ANTOLOGÍA.
HISTORIAS DEL ROMÁNICO.
VARIOS
AUTORES
M.A.R.
EDITOR
Los libros en que participan varios autores
casi siempre tienen el problema de ser disímiles, esto es, que, según la
sensibilidad del lector, no estén todas las aportaciones a la igual altura; sin
embargo, no es menos cierto que este inconveniente puede revertirse en virtud,
tal y como entendían los griegos el término, ya que al aumentar las
perspectivas sobre un mismo asunto, aumenta también la mirada global que sobre
el mismo puede tener el lector. Tal sucede con Historias del Románico, publicado bajo el sello de M.A.R Editor. Un grupo de diecisiete
autores con una larga trayectoria literaria (si contamos al autor del excelente
prólogo, dieciocho) se dan cita en estas páginas para, a partir de sus propias
vivencias, recuerdos o lecturas (y, puesto que estamos ponderando textos
literarios, echando mano de la imaginación y la creatividad), reconstruyen una
edad pretérita en la cual la visión que tenían los hombres del mundo era muy
diferente a la nuestra.
Un mundo diferente que para signarlo se
utilizaba un lenguaje diferente. Así lo primero que encontrará el lector será
una catarata de palabras no al uso en nuestra cotidianeidad; un vocabulario común
en el pasado, reconocible por los medievales, pero hoy en día olvidado. Y lo
curioso es que estas palabras que eran moneda de cambio entre las gentes llanas
y analfabetas, al caer en desuso, no solamente se convierten en arcaísmos sino,
las más de las veces, en cultismos. Será para el lector una orgía descubrirlas,
señalarlas, y alguna que otra vez buscar su significado.
Se nos invita a viajar a la vieja Castilla, a
su historia, a su arte, a sus pueblos otrora llenos de vida, poblados por las
gentes que les daban su peculiar sentir, en contraste con una actualidad de
desolación y yermo. Lo que antes fue movimiento y vida, hoy es reseco erial,
cardo, paramera infinita. Es por eso que en estos relatos (o a mí me lo ha
parecido) resuenan los autores de la generación del 98. Los actuales y los del
98 se detienen en el viejo adobe de las casas de las poblaciones tendidas entre
pequeños cerros sin árboles, con apenas unos cientos de habitantes, mal
surtidas en cuanto a servicios, pero que albergan una riqueza patrimonial de
primerísima importancia. Y no solo eso; lo triste, y que hay que sumar al
descuido, es la espoliación a que se ha sometido tal patrimonio desde la
desamortización de Mendizábal para acá (el
hombre globo, como lo llamó Larra), con la connivencia de autoridades
civiles y eclesiásticas. No es de extrañar que a uno de los autores del libro
le dé por pegar un par de tiros a quienes se les debe en honor de la justicia
literaria, aun con el silencio que impone la discreción.
Y sí, el Cid cabalga por la inmensa estepa castellana tras la jura de Santa Gadea,
perseguido por un rey vengativo, al destierro. Refulge el sol en las cotas y
las mallas… La Castilla guerrera se intuye en castillos que fueron moros,
después cristianos, nuevamente moros y nuevamente cristianos. La reconquista se
extiende del Duero hacia abajo; los reyes guerreros no dan tregua a las
pequeñas Taifas en las que se ha descompuesto el califato de Córdoba. Pero
resuena también la Castilla mística, la poblada de monasterios, después de
conventos, de iglesias, de colegiatas, de catedrales…, y la menos mística
cuando se toca las condiciones de vida de los canteros, los abusos a que eran
sometidos. Porque estamos en una sociedad donde la ley no es la misma para el
noble que para el plebeyo; el plebeyo siempre pierde y el noble, aunque no las lleve,
posee la razón y la verdad. Dada esta situación, ¿qué puede hacer el plebeyo? O
someterse y acatar el yugo, o rebelarse y asesinar. Después huir.
Me ha llamado la atención la insistencia con
que los autores citan a Frómista y la pequeña joya del románico que se erige
allí: San Martín. Y la verdad es que tal insistencia me ha producido un ligero
escalofrío, pues me ha llevado a echar los ojos hacia el pasado, a mi pasado,
cuando hace años, con mochila y bastón, hice el Camino de Santiago, arteria de
la antigua Castilla y vía de repoblación de los territorios conquistados al
moro. Sentí la sequedad castellana de un mes de julio, la desolación de los
pueblos en los que había proyectado descansar un poco, tomar un café y,
después, seguir andando recuperadas las fuerzas, porque no había cafeterías, ni
tiendas y, en la mayoría de los casos, ni fuentes de agua. Eran pueblos
semivacíos adosados al Camino. Llegué a Frómista al caer la tarde desde
Castrojeriz, y al día siguiente, antes de que saliera el sol, ya estaba en
camino. Me esperaba una etapa salvaje, pues de un tirón me planté en Sahagún.
Era joven entonces, pero los veinte kilómetros de calzada romana me destrozaron
los pies; desde ese momento hasta Santiago, y aún más, hasta Fisterra, el dolor
lo tuve por compañero.
Frómista fue un pequeño y breve remanso en mi
deambular. Por aquella época yo era lector de Juan García Atienza y de otros
autores dados a lo mágico y esotérico y me interesaba todo lo concerniente a la
España mágica, en aquella ocasión, al simbolismo del románico y del Camino, porque
románico y Camino vienen a ser casi sinónimos. Bañado en San Juan de Ortega por
la luz simbólica de sus capiteles, me esperaba la de San Martín de Frómista,
inerme, alta, desafiando el tiempo y los siglos. Una gozada.
Conscientemente omito entrar en cada uno de
los relatos, en citar nombres o reproducir algún párrafo o frase interesante.
Ya lo hace el prologuista de modo magistral. Sí invito a la lectura de esta
antología de Historias del Románico, liviana
y enormemente atractiva, porque remueve nuestro interior y algo nos recuerda de
lo que fuimos.
Todos
los derechos reservados.
Jesús
Cánovas Martínez@
Filósofo
y poeta.
Ad astra per aspera.
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