jueves, 25 de noviembre de 2021

LA CATEDRAL DE ÉBANO

LA CÁTEDRAL DE ÉBANO

PEDRO GONZÁLEZ NUÑEZ

M.A.R. EDICIONES

 


Pedro González Núñez nos relatará en La catedral de ébano una sorprendente historia en la que se entrelazan dos líneas narrativas. Por un lado, la doble vida del doctor Jacinto Masegosa quien, por el día, atiende a una rica clientela en su consultorio y, por la noche, se dedica a insospechados experimentos en el laboratorio que tiene en el sótano de su mansión, y, por otro, el misterio que esconde la catedral de ébano. Ambas líneas confluyen en una novela que se inclina hacia lo gótico al tiempo que numerosas gotas de humor la aderezan con una ironía macabra.

Estamos en los años finales del siglo XIX, en abril de 1888 para ser precisos, cuando el doctor Masegosa recibe una inquietante carta que incluye una curiosa paradoja temporal. Enseguida su cerebro de científico comienza a elucubrar sobre el verdadero significado de la misiva, qué misterio esconde y por qué le señala la catedral de ébano (antigua catedral dedicada a la Virgen María, llamada de esta forma porque, tras un incendio, sus muros adquirieron la negrura del ébano) como final de sus pesquisas. La catedral está desacralizada y sobre ella gravitan numerosas leyendas hasta el punto de que es evitada, ya que el solo andar por sus aledaños produce escalofríos. Se dice que un obispo negro hace siglos se dedicó a extraños experimentos de magia oscura hasta que las gentes del lugar, imponiéndose al miedo, se sublevaron e incendiaron la catedral con el mismísimo obispo dentro; los gritos del obispo, aguzando el oído, aun se oyen durante las noches. También se dice que entre sus oscuros muros habita el diablo.

Masegosa recibirá la visita de Elsa, una joven dama que está enamorada del todavía joven doctor, pero a quien él, absorbido por sus inquietantes pero trascendentes experimentos, no corresponde. Elsa, conocedora de que le han enviado la carta, le advierte que debe destruirla, porque los que hasta ahora la han recibido han muerto en el plazo inexcusable de cuatro días. Como Masegosa no cede ante sus ruegos, le invita a visitar al abad Simón de la Abadía del Norte, persona versada que ha investigado sobre el particular y podrá aclararle algunos puntos que desconoce. En efecto, el abad Simón le refiere la historia y leyendas que gravitan sobre la catedral de ébano, y es muy explícito cuando le advierte que, si quiere sobrevivir, debe destruir la carta antes de que esta haga sentir la maldición que porta y le conduzca hacia la ineludible muerte.

La mente científica del doctor Masegosa no es proclive a aceptar misterios donde planean las supercherías, así que reta al abad y con contundencia le dice que descubrirá el secreto que guardan los muros de la catedral a la par que le asegura que no morirá en ese intento.

La carta obsesiona a Jacinto Masegosa, pero no le impide concentrarse en el gran descubrimiento que pretende llevar a cabo; un descubrimiento de tal envergadura que conlleva una auténtica revolución al cambiar los modos de ver el hombre y la sociedad. Así, pues, sigue adelante con sus experimentos secretos ayudado por su particular Igor, el joven Ricardo Márquez, prometido de su silenciosa ama de llaves, a quien no le asiste más que el único escrúpulo de las ganancias materiales.





¿Continúo y desvelo un poco la trama de la novela…? ¿Sigo a pesar de que tal osadía no sé si molestaría al autor…? ¡Pues lo voy a hacer!

Queda claro que Jacinto Masegosa es un científico de primer orden y está al tanto de los últimos descubrimientos de la ciencia. Cuando estudiaba en La Sorbona se codeó con las mentes científicas más avanzadas de su época, entre las que se encontraba la de Nikola Tesla, de quien recoge no pocas de sus brillantes ideas para aplicarlas a las investigaciones que lleva a cabo. Masegosa está deslumbrado por el poder de la ciencia y sus posibilidades inmensas, por eso, al igual que Víctor Frankenstein, está empeñado en descubrir los secretos de la vida; en su caso, en la posibilidad de separar el alma de un cuerpo y hacerla transmigrar a un nuevo cuerpo. Platón y otros filósofos de la antigüedad ya hablaban de la trasmigración y sostenían que cuando el cuerpo muere, el alma pervive y busca un nuevo cuerpo donde alojarse; digamos que este es un proceso natural. Lo que intenta el doctor Masegosa es realizar tal proceso saltándose los pasos naturales que seguirían a la muerte, provocando de modo artificial la transmigración del alma a otro cuerpo elegido de antemano. Ayudado por el señor Márquez, quien le suministra cadáveres o rapta mendigos, gente de los bajos fondos para que le sirvan de cobayas, ya ha avanzado en ese sentido. Cuando recibe la carta maldita está a punto de concluir su experimentación: hacer transmigrar el alma de un cuerpo, al cual se le ha extraído de modo artificial, a otro, previamente muerto, sin perder la identidad o consciencia que tenía antes de ser trasvasada.

Exitoso el experimento, no relataré más que la euforia del doctor cuando comprueba que también puede revertir el proceso. Estas son sus palabras:

 

Todavía tienen que pasar varios intensos minutos hasta que el cuerpo de la víctima da señales de vida. Toco su cuello y tiene pulso. Es muy débil, pero está ahí, regresando de entre los muertos, si es que esa definición es aplicable a esta situación única sobre la que todavía tengo mucho que estudiar y aprender. Lo he logrado, soy capaz de revertir el proceso. El poder que tengo en mis manos en este momento es inmenso. Me siento como un demiurgo con capacidad para decidir quién vive y quién muere, y me encanta.

 

 El doctor Masegosa, finalmente, intenta descubrir el secreto de la catedral de ébano yendo él mismo pero en otro cuerpo diferente. Fracasa. Aun así, tiene una última carta que sacará para terminar el juego: un androide. Sí, una máquina perfecta de metal, compuesta de complejos engranajes donde podría habitar el alma eternamente sin sufrir por el deterioro de esas carcasas de huesos, músculos y órganos. (No sé por qué al llegar aquí recuerdo algunas escenas culminantes de Metrópolis, la película de Friz Lang). Nuevos experimentos…, nuevas transmigraciones, idas y venidas de las almas, que conducirán a un final sorprendente, inesperado, al desvelarse el misterio que guardan los muros de la catedral de ébano.

Con un pulso narrativo trepidante, la novela no deja dormir al lector; por el contrario, azuza su atención para que pueda leerla de un tirón, tal y como le ha ocurrido al que esto escribe.

La catedral de ébano entretiene, es dramática a la par que divertida, de tal modo que, tan solo por eso, ya ha cumplido objetivos; pero también interesa por los problemas científicos y filosóficos que plantea y la consiguiente reflexión a que incita. Vamos con la bioética: ¿tiene la ciencia un límite moral o ético? Hoy en día no existe la figura del científico solitario que de manera heroica investiga sobre un determinado campo, sino que la investigación científica es multidisciplinar y cooperativa; pero en la época en que se circunscribe la trama de la novela todavía estamos en el siglo XIX y ese científico que investiga en solitario, quizá algo chiflado, es la norma. Sin embargo, los problemas éticos siguen siendo los mismos, tanto hoy como ayer. ¿Se puede investigar sobre cualquier tema y utilizar cualquier método, máxime si el objeto de esa investigación es el propio ser humano? El problema está abierto y es candente, pero parece más de filósofos que de científicos. Los médicos nazis, como si fueran doctores Masegosa o Frankenstein, pasaron olímpicamente de la cuestión ética y, a pesar del horror que nos produce echar una mirada sobre los experimentos que realizaron, parece que las investigaciones génicas actuales siguen por el mismo camino, saltándose a la torera cualquier freno ético. Dicho lo cual, la novela dibuja como trasfondo una cuestión interesante: el transhumanismo. Pedro González la apunta con gracia, con ironía, con cierto desenfado, pero es cuestión que está en el palmarés de las problemáticas científicas actuales. ¿Podríamos trasladar nuestra esencia, o alma, aquello que nos define como lo que verdaderamente somos, a una máquina hasta el punto de que, en principio, pudiéramos vivir eternamente? A quien no esté versado en estos temas podría extrañar si le digo que hay en marcha investigaciones en dicho sentido (la robótica, la inteligencia artificial), remota aspiración a la que la mitología griega ya dio una respuesta: Talos.



La verdad es que no me extraña que Pedro González sea el autor de novela tan calenturienta como La catedral de ébano, porque echando un somero vistazo a su biografía literaria encuentro que ha producido numerosas novelas firmadas con diversos nombres: Joe Lem, Perry Green, PG Sharpe. Parece como si su alma se difractara o él mismo, Pedro, tuviera varias almas que intentan manifestarse en sus diferentes escritos. Me pregunto si estos nombres son realmente heterónimos, ¿o son más bien ortónimos? Así me surge una pregunta inquietante que invade mi cerebro: ¿es el verdadero Pedro González quien escribe La catedral de ébano o es otro diferente que ha usurpado su nombre y habita su cuerpo? Hago notar que es la única novela que este individuo firma como Pedro González, por lo que albergo mis sospechas. Quizá no exista el tal Pedro González y sea otro quien lo sueña o habita; no sé. Dejo tal cuestión a la sagacidad del lector para que sea él quien la resuelva.

 

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                                               Jesús Cánovas Martínez©

                                               Filósofo y poeta.

                                               Ad astra per aspera. 

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