GLOSARIO
DE LO PEQUEÑO
EDUARDO
LÓPEZ PASCUAL
ASOCIACIÓN
CULTURAL PUEBLO Y ARTE, 2020.
A MODO DE PEQUEÑO PÓRTICO
Sin estridencias ni artificios se derraman
serenos los versos de Glosario de lo
pequeño, poemario con el cual Eduardo López Pascual fundamentalmente hace
un elogio de la sencillez, aunque de la mano de esa sencillez caminará también,
hermanado, el amor —el amor a la vida y el amor al mismo amor—, expresado y
manifestado en lo mínimo y lo pequeño.
Lo
pequeño es hermoso
rezaba el título de la obra de E. F. Schumacher donde se instaba a una relación
con la naturaleza no agresiva y a una convivencia amena entre los humanos sin
las prisas de la ambición, sin el desgaste del interés egoico, pues en ese
cultivo de lo pequeño anidaba, según el autor, no solo la única posibilidad de
la felicidad para el hombre, sino de su existencia futura. J. R. R. Tolkien en
su monumental obra El señor de los
anillos plasmaba estas mismas ideas en la sociedad de los hobbits, la pequeña raza de grandes pies
cuyo contento únicamente consistía en vivir. Eduardo López Pascual vuelve a
hacerse eco de esta sabiduría de vida y la canta en Glosario de lo pequeño, esto es, en la definición esencial que
suministra, magistralmente cantada, de las cosas pequeñas por las que es grato
vivir y que, en última instancia, son portadoras de la felicidad. De este modo,
si en el poema programático del inicio el poeta comienza alabando las mínimas (Mínimas son las lágrimas que resbalan… Mínima es tu sonrisa regalada sin rubores… Mínimas son las manos que acaricio…), en el último, De obligado reconocimiento, vuelve a
insistir de forma conclusiva: “…pero es
verdad que a veces no importa/ el tamaño de las cosas, que nada sería más/noble
que la minúscula señal de una norma,/la justa presencia de lo que amamos y
queremos.” Ahora bien, si tal concepción de sentido aparece en el primer y
último poema, en la arquitectura del libro no se hurta tampoco a su
centralidad, pues ahí encontramos el poema cuyo título es precisamente ese: Lo pequeño es hermoso, y cuya estrofa
axial pronuncia lo siguiente:
Luz,
Dios, Fiel, Paz y Fe, y Tú,
palabras
casi invisibles que apenas ocupan lugar,
y sin
embargo mueven a un mundo que vibra
igual
que un huracán preñado de magia.
En dichos versos se añade algo nuevo: lo
pequeño es hermoso no porque sea pequeño sin más, sino porque, por pequeño y
humilde, es portador de lo grande e inmenso.
La intencionalidad clara, al poeta le queda
la insistencia, hasta el punto de hacer devenir dicha idea en percepción o
tacto, en coseidad. Eduardo insistirá página tras página, poema tras poema, en
hacer tangible con prontitud de consciencia tal certeza: solo en lo más pequeño
se expresa lo más grande, porque lo grande solo puede expresarse en lo más
pequeño. Ocurre así con esas palabras minúsculas, Luz, Dios, Fiel, Paz y Fe, y Tú, palabras casi invisibles,
monosílabos, pequeños toques de voz, que sin embargo expresan una inmensidad
inabarcable. En ello hay magia, circularidad emotiva que se roza con el tacto
avezado del corazón. No se trata, pues, de dirimir con las ideas o comprender
con el intelecto tal verdad, sino de sentirla profundamente como vertebración
de la propia vida, como vibración del Amor. Y el poeta se lanza a tal aventura
—hacernos sentir lo breve, lo mínimo, lo pequeño— trasmitiéndonos su propia
experiencia.
De la Luz,
de Dios, de lo Fiel, o de la Paz, o de
la Fe, por la inmensidad que
convocan, se podría decir todo o nada; esto es, si dijéramos todo, nos
embargaría enseguida el sentimiento de carencia o impotencia, porque
precisamente eso, todo lo que conllevan y a lo cual se refieren, no lo
podríamos decir. Percibimos, pues, que nos traspasan, que nos inundan, que nos
envuelven y dan un sentido trascendente a nuestro existir; pero nuestro drama,
sin embargo, consiste en que no podemos encontrar una expresión exacta o
descripción conveniente de aquello a que se refieren. Aun así, si no podemos
decirlas, sí podemos cantarlas y expresar la dicha de sentirlas en el propio
canto. Y es aquí cuando aparece el Tú,
y ese Tú se hace necesario: un Tú esencial sin el cual nuestro Yo no sería; un Tú de misterio y de
contraste. Toda la inmensidad convocada se hace pequeña cuando cristaliza en el
Tú, y es entonces, por una magia
desconocida, que ese Tú con mayúscula
termina por volverse un tú con
minúscula, se concretiza, se objetiva, se torna reconocido.
Eduardo López Pascual reconoce la vida y el
amor en las cosas pequeñas, o, dicho con otras palabras, reconoce que
únicamente en el tú de lo pequeño se
traslumina la inmensidad de la Luz o
de Dios, o de cualquier otro
monosílabo portador de lo inmenso e ignoto; por eso dialogará con el tú y lo convertirá en centro de su
atención y de su canto. En primer lugar, aludirá a su tú más cercano, Eladia, su compañera, mujer única, que de modo
manifiesto o velado transita, perenne, a lo largo del poemario. Ahora bien, tal
y como sucedía en sus dos entregas anteriores —Sólo os diré que estoy vivo y Diario
de un ingenuo que componen con Glosario
de lo pequeño una suerte de trilogía emotiva—, el poeta se detendrá también
en prodigar un gesto amable, una palabra amorosa, a familiares —el padre, la
madre, los abuelos, hermanos, hijos, nietos— y amigos, a todos ellos, “los que están y los que se fueron con Dios”,
envueltos en el misterio y la magia del amor. Pero definitivamente la palabra
de Eduardo terminará por convertirse en franciscana cuando ese tú con el que ha establecido el diálogo
mude de una referencia humana a otra referencia
y pase a envolver la naturaleza toda, tanto los seres animados como los
inanimados, o incluso aquellos otros que son producto del artificio: la
avecilla, la hormiga, el bravo riachuelo, la pelota de trapo, el viento, las
olas, las montañas, las acequias, los libros, los pequeños parques, las
palabras, la lluvia, la fuente de piedra, las rosas, el collar de dos vueltas…
Glosario, vademécum de intenso Amor:
Amor es
una brevísima palabra
en el
idioma que hablamos, y sin embargo
guarda
la historia más grande del hombre.
Sin ella
tal vez no seríamos nada.
Amables poemas esperan al lector de Glosario de lo pequeño, cordiales,
llenos de una intensa calidez, en los cuales la palabra se adelgaza a su mínima
expresión, sin figuras que obstaculicen su amenidad. La forma expresiva del
poemario es llana, porque con tal llaneza Eduardo pretende llegar de forma
directa al corazón, tactando suavemente, acariciando, sin ningún tipo de
estridencias que estorben. Quiero resaltar, en este sentido, el carácter de
confesión que adquiere el libro, pues los poemas se desgranan como si fueran
confidencias que se hacen a un amigo en voz baja, paseando por el sendero de un
parque, o por la ribera en arco, flanqueada de cañares, que bajo la Atalaya
conforma el Segura en derredor de Cieza, con promesa de futuros frutos.
Y no podía ser de otro modo. Dicho
minimalismo expresivo, que recuerda al mejor José Agustín Goytisolo o al mejor
Gil de Biedma, es acorde con la sencillez pretendida y la trasmisión a baja voz
de una sabiduría de vida. Glosario de lo
pequeño es la confesión de un hombre que ha vivido y, desde su madurez, nos
comunica su experiencia vital y nos invita a participar de la misma para romper
ese cerco de soledad, que tantas veces nos oprime, y hacernos entender que en
el fondo todos somos uno, que lo que uno siente lo siente otro, que amamos y
nos dolemos de igual modo y merecemos el amor.
Solo quien ha vivido disculpa; solo quien ha
amado comprende. La mirada de Eduardo sobre los otros es condescendiente; no
hay en ella reproche alguno, no hay acritud, no se deleita en resaltar el
defecto o lo negativo. Igualmente ocurre cuando interpela la naturaleza; de
ella recoge lo amable, el triunfo de la flor y su perfume, o la brisa oreada
que sosegada baja de los montes. El amor es silencioso, tal el himno que san
Pablo entona en la primera de Corintios. En la belleza no hay estridencias.
Eduardo aspira el misterio de lo pequeño y tranquilo lo interroga con las
ventanas abiertas de su alma; entonces, silenciosamente, oye un susurro
atardecido, largo y lejano, que le dice que la vida es bella, que merece la
pena vivir.
Todo
fue como un largo y lejano espejismo
iluminando
las sombras de la tarde.
Jesús
Cánovas Martínez
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