EL
RETORNO DE LA ESPADA
FRANCISCO
JAVIER ILLÁN VIVAS
M.A.R.
EDITOR
II
Premio Villers de l’Isle Adam de Novela Fantástica, 2021.
Los autores de fantasía tienen una
creatividad especial: no solo forman tramas, sino que conforman mundos, y estos
mundos son veraces por cuanto no son contradictorios. Quiero decir que son
mundos que atienden a una lógica, pues tienen sus propias leyes. Son mundos
posibles. Quizá no hayan existido, pero podrían existir, y aunque no existan en
un futuro por lo menos existen o están en la mente de su particular hacedor.
Esto ocurre con La Tierra Media de Tolkien, o con Narnia de C.S. Lewis, o con
Laugea de Francisco Javier Illán Vivas.
No existen los hechos puros, insisto, porque
las ideas ya están configurando los hechos; por lo tanto, cuando hablamos de realidad,
deberíamos saber que hablamos de una realidad conformada a nuestras
percepciones y preconcepciones, esto es, a nuestros esquemas de conocimiento de
los cuales partimos. Ahora bien, añado a esta tesitura demasiado kantiana que no
solo los conceptos o ideas de los que partimos configuran nuestra realidad, sino
que voy un poco más lejos: también lo hace, y en mayor medida, nuestra
imaginación. El mito precede al concepto y subyace al razonamiento, por cuanto
no entra en contradicción con este; es más, todo mito es lógico en su
estructura (Levi-Strauss ya dedicó incansables páginas para fundamentar dicho
aserto). Por tal razón un mundo imaginado se convierte en real si no contradice
ninguna ley lógica, ya que lo real precede a lo existente. Si un mundo
imaginado no es contradictorio, es posible y, si es posible, existe o podría
existir, existió o existirá; es así por chocante que nos pudiera parecer (ahora
traigo a Wittgenstein en mi favor). Un mundo conformado según unas leyes,
poseedor de su lógica interna, tiene su propia consistencia y aquel que lo
formula remeda al Creador. Estos mundos tienen una riqueza implícita; en ellos
el enigma está a la vuelta, y la sorpresa, al igual que sucede en el mundo
consensuado. Sin embargo, tales mundos poseen una gran ventaja, ya que al no
desplazar el consensuado, podemos superponerlos a este como espejos; de tal forma
nos permiten ensayar respuestas a interrogantes verdaderamente difíciles.
“El
retorno de la espada” supone la continuación de la saga de “La cólera de
Nébulos” (integrada por “La maldición”, “El rey de las esfinges” y “La
oscuridad infernal”) y, como tal, muchos de los personajes que aparecen tienen
ya una historia a sus espaldas y, los acontecimientos que sucedieron en un
pasado, un peso en la trama del presente; dicho esto, el libro constituye una
unidad de sentido y se puede leer con independencia de los anteriores sin
menoscabo de su inteligibilidad.
Nos encontramos con una tierra legendaria Laugea,
con sus altas montañas, desiertos, mares interiores, reinos y ciudades, pablada
por las más variopintas y diversas criaturas dotadas de habla. Entre estos
seres, por su relevancia especial, cabe destacar dos tipos: los Eternos y los
Hombres. En un principio, Eternos y Hombres, constituían una misma raza, pero
se escindieron, y así caminarán, escindidos, a lo largo de las edades hasta que
al final de los tiempos vuelvan a unirse. Cualidad propia de los Eternos es la
inmortalidad; solo pueden morir o porque otro Eterno los mate o porque ellos
mismos decidan traspasar “El Arco del Silencio”. Los Hombres, por el contrario,
están afligidos por la muerte y su vivencia del tiempo es diferente a la de los
Eternos; mientras que los Eternos viven, por así decir, un tiempo “congelado”,
los años humanos pasan veloces y las generaciones de estos se suceden
rápidamente.
Francisco Javier Illán Vivas ya desde el
inicio de “El retorno de la espada” nos introduce en una narración épica no
exenta de lirismo, donde asistiremos a la lucha arcaica y arquetípica del Bien
contra el Mal. Si en los albores del tiempo hubo una escisión entre Hombres y
Eternos, con el decurso de la temporalidad sucedieron nuevas escisiones: entre
los Eternos, según abrazaran el Bien o el Mal, y, concomitantemente, entre los
Humanos.
A modo de prólogo de lo que sucederá, el
autor nos propone el nacimiento de una criatura del mal: una Venus tenebrosa, Lilith, que al igual que la del mito griego nacerá de
las aguas y del esperma del padre. Ahora bien, las aguas de las que nace Lilith
no son las limpias de la mar, ni el padre será Urano, sino que nacerá de las
aguas cenagosas y oscuras del Lago Estige en las cuales se han esparcido las
cenizas de Gorgerigona la Maldita, quien fue la más aberrante monstruosidad del
Orco, y el semen será el de Inferos, hijo y heredero del poder infernal de
Satánicus el Maldito. Nace así una criatura de gran belleza y gran poder, y
ambas cualidades las utilizará para realizar el mal y cumplir los deseos de
venganza del padre. La existencia de este ser malvado en un principio pasará
desapercibida a los Eternos, pero no las consecuencias de su actuación; esto es
porque Lilith será conocida por los Hombres como Judith, y tal cambio de nombre
la hará desaparecer de los Libros del Tiempo.
Queda servida la trama: mientras los Eternos,
auspiciados, por Nébulos, el Eterno Supremo hijo de Universos, y Mágios, el Consejero
del Eterno Supremo, convocan el Senado Imperial en la Sala del Ojo del Tiempo —Huele a sangre y a muerte en el mundo de los
Humanos y temo que la tierra se vuelva resbaladiza cuando el rojo líquido la
cubra con su espeluznante manto, solemnemente anuncia Nébulos nada más comenzar
la asamblea—; los Hombres, a su vez, representados por los seis Patriarcas,
bajo el auspicio del venerado Pontificex Máximus de la eterna Occidenter,
conocida ahora como Eretz Makor, se reunirán en un Concilio Universal. Se trata
de descubrir a esa criatura malvada que ha agitado las fuerzas del mal, pero,
sobre todo, saber cómo vencerla porque no solo está amenazado por la oscuridad
el mundo de los Hombres, sino la misma Celestos, la ciudad donde nunca se pone
el sol, sede de los Eternos.
Los llamados a tal propósito se embarcarán en
una aventura que, a modo de viaje iniciático, finalizará en los bosques de Ismadía
donde se producirá una batalla legendaria, aunados Hombres y Eternos en la
lucha contra el Mal. Por parte humana, el Príncipe, llamado a ser Rey de Reyes
según la profecía, hijo de Aviva, soberana de Eretz Makor, acompañado de Sombra
(espada que solo puede ser vencida por otra espada, Dragonia) y de una
heterogénea y curiosa compañía emprenderá un camino de dudoso retorno. Los
Eternos, comandados por Eleazar, el hijo de Nébulos y aun así condenado a la
mortalidad por una desobediencia, y por Eostes Arcofirme, darán el apoyo necesario
a los Humanos para vencer el mal. Antes de tal desenlace, Eleazar tendrá que
rescatar la espada sin la cual sería imposible la victoria, Dragonia, una
espada con voluntad propia a la que es necesario vencer y someter a la voluntad
de quien la empuña, forjada por Wasfas el Armero en las fraguas de Celestos la
Imperecedera, cuya hoja, fría y de afilados vértices, a la luz del sol es de
color azul y roja a la luz de la luna.
Por supuesto que no voy a entrar en detalles
ni desvelar las peripecias de los personajes, algo que dejo al amable lector. Sí
señalaré algo interesante de lo que el autor es plenamente consciente, puesto
que lo reitera, por lo menos, en tres ocasiones: el mal no solo es destructivo
por naturaleza sino que, en última instancia, ese poder de destrucción lo
revierte contra sí mismo. El mal es tortuoso, retorcido, de oscuros designios,
aunque siempre contempla la destrucción y la muerte como finalidad, por lo que,
dejado a sí mismo, cuando no tuviera nada ni nadie a quien destruir, se
revolvería contra sí autodestruyéndose. Es una idea fuerza. Francisco Javier
Illán Vivas la subraya cunado señala la dualidad de Anteo, más aún cuando lo
hace con la ambivalencia de Érebo, puesto que si su oscuridad destructiva fuera
escindida, cada mitad lucharía contra la otra mitad hasta autodestruirse y, de
esa destrucción, nacería la luz; en último término, como colofón, está presente
y explica la lucha de Lilith contra Érebo. Y aquí me detengo en otro carácter
de la maldad: su condición vampírica. En el mito hebreo, después de su ruptura
con Adán, Lilith se convierte en un vampiro que vaga por las noches chupando la
sangre de los bebés; la otra Lilith, la hija de Inferos y de las aguas
putrefactas donde se han diseminado las cenizas de Gorgerigona la Maldita, de
igual modo adquiere y acrecienta su poder cuando absorbe la energía de su
adversario. No escatimará para ello un beso que porta la muerte.
Al reseñar algún libro de Francisco Javier
Illán Vivas, he dicho que su prosa es ágil y plástica; es por esta cualidad que
la lectura de estos se hace muy amena y una vez que se empiezan se devoran con
prontitud. Así ocurre con “El retorno de la espada”. Algunas de sus páginas son
extremadamente vigorosas y cargadas de significado, sea cuando señala ese
oxímoron andante que supone Lilith, o cuando Odis, traspasando el Arco del
Silencio, ingresa en la Etérea Eternidad. Hay más, pues nos encontramos con una
narración épica en la que nos esperan bellísimas páginas; las dejo al
descubrimiento del lector. En ellas encontrará, a la par que la lucha del Bien
contra el Mal, la confrontación entre Libertad y Destino, el enfrentamiento con
la Muerte y su misterio, y el canto al Valor, ese Valor que a algún personaje
le hará, pertrechado de su espada, tirarse al vacío en cuyo fondo rugen los
ríos de fuego y lava.
Francisco Javier Illán Vivas es un hiperbóreo
o, por lo menos, yo tengo esa percepción de él. Lo he tratado poco (espero
remediarlo en un futuro), aunque he leído parte de sus escritos. Quizá sea
osadía mía emitir tal juicio, pero me avalan para tal parecer los rasgos de su escritura, el
espíritu de lucha que trasmite, el gusto por lo mitológico, las espadas, los
arcos, las flechas…, el culto al valor y la valentía, el culto a la
individualidad. Hombre de un remoto pasado, hurga en la memoria colectiva y
entrelaza lo fantástico con lo mítico, lo que fue o pudo ser con lo que será,
para crear una realidad, esa compacta realidad que nos entrega en su obra.
Jesús
Cánovas Martínez©
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Ad astra per aspera.
Gracias. Gracias.Gracias.
ResponderEliminarUn honor. Gracias por escribir. Un abrazo grande.
EliminarExcelente estudio de la novela de nuestro común amigo, Paco Illán, querido Jesús, "El retorno de la espada", que entre otros valores posee el decisivo consejo de invitarnos a su lectura. Así lo haré, amigos. Mis felicitaciones, tanto al autor de la novela, como al de la reseña. DOS GRANDES, dondelos haya.
ResponderEliminarMuchas gracias, Pedro. El mérito es siempre de quien escribe el libro; en este caso, Paco. Un abrazo.
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