Queridos
amigos: Había hecho noche en San Juan de Ortega y, avanzada la mañana, caminaba
hacia Atapuerca. Atravesaba un robledal cuando decidí hacer una pequeña pausa y
descansar un momento debajo de uno de aquellos robles, los que me llamaban, no
sé por qué. Así lo hice; tumbado bajo el roble —tal vez rezaba—, veía el sol inquieto
titilar entre sus ramas y hojas cuando fui tomado por una intensa emoción. Me
levanté y, casi con lágrimas en los ojos, abracé su tronco. Quizá esta escenificación
fuera excesiva, puesto que nadie me veía, pero el caso es que inmediatamente
saqué un cuadernillo de la mochila y de un tirón escribí el primer poema de una
serie que más tarde salió como libro bajo el título de Kyrie Eleison. Aquí está ese poema, propicio para la Semana Santa:
Roble amigo
Roble amigo.
Caricia de tus hojas
sagradas
entre mis manos;
tersura de tu piel
rugosa
y delicada me
desviste
la inocencia arcana
en la espesura de mi
alma
herida.
Resbala el musgo
por tu frente
como por la mía,
tupido
en verde suave
frente a un abismo,
o
la huella
y
el símbolo desvanecido
que me asola
ante la tumba espesa
de mis muertos.
Olor suave
ante el rocío
levanta la mañana,
azul álgido,
nubes y ríos
de silencio en la
dicha
de contemplar las
cosas.
Las pobres palabras
de mi vida entroncan
el silencio
en verde que
pregunta…
¿Qué prometes?
Inocencia la llama
de mi fatiga a golpes
del corazón cansado
busca tu presencia
tropezándose,
lágrimas de un rostro
al fondo
del silencio en
atisbo
de ocasos
o dolor.
Tañe una campana
ante los perros
lejanos
y grises que me
impulsan
ciegamente lejos
de mi tierra y de mi
hogar…
Lento paso del día
asume el instante,
como un umbral
despierto ante el
paisaje
que se ofrece
y se oculta
junto a ti.
(De Kyrie Eleison, Madrid, Ed. Betania)
Todos los derechos
reservados
Jesús Cánovas
Martínez©
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