ANTES QUE LA LUZ ME FALTE
PEDRO JAVIER MARTÍNEZ
LIBROS DEL MISSISSIPI Marzo 2020
Portada del libro. El "queísmo" del título ha sido intencional por parte del autor, una suerte de provocación. |
Animaba
Unamuno a leer novelas con un lápiz rojo en la mano para así poder subrayar los
pasajes que nos parecieran más interesantes, e iba un poco más lejos cuando
recomendaba que cada uno de nosotros debía ser artífice de su propia novela,
esto es, que cada cual debía de novelar su vida y, novelándola, convertirla en
verdadera vida. Y no le faltaba razón, pues solo vivimos aquellos
acontecimientos a los cuales les damos un significado haciéndolos conscientes:
no hay otro modo de vivir con autenticidad la vida humana. De esta forma el
genial autor daba un espaldarazo al género literario de los Diarios, las
Memorias, las Autobiografías, y yendo un poco más lejos, al género Epistolar y
de Confesiones. Lo esencial de los relatos que aluden a estos géneros consiste
en que el sujeto literario se corresponde con el propio sujeto que escribe, con
el yo real o biográfico del autor.
Rescataba
Unamuno, a mi modo de ver, el concepto hebreo de verdad, “emet”, que podríamos entender como lo que es sustancialmente real y
auténtico, lo consecuentemente real sin apariencia y definitivamente
consciente; y, por derivación, quien, por auténtico, porta la verdad: es la
verdad. Ciertamente, en esta acepción, ninguno de nosotros somos o estamos en
la verdad, pues la Verdad únicamente es Jesucristo, como Él a sí mismo se
define; aun así, como humanos creados a imagen y semejanza de Dios, podemos
apuntar hacia ella, es más, debemos apuntar hacia ella e intentar realizarla en
nosotros, aunque ayudados en todo momento por la gracia divina.
Sin
dejar de lado el contexto religioso, tan interesante, podemos deslizarnos hacia
el literario, ámbito tan especial si de la búsqueda de la autenticidad hablamos,
ya que en él tantas veces, aun bajo el artificio, pervive una interactuación
entre el yo real del sujeto biográfico, el autor, y el personaje de la trama,
que deviene tan real como el mismo sujeto que lo crea por el acto de creación
de la escritura, hasta el punto de que sería difícil separar uno de otro porque
uno y otro son el mismo. Creo firmemente que esta es la esencia de la novela; y
ya desde la primera novela moderna. Me refiero a El Quijote, obra en la cual nos
sería difícil desentrañar su personaje central del autor que lo pergeñó: Alonso
Quijano, Cervantes, se convierte en hacedor de sí mismo al crear su otro, su alter, en tan vigoroso caballero andante,
quien, a la postre, es el que perdurará y resistirá los embates del tiempo.
Pedro Javier y Josefita |
Así
es la cosa: hay un personaje, y a este personaje le suceden aventuras conforme
navega por la temporalidad; estas aventuras, en el fondo, no hacen sino
confirmarlo como tal personaje, identificarlo, significarlo, convertirlo en
único, en él mismo. Pero si esto ocurre con la novela, no digamos con el género
a que aludimos. En las Memorias y Diarios el autor se busca a sí mismo de forma
explícita; hila recuerdos y vivencias, los ordena, y los convierte en el espejo
de sí que le devuelve el tiempo. No me voy a detener en los numerosos ejemplos
que ofrece la literatura al respecto, desde Los
diarios de un escritor de Dostoievski a Los
diarios íntimos, tanto de Baudelaire como de Borges o del mismo Unamuno,
sin olvidar Las confesiones de san
Agustín o los Diarios de Anais Nin,
mencionando, cómo no, La vida de
santa Teresa de Jesús; y, en lo que se refiere a las Memorias propiamente
dichas, no me quedaré sin citar dos obras que para los poetas cobran especial
relevancia: Confieso que he vivido de
Pablo Neruda y La arboleda perdida de
Rafael Alberti. A todos estos autores los anima el afán de conocerse, de serse; la literatura, entre otros,
otorga ese irredento don de la veracidad.
Estamos
frente a un género de especial cercanía, donde la literatura se vuelve tan
íntima que se impregna y se entusiasma de una intensa cordialidad; el lado izquierdo
del pecho del autor comienza a latir con más fuerza y, por ende, el del lector
que se acerca a estas páginas. Hay algo que se emociona. Si antes he dicho que
la literatura en general, y el género de que tratamos en particular, atiende al
conocimiento de sí, a ese registro que el autor hace de su vida con la
finalidad de serse, añadiré que tal conocimiento no se refiere a
un punto de vista meramente intelectual sino que involucra a la emoción, ¡y de
qué forma! El autor, como un todo, echa a caminar (utilizando una manida
metáfora, por ese mar proceloso de la
vida), y no solo atiende a la descripción de lo que le ha sucedido para
inferirle sentido sino que pasa a recrearse
todo él al hacer partícipe su emotividad en tal empresa. Más aún, por esta emotividad,
conquista su persona: por esta emotividad verdaderamente comprende la
dialéctica establecida entre lo que fueron sus circunstancias y la voluntad que
lidió con tales circunstancias.
Tiempo
y voluntad, yo y circunstancias, realidad y deseo, tres formas de decir lo
mismo. Alguien nace en un determinado momento de la historia, en una
determinada sociedad, en una cultura, y asumirá un modo de ver el mundo, de
circunstanciarse y tomarse como referencia ante el propio avatar de su vida. La
novela, que es biográfica, ya está dispuesta; la vida, que es novela, sucederá
de forma inevitable. La voluntad del sujeto se añadirá a la comprensión de sus
circunstancias hasta el punto de que lo volverán responsable, sujeto ya no ficticio
que atiende a su propia actuación en el teatro que le ha tocado vivir, esto es,
devendrá en sujeto verdaderamente humano.
La familia al completo. De izq. a derecha: Arriba, Víctor y Pedro Javier; Sentados: José Antonio, Alejandro, Pedro Javier y Josefita. |
Lo
dicho hasta este momento (si desde un punto de vista teórico o filosófico
correcto) quedaría falto de concreción o materialidad si inmediatamente no le
insufláramos cierto soplo, relacional y vital; pues innegable es también, y
cabe adjuntar, que cuando se sacan del cajón del corazón este tipo de escritos
y se hacen públicos, se somete al juicio de los otros, los futuros lectores, la
propia existencia. Hay, pues, una gran valentía en el autor ya que, al ofrecer
su vida, queda expuesto al ojo crítico de los demás. Esto es de agradecer.
Quien primero lo agradece es el autor, pues de esta forma propicia una catarsis
transformadora de sí; la mirada del otro le sirve de revulsivo para alcanzar
tanto el conocimiento como la posterior elevación de su persona. En segundo
lugar, lo agradece el lector, porque la catarsis de que hablamos opera en los
dos sentidos, autor/lector, de forma dialógica.
Pueden
variar las caras o los contextos pero los esquemas existenciales suelen ser los
mismos. Quien escribe de sí y muestra el periplo de lo que ha vivido, puesto
que las experiencias fundamentales por las que podemos pasar son arquetípicas,
ayuda a quien con mirada atenta se le acerca. El discreto lector siempre sacará
algo de ese pozo de sabiduría envuelto muchas veces en anécdotas que parecerían
triviales si no estuvieran dotadas de la oportuna profundidad. La memoria
individual de cada uno de nosotros se engarza con una suerte de memoria
colectiva de toda la humanidad, y lo que uno ha aprendido de las circunstancias
por las que ha transitado sirven para otro, abocado a pasar por semejantes
circunstancias. La memoria de uno sirve a la transformación de otro, porque,
remachando una idea expuesta, aun siéndolo, en el fondo no es tan importante el
conocimiento de sí como la transformación de sí por el conocimiento, único
medio de llevarla a cabo humanamente.
Velada poética en el Casino de Murcia. De izquierda a derecha: José Luis Martínez Valero, Pedro Santamaría, Pedro Javier Martínez, Dionisia García y quien esto escribe. |
Pedro Javier Martínez en Antes de que la luz me falte, las Memorias
en las que plasma su avatar por la existencia, nos sitúa en el atardecer de un tres
de diciembre de 1932, fecha en la cual nace el sujeto que nos escribe de sí
mismo. Y comienza la aventura:
Eran las horas
del crepúsculo del sábado tres de diciembre de 1932. La tarde se adormecía
templada en el otoño de Lores de la Majada, un pueblo del Sureste enclavado en
el llano deltáico del Bajo Segura… La
cigüeña me depositó al anochecer, tras transitar los oscuros túneles de la
vida, en las seguras manos de Juana, la comadrona.
Certificado
el hecho, continúan unas descripciones preciosas:
La casa que
habitábamos la familia, en el centro del pueblo, una familia numerosa como he
dicho, compuesta por mis padres, cinco hijos, tres hembras y dos varones, y dos
tías solteras hermanas de mi padre, perteneció antes a los abuelos paternos.
Era un caserón viejo, de gruesas paredes rezumando humedades y puertas altas y
desencajadas por el abombamiento de la madera causado por la humedad.
Pedro
Javier convoca al poeta que lo habita para ayudarse en la escritura.
Fundamentalmente, hombre bueno y cariñoso, afable, brutalmente sincero, directo
y socarrón como hombre del sur de la vega baja del Segura, tremendamente
familiar, extiende sus afectos desde el corazón mismo de su familia, de su
mujer, Josefita, y de sus cuatro vástagos, hacia el resto de familiares y
amigos. Su prosa y su verso son frescos, vivaces, plenos de hallazgos, galantes
tantas veces, a los que no les falta la ironía, punzante y traviesa, pero menos
el corazón, el entusiasmo; benevolencia y sentido de la jovialidad los
presiden. Salpicará estas Memorias de poemas que amenizarán el texto y, pertrechado
de él mismo y de tales recursos, año a año irá desgranando impresiones y
vivencias.
Pedro Javier Martínez el día que recibió el Premio Internacional de Poesía ciudad de Torrevieja. |
Comienza por su niñez, deteniéndose en ella,
porque, no por pequeña o lejana deja de ser la verdadera patria del hombre; una
niñez que transcurre en un contexto paradisíaco, un vergel en aquella época no
contaminado, de rumorosos huertos donde sonaba el eco de la voz de Miguel
Hernández, o la Oriola de Gabriel Miró, diocesana y eclesial, proyectaba su
sombra de campanas y manteos, y donde el Segura, aquel Segral limpio y fluyente
hacia la mar, se remansaba en playas proclives al baño.
Recital en Molina de Segura con motivo de la publicación de la antología poética "Diez de diez". |
Pronto
advendrá la guerra que los historiadores han llamado civil, pero que fue
incivil. El niño con los ojos abiertos asiste a las tropelías que hicieron los
milicianos en retaguardia; El Dandy,
un cobarde por antonomasia, cae como una peste en Lores de la Majada, y la
falta de valentía que es incapaz de mostrar en el frente, la vuelca en odio y
rencor contra la familia de nuestro poeta, hasta que el padre, ocupado en ayudar
a tanto necesitado, finalmente dará con los huesos en la cárcel; salva la vida
porque termina la guerra pero su salud quedará resentida para el futuro.
Acabada la fratricida contienda, tanto odio se volverá en contra de El Dandy.
Portada del primer libro de poesía: "Negro. Poemas para una novia muerta". |
Y los años de la posguerra… Nuestro poeta nos
sigue descubriendo los entresijos y recovecos de su personalidad y, con
especial gracia, nos relata su ingreso y estancia en el Seminario Conciliar de San
Miguel en Orihuela. Hay fotos del niño con alba y roquete, pero, a decir
verdad, no era esta, la eclesial, la vocación del futuro poeta; así que nos
dice que salió del Seminario
poco menos que escopetado por
culpa de las sorpresivas manifestaciones de un avispado compañero, que
consiguieron dar al traste con mi incipiente pero nada convincente, según pudo
constatarse más tarde, vocación sacerdotal.
No
es mi labor como prologuista detenerme en los diferentes episodios de la vida
de Pedro Javier, sus luces y sus sombras, sus alegrías y sus penas (ahí están,
tras este prólogo, para que el lector las sopese y disfrute debidamente), sino
la de hacer una apreciación de conjunto de sus Memorias. A mi modo de ver en ellas interactúan dos tipos
de tiempo: el tiempo cronológico de los acontecimientos y el tiempo psicológico
por el que el poeta hace diversas tomas de conciencia. Encontramos, en primer
lugar, el tiempo de la infancia y primera juventud, que se ubica en Lores de la
Majada (1932-1955); en segundo lugar, el tiempo que llamaré de la floruit, que sucede en la Ciudad
Condal (1955-1972); en tercer lugar, el tiempo del retorno y del hogar, que se
sitúa entre Alicante (1972-1985) y Águilas (1985- hasta la fecha).
Los dos Pedros Javieres, padre e hijo, en la presentación de "El navío que nos lleva", en el Aula de Poesía de la Universidad de Murcia. |
En el
primer tiempo el poeta explora el mundo, todo es novedad y los acontecimientos,
aun los terribles, suceden bajo la férula de la inocencia; es el tiempo de su
formación en un sentido amplio del término. Pedro Javier descubre su vocación
poética y gana su primer concurso literario con el poema Polvo de olvido en 1949, el jurado está compuesto por numerosas
personalidades literarias y lo preside Antonio Sequeros. Haciendo la mili en la
ciudad del Aire de San Javier pergeña un poemario y, ni corto ni perezoso, se
lo envía a un poeta admirado, Dámaso Alonso, por entonces Director de la Real
Academia de la Lengua. Y Dámaso Alonso le contesta, felicita al poeta y
recomienda al padre que lo deje ir a la Ciudad Condal para cursar estudios de Literatura.
Portada de "Padre, enséñame a ser corrupto". |
El
segundo tiempo, supone en la biografía del poeta una explosión vital. Recién
llegado a Barcelona, frustrada la posibilidad de matricularse en Literatura,
cambia de planes y lo hace en Periodismo. Desempeña los más diversos empleos,
desde portador de sacas en Correos a periodista en La Vanguardia, empleado de
Banco y, finalmente, corrector de pruebas, traductor y representante de la
editorial Caralt; Pedro Javier se multiplica, toma contacto con numerosas
gentes del cine y del teatro y representa alguna obra teatral, así como
participa en determinadas películas, de las que cabe resaltar Trigo Limpio de 1962 junto a Ismael
Merlo y Nuria Espert. Conoce a los poetas que, transcurrido el tiempo, pasarán
a la historia literaria como la Generación del 50, de un modo particular a
Goytisolo, Carlos Barral y Gil de Biedama. Entretanto, especialmente significativa
es la noticia que le llega de la muerte del padre y el consiguiente viaje que
realiza a Lores de la Majada. En una tertulia donde se dan cita escritores y
artistas se fijará en una chica rubia y de ojos azules, Josefita Albentosa
Llofríu; la rondará con poemas y, el 13 de septiembre de 1972, fecha de
especial significado, frisando los cuarenta años, se casará con ella, la mujer
que le acompañará en lo sucesivo. Enseguida comenzaran a llegar los hijos,
cuatro vástagos como robles: Pedro Javier, Alejandro. José Antonio y, el
benjamín, Víctor Manuel.
Portada de "Rastreando tus huellas". |
El tercer
período ocupa los espacios de Alicante y Águilas; en él se nos revela un Pedro
Javier, familiar y hogareño, preocupado por los suyos y atento con las
necesidades de la familia. Emma, una de las dos tías de Josefita (la otra es Victoria),
solicita la ayuda del joven matrimonio; por lo que, sin pensarlo dos veces,
deciden vender los dos pisos que tienen por la zona de Pedralbes y se desplazan
a Alicante, donde en el barrio de San Blas montarán una librería, Lucentum; y
ahí tenemos a Pedro Javier de librero. El matrimonio pronto entra en contacto
con el grupo con el grupo Hermes, y bajo la guía de dos maestros, Saturnino
Cabrera y Pepe Carrión se adentrarán “en los
rudimentos de asuntos impactantes”. Interesante es el relato donde el poeta
cuenta cómo llegó a convencerse de la existencia de la vida en el más allá; el
pequeño Víctor, al que le cuesta dormirse, de repente ve a los pies de la cama “a un señor que se parece a un santo”;
era el padre de Josefita, recién fallecido.
A nuevas
instancias de la tía Emma, la familia vuelve a trasladarse. Esta vez a Águilas
donde el matrimonio termina por fijar su residencia y donde el que esto escribe
(casi recién llegados ellos, recién llegado él, a esa ciudad que abre sus dos
alas en la luz del Mediterráneo) los conoció allá por el año 1986. Si en la
Ciudad Condal Pedro Javier ya había publicado sus tres primeros poemarios (Negro: poemas para una novia muerta; Tú, en mi mano derecha; Hay una paz que espera), esta última
etapa supone el período de los frutos. Se suceden ininterrumpidamente las
publicaciones y premios literarios de nuestro poeta: ¡Padre, enséñame a ser corrupto!, Poeta en la cocina, Una dulce manera
de morir, Alborada del gozo, Rastreando tus huellas: Reflexiones ante Cristo crucificado
y otras. Entre los premios, por su importancia en el panorama internacional,
resalto en especial el Premio Internacional Poesía de Torrevieja de 2003,
concedido por su poemario Jinetes de lo
impuro, cuyo jurado estaba presidido por Caballero Bonald. En el año 2013,
Pedro Javier recibe una gran alegría; el motivo es que su primogénito, dirigido
por el profesor Francisco Javier Díez de Revenga, termina su tesis doctoral
sobre la obra del padre. No puedo terminar esta sección sin hacer mención al
emotivo poema que nuestro poeta compuso en el cien aniversario de su madre,
fallecida poco después, el cual queda reproducido en estas páginas.
Pedro Javier y Josefita. |
Y, al
final de todo, con tanto bagaje escrito como vivido, ahí lo encontramos, en su
despacho, hilvanando la escaleta para sus Memorias, cuyo título será, a
sugerencia de Josefita, Antes de que la
luz me falte, primer verso de un profundo poema, tras el cual el poeta
decide comenzar a escribir:
Eran las horas
del crepúsculo del sábado tres de diciembre de 1932…
Aunque Pedro Javier me cita en varias
ocasiones (ya desde cierta tertuliana noche que denominaré la noche de la micción),
al pedirme que le companga este prólogo para sus Memorias me ha hecho un gran
honor, pues de esta forma ha querido participarme en su vida más íntimamente.
Un sentimiento de una gran responsabilidad me traspasa porque sé que no es un
libro más del amigo (cuya obra publicada me precio de conocer, también parte de
la sin publicar, y he tenido la gustosa oportunidad de reseñarla en tantas
ocasiones). Este es un libro de trascendencia especial; es el libro en que
humanamente todo él se ofrece, abierto el corazón, como hombre que grita: «¡Familiares,
amigos, aquí me tenéis, formad parte de mí!», y tiende los brazos de su vida, intensa
y compleja, dilatada en el tiempo, pletórica de acontecimientos y vivencias, ya
desde la más tierna infancia, a todo aquel que de repente se encuentre con
estas páginas. ¡Qué más diré, salvo que con su vida Pedro Javier ofrece su
obra, proteica, rica en temas y registros! Aquí está, a la vuelta, palpitante,
ávida por entregar sus dones.
Cartel anunciador de "Antes que la luz me falte" |
He
disfrutado, he aprendido; ahora siento a Pedro Javier más cerca. Por tales
razones invito a todo el mundo a demorarse e estas Memorias con la certeza de
que le serán de mucho provecho.
No
quiero dejar pasar esta oportunidad para agradecer profundamente, a Pedro
Javier y Josefita, el matrimonio amigo, la bondad que tuvieron al acogerme en
su casa numerosas tardes ante la taza humeante de café, departir conmigo,
sencillamente hablar, estar, cuando un episodio especialmente doloroso me puso
en el brete de la locura, o casi (tenía a Plutón encima de mi Sol natal).
Espero no haber defraudado la amistad que tan generosamente en su día me
brindaron, y que está haya crecido, madurado y dado sus frutos.
Jesús Cánovas Martínez©
Filósofo y
poeta
Muy interesante, y destaco: Cuando se sacan del cajón este tipo de escritos , y se hacen públicos, se somete al juicio de los otros.
ResponderEliminarCuando se sacan del cajón del corazón, este tipo de escritos y se hacen públicos, se somete al juicio de los otros.
ResponderEliminarMuchas gracias, Laly, por tus comentarios.
ResponderEliminarHola Jesús, ya he visto, que los has publicado. Gracias
ResponderEliminarGarcias a ti por comentar.
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