LA VERDADERA HISTORIA DEL PRÍNCIPE QUE SE CONVIRTIÓ EN RANA
CONCHITA
BAYONAS
ILUSTRACIONES
DE VIRGINIA GARCÍA
Por su frescura me encanta la literatura para
niños; nos suele introducir en un mundo que se abre a un espacio lógico donde
todo es posible. Y esto porque la magia en ese mundo es tan real como lo pueden
ser los árboles, las piedras o los ríos. Y hay más: esta literatura, al
explorar los límites de lo posible, de soslayo cuela, con desenfado, con
inocencia, siempre desde la amenidad a que induce la fantasía, problemas que en
determinadas épocas de la vida de cualquiera de nosotros han podido constituir
verdaderos dilemas vitales. Conchita Bayonas con La verdadera historia del Príncipe que se convirtió en Rana se
apresta a dicha tarea.
En un
reino remoto, Todosauna, el rey Soloyomando se había casado con la
maravillosa princesa Esoesloquetutecrees. Después del opíparo banquete de
bodas, los allí reunidos les ofrecieron presentes: unos materiales, tantos que
sería difícil contarlos; otros inmateriales, los de las hadas. De ellas reciben
la “generosidad”, para ayudar a la gente; la “sabiduría y diplomacia” para
gobernar; la “facilidad para aprender idiomas” para entenderse con la gente de
otros países, y así, muchas facultades que les iban a servir para conducir el
reino de las mil maravillas. Pero el hada Graciosilla, la madrina de su futuro
hijo les regaló el don de la “Paciencia”, porque la iban a necesitar con su
vástago.
Por los berridos que da el niño recién nacido
la madre piensa que será un gran tenor, razón por la cual le pondrán por nombre
Rigoletto. Crece Rigoletto y se convierte en un chico muy simpático y guapo.
Ahora bien, cuando le da por cantar todos le rehúyen, pues es capaz de levantar
horrorosos dolores de oídos al más pintado. No obstante dicha circunstancia, la
afición al canto se afianza en él hasta el punto que se convierte en una
vocación.
Las canciones de Rigoletto —Rigo, como
cariñosamente le llama su madre—, o mejor, su forma de interpretarlas, terminan
por hacerle perder los amigos y por sembrar un malestar sombrío en el reino;
los padres, aun armados con la virtud de la paciencia, están seriamente
preocupados. Tanto es así que idean procurarle una novia que le llene de verdad
su vida, con la que, se dicen ellos, siente
la cabeza y deje de pensar como un chiquillo. Con este fin preparan una
cacería a la que invitan a los reyes de los reinos vecinos y gentes de
alcurnia; ni qué decir tiene que la cacería acaba en fracaso porque a Rigo le
da por cantar y no sólo espanta a los animales sino también a los invitados.
Las posibles novias, junto con sus padres, huyen por la noche y le abandonan.
“Bueno, busquémosle el mejor maestro de trovadores”,
piensan los padres. Pero este gran maestro al poco desiste de enseñar a Rigoletto
porque pronto viene a sufrir agudos dolores de cabeza, así que huye a un
monasterio y se mete a cartujo. Uno tras otro, los maestros trovadores irán
abandonando la ardua empresa. Los padres, aun pacientes, están desesperados;
Rigoletto está firmemente determinado a convertirse en trovador:
—Seré trovador, y todos nuestros súbditos me
llamarán el príncipe cantor —les dice a sus padres.
En este punto es cuando los progenitores,
desesperados, llaman a la madrina del príncipe, el hada Graciosilla. Tras larga
conversación con Rigoletto, el hada le propone un dilema. Las dos opciones son
drásticas; las dos opciones se acompañan de una respectiva renuncia, pero
cualquiera de ellas supone una solución al problema. Elegirá el príncipe la que
menos gusta a los padres; a su vez, tal opción, les llevará a éstos a
plantearse nuevos dilemas de difícil resolución.
La luna brilla en lo alto, ulula el búho tres
veces y pasa volando un mirlo blanco, Graciosilla toca la cabeza del príncipe
y, éste, convertido en rana, pasará a vivir en el estanque mágico que hay junto
al palacio. Ahora bien, nada es como aparece; la realidad, por así decir, tiene
una trastienda, y ninguna rana de las que habitan en el estanque es
verdaderamente rana… Durará la prueba el tiempo de una semana, tras la cual
Rigoletto deberá tomar la decisión definitiva.
Lo que elegimos nos afecta hasta el punto que
condicionará nuestra vida, pero esa elección también afectará a las personas de
nuestro entorno, y éstas, a su vez, se verán precisadas a tomar nuevas decisiones
que afectarán a otros. El don de la libertad es precioso, pero el uso que
hagamos de él nos abrirá perspectivas que nos harán felices o desgraciados, y
también harán felices o desgraciadas a las personas con las que convivimos.
La historia encantará a niños y mayores: a
los peques por empatía; a los mayores por su valor didáctico; a ambos por su
amenidad. Con la ternura de una madre, con la benevolencia que otorga la
experiencia, con la inteligencia que analiza la trastienda de los
comportamientos humanos, salpicadas de ironía desde la primera hasta la última
página, Conchita Bayonas narra la verdadera historia de Rigoletto, el príncipe
que se convirtió en rana. Esta rana llegó a realizar su vocación y a encontrar
el amor verdadero con lo que dio sentido a su vida, porque en realidad la rana
no era una rana sino un verdadero príncipe que conquistó su individualidad. Las
apariencias engañan, y ya lo hemos dicho antes, las cosas no son como aparecen,
sino que las cosas, las personas, son como son.
Salpican el texto una serie de ilustraciones
de Virginia García que suponen un deleite para la vista. Frente a la simpatía
de la historia, la gracia de la imagen… Por cierto, si el mundo no nos entiende
o se empeña en endurecer sus oídos ante nuestro sublime canto, ¿no será mejor
que cambiemos el mundo?
Todos
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Jesús
Cánovas Martínez©
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