LA
CÁTEDRAL DE ÉBANO
PEDRO
GONZÁLEZ NUÑEZ
M.A.R.
EDICIONES
Pedro González Núñez nos relatará en La catedral de ébano una sorprendente
historia en la que se entrelazan dos líneas narrativas. Por un lado, la doble
vida del doctor Jacinto Masegosa quien, por el día, atiende a una rica
clientela en su consultorio y, por la noche, se dedica a insospechados
experimentos en el laboratorio que tiene en el sótano de su mansión, y, por
otro, el misterio que esconde la catedral de ébano. Ambas líneas confluyen en una
novela que se inclina hacia lo gótico al tiempo que numerosas gotas de humor la
aderezan con una ironía macabra.
Estamos en los años finales del siglo XIX, en
abril de 1888 para ser precisos, cuando el doctor Masegosa recibe una
inquietante carta que incluye una curiosa
paradoja temporal. Enseguida su cerebro de científico comienza a elucubrar
sobre el verdadero significado de la misiva, qué misterio esconde y por qué le
señala la catedral de ébano (antigua catedral dedicada a la Virgen María, llamada
de esta forma porque, tras un incendio, sus muros adquirieron la negrura del
ébano) como final de sus pesquisas. La catedral está desacralizada y sobre ella
gravitan numerosas leyendas hasta el punto de que es evitada, ya que el solo
andar por sus aledaños produce escalofríos. Se dice que un obispo negro hace
siglos se dedicó a extraños experimentos de magia oscura hasta que las gentes
del lugar, imponiéndose al miedo, se sublevaron e incendiaron la catedral con el
mismísimo obispo dentro; los gritos del obispo, aguzando el oído, aun se oyen
durante las noches. También se dice que entre sus oscuros muros habita el
diablo.
Masegosa recibirá la visita de Elsa, una
joven dama que está enamorada del todavía joven doctor, pero a quien él,
absorbido por sus inquietantes pero trascendentes experimentos, no corresponde.
Elsa, conocedora de que le han enviado la carta, le advierte que debe
destruirla, porque los que hasta ahora la han recibido han muerto en el plazo
inexcusable de cuatro días. Como Masegosa no cede ante sus ruegos, le invita a
visitar al abad Simón de la Abadía del Norte, persona versada que ha
investigado sobre el particular y podrá aclararle algunos puntos que desconoce.
En efecto, el abad Simón le refiere la historia y leyendas que gravitan sobre
la catedral de ébano, y es muy explícito cuando le advierte que, si quiere
sobrevivir, debe destruir la carta antes de que esta haga sentir la maldición
que porta y le conduzca hacia la ineludible muerte.
La mente científica del doctor Masegosa no es
proclive a aceptar misterios donde planean las supercherías, así que reta al abad
y con contundencia le dice que descubrirá el secreto que guardan los muros de
la catedral a la par que le asegura que no morirá en ese intento.
La carta obsesiona a Jacinto Masegosa, pero
no le impide concentrarse en el gran descubrimiento que pretende llevar a cabo;
un descubrimiento de tal envergadura que conlleva una auténtica revolución al
cambiar los modos de ver el hombre y la sociedad. Así, pues, sigue adelante con
sus experimentos secretos ayudado por su particular Igor, el joven Ricardo
Márquez, prometido de su silenciosa ama de llaves, a quien no le asiste más que
el único escrúpulo de las ganancias materiales.
¿Continúo y desvelo un poco la trama de la
novela…? ¿Sigo a pesar de que tal osadía no sé si molestaría al autor…? ¡Pues
lo voy a hacer!
Queda claro que Jacinto Masegosa es un
científico de primer orden y está al tanto de los últimos descubrimientos de la
ciencia. Cuando estudiaba en La Sorbona se codeó con las mentes científicas más
avanzadas de su época, entre las que se encontraba la de Nikola Tesla, de quien
recoge no pocas de sus brillantes ideas para aplicarlas a las investigaciones
que lleva a cabo. Masegosa está deslumbrado por el poder de la ciencia y sus
posibilidades inmensas, por eso, al igual que Víctor Frankenstein, está
empeñado en descubrir los secretos de la vida; en su caso, en la posibilidad de
separar el alma de un cuerpo y hacerla transmigrar a un nuevo cuerpo. Platón y
otros filósofos de la antigüedad ya hablaban de la trasmigración y sostenían
que cuando el cuerpo muere, el alma pervive y busca un nuevo cuerpo donde
alojarse; digamos que este es un proceso natural. Lo que intenta el doctor Masegosa
es realizar tal proceso saltándose los pasos naturales que seguirían a la
muerte, provocando de modo artificial la transmigración del alma a otro cuerpo
elegido de antemano. Ayudado por el señor
Márquez, quien le suministra cadáveres o rapta mendigos, gente de los bajos
fondos para que le sirvan de cobayas, ya ha avanzado en ese sentido. Cuando
recibe la carta maldita está a punto de concluir su experimentación: hacer
transmigrar el alma de un cuerpo, al cual se le ha extraído de modo artificial,
a otro, previamente muerto, sin perder la identidad o consciencia que tenía
antes de ser trasvasada.
Exitoso el experimento, no relataré más que
la euforia del doctor cuando comprueba que también puede revertir el proceso.
Estas son sus palabras:
Todavía
tienen que pasar varios intensos minutos hasta que el cuerpo de la víctima da
señales de vida. Toco su cuello y tiene pulso. Es muy débil, pero está ahí,
regresando de entre los muertos, si es que esa definición es aplicable a esta
situación única sobre la que todavía tengo mucho que estudiar y aprender. Lo he
logrado, soy capaz de revertir el proceso. El poder que tengo en mis manos en
este momento es inmenso. Me siento como un demiurgo con capacidad para decidir
quién vive y quién muere, y me encanta.
El
doctor Masegosa, finalmente, intenta descubrir el secreto de la catedral de
ébano yendo él mismo pero en otro cuerpo diferente. Fracasa. Aun así, tiene una
última carta que sacará para terminar el juego: un androide. Sí, una máquina
perfecta de metal, compuesta de complejos engranajes donde podría habitar el
alma eternamente sin sufrir por el deterioro de esas carcasas de huesos,
músculos y órganos. (No sé por qué al llegar aquí recuerdo algunas escenas
culminantes de Metrópolis, la
película de Friz Lang). Nuevos experimentos…, nuevas transmigraciones, idas y venidas
de las almas, que conducirán a un final sorprendente, inesperado, al desvelarse
el misterio que guardan los muros de la catedral de ébano.
Con un pulso narrativo trepidante, la novela no
deja dormir al lector; por el contrario, azuza su atención para que pueda
leerla de un tirón, tal y como le ha ocurrido al que esto escribe.
La
catedral de ébano
entretiene, es dramática a la par que divertida, de tal modo que, tan solo por
eso, ya ha cumplido objetivos; pero también interesa por los problemas científicos
y filosóficos que plantea y la consiguiente reflexión a que incita. Vamos con
la bioética: ¿tiene la ciencia un límite moral o ético? Hoy en día no existe la
figura del científico solitario que de manera heroica investiga sobre un
determinado campo, sino que la investigación científica es multidisciplinar y
cooperativa; pero en la época en que se circunscribe la trama de la novela
todavía estamos en el siglo XIX y ese científico que investiga en solitario,
quizá algo chiflado, es la norma. Sin embargo, los problemas éticos siguen siendo
los mismos, tanto hoy como ayer. ¿Se puede investigar sobre cualquier tema y
utilizar cualquier método, máxime si el objeto de esa investigación es el
propio ser humano? El problema está abierto y es candente, pero parece más de
filósofos que de científicos. Los médicos nazis, como si fueran doctores
Masegosa o Frankenstein, pasaron olímpicamente de la cuestión ética y, a pesar
del horror que nos produce echar una mirada sobre los experimentos que
realizaron, parece que las investigaciones génicas actuales siguen por el mismo
camino, saltándose a la torera cualquier freno ético. Dicho lo cual, la novela dibuja
como trasfondo una cuestión interesante: el transhumanismo. Pedro González la
apunta con gracia, con ironía, con cierto desenfado, pero es cuestión que está
en el palmarés de las problemáticas científicas actuales. ¿Podríamos trasladar
nuestra esencia, o alma, aquello que nos define como lo que verdaderamente
somos, a una máquina hasta el punto de que, en principio, pudiéramos vivir eternamente?
A quien no esté versado en estos temas podría extrañar si le digo que hay en
marcha investigaciones en dicho sentido (la robótica, la inteligencia
artificial), remota aspiración a la que la mitología griega ya dio una
respuesta: Talos.
La verdad es que no me extraña que Pedro
González sea el autor de novela tan calenturienta como La catedral de ébano, porque echando un somero vistazo a su
biografía literaria encuentro que ha producido numerosas novelas firmadas con
diversos nombres: Joe Lem, Perry Green, PG Sharpe. Parece como si su alma se
difractara o él mismo, Pedro, tuviera varias almas que intentan manifestarse en
sus diferentes escritos. Me pregunto si estos nombres son realmente
heterónimos, ¿o son más bien ortónimos? Así me surge una pregunta inquietante que
invade mi cerebro: ¿es el verdadero Pedro González quien escribe La catedral de ébano o es otro diferente
que ha usurpado su nombre y habita su cuerpo? Hago notar que es la única novela
que este individuo firma como Pedro González, por lo que albergo mis sospechas.
Quizá no exista el tal Pedro González y sea otro quien lo sueña o habita; no
sé. Dejo tal cuestión a la sagacidad del lector para que sea él quien la
resuelva.
Todos los derechos reservados
Jesús Cánovas Martínez©
Filósofo
y poeta.
Ad astra per aspera.
No hay comentarios:
Publicar un comentario