de un viernes a un adiós (del poema La Brevedad), y al final llegará, casi sin sentirlo, la rúbrica del
epitafio de la muerte.
Ahora bien, Ginés Reche es un poeta
vitalista, luminoso, de soleado cielo, del sur, y si nombra esa posibilidad de
la muerte en el mañana es para acentuar la vida y el amor en el ahora. El
tiempo nos lleva, es cierto; pero no hay que perderlo mirando/debajo de las piedras, porque la vida, en continuo
discurrir, sigue, y seguirá siempre con proyección de futuro:
No
sé con qué epitafio
me
despediré, pero en ti,
vientre
de mi palabra,
la
vida sigue.
Vientre
de mi palabra para convocar a la amada y nombrarla,
preciosa y sugerente metáfora con la que alude a la preñez del amor en la
esperanza no defraudada de futuro, en su simplicidad y en su multivocidad, que nos
llevaría lejos analizarla con detenimiento.
La vida, frente a la brevedad, sigue
adelante; no se detiene. La percepción de tal choque (lo breve de lo vivido y
la vida que no renuncia a vivirse) parece un oxímoron, y lo es. La contradicción
entre el tiempo (decurso de eterno fluir) y la vida (sucesiva pero renovada a
cada instante) se resuelve en la perennidad del amor, porque la vida perdura en
el tiempo, que es tiempo de amor, y convoca la alegría de vivir. Precioso es el
poema que inaugura la tercera estancia del poemario, Cuando la vida, un poema que se arroga de tintes clásicos (Amor al que te rindes, de tal modo
comienza) y recuerda, con asumida filiación por parte del autor, al mejor
poemario de amor del siglo XX en el sentir de muchos críticos, me refiero a La voz a ti debida de Pedro Salinas.
Como no podía ser de otro modo, lo introduce una cita del maestro del 27: Qué alegría, vivir/sintiéndose vivido, y
su título no es otro (no podría ser otro, acorde con la cita) sino Qué alegría, vivir.
Mil
historias,
demasiados
augurios, cien olvidos,
sólo
una vida
para
perdernos y encontrarnos.
Un
amor, concretado en el tú que da sentido al yo, e irradia y se difracta en el tiempo
que lo contiene y termina por abarcar la totalidad de la experiencia vital de
Ginés, hasta el punto de que el tiempo, su
tiempo, deviene tiempo del amor. En primer lugar, amor que, como flecha de
deseo, busca a la amada (el tú, la completud), y, encontrada, con ella sucede,
en sus brazos, la plenitud total de la vida. Así queda expresado en el
magnífico poema Alba:
Cuando
el tiempo formula
su andanza
de mañana,
hallo
el día
en
ti. La vida y tú,
tanto
futuro.
Después, desde esa plenitud, el amor
magnifica con su toque a familiares y amigos (y esto no solo lo deja traslucir
de forma implícita sino que también lo explicita cuando, en la tercera parte
del poemario sobre todo, el autor dedica sus poemas a seres queridos), trasluminando
la cotidianeidad y la naturaleza misma: Tanta
alegría fueron estas casas,/tanta vida/en tardes de placeta, dice en el comienzo
del poema que dedica a sus abuelos.
Pero, insisto, para Ginés, en la pareja
primigenia de enamorados que expresan los pronombres tú y yo, comienza y
concluye el amor humano, lo demás acontece como un fruto. Por eso, la vida
plena del amor no es sino la muerte perfecta, porque más allá de ese núcleo
vivo del amor (el yo del poeta disuelto en el tú de la amada), no hay nada:
Porque
vivir en ti
es mi
muerte perfecta.
El amor en el tiempo, cuando es plenificado,
abole el mismo tiempo y convoca la muerte, la ausencia del tiempo. El poeta,
acercando vida y muerte, propone como única resolución de tal antítesis el
amor: vivir en ti, y luego, nada más,
la muerte perfecta.
Cuando
el tiempo de Ginés Reche posee una gran unidad temática y una
perfecta cohesión en sus poemas. Al igual que en poemarios anteriores, el autor
se decanta por la utilización de la elipsis como figura retórica predominante,
con lo cual consigue la involucración del lector en la materia del poemario; por
otra parte, hace gala de un minimalismo expresivo y una economía de recursos,
de tal forma que otorga a sus poemas, y en general a todo el poemario, una
impronta de intimidad y confesión, propia de una conversación al amor de la
lumbre.
Cuando el tiempo ha sido finalista del
IX Premio Internacional de Poesía José Zorrilla. Desde estas páginas animo a
Ginés a prodigarse con más frecuencia de la que nos tiene acostumbrados.
Por
Jesús Cánovas Martínez
Filósofo
y poeta
Ad astra per aspera
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