SI
TE DIGO LO QUE SIENTO…
ROSA
RAYA CARRASCO
Rosa Raya Carrasco es todo corazón, por eso
expresa sus sentimientos con un corazón a flor de piel y de boca que enlaza con
una palabra bella y buena, esperanzada de la eclosión de una plenitud: el amor
que tan vivamente siente en su pecho.
Como niña que espera
un regalo, cada noche esperaba
que llegara tu
mensaje, y que el teléfono vibrara…
Niña, sí; niña o adolescente, así es como
tengo yo a Rosa en mi memoria, y la recuerdo como una cría especial, porque
Rosa fue alumna mía. Era yo mucho más joven de lo que soy ahora y daba clases
de filosofía en un instituto de Águilas (Murcia), con la mar al fondo
presidiendo noches azules y días de sol. Fueron especiales aquellos años. Con
una puesta al día en innovaciones pedagógicas, tuve una respuesta fenomenal por
parte de mis alumnos, y la consecuencia fue que las dinámicas instructivas se
hicieron muy amenas; de este modo, no tuve más remedio que quererlos porque
ellos, tengo que decirlo, también me quisieron. En la suma de aquellos años el
recuerdo de Rosa me llega envuelto con un perfume de bondad y hermosura. Por
definición, las mujeres de Águilas, guapetonas y pícaras, están dotadas de una
belleza propia, tanto interna como externa. Rosa no faltaba a la norma. Pero su
belleza, por así decirlo, no era mediterránea, sino nórdica, walkirika; una belleza que sólo se puede
dar entre las flores que pueblan los valles de las altas montañas, fragrantes
de deshielo y de la primera pureza del sol de primavera. Rosa era esa flor; una
flor desarraigada de una tierra alta y noble, trasplantada de repente a la Águilas
marinera: piel blanquísima, ojos grandes de claridad celeste que al trasluz,
según el juego de sombras y luces, podían mudar de verdes a azules, dos rosas
por mejillas sobre la albura de la piel y una rubiez de pelo intensa. Enseguida me apercibí de aquellos detalles,
y para singularizar a Rosa del resto de las rosas aguileñas le puse el
sobrenombre de Heidi. Y, a partir de
ese momento, fue mi Heidi.
Espero que ese profesor medio loco que yo fui
no dejara una estela demasiado gravosa en una alumna que para él, junto al
resto de sus alumnos, sus pestucillas,
fue enormemente querida. Creo que no. Pero los años se suceden unos a otros y
el profesor aquel, frisando ya el final de su carrera profesional, va y
reencuentra a su Heidi en razón de
uno de los motivos que se celebran descorchando una botella de cava: la
publicación de un libro; concretamente, la publicación de Si te digo lo que siento…, el primer poemario de Rosa Raya que ve
la luz.
En Si
te digo lo que siento… el lector asiste, tal y como indica el título, a una
confesión de sentimientos. Y añado: una confesión de sentimientos, aun con la
supuesta elipsis de un destinatario único, que se dirige a él personalmente,
elegido para la confidencia. Ya el título en condicional al que falta el
consecuente deja una inquietud, un ligero tremolar en el ánimo de los lectores,
y según avanzan sus páginas ese temblor se convierte en dolor del alma,
tristeza y congoja, que dejan adivinar un corazón roto por alguna fatalidad que
la autora vela a la vez que hace explícita. Hay en el libro un intenso anhelo
de amor doliente, quizá porque Rosa, como muchos poetas, es una adolescente
dilatada en el tiempo, una adolescente perpetua que sufre y siente, y espera,
siempre espera, el amor. Así, en el breve poema cuyo título es Hasta el infinito y…, encontramos la
siguiente declaración:
Si
tuviera que elegir entre la vida y quererte…
Elegiría
morir si el final fuese perderte.
Encuentro en este poemario sed de infinitud,
de horizonte dilatado, sed y ansia de entrega. Con una femineidad entregada y a
la espera, y un ansia de amor —aunque defraudada en algún momento, incólume de
belleza y verdad—, Rosa se desborda en pasión:
Flota
la lluvia en el ventanal
como
racimos de gotas sostenidas,
sube
lento en mi piel el caudal
cuando
cada rincón de ti se me abalanza
sobre
los cauces de mis ansias vivas…
Son versos que pertenecen al poema Esencia del deseo, para mí uno de los
más vibrantes, junto A la deriva de ti,
Locura, Habitar tus manos o La
distancia de tus labios —cada vez que
me miras, me aniquilas la cordura…— exponentes de esta pasión rebasada de
la que hablo. Pero entre los poemas donde se expresa la pasión carnal se
intercalan otros de tono reflexivo, poemas que intentan comprender un fracaso y
elevan la escritura a catarsis, tan indefectible como necesaria, para, de este
modo, renovar la apuesta por el amor y poder seguir viviendo. Y porque la vida
sigue, Rosa arde en llamas —en consunción de sí misma—, llamas con las que, de
nuevo, dar vida al amor: …quiero quemar
mi pasado en las llamas del corazón./ El fuego calma mi duda y la incertidumbre…
Sea un poema reflexivo como La lluvia no
siempre moja; en él Rosa utiliza la anáfora para expresar el no retorno
ineludible de las cosas que fueron cotidianas, del tiempo otrora feliz, pero aun
así, con la repetición del nunca —adverbio
drástico de negación que enfatiza una imposibilidad— permanece un centro en
ella intacto que aguarda, contra viento y marea, contra tiempo; un centro de
intimidad permanentemente ardido de esperanza:
Nunca
se podrá convertir una piedra en barro
por
mucho que caiga la lluvia sobre ella.
Nunca
se podrá volver a mirar hacia atrás
y hacer
lo mismo que entonces…
En el poema las reflexiones caen como
mazazos, sentidas, pensadas, albergadas y maduradas en ese centro íntimo del
ser como un cúmulo de sabiduría pronto a licuarse, a convertirse en río, quizá
de lágrimas. Y Rosa nos desvela el misterio, el amor que, aunque perdido, sigue
agazapado, a la espera, en el centro de su corazón:
Nunca será igual la vida
sin tu presencia en
mi oscuridad.
La experiencia de la vida sentimental de la
autora toma cuerpo en Si te digo lo que siento… y quedará expresada con la profunda sencillez de la sinceridad. El
tiempo que discurre sin cesar y, en su discurrir, conlleva alegrías y tristezas,
la madre sorprendida en un aroma de ropa
limpia —Guarda, calma, la paciencia
es su aliada,/ detrás del telón de que “no pasa nada”/ abarca océanos…—, la
abuela, poblada de arrugas sabias, la
hija, vida y alba —Cuando en un llanto llegaste a mi vida/ ya
dejé de ser yo el motivo de mi existencia,/ justo en ese momento que ni sentía
mi herida/ se traspasó entre mis brazos mi corazón…—, ese tiempo, ese
tiempo limpio donde fluyen los sentimientos se irá cargando de los frutos
seguros del amor. Por eso Rosa no escatima agradecimientos, padres, hija,
hermana, familia, amigos, amigas de gran
corazón, pero también a todos aquellos que la han animado a escribir,
componentes del Club de lectura STEVIA, compañeros de trabajo, incluso amigos
virtuales, que sin presencia física han
estado más cerca que muchos, y, cómo no, a sus lectores, conocidos y
desconocidos: A todos los que alguna vez
me reservaron un espacio en su corazón.
Si
dejáramos de sentir dejaríamos de vivir, es la primera frase que, en unas palabras
introductorias al poemario, expresa la autora. Y es así, los sentimientos dan
espesura a la vida; sin ellos ésta sería demasiado lineal y, en ese sentido,
anodina. Los sentimientos nos salvan del engranaje a que nos someten las rutinas
y crean un bosque donde la vida se espesa, hasta el punto de que, si no los
tuviéramos, no seríamos humanos sino máquinas. Es, pues, un gran privilegio
sentir, aunque ese sentir tantas veces nos produzca tan intenso dolor. Rosa
Raya se desnuda de sí en Si te digo lo
que siento…, y nos ofrece sus sentimientos puros —el bosque espeso que ha
creado su amor—, ansiosos de ser comunicados, transidos de pálpito. Ahora bien,
en este su bosque o laberinto, no hay
zonas de sombra, porque las emociones con que nos toca, aun anidadas de
tristeza, son benévolas, amenas, suaves, delicadas, muy femeninas, en donde las
estridencias han quedado limadas —también sublimadas— por una renovada y definitiva
apuesta por el amor y la vida.
Me queda por decir únicamente que cualquiera
que lea este poemario, a lo que invito, salpicado con fotografías de Juan Pedro
Sicilia que perfectamente armonizan con los poemas, se sentirá tocado en el
corazón.
Todos
los derechos reservados.
Jesús
Cánovas Martínez©
Filósofo
y poeta.
Felicidades por esa alumna que se ha convertido también en escritora.
ResponderEliminarSiempre es un honor.
Eliminar