NOTA DE JOSÉ LUIS MARTINEZ VALERO SOBRE "SOY DE TIERRA, TAMBIÉN DE CIELO, Y CANTO (ELEMENTAL TRATADO POÉTICO DE ORACIÓN)" DE JESÚS CÁNOVAS MARTÍNEZ
Querido
Jesús, tu libro es raro y difícil, por lo que dices y por lo que se propone. Lo
has publicado en el momento oportuno, ninguno lo es tanto como en estos días de
confusión, donde el político es científico y el más ignorante presume de tener
soluciones inmediatas. Me gusta el subtítulo, tratado elemental, no creo que
pueda darse el superior, porque ese ya no será un tratado, sino una experiencia
intransferible, aunque se escriba sobre ella.
La
oración es calma y claridad, a veces angustia, pone las cosas en su sitio, para
apartarlas, las deja justo donde corresponde, no es necesario que como aquellos
que iban a los desiertos, las abandonemos. La lectura de tu libro me ha hecho
plantearme ese hecho singular que llamamos oración.
¿Cómo
orar? Esa voz personal, desprovista de toda solemnidad y prejuicio, donde nos
encontramos desnudos, que nace de
nuestras raíces y que se resuelve en secreta conversación. La colocamos en
palabras que son de todos, pero que, ahora,
se convierten en íntimas, como procedentes del corazón no de la boca.
Palabras
que han debido ser formuladas, casi en silencio, sólo murmullo, como hoja al
viento, como perfume de romero en el monte. Qué difícil es decir callando.
Tenemos
que recordar a Bécquer…A diario recurrimos a voces seguras, repetidas, cantos
corales, pero la oración es personal, quizá debería decir que se producen desde
la soledad, una soledad que no es abandono, sino que, como Job, tiene la
certeza de que podrá ser escuchado. A veces es la angustia, la zozobra, a veces
el éxtasis. El mar sería una buena imagen y, tú, la utilizas, vemos la espuma,
el bucle de la ola y más abajo la quietud, que no siempre vemos. El mar es un
misterio.
Cuando
arrojamos una piedra a un pozo profundo, por un momento, mientras cae, es todo
silencio, percibimos el silencio, ese espacio mudo que se parece al vuelo, un
vuelo definitivo, destinado a caer, de pronto oímos el golpe seco y se rompe el
encanto. Por fin, la piedra deja de ser pájaro y recobra su ser de tierra,
descansa, se suma al montón, que los curiosos han ido depositando.
Imaginemos
que, esa piedra, cuando sale de nuestra mano, es una palabra, a veces es una
palabra, pero no esperamos el eco. En la oración el eco sería falso, nuestra
palabra de un modo u otro, seguiría siendo la misma palabra. Hemos dicho que
ésta que cae lo hace en silencio, la hemos lanzado en busca de no sabemos qué,
quizá el fondo, lo profundo, pero sólo conocemos el golpe, a veces percibimos
que este golpe es sobre el barro o sobre agua, aunque distinto, no nos importa,
la palabra ha alcanzado su objetivo, advertimos la distancia. La piedra y la
palabra son ahora expresión de esa distancia que hay entre el sujeto que emite
y el supuesto receptor.
¿Y,
si el pozo, estuviese hacia arriba? Ese pozo invertido, al que lanzamos la
piedra, devuelve siempre la misma piedra, cae con más o menos fuerza,
dependiendo de la fuerza de nuestro brazo. Esta piedra que podemos convertir en
palabra, que es silencio, digo piedra, porque no hemos sabido formularla o
porque no puede o no debe ser dicha, y que sólo puede ser silencio, que se
aproxima más. Un no decir que dice más.
Pero,
tú, has escrito un manual, una experiencia de ese silencio y necesitas
traducirlo a palabras. El pozo, hacía arriba o hacia abajo, no responde o si lo
hace es muy difícil de entender. Es el esfuerzo, el intento lo que aquí es
fundamental. Nosotros somos el pozo.
Quiero
decir que somos ese espacio en el que, gracias a la palabra y, naturalmente al
silencio, se produce esa comunicación a la que llamamos oración. He elegido el
pozo porque es riesgo, si no está señalado con facilidad podemos caer en él.
Quiero decir que erraríamos el camino, es fácil equivocarse. Entonces el pozo
se convierte en un lugar que nos aísla, el aislamiento puede darnos la
seguridad de fortaleza. Podemos verlo a diario en el fundamentalismo: los otros
no entienden, nosotros sí. Especie de egoísmo extremo, dogmático, que no ofrece
duda alguna. Decía Juan Ramón: la duda no
hay por qué curarla, la duda no es una enfermedad.
La
oración nace de la duda.
Texto de José Luis Martínez Valero©
No hay comentarios:
Publicar un comentario