LAS
LEYES DEL AZAR
Las leyes del azar son inescrutables y de
hierro, que diría Borges. Soy de los que piensan que los acontecimientos, las
circunstancias, el orden de lo que sucede posee un significado que normalmente
se vela a una percepción ordinaria. Suceden cosas y cabe desentrañar la
interdependencia que mantienen entre ellas, por qué ocurren, qué nos quieren
decir, cómo nos afectan. Digo esto porque últimamente ha sucedido algo que me
ha cogido por sorpresa. Cuando escribo estas líneas sé que Urano, el planeta de
lo inesperado, en conjunción con mi Ascendente, mantiene una cuadratura con un
stellium en Capricornio —Luna, Mercurio, Venus, Plutón— en donde se sitúa mi
Medio Cielo; por otro lado, Júpiter forma una conjunción con mi Júpiter natal a
la vez que un trígono con el citado stellium. Estas posiciones planetarias,
desde luego, son lo suficientemente interesantes como para esperar que suceda
algo repentino, ambivalente, no ordinario, con extrañas significaciones. Y de
verdad, puedo consignar, que ha sucedido algo así.
Son ya varias las personas que me han
abordado con mayor o menor interés, puedo decir que con agrado incluso, y me
han espetado:
—¡Qué callado te lo tenías!
—¿Cómo? ¿Qué tenía callado?
Ante mi manifiesta sorpresa, mi interlocutor
no ha tenido piedad y me ha soltado a bocajarro:
—La novela que acabas de publicar.
—¿Cómo?, ¿que yo acabo de publicar una
novela?
Y, a continuación, mi interlocutor, ante lo
que habrá creído falsa modestia o simplemente estupidez por mi parte, o quién
sabe, ha pasado a darme pelos y señales de la novela que yo acabo de publicar.
—Vamos a ver… Vamos a ver… —le he dicho— Es
cierto que tengo una novelita en la lanzadera, próxima a ser publicada. Hace
dos días he corregido las galeradas, pero me sorprende que haya salido a la luz
pública y no me hayan dicho nada. Por otro lado, como dices, es cierto que lo
tenía bien callado, hasta el punto que muy pocos, y de confianza absoluta, lo
sabían; por eso me sorprende que todo el mundo se haya enterado antes que yo de
su publicación… Contigo son ya varios… Te repito que no puede ser, porque hace
sólo dos días que he corregido las galeradas… No puede ser, sencillamente —he
terminado por decirle.
Mi interlocutor no se ha dado por vencido y
ha seguido esgrimiendo razones, ante lo que pudiera pensar fuera una falta de
cortesía o un quede absurdo por mi parte, por decir algo. Y ha pasado a
explicarme el título, la editorial en la que ha salido y la cercana fecha de su
presentación.
Al cabo de mis muchos años esperaba con
ilusión la salida de mi primera novela; la noticia que recibo, hasta cierto
punto, me ha trastornado. ¿Seré yo quien no se entera? ¿Qué partes ocultas de
mi ser actúan al margen de mi consciencia?
—Ese título que dices, no es el título de mi
novela, y la editorial tampoco es la misma. ¿No te habrás confundido?
—No, no y no. Su autor es Jesús Cánovas.
—Coincidencias extrañas hay… ¿No pudiera ser
otro que se llamara como yo, quizá?
—Debe ser eso… debe ser eso…
He indagado al respecto y, efectivamente, un
homónimo mío, un tal Jesús Cánovas, natural de Ricote, dedicado a la enseñanza
y diez años más joven que yo —omitiremos las respectivas edades—, acaba de
publicar su opera prima, una novela que lleva por título El día que conocí a Woody Allen, en la editorial la Fea Burguesía de Molina de Segura
(Murcia). Bueno, si esta persona de la que hasta ahora desconocía su
existencia, lleva mí mismo nombre y apellido —ignoro cuál será su segundo; el
mío es Martínez, por lo que las posibilidades de coincidencia resultan altas en
extremo— y siente la misma pasión que yo siento por la literatura, sólo me cabe
felicitarlo y augurarle el éxito que merece al vestirse de luces y salir al
albero literario. Y si me lo permite, también me gustaría susurrarle al oído:
“Deja bien alto nuestro nombre, así, cuando nos confundan, sean los demás
confundidos por no saber si somos el mismo o el otro.”
Hace años tuve la oportunidad de conocer a
otro homónimo mío. Aquél llevaba tanto mi nombre como mis dos apellidos como
rótulo de su identidad y era de Totana, el pueblo de España, y del mundo, donde
más Cánovas hay. Unos cuantos años mayor que yo —no sé si seguirá vivo—, poseía
un pequeño negocio en el centro de la capital de las calabazas, cerca de la
iglesia de Santiago el Mayor. Me pareció una excelentísima persona, y con él y el
curica Luis, de Águilas, realicé una inefable excursión, casi peregrinación, a
la rambla de La Charrara, por detrás de la sierra de Ricote, donde vivía una
monja anacoreta. Dadas las peculiaridades que adquirió aquel viaje, cualquier
día y en el momento que me desprenda de ciertos apegos, hablaré sobre el particular;
ahora no me encuentro con disposición de ánimo, de veras.
Todos
los derechos reservados
Jesús
Cánovas Martínez©
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