TREINTA CASTAÑUELAS PARA LONDRES
(La verdadera historia del bailarín
Félix García y los Ballets Russes de Diághilev)
ANTONIO HERNÁNDEZ MORENO
Edición de autor. Murcia, 2019
Disponible en Amazon
El pasado 27 de agosto tuve el honor de
presentar en el Hotel Puerto Juan Montiel de Águilas el libro de Antonio
Hernández Moreno Treinta castañuelas para
Londres (La verdadera historia del bailarín Félix García y los Ballets Russes
de Diaghilev), ante un público compuesto no solo por familiares y amigos
del autor, sino, sobre todo, por amantes y curiosos del hecho musical que,
dadas las restricciones impuestas por el COVID, podríamos considerar numeroso.
El acto fue introducido por un improvisado toque de castañuelas en memoria de
Félix García a cargo del bailarín José María Tomás, Chechu. Como colofón, tras
la presentación del libro, siguió un concierto de música española llevado a
cabo por un selecto elenco de músicos, cantantes y bailarines que han acompañado
a Antonio Hernández Moreno a lo largo de los sucesivos conciertos homenajes a Félix García
durante los últimos años.
Junto a Antonio Hernández Moreno, en la
mesa estuvimos, Loida, hija del autor y traductora del libro al inglés, y el
que esto escribe. Reproduzco a continuación parte de lo que se dijo sobre Treinta castañuelas para Londres:
El título del libro lo extrae el autor
de una carta de Sergei Diaghilev, empresario fundador de los Ballets Rusos, a
Manuel de Falla, poco antes del estreno del ballet El sombrero de tres picos en el Teatro Alhambra de Londres el 22 de
julio de 1919, en que le pide lleve treinta pares de castañuelas con las que
armar a los bailarines que van a participar en el estreno. Entre estos bailarines
se encuentra Félix García, quien iba a representar el papel de Molinero y que,
como asesor, ayudó en la coreografía y confección de determinadas danzas (con
toda seguridad las jotas finales), pero que, sin causas que lo avalen o expliquen
convenientemente, fue desplazado de su papel principal por otro bailarín, Leonid
Massine, favorito de Diaghilev, para desempeñar dicho cometido. Tal affaire resultó crucial en la vida de
Félix García. Encorajinado por el desplante, plausiblemente culmen del mobbing desencadenado en su contra,
joven y temperamental como era, sufrió un episodio psicótico que tuvo unas
gravísimas consecuencias. Antonio Hernández Moreno relata magistralmente hasta
el detalle, con una gran fuerza expresiva, este acontecimiento dramático; en un
país ajeno, desconocedor del idioma y, consiguientemente, con grandes
dificultades para hacerse entender, Félix García será detenido por la policía de
Charing Cross, e ingresado finalmente
en el Horton Lane Hospital,
psiquiátrico del condado de Epsom. Sin nadie que se haga cargo de él (los
padres fallecieron prematuramente al poco de que viajara a Londres; los
responsables de los Ballets Russes se desentendieron), Félix García es
sepultado en vida en dicho hospital; a la sazón tiene dieciséis años de edad, y
allí pasará los veintidós años restantes de su corta vida. Morirá el 18 de
marzo de 1941 a la edad de 37 años, y será enterrado cinco días después en el Long Grove Cemetery de Epsom donde
todavía yacen sus restos. Las pocas referencias que hay de él en los libros de
historia de la música pasan deprisa sobre su figura, y apenas lo designan como
Félix el Loco; sin embargo, el dramático percance que sufrió, su ingreso en el
psiquiátrico y su muerte prematura, olvidado y solo, suponen el gran crespón
negro en el estreno de El sombrero de
tres picos.
Treinta
castañuelas para Londres tiene como objetivo principal vindicar la figura de
Félix García, encontrar su verdadero nombre (Félix García era el artístico),
ponerle un rostro, darle una identidad; en definitiva, reconstruir su biografía
y reconocerle su participación, y el consiguiente mérito, en el montaje
coreográfico de El sombrero de tres picos.
Esta puesta en valor del bailarín le ha llevado a Antonio Hernández Moreno la
friolera de veinte años de ardua investigación, desde que tuvo noticia de su
existencia hasta la publicación del libro. En el prólogo, el autor reconoce las
dificultades de su tarea cuando expresa: “he
tenido que recorrer muchos kilómetros y buscar en muchos archivos y
bibliotecas, la mayor parte del tiempo sin obtener resultado alguno. La tarea
no ha sido fácil. Era como buscar información de algo que no había existido u
ocurrido, o como si su paso por la vida hubiese sido fugaz y fortuito”.
Aun así, con tantas dificultades, pero
con un empeño tozudo, el libro ha cuajado y reconstruye de forma veraz la
biografía de Félix García y la época en que esta se desarrolló, sin dejar de
lado el trasfondo de bambalinas de los Ballets Russes de Diaghilev; para ello,
el autor ha sacado informaciones de la prensa del momento, documentos (la
mayoría inéditos) y testimonios de los personajes (compañeros de Félix) que conocieron
al bailarín y con quien trabajaron.
La estructura de Treinta castañuelas para Londres es la de una novela policiaca. El
primer capítulo se desarrolla en el contexto de la visita a Inglaterra, en
enero de 1940, de un joven hombre de negocios español (alter del autor). Sus anfitriones deciden llevarlo a un concierto
harto curioso en el Woodcote Park de Epsom, pues la mayoría de los
asistentes son internos de los cercanos hospitales psiquiátricos. En medio de
la algarabía que levantan ciertas piezas en los internos, el joven reconoce una
voz que habla español; su curiosidad se dispara e intenta entablar conversación
con dicho sujeto. Tal recurso literario, le permite a Antonio Hernández Moreno,
al igual que la despertada atención del joven viajero imaginario, espolear la
del lector. De esta forma, fortuita o anecdótica, comienza la trama de los
hechos que sucederán a continuación (reales la mayoría, aunque con la adosada
carga literaria), a la vez que quedarán plasmadas las indagaciones con
anterioridad llevadas a cabo. El penúltimo capítulo cierra un círculo; en él
volveremos a encontrar al joven empresario hablando con el responsable del
psiquiátrico (Mr. Drew) acerca de Félix García. Y un año después de su primera
visita, los datos que le faltaban para hacerse una idea de la totalidad de la
vida (y de la muerte) del bailarín le quedan suministrados. El siguiente
capítulo, y último, es un digno colofón de la obra, y refiere unas plausibles
reflexiones de Maurice Ravel en su retiro de Ciboure (País Vasco francés a la
vera de la mar) acerca de los hechos previamente narrados.
Entre el primer y penúltimo capítulo se
cierra un círculo de indagaciones; en medio de los mismos se sucederán una serie
de capítulos que son como teselas vivas
de un mosaico, y digo teselas vivas
porque, aunque adquieren su pleno sentido en el conjunto, cada uno de ellos desarrolla
una temática autónoma, escindible del resto. A tal fin, Antonio Hernández
Moreno ha suprimido el orden cronológico de los acontecimientos, sustituyéndolo
por otro que podríamos considerar sentimental
o moral que atiende más bien a la
lógica de los personajes que hablan o interactúan. Para el lector, este orden,
en un inicio, le resultará arcano o desconocido, pero conforme vaya avanzando
en la lectura irá comprobando la fina arquitectura de tal ensamblaje.
Interesante, en este estado de cosas, resulta resaltar el hecho de que cada
capítulo va precedido de una entradilla que lo contextúa debidamente. Son
necesarias para que el lector no se pierda: explican o proponen quién es el
personaje histórico que habla, casi siempre en primera persona, y en referencia
a qué. Al hilo, el decurso del relato se va enriqueciendo y ganando
complejidad.
El empleo de esta técnica narrativa le
permite al autor cargar la obra de perspectivas subjetivas según los diversos
personajes que hablan o interactúan, de tal modo que Treinta castañuelas para Londres se convierte en una obra
eminentemente poliédrica; y añado que con tal recurso no solo se resaltan las anécdotas
o acontecimientos reales, sino que se dinamiza el texto, e incluso se consigue
que el lector participe de forma activa en su conformación. En la obra se
imbrican la psicología de los personajes con los hechos, la indagación
histórica con la creación literaria y, en último término, lo imaginario con lo
real. Esto dicho, vengo a precisar que el elemento imaginario en ningún momento
sustituye al real, pues no lo contradice; lo complementa más bien de modo
verosímil o fehaciente y ayuda a la coherencia del relato. Consecuentemente, en
la obra cabe hablar de elemento imaginario, pero no ficticio; porque la realidad
imaginada no se superpone o desplaza a la realidad de los hechos (valga la
redundancia), sino que simplemente la complementa.
Estructura poliédrica, diferentes puntos
de vista, controvertidas historias que se desarrollan bajo el paraguas de Diaghilev,
quien protege o defenestra… Treinta
castañuelas para Londres es un libro de investigación, es un relato
novelado, es historia de la música, pero no es propiamente un ensayo, ni un
novela, ni mera historiografía, ni aún menos musicología; es todo eso y algo
más, posee un plus, y casi me
atrevería a decir, por el mestizaje que alumbran los cruces de discursos y
perspectivas mencionados, que inaugura un nuevo género literario. Antonio
Hernández Moreno lo advierte cuando en el prólogo refiere:
“Lo
más difícil ha sido la mejor manera de contar la historia… Por lo que siempre
opté por un tratamiento novelado de los datos obtenidos por mi trabajo de campo
y el uso infalible de la intuición musical que tanto recomendaba Pau Casals”.
Treinta
castañuelas para Londres vindica la figura de un bailarín, Félix García,
pero supone un retrato de época: el momento en que las vanguardias irrumpen en
el arte, y de manera especial en el que inspiran Euterpe y Terpsícore. Músicos
tan significativos como Falla, Ravel o Stravinsky; pintores como Picasso;
bailarines como Nijinsky, Massine, Lydia Sokolova… se dan cita entre sus
páginas. Y, entre una pléyade de personajes, no falta Alfonso XIII, el inductor
de la composición de El sombrero de tres
picos, adaptación para ballet de la obra de Pedro Antonio de Alarcón. En
agradecimiento por la mediación que Alfonso XIII hace para liberar a Nijinsky
de un campo de concentración durante la Primera Guerra Mundial, Diaghilev
recoge el encargo de componer un ballet eminentemente español pero representado
por rusos… Y ya lo sabemos: como asesor de los bailes españoles y, a la vez,
participante de la obra, contratará a Félix García.
La danza se añade a la música por pura
connaturalidad, y a la danza y a la música, se adjunta la pintura como
imprescindible telón de fondo. La música la puso Falla, la coreografía Félix
García (finalmente reconocido tras la investigación llevada a cabo por Antonio
Hernández Moreno), y la pintura, decorados y trajes, ni más ni menos que
Picasso. El sombrero de tres picos
irrumpe con fuerza en el contexto musical de las vanguardias, y quedará en la
historia como una de las grandes obras de la música de todos los tiempos, por
primera vez representada por los Ballets Russes de Diaghilev.
Resalto, por último, en estas breves
pinceladas sobre el libro, que el autor ha añadido unos Anexos al final donde
aporta una serie de documentos y material gráfico con los que sustenta su
investigación.
Agradezco enormemente a Antonio
Hernández Moreno que me haya elegido para presentar su libro, Treinta castañuelas para Londres, por el
honor que me ha hecho y por el aprendizaje que ha supuesto para mí de cosas que
desconocía. Al considerar estas historias cruzadas que sucedieron en un
pretérito, pero más aún al pensar en los personajes tantas veces anónimos que
las protagonizaron, casi sin quererlo el corazón se me encoje un poco en el
pecho. Imagino la troupe de los Ballets Russes dando tumbos por Europa y
América, de un país a otro, de teatro en teatro, viajando en los vagones de
tercera de los trenes de la época, o en carromatos de mala muerte, o en las
bodegas de los barcos, deteniéndose lo justo en los hoteles o pensiones de las
ciudades a que arriban, tantas veces en condiciones insalubres, asediados quizá
por alguna plaga que otra de piojos. Llevan vidas trashumantes, arrastradas,
bohemias en extremo; y ellos mismos poseen una dudosa catadura moral:
amancebamientos de quita y pon, sexualidad exacerbada fuera de cualquier norma,
rencillas, luchas despiadadas por conseguir un papel, acosos, traiciones… No sé
por qué me viene a la cabeza El viaje a
ninguna parte, la película de Fernando Fernán Gómez basada en su novela
homónima, donde unos cómicos transitan de pueblo en pueblo por los páramos
manchegos con la farándula a cuestas. Siento una gran tristeza a la vez que una
admiración profunda por estos personajes anónimos de las troupes. Llevaron
vidas miserables y trabajaron por una recompensa efímera, pasaron por la existencia
de forma tan fugaz como un soplo que lleva el viento, nadie los recuerda; pero
fueron capaces de elevar el espíritu, por encima de la materialidad y de
cualquier miseria, a un nivel salvaje de deslumbrante belleza.
Jesús
Cánovas Martínez©
Filósofo
y poeta.
Ad astra per aspera.
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