LOS
OCULTOS CAMINOS DE AMALEC
Instituto
Qumram
La sociedad muta vertiginosamente, pero lo
que no mutan son las fuerzas ocultas que mueven ciertas intenciones y operan
desde la noche de los tiempos. Por eso un libro publicado a mediados de la
década de los ochenta del siglo pasado sigue hoy tan actual, y seguirá
siéndolo.
Amalec, que en hebreo significa “pueblo que
degüella”, es el pueblo que lleva el nombre de un nieto de Esaú. Esaú fue el
hermano de Jacob que vendió su primogenitura por un plato de lentejas; hombre
no temeroso de Dios y brusco, con una banda, de la que era cabecilla, se
dedicaba a asaltar viandantes por los caminos. El nieto, por la ley de la
entropía, multiplicó las fechorías del abuelo, pero parece que todos los golpes
de su maldad los concentró en el pueblo de Israel. Así cuando éste, cansado y
agotado, marchó de Egipto en busca de la Tierra Prometida, Amalec le salió al
encuentro en el desierto. Con astucia, como si fueran sus hermanos, los
amalecitas incitaban a los israelitas a que salieran de “la nube gloriosa” que
los protegía; cuando éstos abandonaban su protección, los amalecitas los
mataban. Se valían para ello del engaño, de la mentira, de la brujería.
Amalec es el símbolo de un antiguo enemigo
del Dios de Israel que se levantó contra
el Trono de Jehová (Éxodo 17), esto es, no es otro que Satanás. Amalec
intenta estrechar y ahogar lo que resta de mejor y más valioso en Occidente en
un esfuerzo desesperado por liquidar la civilización judeo-cristiana; en este
intento teje redes, multiformes, proteicas, con las que muestra esa enemistad,
sean éstas la aberración que supuso el nazismo, o sean las actuales sectas,
pseudoreligiones y técnicas que provienen de un “cierto Oriente”. El mal muta
en la forma, pero sigue siendo el mal, y lo más propio de él, su signo, es que
utiliza el disfraz. Ya René Guenón, entre otros lugares de su obra, advertía en
Símbolos fundamentales de la ciencia
sagrada de la anomalía que traspasa el Occidente actual: Nos encontramos
con una civilización que su gran
desarrollo material se acompaña de una regresión espiritual, no compensada en
absoluto. Por esta razón Occidente es especialmente proclive a la invasión
de modos de pensamiento orientales que apresuran su descomposición espiritual.
La caída de la religión en Occidente (hablamos del judeo-cristianismo), sea por
la decadencia de la religiosidad, o sea (lo que resulta más grave) por su
perversión, contribuye a este estado de cosas. La decadencia supone un
debilitamiento y una reducción de su influencia en el mundo (ocurre, por
ejemplo, por la descenso del número de fieles); la perversión es la inversión
radical de la intención y sentido de la religión. La decadencia implica una
pérdida de poder; la perversión, un abuso de poder.
Así las cosas, son muchos los hombres y
mujeres que, en el intento de darle sentido a sus vidas, exploran los caminos
extravagantes de las pseudoreligiones, ya que éstas les ofrecen una ilusión de
espiritualidad; sin embargo, esta “espiritualidad” no es más que una trágica
parodia de la verdadera espiritualidad, pues en ella se descubre, a poco que se
escarbe, la huella de Satán, el mico de Dios, el espíritu de negación y de
mentira.
¿Cuál es el verdadero peligro y la real
intención de toda esta invasión satánica? ¿Deseos de dominio o de destrucción?
¿Por qué y para qué? ¿Dónde se desarrolla esta guerra oculta y entre qué
fuerzas se combate?
El equipo que escribe Los caminos ocultos de Amalec se propone desenmascarar estas falsas
espiritualidades cuya procedencia hay que situarla en Oriente. Las
pseudoreligiones orientales, por un lado, tratan de minimizar la trascendencia
del hombre, hecho a imagen y semejanza de Dios; por otro, promueven la
salvación únicamente en sentido individual, sin pensar por un momento en una
salvación general, ya que esto último implicaría la pérdida del disfrute, aquí
y ahora, de los “poderes” que sólo el esfuerzo individual consigue y que otorga
la supremacía de la materia sobre el espíritu.
Da la impresión de que a Occidente se le ha
tirado una gran red formada por una serie de movimientos, diferentes en
apariencia, pero con extrañas coincidencias que los conectan de forma
sugestiva. Haciendo un rastreo de estos movimientos durante los últimos cien
años encontramos, entre otros, el “Cuarto Camino” de Gurdjieff, el teosofismo o
el Grupo Thule (vinculado al nazismo) y, más recientemente, las sectas hindúes
que introducen, entre otras cosas, meditaciones, drogas, levitaciones o
prácticas yoga.
Los autores del libro hacen notar que aunque
Gurdjieff rehusó siempre citar los nombres del grupo de “Buscadores de la
Verdad” que lo acompañó por los monasterios de Asia, al menos uno de estos
compañeros se conoce: Karl Haushofer, quien más tarde, en 1923 fundaría una
sociedad secreta de inspiración tibetana llamada Thule, a la que pertenecieron
los principales líderes nazis. Como curiosidad: Un año antes de esta fecha, en
1922, tras los intentos fallidos de hacerlo en Berlín y Londres, Gurdjieff se
estableció en el Château de Prieuré en Fontainebleau, cerca de París, donde
reabrió el Instituto para el Desarrollo
Armónico del Hombre; en este mismo orden de “coincidencias”, es de resaltar
que sería el mismo Gurdjieff quien habría aconsejado a Haushofer elegir la
svástica invertida —símbolo importado del Tíbet— como emblema de la citada
sociedad.
Para Gurdjieff el hombre es una máquina sin
alma, nace y muere sin sentido alguno. De esta forma, decía:
La
suprema ilusión de los hombres es su convicción de que pueden hacer, y su
primera pregunta cuando se dirigen a mí, concierne siempre a lo que tendrían
que hacer. Pero, a decir verdad, nadie hace nada y nadie puede hacer nada. Es lo primero que hay que
comprender. Todo sucede. El hombre es una máquina. Todo lo que él hace, es el
resultado de influencias exteriores. De sí mismo, el hombre no puede producir
un solo pensamiento, una sola acción. Para hacer, hay que ser.
En consecuencia, a sus discípulos, bajo su
guía y siguiendo un determinado trabajo, les prometía el despertar a una
consciencia objetiva. Pero en realidad los consideraba meras “cobayas” que,
sometidos a sus poderes hipnóticos, utilizaba para fines no declarados. Así lo
exponen varios de sus discípulos disidentes como Frances Rudolph, joven
intelectual americana, Young, psiquiatra inglés, Fritz Peters, a quien Gurdjieff
había designado a su servicio personal, o Paul Serant, otro de sus discípulos
más distinguidos. El mismo Ouspensky, quien introdujo al maestro en Occidente y
fue uno de los principales valedores del “sistema”, terminó por romper con
Gurdjieff al que vino a considerar un “falsificador”. Gurdjieff nunca declaró
sus móviles y los verdaderos fines que perseguía, y su enseñanza adquirió
aspectos terribles; sus métodos resultaban brutales y él mismo denotaba una
falta completa de amor, de compasión. Eran famosas sus orgías y comilonas, en
medio de las cuales, soltando alguna que otra sonora carcajada, solía brindar
por todas las categorías de idiotas que lo seguían, o decía a alguno de sus
invitados: “¡Brindo por usted, absoluta mierda!”. En el mismo orden de cosas,
de los cuarenta hijos naturales que tuvo, decía que no valía la pena contarlos.
En fin, según estos testimonios, parece que no estamos ante un maestro amoroso
y compresivo, un “buen pastor” capaz de sacrificarse por sus ovejas, sino ante
todo lo contrario. Young estaba convencido de que los métodos que empleaba el
“maestro” podían dar resultados, pero éstos nunca lo serían en el sentido del
Bien, sino en el de la adquisición de “los poderes”, es decir, estarían puestos
al servicio de finalidades diabólicas. En una ocasión relató Gurdjieff a
Ouspensky el siguiente cuento:
Un mago
muy rico tenía muchos corderos, pero era sumamente avaro. No quería contratar
pastores ni levantar un cerco alrededor del campo de pastoreo. Por eso, los
corderos iban a menudo al bosque, caían en precipicios, y sobre todo se
escapaban, pues sabían que el mago quería su carne y sus huesos, y eso no les
gustaba. Por fin el mago encontró remedio. Hipnotizó a sus corderos y primero
les sugirió que eran inmortales y no se les haría ningún mal aunque se los
degollara, que al contrario, eso era muy bueno para ellos y hasta agradable; en
segundo lugar los convenció de que el mago era un “buen maestro” que amaba
tanto a su rebaño que estaba dispuesto a hacer por él cualquier cosa. Y en
tercer lugar les sugirió que si les acaecía algún mal, no sería ese mismo día,
y por consiguiente no tenían por qué pensar en ello. Además, se les sugirió a
los corderos que no eran de ningún modo corderos. A unos se les dijo que eran
leones; a otros, que eran águilas; a otros, que eran hombres, y a otros, por
fin, que eran magos. Después de esto se terminaron sus preocupaciones y
disgustos con los corderos. No se escaparon nunca más, sino que esperaron
pacientemente el momento en que el mago exigiría su piel y sus huesos.
La inversión queda servida. Y la carcajada.
Algunos discípulos disidentes llegaron a pensar que “ciertas autoridades
ocultas” habían designado al “maestro” para un trabajo, desde una determinada
posición, cuyo fin no era otro que la desintegración de Occidente.
Desenmascaran los autores de Los ocultos caminos de Amalec a H. P.
Blavatsky —cuya biografía es digna de un culebrón televisivo— y a la Sociedad
Teosófica fundada por ella junto con el coronel Olcott, a quien conoció en el
estado Vermont (U.S.A.) en una sesión de espiritismo. El “teosofismo” de la
Blavatsky, contenido en el libro La
doctrina secreta escrito al dictado de “maestros invisibles”, fue una
consciente suplantación de la verdadera teosofía —doctrinas religiosas,
místicas y esotéricas de base cristina—. Según Guenón, a cuya autoridad se
remiten los autores, la doctrina impartida por la Sociedad no fue sino
“invenciones occidentales expresadas en un lenguaje mechado de palabras hindúes
mal traducidas y peor comprendidas.” La falsificación de doctrinas, pues, fue
doble: por un lado, tergiversaron lo que sería un hinduismo, llamémoslo,
correcto; por otro, tal mixtificación les sirvió para atacar al pueblo judío y
su religión, y por derivación, al cristianismo.
Los objetivos de la Sociedad Thule también
quedan puestos al descubierto. Es en esta sociedad donde se transmiten las
ideas delirantes de la pseudomística nazi que tenían el denominador común de
oponerse a las concepciones físicas, antropológicas y religiosas de lo que
ellos denominaban el “judeo-marxismo”, esto es, de oponerse a la cosmovisión
occidental. “Se nos lanzan anatemas como si fuéramos enemigos del espíritu
—decía Hitler—. Pues bien, sí, lo somos.” Algo parecido había dicho Gurdjieff
con anterioridad: “Mi camino es el desarrollo de las posibilidades ocultas del
hombre. Es un camino contra la naturaleza y contra Dios.”
La concepción antropológica del nazismo
conecta con la de Gurdjieff. Pocos hombres existen realmente. El hombre
corriente en su estado natural no es más que una larva y el Dios de los
cristianos no es más que un pastor de larvas. Para los nazis, por tanto, se
trataría de remedar la creación divina procurando una mutación biológica cuyo
resultado sería la aparición del superhombre. En este sentido, Hermann
Rauschning, jefe del gobierno de Danzing, en su obra Hitler me dijo, expone los delirios del Führer en relación a este
“hombre nuevo”: De pie, en medio de la
habitación, tambaleándose y mirando a su alrededor con aire extraviado, gritaba:
“¡Es él, es él! ¡Ha venido aquí!”. Y Hitler gemía, pálido, bañado en sudor y
pronunciaba números y palabras sin sentido.
Los disparates de la locura nazi son puestos
de manifiesto, una locura que se podría considerar irrisoria sino hubiera
dejado una estela de millones de muertos tras de sí. Con una lógica de la
perversidad los nazis pensaron que la eliminación física del pueblo judío
conllevaría la eliminación de su religión, de su moral, de su visión del mudo y abriría
la puerta a los dioses paganos, a los “superiores desconocidos”. Pero había
algo más: Destruyendo a los hombres, destruirían la fuerza de Dios; por eso después
de Stalingrado es cuando propiamente comienza el holocausto como una necesidad
desesperada por exterminar hasta el último testigo de la Ley de la Torá y
participante del pacto de la Alianza, pues ésta era su única esperanza de ganar
una guerra que, considerada en su aspecto esotérico, es decir, profundo, enfrentaba
al Dios de Israel con Amalec —en su aspecto exotérico enfrentaba el fascismo
contra la democracia, una concepción liberal de la sociedad contra otra
totalitaria—; lucha que, por otra parte, marca cada generación hasta el final
de los tiempos. La Segunda Guerra Mundial —declaran los autores— fue una guerra
espiritual y la inmensa mayoría de los que participaron en ella ignoraban tanto
la profundidad del Mal vencido como la altura del Bien triunfante.
Estrechos lazos unieron al Tíbet y a la India
con el nazismo, en un pretendido origen ario común. Pero recientemente, por
“extraña coincidencia”, el auge del consumo de drogas en Occidente ha surgido
al mismo tiempo que el interés por las prácticas del yoga. Señalan los autores
que el objetivo aparente de este consumo de drogas unido a estas prácticas es
llegar a una rápida espiritualización. Pero la verdad es otra, pues este
consumo ha tenido tanto consecuencias visibles como invisibles. Las
consecuencias visibles son la alienación y evasión de la responsabilidad, y el
debilitamiento psíquico de los adeptos; las invisibles, las constituyen las
falsas experiencias religiosas sin cambios posteriores en la personalidad o el
modo de vivir. Es curioso que en Oriente existan tantos “hombres santos” que
llevan una existencia depravada, donde la práctica del bien coincide con la del
mal de forma indistinta. Por otro lado, el yoga, señalan los autores, se ha
extendido por Occidente casi como una caricatura o, por lo menos, con dicho
disfraz. Aparecen por cada barrio de las ciudades europeas y americanas
numerosos “diplomados” que dan clases de yoga, pero diseñadas especialmente
como gimnasia para gordos y gente hastiada; más curioso aún sería la aparición
de un “yoga cristiano” que enseña a unirse a Dios en las posturas adecuadas.
La Meditación Trascendental es para los
autores del libro un ejemplo de trampa sutil, por cuanto viene disfrazada de
inofensiva y beneficiosa. No voy a entrar de lleno en tema tan interesante, simplemente
me limito a exponer la tesis de los autores al respecto. Mantienen que la
Meditación Trascendental es un sistema de Comunicación Masivo Telepático,
aunque en dicha técnica el término “comunicación” adquiere un sentido diferente
al corriente, ya que no se trata sólo de la transmisión de un mensaje entre
transmisor y receptor —a través de ciertos canales— sino que también consiste
en un proceso de captación, influencia, manipulación y control del receptor por
el transmisor.
Termino esta larga reseña con algunas
reflexiones finales de los autores de Los
ocultos caminos de Amalec:
Comenzamos
a encontrar coincidencias significativas. Por el momento, ¿qué tienen en común
todas las doctrinas o técnicas con las cuales cierto Oriente nos ha invadido?
En primer término, la tentativa de preparar las mentes para introducir en ellas
determinadas ideas; en segundo lugar, una influencia, que aun cuando aparente
conducir hacia un estado de liberación y beatitud, produce, en último término,
estados destructivos. ¿Cuál es la pretensión real y secreta de ese Oriente
Satánico? No hay más remedio sino comenzar a creer en la existencia y
actualidad de la lucha psicológica; no ya solamente con fines de propaganda
política, sino con otros más profundos y definitivos, a saber, cuáles serán las
fuerzas, si las de la luz o las tinieblas, que decidirán si los mil años por
venir llegarán para dicha del hombre o su destrucción.
Y añaden:
Ninguna
duda nos asiste sobre el triunfo del Bien, pero ¿a costa de qué y de cuánto?...
Esta guerra de Gog y Magog parece pertenecer a la leyenda y los fantasmas, pero
hace mucho tiempo que se ha desencadenado.
Los
ocultos caminos de Amalec es un libro que no deja indiferente. Su lectura le será
muy provechosa a los auténticos buscadores de la verdad, por cuanto les servirá
para desbrozar el bosque de maleza. En referencia a aquellos que creen que todo
lo saben, en primer lugar, les hago saber que ellos también van a morir, y en
segundo, les sugiero que mejor sería que no lo leyeran, pues, vacíos de todo lo
que propiamente se puede llamar conocimiento, parece que lo único que les va
quedando en las alforjas es tan sólo la mala leche.
Todos
los derechos reservados.
Jesús
Cánovas Martínez©
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