EL
ÚLTIMO PAPA
MALACHI
MARTIN
HOMO
LEGENS
Quizá deba comenzar por hablar de lo que no
me gusta de esta novela, El Último Papa,
de Malachi Martin, publicada por primera vez en Nueva York en 1996. No me gusta
que en la edición que manejo le hayan cambiado el título. Cierto que la novela
gira en torno al “papa eslavo”, su atardecer, su crepúsculo y, por último, su
noche, según las tres partes en que se estructura, pero el título original me
parece mucho más sugestivo en cuanto metáfora de la propia Iglesia: Windswept House: A Vatican Novel, La Casa azotada por el viento: Una novela
del Vaticano. Tampoco me gusta su extensión, 695 densas páginas que en
algún momento se hacen pesadas, a mi modo de ver, por la falta de pericia
literaria del autor; así el lector se encontrará con estructuras narrativas
repetitivas e ideas o argumentaciones que se quieren atornillar tanto que
terminan por aburrir; por otro lado, hay historias paralelas hasta cierto punto
prescindibles ya que si se suprimieran o se les dedicaran menos páginas dejarían
intacto el corazón de la novela y la aligerarían. Con menos páginas de la mitad
hubiera quedado una novela redonda. Dicho esto, entiendo que hablo desde mi
subjetividad, por lo que no tendría inconveniente admitir como válidas las
opiniones de alguien que pensara de forma diferente a la mía.
A pesar de las objeciones antedichas,
recomiendo la lectura de la novela. ¿Por qué? Por su fondo inquietante; fondo
inquietante que debería conocer todo aquel que quiera hacerse una idea lo más
fidedigna posible de la coyuntura por la que está pasando, no solo la Iglesia,
sino nuestra civilización occidental. Y es que en esta su última novela dada a
la imprenta, el mismo autor advierte que en un 85% está basada en hechos reales
y muchos de los personajes que aparecen en ella, aunque con nombres ficticios,
son reales. La novela trata de la Iglesia y de las fisuras que hay en su
interior; a su vez indica el papel que juega la Iglesia en el ámbito de la
geopolítica. El tema, desde luego, es controvertido.
Pero es que el mismo Malachi Martin fue un
hombre controvertido. Un irlandés, nacido en 1921, en una familia burguesa de
profundas raíces católicas (los padres tuvieron cinco hijas y cinco hijos,
cuatro de estos últimos abrazaron el sacerdocio). Ingresó en la orden de los
jesuitas y, debido a su sólida formación intelectual, fue reclamado en Roma
para trabajar como secretario privado del cardenal Agustín Bea S.J. durante la
preparación y posterior decurso del Concilio Vaticano II. En principio,
sacerdote liberal, ¿qué vería o percibiría para desilusionarse rápidamente del
giro que daba la Iglesia? Su potente mente, ¿qué consecuencias no adelantaría
de tal hecho? El caso es que en 1965 pidió la dispensa de sus votos jesuitas y
se mudó a la ciudad de Nueva York, donde, después de nacionalizarse americano,
vivió en lo sucesivo. Pronto el cardenal Terence Cooke le dio permiso por
escrito para ejercer sus facultades sacerdotales seculares, las que compaginó con una incansable labor de exorcista; a
la par se centró en una labor editorial y televisiva al tiempo que
publicaba novelas y ensayos. Su muerte ocurrió en 1999, cuatro días después de
haber cumplido 78 años, al precipitarse al vacío desde su apartamento de
Manhattam. Se dijo en el posterior
documental Hostage to the Devil (El rehén del diablo, título de una de sus novelas) que fue empujado
por una niña de cuatro años que estaba poseída.
Añado a esta
sucinta biografía dos notas que me parecen interesantes. La primera me lleva a
ponderar hasta qué punto William Peter Blatty, autor de El exorcista (novela de 1971 llevada al cine en 1973) no
se inspiró en nuestro autor para fraguar la figura del padre Lankester Merrin;
las similitudes saltan a la vista por cuanto Malachi Martin conocía las lenguas
semíticas y poseía el doctorado en arqueología; por otra parte, había
participado en la investigación sobre los Rollos del Mar Muerto y publicado 24
artículos sobre paleografía semítica, y trabajó como arqueólogo de campo en
Biblos, Tiro y la península del Sinaí, lugar este último donde ayudó en su
primer exorcismo. Las relaciones entre W. Peter Blatty y nuestro autor no
fueron las deseables y hubo entre ellos acusaciones cruzadas.
Lo segundo que quiero resaltar es que Malachi
Martin fue un acérrimo defensor de las apariciones de Fátima. Por su posición
privilegiada de secretario del cardenal Bea conoció el Tercer Secreto y no se
cansó de acusar a la jerarquía eclesiástica de no haber seguido el dictado de la Virgen:
la consagración de Rusia a su Inmaculado Corazón. Juan XXIII el “papa bueno”,
lo desestimó porque quería asegurarse la cooperación rusa y acercar la Iglesia
oriental al concilio Vaticano II, y los siguientes papas, Pablo VI, el “viejo papa”,
Juan Pablo I, el “papa de septiembre”, y Juan Pablo II, el “papa eslavo”,
tampoco lo hicieron en la forma debida por diversas razones. De haberse
producido esa consagración, piensa nuestro autor, se hubieran evitado numerosos
males, y quizá no poco de la misma corrupción interna de la Iglesia, la
instalación de la “abominación de la desolación" en el Lugar Santo.
La tradición satánica había pronosticado
desde hacía mucho tiempo que la Hora del Príncipe llegaría en el momento en que
un papa tomara el nombre del apóstol Pablo. Esto había sucedido ocho días antes
del 29 de junio de 1963, fiesta de los apóstoles san Pablo y san Pedro para la
iglesia católica, con la elección del último sucesor de Pedro, que había tomado
el nombre de Pablo VI. Era “el tiempo propicio” para la entronización de
Lucifer, el ángel caído, en la ciudadela romana. Y el lugar idóneo no podía ser
otro que la misma capilla de San Pablo, situada cerca del palacio apostólico.
Conocedor del tema que trata, Malachi Martin
describe las características de esta ceremonia que no pueden ser otras sino la
inversión suprema del gran sacrificio de Cristo en la cruz. El diablo, el mono
de Dios, no puede ni sabe actuar de otro modo:
Lo
sagrado debería ser profano. Lo profano, adorado. A la representación no
sangrienta del sacrificio del débil innominado en la cruz, debería sustituirla
la violación suprema y sangrienta del propio innominado. La culpa debería
aceptarse como inocencia. El dolor debería producir goce. La gracia, el
arrepentimiento y el perdón debían ahogarse en la orgía de sus contrarios. Y
todo debía hacerse sin cometer errores. La secuencia de acontecimientos, el
significado de las palabras y las acciones, debían constituir en su conjunto la
perfecta representación del sacrilegio, el máximo rito de la traición.
Como hubiera sido excesivamente llamativo
transportar a la capilla de San Pablo una serie de utensilios necesarios para
el ritual (la vasija de huesos y el estrépito ritual, o la víctima y los
animales del sacrificio), se hizo necesario una entronización paralela: una
concelebración en la cual, desde una capilla
madre, que oficiaría de transmisora, se dirigiera todo elemento de la
ceremonia hacia la capilla romana, la receptora. Para ello, lo únicamente
necesario era la sincronización de voluntades y mentes, de actos y palabras de
los participantes en ambas capillas.
El guardián
de Roma estimó que la capilla madre
podría ser la regentada por el obispo Leo,
en Carolina del Sur (Estados Unidos). Los asistentes en la capilla romana
serían clérigos de alto rango e importantes seglares, verdaderos servidores del príncipe en el interior de la ciudadela,
algunos de ellos formados en la falange
romana; por otra parte, los asistentes en la capilla de Carolina del Sur
serían hombres y mujeres distinguidos en la vida social, los negocios y el
gobierno. En el centro de las intenciones de ambos grupos de participantes
estaría un objetivo unánime: la suplantación de la adoración perpetua del
innominado por la del macho cabrío.
La infiltración de
los satanistas en la ciudadela, al igual que en las principales órdenes
(jesuitas, franciscanos, benedictinos, dominicos…), era evidente, y se
manifestaba en síntomas como el cinismo y la indiferencia, fechorías e
infidelidades en cargos de responsabilidad, despreocupación por la doctrina
correcta, negligencia en juicios morales, desidia respecto a principios
sagrados y ofuscación de recuerdos esenciales, etcétera; pero ahora se trataba
de dar el golpe final a la Iglesia como institución supraterrena. El objetivo
no era eliminarla propiamente, sino convertirla en una asociación con propósitos
humanistas desprovista de toda misión de trascendencia; por tal razón, el
centro de su ataque era el papa, a quien, de sucesor de Pedro había que
rebajarlo a un obispo más, al tiempo que colegiar sus decisiones. Cuando se
acabara con la Iglesia católica romana como institución pontificia, el reinado
del príncipe sería un hecho.
Justo a la medianoche
en Roma del día de la fiesta de san Pablo comenzó el ritual de entronización,
en el que no se escatimó la muerte dolorosa del perrito Flinnie y la violación sistemática de su dueña, Agnes, una niña hija de un médico
participante en la capilla emisora. Blasfemias, invocaciones a Lucifer, inversión
del ritual de la santa Misa, plegarías al príncipe de las tinieblas y, por
último, un juramento solemne de traición, en
virtud del cual los clérigos presentes en la capilla de San Pablo, tanto el
cardenal y los obispos como los canónigos, profanaban intencionada y deliberadamente
el orden sagrado mediante el cual se les había concedido la gracia y el poder
de santificar a los demás.
Satanás había sido
entronizado en la ciudadela.
Agotado por el dolor
y la degradación física de una prolongada enfermedad, el 6 de agosto de 1978
murió Pablo VI, quien en 1972 había dicho que por alguna fisura había entrado
el humo de Satanás en el Templo de Dios. El secretario de Estado del Vaticano,
su eminencia el cardenal Jean Claude de Vincennes, que según las malas lenguas del Vaticano ya prácticamente dirigía la
Iglesia, asumió la responsabilidad de camarlengo, pero, ocupado en la
preparación del cónclave que elegiría al nuevo sucesor de Pedro, de cuyo
talante dependía el futuro de los planes elaborados a lo largo de los últimos
años, pospuso la revisión de los documentos del papa fallecido.
Del cónclave salió un
nuevo papa que no simpatizaba con los planes elaborados por el camarlengo y sus
colaboradores. El cardenal De Vincennes había fracasado en sus tejemanejes.
Debido a su frustración y a sus discusiones constantes con Juan Pablo I, quedó
casi olvidado el examen de los documentos del papa anterior. Pero aconteció lo
totalmente inesperado. A los treinta y tres días de su elección, falleció el
nuevo papa… ¿Muerte natural o asesinato? La versión oficial fue la primera; los
rumores, cada vez más fuertes, apuntaban a la segunda.
La documentación del
recién fallecido papa se adjuntó en sobre sellado al del anterior. No obstante,
el camarlengo se concentró en el nuevo cónclave con el fin de que se eligiera a
un papa debidamente complaciente con sus planes. Pero el nuevo papa era un
hombre que no se caracterizaba en absoluto por su complacencia. Nuevo fracaso
del cardenal De Vincennes.
Un día de octubre, a
pocos metros del estudio del papa eslavo, el cardenal De Vincennes junto con
dos testigos y ayudantes, el arzobispo Silvio Aureatini y el padre Aldo
Carnesseca, pasó a revisar la documentación tanto tiempo postergada con la
finalidad de seleccionar documentos de los dos papas fallecidos…
Por fin quedaban solo cinco documentos del viejo papa
para concluir la inspección, antes de concentrarse en el segundo sobre. Cada
uno estaba sellado y lacrado en su propio sobre y todos ellos contenían la
inscripción Personalissimo
e Confidenzialissimo…
Cuatro estaban
dirigidos a parientes de sangre del papa fallecido, pero en el quinto estaba
escrito de puño y letra de Pablo VI: Para
nuestro sucesor en el trono de San Pedro; la fecha de la inscripción: 3 de
julio de 1975. La sorpresa para De Vincennes fue que el sello original del sumo
pontífice había sido violado, por lo que era evidente que alguien había leído su contenido. Con una gruesa cinta, así como
con el sello pontificio y la rúbrica del papa de septiembre, se había cerrado
de nuevo. Sin embargo, lo que le hizo palidecer fue la segunda inscripción del
sobre, esta con la letra de Juan Pablo I: Concerniente
al estado de la Santa Madre Iglesia, después del 29 de junio de 1963. Con
la finalidad de que su contenido no fuera nunca conocido por el papa eslavo, De
Vincennes arrumbó estos dos sobres a un rincón del Archivo Vaticano para que
criaran polvo y telarañas. Pero el destino del cardenal ya estaba rubricado por
quienes no perdonan los errores: a los pocos meses de estos hechos, De
Vincennes murió en accidente de tráfico.
Comienza de este modo
un thriller Vaticano. La novela se centrará en el hermano mayor de los Gladstone,
Christian, perteneciente a una pudiente familia tejana de origen irlandés,
quien abraza el sacerdocio. Joven brillante de fe pétrea será reclamado como
ayudante de Cosimo Maestroianni, sucesor del cardenal De Vincennes como
secretario de Estado del Vaticano. Al principio, brazo ejecutor del Maestroianni,
alertado por dos antiguos amigos y aliados, Aldo Carnesseca y Damien Slattery,
asesor del sumo pontífice (quien será relevado como maestro general de la orden
dominica por su fidelidad al papa), pronto comenzará a darse cuenta de los
tejemanejes Vaticanos y de que está siendo utilizado como un mero peón. Desea
regresar a su patria y olvidarse de cualquier ambición vaticana, pero el papa
eslavo le encarga un informe sobre la
corrupción del clero en EEUU, por lo que, de este modo, se convertirá en un
espía doble. El informe es demoledor: no son pocos los sacerdotes que no tienen
escrúpulos a la hora de mostrar su homosexualidad activa, vinculada, por lo
general, a prácticas satanistas en las que no faltan los rituales de sangre. La
sorpresa para Chris llegará cuando el papa eslavo, preocupado por cuestiones
geopolíticas, relegue dicho informe y posponga las medidas a tomar.
Pero, retrocedamos en
el tiempo para hacernos unas preguntas: ¿cuál era el contenido de los sobres?
Quizá podamos suponer la respuesta. Aun así, nos surge una nueva pregunta
bastante inquietante: ¿cómo es que el viejo papa llegó a conocer el
horripilante acontecimiento de la entronización? Si respondiera a dichas
preguntas, le quitaría parte de la sal a la lectura de El
Último Papa; no lo voy a hacer, por
tanto. Si diré que tras el asesinato de Aldo Carnesseca se precipitará el final
de la novela. El papa eslavo, atento a algún signo de la Virgen, envejecido,
acosado y cercado por la cábala de Maestroianni, donde hay cardenales
satanistas que participaron en la entronización, caracterizados todos ellos porque
han perdido la fe y solo les mueve el poder, y aun así al servicio de la
masonería que urde un cambio radical de la sociedad, prepara un viaje de
peregrinación a Rusia. Sus enemigos, sin embargo, han preparado un plan para
quitarlo de la escena pública, hacerlo renunciar o incluso eliminarlo físicamente
si fuera necesario (en toda las guerras
hay víctimas).
Y,
bien, quien quiera saber más, ahí tiene la novela El último Papa a su disposición. Quizá Malachi Martín reveló más de
lo que debía.
Todos
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Jesús
Cánovas Martínez @
Filósofo
y poeta.
Ad astra per aspera.
Me asombra el conocimiento que tienes sobre el tema que trata la novela.Es apasionante aunque le sobren tantas páginas como dices.Me encantaria tenet la capacidad de concentración suficiente y una buena vista para poder sumergirme en la novela, pero sé que eso no es posible así que volveré a leer este artículo para poder enterarme mejor de los entresijos de los que hablar. Enhorabuena. Me ha encantado..
ResponderEliminarMuchas gracias, Conchita, por tu comentario. El tema, desde luego, es apasionante. ¡Ya me gustaría conocerlo mejor, pero solo conozco lo que conozco! Me limito tan solo a reseñar el libro, aunque, por ser poliédrico, admite muchas visiones. Esto dicho, lo que Malachi Martin nos cuenta es tan actual que hay mucho que cortar ahí. Gracias otra vez, Conchita. Un abrazo grande.
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